Todo ocurrió en la hora libre. Nick estaba sentado a solas en una de las aulas de estudio e intentaba memorizar unas fórmulas químicas. La puerta al pasillo se encontraba abierta, y alzó la mirada justo cuando Colin pasaba por delante. Iba muy sigiloso, con gran cautela. Con tanta que terminó por despertar la curiosidad de Nick. Echó su silla hacia atrás, y se levantó casi sin hacer ruido. Siguió a Colin, le vio caminar a hurtadillas por el pasillo. Torció a la izquierda. Nick fue tras él. «¿En algún lado hay una reunión secreta?».
Colin bajó las escaleras: parecía como si estuviera yendo hacia los vestuarios. A esa hora no era un mal sitio para un encuentro. Nick se quedó tras él, guardando cierta distancia; lo perdió de vista, pero, como suponía, lo volvió a encontrar en la escalera que conducía a los vestuarios de alumnos. Vio cómo Colin, a la búsqueda de algo, caminaba a lo largo de la hilera de cazadoras y abrigos colgados y cómo finalmente se detenía. Desde donde estaba, Nick no podía distinguir muy bien sus movimientos entre las distintas prendas y tampoco podía acercarse sin que le descubriera. Entrecerró los ojos y vio cómo se movía una tela verde. Solo un instante. Segundos más tarde, Colin emprendía el regreso y Nick se esfumaba a toda velocidad: se escondió en el baño que había al lado y se puso a contar hasta cincuenta. Después de eso, fijo que Colin ya se había ido.
Nick encontró inmediatamente la prenda verde. Era una gabardina que pertenecía a una chica. «¿Qué es lo que Colin ha hecho con ella?».
Observó con cuidado a su alrededor antes de meter la mano en el bolsillo de la gabardina. Sintió un pedazo de papel doblado con esmero. «¿Una carta de amor?». En tal caso a Nick no tendría por qué interesarle. Pero quizás era un mensaje. Igual daba, tenía demasiada curiosidad como para ahora echarse atrás. Sacó el papel y lo desdobló.
Una lápida:
†.
DARLEEN PEMBER.
Murió por carecer de raciocinio.
Descanse en paz.
Fue como si de pronto todo encajase. Jamie también había recibido una carta como esa. «Quizás…». Nick se sacudió ese pensamiento, pero no tardó en regresar como si fuera un globo inflado que se intenta mantener bajo el agua.
Tal vez Jamie no atravesó el cruce sin frenar por rabia y despiste. Quizá sí había frenado, o por lo menos lo había intentado. Él le enseñó la carta con la lápida. Una amenaza que no se había tomado en serio. En cambio, Jamie sí. Y ahora…
Entre cortar los frenos de la bicicleta y poner una sobredosis de Digotan en el té no había gran diferencia.
«Colin». Colin repartía esquelas. ¿También tenía a su cargo las muertes?
Sin pensarlo mucho, subió las escaleras de tres en tres, corrió por el pasillo que conducía a la cafetería y, un poco más adelante, descubrió que Colin deambulaba como si no hubiera pasado nada.
—¡Hijo de puta!
Nick se le lanzó encima y lo hizo tambalearse. Los dos cayeron al suelo.
—¿Nick? Nick, ¡estás loco!
En lugar de una respuesta, Nick le puso la carta ante la cara y se la restregó en las mejillas, en la nariz, en los ojos.
—¿Conoces esto? ¿Sí? ¿Lo habías visto antes?
—¡Déjame, idiota! ¿Qué es eso?
—¡Cabrón!
Estaban montando demasiado alboroto y la gente comenzaba a salir de la cafetería. Nick soltó a Colin. Los dos se levantaron forcejeando.
—Darleen Pember, ¿no?, ¿pronto tendrá un accidente?
Colin fijó la mirada en la carta. Estaba claro que había comprendido.
—¡Dámela!
—Ni lo sueñes.
—No puedes llevártela así como así… Tengo que…
Se abalanzó sobre Nick pero él ya contaba con ello y lo esquivó. Con deleite rompió la carta por la mitad, después la hizo pedacitos y por último se la apretó a Colin en la mano.
—Aquí tienes. Puedes volver a meterla en el abrigo de Darleen. Yo me encargo de decirle de parte de quién viene.
El rostro de Colin proyectó odio y desconcierto al mismo tiempo.
—No puedes hacerlo.
—Ahora tienes miedo, ¿verdad? Tu amigo de los ojos amarillos no va a estar nada contento.
—¡Cállate!
—Y pronto se perderán algunos grados.
Con el rabillo del ojo, Nick vio cómo se aproximaban las abuelitas tejedoras, seguramente atraídas por la pelea como si fueran buitres en busca de carroña. Dan sonreía de oreja a oreja mientras que Alex parecía inseguro.
—Le hiciste lo mismo a Jamie. Acéptalo. Eres culpable, yo mismo vi tu cartita. ¿Valió la pena, por lo menos? ¿Obtuviste a cambio un par de botitas fenomenales?
