—Ni lo pienses, olvídalo —dijo Greg.
Aunque apenas habían pasado dos semanas desde su caída, las quemaduras en la piel aún podían verse con claridad.
—Solo los encargos —le pidió Nick por segunda vez—. No necesito saber quién ni qué eras, solo lo que el mensajero te encargó. Es importante.
—¿Para qué? Estás fuera. Tampoco podrás volver a entrar, da igual lo que intentes, créeme.
¡Era para volverse loco! Desde el inicio de la semana, Nick intentaba encontrar ex jugadores para interrogarlos, pero los resultados obtenidos eran deplorables. Justo en ese momento, Greg intentaba largarse de ahí, pero Nick lo detuvo con firmeza por las mangas.
—¡Por favor! No nos ve nadie… yo también puedo contarte lo que hice. Anda, dímelo.
—¿Y qué gano con eso? Pasaron cosas de las que no estoy muy orgulloso, y no voy a contártelas, Dunmore. Y ahora deja que me vaya.
Liberó sus mangas y desapareció en una de las clases.
Nick lanzó un estruendoso juramento, miró a su alrededor y vio que Adrian pasaba por ahí a toda prisa. «Como la mala conciencia en persona». Nick se lanzó tras él a la carrera.
—¡Eh! ¡Espérame! ¿Nos estabas espiando?
Adrian lo miró con su pálido rostro.
—No he oído nada. ¿Qué era lo que Greg no quería contarte?
Cierto, era injusto que Nick descargara su frustración con Adrian, pero no había nadie más por allí cerca.
—¡Deja de andar espiando! Ya verás, algún día te vas a llevar tal golpe, que no sabrás ni por dónde andas.
—Deja al chaval en paz —dijo una profunda voz a la espalda de Nick.
Helen. Ahora sí que ya no entendía nada.
—¿Qué pintas en esto? —le gritó Nick.
—He dicho que le dejes en paz. Si vuelvo a enterarme de que le estás amenazando, no volverás a reconocer tu cara de perro en el espejo.
La mirada de Nick fue de Adrian a Helen y vuelta. Estaba perplejo.
—No le he amenazado —exclamó—. Le he informado. ¡Y tú sí estás amenazando, y además a mí!
—Veo que te has enterado. Ahora lárgate.
A Adrian se le notaba tan estupefacto como Nick por la intervención de Helen.
—Está bien, Helen, en realidad no me ha hecho nada.
—Bueno —dijo Nick—. Eso lo sabes tú y lo sé yo, pero está claro que ella piensa que necesitas una niñera.
Nick los dejó ahí, parados.
En la siguiente hora, tenía clase de Literatura inglesa. Observó al señor Watson, sin poner atención en su discurso sobre el teatro isabelino. Llevaban varios días sin novedades sobre Jamie, y eso era mucho mejor que tener malas noticias. Pero ¿alguien se atrevería a darles malas noticias?
Al final de la clase se dirigió con determinación y sin esconderse a la mesa del señor Watson. No quería que nadie pensara que Nick tenía algo que ocultar.
—¿Sabe cómo sigue Jamie? —preguntó con la boca seca—. Quería llamar a sus padres pero no he podido hacerlo. Había pensado que tal vez usted podría decirme…
—Aún sigue en coma inducido —dijo el señor Watson—. Aunque al parecer no está tan mal. La cadera va sanando bien. La mayor preocupación es la herida en la cabeza… Puede tener consecuencias que lamentar, pero supongo que eso ya lo sabes.
«Nada nuevo». Nick le dio las gracias y abandonó el aula mientras le lanzaba una mirada rápida a Emily. Ella no se la devolvió: estaba hablando con Gloria, le envió un saludo a Colin y a él lo ignoró por completo. Hacía días que ya no cruzaban palabra, y Victor tampoco le llamaba. Nick revisaba su móvil a cada rato con la esperanza de encontrar un mensaje de texto con una invitación a Cromer Street. «Nada».
La siguiente hora era libre. El abundante tiempo libre entre clase y clase era algo de lo que se habría alegrado al principio del sexto año, pero ahora le disgustaba. No había nadie con quien estar. Aunque tampoco eso era del todo cierto. Había miles de temas aparte de Erebos sobre los cuales podría conversar con otros, fueran jugadores o no. Por ejemplo, Jerome, que estaba sentado más adelante y se aferraba a su lata de Red Bull.
—Hola, Jerome. ¿Cómo andas?
—¡Mmm!
—¿Fuiste el último día al entreno de baloncesto? Yo no, pero le envié un mail a Betthany para que no se pusiese otra vez como loco.
—Muy inteligente de tu parte. —Jerome cerró los ojos y dio un sorbo a la bebida.
—¿Entonces sí fuiste?
—Sip.
—¿Y?
—Estuvo bien.
Nick se dio por vencido. Hablar precisamente con Jerome no había sido una buena idea, era de esos que no hablan mucho que digamos. «Cualquiera diría que cada palabra le cuesta dinero».
—Bueno, pues hasta la vista —dijo Nick y se fue de allí. Todavía tenía que hallar una forma de matar el tiempo.
Cuando se dirigía hacia la biblioteca, Eric lo detuvo.
—¿Tienes un momento?
Nick no pudo evitarlo, la mirada de Eric volvió a despertar sus celos. «Esa apariencia tan prudente, tan adulta…».
—¿Sí? —preguntó Nick.
—Estoy preocupado por Emily. ¿Crees que está jugando a ese juego que os traéis entre manos?
Nick sonrió. Emily no había iniciado a Eric.
—No tengo ni idea. De hecho, yo ya no estoy dentro, ¿sabes?
—¿Y eso? —dijo Eric alzando las cejas—. Me alegro por ti.