Las aletas nasales de Colin temblaron. Dio un paso hacia Nick. Crispó las manos con tanta fuerza que Nick vio cómo empezaban a marcársele las venas de los brazos.
—Lo vas a lamentar —dijo, dio media vuelta y se fue.
Solo por la tarde, cuando Nick regresó a casa, cayó en la cuenta de la gravedad del error que había cometido. Debería haberse contenido, y ahora se había declarado enemigo de Erebos. Y ni siquiera había podido demostrar que el accidente de Jamie tuviera que ver con el juego.
«Coge las pinzas que encontrarás bajo el banco del parque junto al portón del instituto y corta los cables de freno de la bicicleta azul marino. La que tiene la calcomanía del Manchester United en la barra de en medio».
Podía verlo claramente ante sus ojos. Clac, clac, «ya está. Un nivel más». Se podía demostrar con facilidad que no había sido Colin; y también podía ser que el saboteador no supiera a quién pertenecía la bicicleta que estaba frente a él.
Esa noche, Nick se sentó ante el ordenador, revisó sus correos electrónicos y pensó qué debería decirle a Darleen Pember. Si debería hablarle de lo que estaba ocurriendo.
Pensativo, dio vueltas con el cursor del ratón en el lugar del escritorio donde solía encontrarse la E roja. ¿Le gustaría estar en una de las cuevas, ante una de las fogatas? «Sí. No. Sí». ¿Le gustaría charlar con los otros? «Sí. No. Sí». Pero, sobre todo, tenía muchísimas ganas de despedazar al mensajero en pequeñas partes huesudas.
En la hora libre del miércoles, Emily detuvo a Nick delante de la biblioteca. Estaban prácticamente solos: los demás holgazaneaban fuera, disfrutando uno de los últimos días de otoño.
—Tengo noticias —dijo Emily.
—¿De Jamie?
—No.
A cierta distancia, las abuelitas tejedoras iban pasando. No hablaban entre sí, más bien parecía como si estuvieran haciendo ronda. Cuando Alex descubrió a Nick, le sonrió y alzó la mano para saludarlo, mientras que Dan reveló un gesto de ira en su cara de cerdito.
Nick condujo a Emily a la biblioteca, ahí se escurrieron hacia el rincón más apartado. Emily temblaba como si tuviera mucha energía.
—Venga, dilo.
Ella sonrió, abrió la mochila y sacó una caja de DVD sobre la que alguien había escrito «Erebos» con letras redondas.
Nick empezó a sentir emociones encontradas que luchaban dentro de él. Rechazo. Preocupación. Avidez.
—¿En serio quieres entrar?
—Sí. Creo que es el momento justo.
Nick observó el DVD que hasta hacía poco deseaba como el aire. Emily exploraría en Erebos, recorrería los paisajes extravagantemente horripilantes y bellos a la vez, viviría aventuras. El poderoso anhelo que sintió en su estómago empezaba a extenderse. De manera involuntaria, sacudió la cabeza.
—Jamie tenía razón, tú ya no estás dentro, ¿verdad que no?
Solo asintió.
—Fui expulsado —dijo con voz ronca.
—Bueno… lástima. Entonces no podremos jugar juntos.
—No.
Nick se mordió los labios. «Está bien». Sabía que estaba bien. Toda la adrenalina, la tensión, el cosquilleo nervioso… ya no los necesitaba.
—¿Y por qué ahora?… ¿por qué razón has cambiado de opinión al respecto? Al principio no querías saber nada.
—Es cierto. Pero quiero entender lo que tanto os fascina a todos —miró pensativa hacia un lado—. Jamie estaba convencido de que este juego no era un simple juego. Tenía su teoría.
Con cierto nerviosismo giraba el paquete entre sus manos y seguía hablando.
—Jamie creía que había algo más detrás de un juego como este. Un objetivo, ¿me entiendes? Alguien tiene que sacar algún provecho de las cosas que suceden en la realidad, ¿no crees? Pero solo puedo descubrirlo si exploro Erebos. Por eso hice algunos comentarios diciendo que estaba interesada en tener una copia.
Nick lo recordó. Él mismo le había dado la noticia al mensajero y seguramente también otros jugadores lo habían hecho.
—Bueno, que yo conozca, el único objetivo del juego es aniquilar a un malvado que se llama Ortolan —dijo Nick—. Lo que sucede en la vida real únicamente sirve para proteger el juego de los que tienen algo en su contra.
—¿Como Jamie? Entonces debemos intentar detenerlo.
«Detenerlo». Nick pensó en el accidente y en el charco de sangre. Supo que Emily tenía razón. Aunque él supiera que nunca más caminaría por la Ciudad Blanca o que jamás podría hallarse en los combates en la arena, dio un suspiro.
—No tengo ni idea de cómo hacerlo, pero podríamos intentarlo.
Alguien abrió la puerta de la biblioteca y volvió a cerrarla con cuidado. Nick le dio a entender a Emily que se quedaran quietos, pero era solo el señor Bolton, el profesor de Religión.
—Debemos ser muy precavidos —susurró Nick—. Si se dan cuenta, es posible que… bueno, entonces las cosas pueden volverse verdaderamente peligrosas. El juego tiene una inteligencia asombrosa. Aunque no estoy del todo seguro de que haya querido quitar de en medio a Jamie, sé lo que tenía pensado respecto del señor Watson.
Emily levantó las cejas de manera inquisitiva.
—Otro día te lo cuento —dijo Nick—. Engañarlo es mucho más difícil de lo que te puedes imaginar. Y en cuanto eres sospechoso o fallas, te echa afuera antes de que puedas contar hasta cinco.
En su cabeza, un demonio de piedra extendió sus alas. Nick lo ahuyentó.
Emily se rió con picardía, una expresión que Nick nunca le había visto.
—Claro que tendré cuidado. Y me pregunto… —esta vez se giró a mirar con más precaución y bajó su voz a un susurro—, si tal vez podrías ayudarme. No conozco nada de juegos de ordenador, al único al que juego es al solitario.
De inmediato le vino a la mente la regla número dos: cuando juegues, debes estar solo. ¿Qué pasaría si jugaran en pareja? ¿El juego se daría cuenta? Nick respiró hondo. Debía permitirse aceptar el intento.
—Claro que te ayudo, encantado. Avanzarás mucho más rápido si te voy dando consejos.
—Perfecto —ella resplandeció—. Ven a mi casa después de la hora del té, ¿de acuerdo? A las cinco y media estaría bien.
Nick era muy puntual. Diez minutos antes de la hora acordada ya estaba frente a la casa de Emily en Heathfield Gardens y se preguntaba cuál podría ser su ventana.
Había sido muy cauteloso. Después de lo ocurrido con Colin, supuso que alguien lo seguiría, pero no fue así. Nick miró a su alrededor. En la calle casi no había gente. Nadie sabía dónde estaba.
No quiso llamar a la puerta, parecería impaciente. Así que decidió dar una vuelta por las calles de las inmediaciones, que resultaron muy bonitas y bien cuidadas.
Se dio cuenta de que no llevaba nada consigo: traer un detalle habría sido aprovechar una buena ocasión para mostrar que era un tipo original, con buenas intenciones. Pero para eso ya era demasiado tarde. Si no se comportaba como un idiota, podría haber una siguiente ocasión.
A las cinco y media en punto tocó el timbre. Emily abrió la puerta. Resultó que su habitación era la que estaba bajo la buhardilla. No era uno de esos cuartos de muñecas con animalitos de peluche afelpado y rosa sobre la cama, y carteles de estrellas de cine en la pared. A Nick le pareció la habitación de una persona bastante madura. Dos estanterías, una cama y un rincón donde uno podía sentarse en un sofá cama sobre el que también había hileras de libros. Bajo el techo inclinado se hallaba un escritorio perfectamente ordenado con un portátil en espera. Si algún día Emily le hiciera una visita, Nick tendría que ponerse las pilas para ordenar y limpiar su cuarto.
—Debemos evitar hacer ruido… Mi madre acaba de acostarse hace media hora. Puede que hoy ya no tenga que salir de su cuarto.
Nick no hizo ninguna pregunta, aunque le pareció extraño que una mujer adulta estuviera acostada a esas horas de la tarde. De todas maneras, era ideal para su propósito.
—No haremos ruido. Al comenzar, el juego es silencioso. Después tendrás que usar auriculares. Por muchas razones… He visto morir a alguien porque oía muy poco.
—Auriculares.
Emily asintió.
—De acuerdo. ¿Podemos empezar?
Sacó el DVD de la mochila y lo insertó en la unidad de disco.
—Instalo el juego como cualquier otro en mi archivo de programas, ¿no? ¿Hay algo que deba tener en cuenta?
—No. Aún no.
La ventana de instalación se abrió. Allí estaba todo como la primera vez: la torre derruida, la tierra abrasada. Clavada en la tierra seca, la espada con el pedazo de tela rojo en la empuñadura. En el cielo estaba escrita en rojo la palabra Erebos.
Nick sintió que el nerviosismo le palpitaba en el estómago. Se frotó las manos húmedas en el pantalón.
—¿Debo? —preguntó Emily.
—Claro.
Hizo clic en «instalar». La barra azul empezó a avanzar lentamente, como siempre.
—Ahora tardará —dijo Nick, sin apartar los ojos del indicador de avance.
«¿Cómo funcionaba? En el bosque. Sí, exacto, y enseguida lo vi».
Cada avance de la barra acercaba a Nick a Erebos. Era como si estuviera sentado en un tren rumbo a casa.
Emily le miró de reojo.
—¿Te incomoda algo?
—¿Cómo? ¡No! Solo estoy… a la expectativa por ver qué te parecerá.
—Hasta ahora solo lento —dijo Emily y apoyó el mentón en sus manos.