Nick estuvo a punto de soltarle una bordería. «¿Y a ti qué te importa?». Se la tragó, tal vez Eric podría serle de ayuda.
—Sí, últimamente también pienso lo mismo. El problema es que me gustaría hablar con algunos de los… implicados. Sé que no soy el único ex jugador aquí, pero no tengo acceso al resto.
Eric frunció los labios.
—¿Te sorprende? ¿Por qué habrían de confiar en ti? Ni siquiera puedes demostrar que ya estás fuera de Erebos.
Había algo de cierto en ello. Pero…
—Si tú les dijeses que pueden confiar en mí, seguramente lo harían.
—Puede ser. Pero mira, Nick, casi no te conozco. Sé por Jamie que has cambiado mucho. No puedo poner la mano en el fuego por ti.
«Increíble». Eric era simpático hasta cuando te rechazaba. Nick comenzó un nuevo intento.
—Quiero hacer algo contra Erebos. Yo he jugado, conozco los mecanismos. La mayoría por lo menos. Pero detrás del juego hay algo más. Tengo que descubrir qué es y para eso necesito más información.
Eric se encogió de hombros de forma compasiva.
—Puedo entenderlo muy bien. Pero he prometido a la gente que ha hablado conmigo no dar ninguna información. Y voy a cumplirlo, como imagino que entenderás.
«Todos están cerrados como ostras, no importa de qué lado se encuentren», pensó Nick.
—De acuerdo —dijo—. Entonces cada cual tendrá que arreglárselas por su cuenta.
Le causó ansiedad la mera idea de presentarse a Victor con las manos vacías. ¿A quién más podía dirigirse? «A Darleen». Ya estaba fuera. Además, había mencionado a un tal Mohamed y a un tal Jeremy, que recibieron cartas de amenaza, pero eso no significaba nada. Aisha también había recibido una y continuaba en el juego. Greg estaba fuera, pero no soltaba prenda.
Nick se dirigiría a Darleen. No daba la impresión de estar intimidada o cerrada en banda. Después de buscarla un rato, la encontró en la cafetería y, entre las risitas de sus amigas, le pidió que lo acompañara fuera, al pasillo, donde había más calma y podía tener la situación bajo control. Ni Colin ni Dan ni Jerome.
—Otra vez tú —dijo ella sonriente—, nelly y Tereza tienen mucha envidia.
«La verdad es que haría buena pareja con Jamie», pensó Nick.
—Oye, Darleen —tanteó con precaución—, tú dijiste que ya no estabas jugando. Hazme un favor: cuéntame algunas de las cosas que te pasaron cuando aún estabas dentro.
Parecía insegura.
—Pero si tú mismo me dijiste que debía hacer como si el juego no existiera.
Nick miró en derredor.
—Solo necesito que hables esta única vez al respecto. Conmigo.
Oyó que se acercaba gente, así que cogió a Darleen de la mano y la condujo a una clase vacía. En cuanto entraron, cerró la puerta y se apoyó en ella.
—¿Qué quieres que te cuente?
—¿Qué encargos tuviste que cumplir, por ejemplo? ¿Algo en especial?
Se quedó pensando mientras observaba de reojo a Nick, como si no estuviera segura de si debía confiarle a él ese tipo de cosas.
—¿Recuerdas los ordenadores portátiles que robaron?
—Sí, claro.
—Yo estuve involucrada. Hice de espía. Si se acercaba alguien, tenía que dar la alarma por móvil. Pero no se lo digas a nadie, de todas formas lo negaré todo.
A Nick le costó trabajo asimilar la información.
—¿Sabes qué fue de los portátiles?
—No. Pero puedo imaginármelo. Estaban pensados para los que no podían entrar en el juego porque no tenían un ordenador propio. Creo que Aisha recibió uno.
Eso tenía sentido, pero no le serviría a Victor como pieza del rompecabezas.
—¿Algo más?
—¡Dios mío, qué curioso eres! —dijo ella con un suspiro—. Sí, fotocopié unos documentos que saqué de un cubo de basura en Kensington Gardens. Pero no me preguntes de qué se trataba exactamente. Cosas jurídicas, todo un montón de papeles. No entendí ni una sola palabra.
Nick habría dado un brazo por poder echar un ojo a esos asuntos jurídicos.
—¿Algo más? ¿Has amenazado de algún modo a alguien o… has destruido algo?
En ese momento desvió la mirada.
—No. Pero sé a qué te refieres. No, no lo hice. El resto de mis encargos fueron cosas insignificantes. Escribirle a alguien un trabajo de clase, comprar una tarjeta de móvil y dejarla en algún sitio, cosas así.
—¿Y por qué te echaron?
—Porque la loca de mi madre me castigó tres días sin Internet. Después el mensajero consideró que yo ya no tenía ningún valor para él. ¿No es una desfachatez? ¡Todavía se me saltan las lágrimas de pura rabia! ¡Como si hubiera sido culpa mía!
—Vale. Gracias —dijo Nick—, me has ayudado mucho, pero creo que es mejor que te vayas antes de que alguno de los vigilantes de las reglas nos encuentre aquí.
Ella asintió.
—La verdad es que es una cosa de locos, ¿no? ¿Crees que nos hemos cruzado en algún momento en el juego?
Nick sonrió.
—No sé. ¿Cómo te llamabas?
En un primer instante, Darleen titubeó un poco, luego se encogió de hombros.
—Samira.
—¡Eh, entonces sí que nos encontramos de verdad! Eras una mujer gato, ¿no? ¡Y ya estabas dentro cuando yo empecé!
—¿En serio? ¿Tú quién eras?
En algún punto, muy dentro de sí, sintió Nick una punzada al pensar en ese otro yo que había sido en el pasado.
—Sarius —respondió—. Yo era Sarius.