Durante un buen rato la chica esperó en silencio. Nick observaba de forma alternativa el recipiente de lápices del escritorio, la pantalla del portátil y el perfil de Emily. Por ningún lado de la habitación pudo ver sus dibujos. «Qué estúpido», podrían haber hablado de eso.
—¿Tu madre siempre se va a dormir tan temprano? —preguntó, después de convencerse de que el silencio ya estaba durando demasiado. En ese mismo instante pensó que había sido descortés y deseó retractarse de su pregunta.
—Ahora mismo está pasando una mala racha… Duerme mucho, come poco y todavía habla menos. —Emily miró con más intensidad y con mayor esfuerzo el indicador de avance—. Está así desde que murió Jack. Esto es cíclico, y me he acostumbrado tanto como a las estaciones del año.
—¿Y tu padre?
—Se volvió a casar, tiene dos hijos, Derek y Rosie. Nuevo juego, nueva felicidad —movió el ratón como esperando que así la instalación fuera más rápida—. No me malinterpretes, no estoy enfadada con él. La situación era insoportable y él ya no la aguantaba. Me alegro mucho de que existan los dos pequeños. Solo quisiera largarme como él.
Nick necesitó un poco de tiempo para digerir la información.
—Nunca has hablado de esto en el instituto.
—No contigo, es cierto.
«Pero seguro que sí con Eric».
Durante un momento los viejos celos centellearon. Sin embargo, Emily estaba allí, sentada junto a él. Hablando con él.
—¿Tienes hermanos? —quiso saber.
—Sí. Uno. Me saca cinco años y ya se ha marchado de casa.
—¿Os lleváis bien?
—Sí, bastante bien.
Nick pensó en Finn e intentó imaginar cómo sería todo si lo perdiera, pero inmediatamente desechó esa idea. No sabía cómo era capaz Emily de soportar su situación.
—Por desgracia está peleado con mis padres. Con mi padre, para ser más exactos. Ya no se hablan.
—¿Por qué?
Nick tomó aire.
—Bueno, mi padre siempre quiso ser médico, pero mis abuelos no podían pagarle la universidad. Ahora es enfermero en el hospital Princess Grace. No sé si algún día se resignará. De todas maneras, era un hecho que Finn debía ser doctor.
—Pero él no quería.
—Al principio sí, se mató estudiando y es probable que sus notas fueran lo bastante buenas. Pero después cambió de opinión, conoció a Becca y, de repente, ya no hubo más medicina.
Emily lo miró de reojo.
—¿Qué pasó?
—A Becca le traspasaron un estudio de tatuaje. Finn estaba muy entusiasmado. Hizo varios cursos y ahora tatúa y hace piercings como el mejor. Mi padre dijo que nunca más volvería a dirigirle la palabra.
En la cara de Emily se delineó una sonrisa, pero al segundo se esfumó.
—¿Y ahora tú tienes que ser doctor?
Había calado a su padre sin conocerlo.
—Bueno, le daría una alegría y a mí me interesa.
Por fin Emily se giró hacia él y lo miró, como si quisiera comprobar que decía la verdad.
—¿Eso significa que estás enfadado con tu hermano porque ahora eres tú quien cumplirá los deseos de tu padre?
En lugar de responder, Nick se dio la vuelta y se alzó la cola de caballo del cuello.
—No. No estoy enfadado con él.
Aunque casi nunca los miraba, sabía exactamente qué aspecto tenían los cuervos en vuelo que Finn le había tatuado en el nacimiento del cuero cabelludo. Como un vientecillo, Nick sintió las puntas de los dedos de Emily sobre el tatuaje. Y tragó saliva.
—¿Por qué cuervos?
—Al principio fue porque los dos tenemos el pelo tan oscuro, que mamá siempre nos llamaba «los hermanos cuervo». Pero Finn también dice que traen buena suerte y los dos podemos necesitarla. Además, son algo así como… un sello. Una señal de que formamos parte del mismo equipo.
Emily apartó la mano con suavidad, demasiado pronto para desgracia de Nick.
Su cola de caballo volvió a deslizarse al lugar de costumbre.
—Tu hermano tiene talento. Están genial.
La instalación se acercaba lentamente a su fin. Emily fue a la cocina a por una botella de ginger ale y dos vasos. Justo cuando regresó, la pantalla se puso negra.
—¿Eso es normal?
—Sí. Yo también pensé primero que algo no iba bien. Espera un poco.
«Negrura. Negrura. Negrura. Luego aparecen las letras rojas y palpitantes».
Entrada.
O Salida.
Este es Erebos.
—Pues entonces —dijo Emily e hizo clic en «Entrada».
Un bosque oscuro, el brillo de la luna. En el centro del claro está encogido el sin nombre. Era exactamente igual al personaje de Nick antes de que se convirtiera en Sarius. Nick luchó contra un nuevo asomo de nostalgia, mientras veía cómo Emily se familiarizaba con el manejo de su sin nombre.
—Es muy fácil hacerle andar —dijo ella—. ¿Puede hacer otra cosa?
—¡Sí! Escalar, luchar… ¡todo! Después hay combinaciones de teclas para otras habilidades especiales, pero esas son para más tarde.
Emily dejó que su sin nombre anduviera por aquí y por allá en el claro. Observó con precisión antes de decidirse por una ruta precisa.
—Yo creo que voy para allá, donde el bosque es menos frondoso, no tengo que hacerme las cosas más difíciles de lo necesario.
Se oían crujir las ramas, el viento susurraba entre las copas de los árboles. Si fuera por Nick, Emily tendría que hacer avanzar más rápido a su personaje durante esta secuencia, pero se esforzó por ocultar su impaciencia. Pese a todo, ella era muy diestra teniendo en cuenta que era novata en los juegos de ordenador. A diferencia de Nick, no apresuraba a su sin nombre hasta que su indicador de resistencia llegaba al límite, administraba sus fuerzas. Solo después de unos veinte minutos de andar vagando, volvió a dirigirse a Nick.
—¿Hay alguna meta? ¿O es una prueba de paciencia?
—Hay una meta. En algún lado hay una fogata y alguien con quien puedes conversar.
Lo que para Nick fue un árbol, para Emily fue un alto peñasco. El sin nombre lo escaló, y por primera vez se redujo un poco la barra de resistencia. Sin embargo, la vista fue una compensación suficiente. A su alrededor había un mar de copas arbóreas; a la derecha, una colina con puntitos de luz que indicaban una aldea.
—¡Allí! —gritó Nick y señaló con el dedo hacia una tenue luz de un amarillo dorado entre los árboles—. ¡Allí debes ir!
Hasta que Emily mostró una mirada de sorpresa y alegría, Nick no cobró conciencia de cuán emocionado se mostraba.
—Bueno… allí detrás continúa. Por si te interesa.
En el camino hacia la pequeña hoguera, Emily también se topó con un obstáculo. A diferencia de Nick, no era una falla en la tierra sino una muralla que no se podía escalar, pues cada vez que el sin nombre intentaba sostenerse para auparse hacia arriba, se derrumbaban piedras y tierrilla.
—¿Y ahora? —preguntó ella después del quinto intento en vano.
—Tienes que aprender a resolver estos problemas. Te hará falta con mucha frecuencia. Tienes que imaginar que es real. ¿Qué harías entonces? —Nick se sintió un estúpido maestro, pero quería que Emily entendiera lo sensacional que era el juego y lo mucho que se parecía a la realidad.
Emily lo captó al vuelo. Hizo que el sin nombre cargara rocas pequeñas mientras controlaba el indicador de resistencia, le otorgaba pequeñas pausas y, por fin, escaló la muralla sin problemas.
Del otro lado vio el centelleo de la hoguera. Nick también reconoció la sombra oscura que se dibujaba junto a ella. Sus latidos se aceleraron. Ya no le iba a dar más consejos a Emily, tenía que ver por sí misma lo que podía hacer Erebos.
Mientras el sin nombre se acercaba lentamente, el hombre de la hoguera permanecía inmóvil. Sin embargo, las palabras rutilantes de color plateado aparecieron en el margen inferior de la pantalla.
—Te saludo, sin nombre. Estaba esperándote.
No fue eso lo que le dijo a Nick cuando fue su turno. A él lo había alabado por su velocidad. Y por su gran ingenio.
Emily dirigió a su personaje un poco más cerca del hombre, e intentó asomarse bajo la capucha negra. Pero, en ese momento, él mismo alzó la cabeza. Nick casi había olvidado la cara delgada con la boca chica; el hombre jamás volvió a aparecer en el juego.
—Tienes curiosidad. Eso puede ayudarte o eliminarte, sin nombre. Has de ser consciente de ello.
Emily miró a Nick, desconcertada.
—¿Quieres continuar? —preguntó el hombre—. Solo si te unes a Erebos, podrás comenzar con Erebos. Tienes que estar seguro.
Todavía desorientada, Emily se giraba a ver a Nick y la pantalla.
—Está esperando una respuesta —dijo él, y señaló el teclado.
—¿En serio?
—Sí. Inténtalo, ya verás.
Emily puso los dedos sobre el teclado y, tras titubear un poco, empezó a teclear.
—¿Qué significa unirme a Erebos?
El hombre escarbaba con su cayado en el fuego. Saltaron chispas relucientes que volaron en el aire.
—Significa sobrepasar fronteras, superar fronteras. Lo que verdaderamente signifique al final depende de ti.
Emily retiró los dedos del teclado y miró a Nick, sorprendida.
—Me acaba de dar una respuesta. ¿Cómo funciona?
—Ni idea —dijo Nick—. Esta es una de las peculiaridades del juego.
Reprimió una sonrisa al ver que Emily se entusiasmaba.
Entonces empezó a sonar una delicada melodía, algo con flauta y violín, muy suave, muy seductora. Lo sorprendente era que se trataba de una melodía que Nick nunca había escuchado en Erebos. «Ni una sola vez».
—¿Me recomendarías unirme a Erebos? —escribió Emily—. ¿Me recomendarías continuar?
El hombre miró a Emily larga y fijamente.
—No.
—¿Por qué no?
—Porque la oscuridad está repleta de trampas y abismos. De algunos, uno no sale sano y salvo. Otros te devoran para siempre.
A Nick le dio la impresión de que Emily había olvidado su presencia. La chica observaba con atención las palabras del hombre, sus manos levitaban sobre el teclado y al final hizo la misma pregunta que Nick.
—¿Quién eres?
El hombre ladeó la cabeza pensativamente sin perder de vista a Emily.
—Soy un muerto. Nada más.
Pudo oír cómo Emily cogía aire.
—Si estás muerto, entonces ¿qué haces aquí?
—Espero y vigilo. ¿Y bien? ¿Quieres continuar? ¿O retroceder?
Nick advirtió que los ojos del hombre eran verdes. Eran tan reales que juraría haberlos visto en alguna ocasión. En una cara de carne y hueso.
—Continúo —escribió Emily—. Eso imaginabas, ¿no?
—Todos continúan —dijo el hombre muerto—. En ese caso, gira a la izquierda y sigue el curso del arroyo hasta llegar a una quebrada. Crúzala. Después… ya verás cómo continuar.
«Eso también me lo dijo», recordó Nick, pero aquello no era todo.
—Y presta atención al mensajero de ojos amarillos.
Nick advirtió a Emily sobre los agresivos sapos que tanto lo molestaron, pero cuando ella llegó a la quebrada, el enemigo se acercó por lo alto. Unos murciélagos pequeños pero muy mordedores revoloteaban alrededor del sin nombre, y con sus filosos dientes le lanzaban dentelladas. La barra roja del indicador de vida se reducía a toda velocidad.
—¡Tienes que usar el cayado! ¡Presiona el lado izquierdo del ratón! —Nick tuvo que contenerse para no quitárselo de la mano a Emily y matar a los murciélagos—. Con escape te los sacudes. Con la barra espaciadora saltas.
Tardó un poco y al sin nombre le costó mucha sangre, pero, al final, Emily eliminó a todos los murciélagos.
—Puedes llevarte la carne —le dijo Nick—. Después la venderás en la ciudad.
Encogiéndose de hombros, Emily guardó los restos.
—¿Y ahora?
Su pregunta se fundió con el sonido del trote que se acercaba. Nick se agachó de manera involuntaria. ¿Qué diría el mensajero si lo viera aquí? Enseguida se dio cuenta de que sacudía la cabeza. «No puede verme. Solo ve al sin nombre. Realmente estoy alucinando».
Emily hizo que su personaje continuara avanzando a lo largo de la quebrada. Allá, adelante, estaba la pared rocosa en medio de la que se abría la cueva. Sobre el saliente que se hallaba justo delante aguardaba la familiar figura del mensajero a lomos de su montura acorazada.
—Cielos, qué horrible es —susurró Emily.
El mensajero vio venir al sin nombre. No se movió, aunque el caballo parecía inquieto, pues piafaba y bufaba.
—Te saludo, sin nombre. Para ser la primera vez, has sido hábil.
—Me alegro —escribió Emily.
—Sin embargo, deberías ejercitarte más en la pelea. Si no lo haces, no se te concederá una larga vida.
—De acuerdo.
El mensajero apartó la mirada del sin nombre y se giró hacia Emily, que automáticamente arrastró la silla hacia atrás.
—Es tiempo de que obtengas un nombre. Es tiempo para el primer rito.
—¿Qué debo hacer?
El mensajero indicó con su dedo la cueva que estaba a su espalda.
—Entra en ella. Lo demás se irá viendo. Te deseo suerte y que tomes las decisiones correctas. Volveremos a vernos.
Tiró de su caballo para que volviera grupas y partió al galope sobre un camino angosto y casi invisible.
—Supongo que tengo que subir estas escaleras, ¿verdad? —preguntó Emily.
—Sí. Sube la escalera y entra en la cueva.
El sin nombre desapareció en las tinieblas de la montaña y la pantalla del ordenador quedó sumergida en la oscuridad.
—Esto también durará su tiempo —dijo Nick—. Uno no debe ponerse nervioso.
Emily movió el ratón de arriba abajo, pero el cursor no se veía por ningún lado.
—Es tremendamente real —dijo después de un rato—. He tenido la sensación de que el mensajero me miraba de verdad. Como si quisiera enseñarme que sabe de sobra que el juego no depende del personaje, sino de quien lo dirige.
—Eso va a seguir pasando.
Observaron sus reflejos en la pantalla.
—¿Es complicado este primer rito? ¿Algo así como con los murciélagos?
—No, muy distinto. Ya lo verás.
¡Pum pum! ¡Pum pum!
—Suena como un latido. ¿Qué es?
—Significa que está continuando. Pulsa enter..
En la pantalla negra aparecieron unas letras rojas.
—Yo soy Erebos. ¿Quién eres tú?
«¿Emily debería mentir? ¿Va a dar un nombre falso?».
—Soy Emily.
—Dame tu nombre completo.
—Emily Carver.
Susurro misterioso.
—Emily Carver. Emily. Emilycarver. Emily Carver.
«Así te dan la bienvenida antes de lanzarte al abismo», pensó Nick con nostalgia. Emily buscó su mirada y él le sonrió.
—Bienvenida, Emily. Bienvenida al mundo de Erebos. Antes de que comiences el juego, debes conocer las reglas. Si no te gustan, puedes poner fin al juego en cualquier momento. ¿Está claro?
—Nunca lo hubiera pensado —murmuró Emily mientras escribía «está bien»—. En cualquier momento. Suena bastante justo, en realidad.
—Bien. Esta es la primera regla: solo tienes una oportunidad para jugar con Erebos. Si la desaprovechas, se termina. Si muere tu personaje, se termina. Si violas las reglas, se termina. ¿De acuerdo?
—Sí.
—Segunda regla: cuando juegues, asegúrate de estar sola. Nunca digas tu nombre durante el juego. Nunca menciones el nombre de tu personaje fuera del juego.
Emily quitó los dedos del teclado y miró a Nick.
—Eso quiere decir que ahora debería echarte de aquí, ¿verdad?
—Tú solo escribe «sí» —dijo Nick—. Por el momento puede irte bien un poco de ayuda.
¿Lo echaría de verdad? Él no quería irse. Quería estar en el primer rito. Quizá hasta en su primera pelea.
Alrededor de los labios de Emily se delineó una sonrisita cuando escribió «de acuerdo».
—Bien. Tercera regla: el contenido del juego es secreto. No hables con nadie al respecto. Sobre todo con los que no se han registrado. Mientras juegues, puedes intercambiar impresiones ante la hoguera. No divulgues ninguna información a tus amistades ni a tu familia. Tampoco en Internet.
—Poco a poco me quedan claras algunas cosas —dijo Emily.
—Cuarta regla: guarda muy bien el DVD de Erebos. Lo necesitarás siempre que comiences el juego. Por ningún motivo lo copies, solo si el mensajero te lo pide.
—De acuerdo.
Una luz brilló en toda la pantalla, y casi se irradió fuera de ella. En el soleado claro se hallaba sentado el sin nombre, y tras él esperaba la torre derruida en la que se desarrollaría el primer rito.
Tan pronto como Emily tocó su personaje con la flecha del cursor, este se enderezó, se quitó el rostro de la cabeza y tomó el camino hacia la torre.
—Ahora se trata de decisiones importantes —dijo Nick—. No debes precipitarte. Yo te ayudaré.
El sin nombre se hallaba ante la primera placa de cobre.
«Elige tu sexo».
—No es tan importante qué elijas, aunque los hombres son un poco más fuertes…
Emily ya había elegido «Mujer». El cuerpo del sin nombre cambió, se volvió más delgado y se pronunciaron los pechos y la cadera.
—Lo siento, Nick, pero este será mi personaje —dijo Emily.
«Elige un pueblo».
—Vale, no me meto más, pero los bárbaros son buenísimos —dijo Nick—. La verdad es que son muy fuertes y tienen mucha resistencia. Si otra vez tuviera la elección, elegiría un bárb…
Sin embargo, Emily ya había decidido.
«¿Humano? —decepcionado, la miró de reojo—. ¿Por qué ha elegido un humano?».
—¿Sabes?, me conozco mejor en mi propia especie —replicó ella a la pregunta no pronunciada—. Me gusta ser humana.
«Elige tu aspecto físico».
Emily puso a la cabeza de su mujer una cabellera roja, corta y erizada, y la vistió completamente de negro: botas, pantalones, camisa y chaqueta. Solo el cinturón era rojo, pero así era el de todos los demás.
«Elige una ocupación».
—No todo suena tentador —expresó Emily—. Si me decido por el bardo, ¿tendré que cantar?
Nick no lo sabía. Él fue un caballero y durante el juego no tuvo que resolver muchas tareas de caballeros.
—Yo creo que la ocupación no es tan importante —explicó y Emily se decidió por bardo.
En ese momento entró un gnomo a la torre. Nick había olvidado por completo esa visita tan desagradable.
—Un humano, no, qué gracioso. Y ridículo, ¿no crees? —opinó a manera de saludo.
—No, para nada.
—Oh, oh, oh. Y además una barda. ¿No te van mucho las peleas? ¿Prefieres tararear cancioncillas por ahí?
Emily ignoró el gnomo y buscó la siguiente placa de cobre.
«Elige tus habilidades».
—Curar es basura —dijo Nick de inmediato—. Va contra tu fuerza vital. Yo la elegí y fue un error.
El cursor daba vueltas en torno a las palabras: fuerza, resistencia, maldición de muerte, avanzar sigilosamente, hacer fuego, piel de hierro, escalar…
—Curar me parece la mejor de todas —opinó Emily después de un rato durante el cual el gnomo estuvo dando brincos de derecha a izquierda mientras hacía muecas salvajes—. Uno juega con otros, ¿verdad? Si curo a alguien, la siguiente vez alguien me curará a mí. Lo encuentro muy práctico.
—¡Pero así no es la cosa! —gritó Nick—. Sobre todo tienes que poner atención en que tú avances. Si te debilitas, no funcionará.
El gnomo giró la cabeza.
—¿Estás sola, humana? ¿Estás obedeciendo la segunda regla? ¡Responde!
—Claro que estoy sola. ¿Por qué no habría de estarlo? —escribió Emily.
En ese mismo instante se puso pálida y Nick empezó a temblar. ¿Cómo era posible que al gnomo se le ocurriera preguntar algo así? El gnomo no podía verla ni escucharla, de ninguna manera. El mensajero tampoco podía hacerlo.
—Estoy tardando mucho —murmuró Emily—. Si estuviera sola podría tomar decisiones más rápidamente. Por eso pregunta, eso creo.
Ella se apresuró a responder. Eligió curar, rapidez, hacer fuego, piel de hierro y fuerza para saltar. Después de una breve pausa, agregó vista a distancia, resistencia, caminar sobre el agua, escalar y avanzar con sigilo.
—No elegiste nada mal —explicó el gnomo—. Claro, para un humano. Qué lástima que no vayas a vivir mucho tiempo.
—El destino —respondió Emily y se concentró en la elección de armas. Del baúl tomó un sable delgado y curvo, con esmeraldas en la empuñadura. Después, un escudo pequeño de bronce.
—Muy bonito, pero lamentablemente son juguetes —criticó el gnomo.
La última placa.
«Elige tu nombre».
—Será un verdadero y horrible nombre de humano —espetó el gnomo—. ¿Petronila, Bathildis, Aldusa o Berthegund? ¿Y bien? ¡Estoy esperando! ¡Estamos esperando! ¡Seguro que sabes un nombre!
Emily titubeó un momento.
—De hecho ya he pensado en uno. Vamos a ver qué opina de este.
«Hemera», escribió.
Nick se sintió algo decepcionado. «Hemera» no le sonaba a nada especial. En sus oídos sonaba a aparatos electrónicos para cocina. El gnomo, por el contrario, quedó impresionado.
—Alguien se ha pasado de listo, ¿eh? Puede llegar a ser algo. ¡Hemera! No hagas que mi amo te pierda la simpatía, pequeña humana.
Entonces el gnomo dio un salto y se fue cojeando hasta la salida de la torre. Nick casi esperaba que volviera a sacar su increíblemente larga y verde lengua, pero, al parecer, en esta ocasión no estaba de humor. Sin musitar una palabra, cerró la puerta detrás de él. A toda prisa se escurrió entre los muros de la torre para irse.
—¿A qué se refiere con «pasarse de listo»? —preguntó Nick.
—Descúbrelo tú mismo. —Emily se deleitó a ojos vistas—, así como yo quiero descubrir lo que sigue. Nos vemos mañana, ¿de acuerdo? A partir de aquí seguiré jugando sola.
«¡Pero si apenas acaba de empezar lo bueno!». La decepción le cayó tan pesada en el estómago como un pedazo de plomo.
—Escucha, lo estás subestimando. Vas a avanzar más rápido si te ayudo y te harás menos daño. Solo confía en mí, ¿vale?
Emily sacó el enchufe de los auriculares de su iPod y lo conectó a su ordenador.
—Ese fue uno de tus consejos, ¿no es así? Cuando me los ponga, no voy a escuchar nada de lo que me digas.
—Pero…
—Ya vale, Nick. Tú mismo has visto cómo se puso el gnomo hace un momento de desconfiado. Lo lograré, ¿de acuerdo? Así que voy a atenerme a las reglas como los demás y jugaré sola.
Nick se dio por vencido.
—Si tienes problemas, te recomiendo que te cuides —le dijo. No perdía nada con un último comentario críptico—. Y si te quedas atrapada o necesitas ayuda, yo te ayudo. En serio.
—Es bueno saberlo —dijo Emily sonriendo—. Gracias, Nick.
En casa, Nick consultó Wikipedia y resultó que Hemera era la hija de Erebos y el completo contrario de su padre. Hemera era la diosa del día, de la mañana, de la luz.
Algunos dicen que es necesario haber nacido para triunfar. Cuanto más lo pienso, más tiendo a estar de acuerdo. La decepción de no pertenecer a los elegidos la superé hace ya tiempo, pero no me siento capaz de soportar otra derrota. Si logro triunfar, al final no estaré allí. Eso es evidente. No se requirió mi presencia en la final, y los actores serán otros. Ellos tratarán de conseguir mi meta con todas sus fuerzas..
Pronto llegará la final. Entonces mi parte habrá acabado y podré irme. En resumen: habrá solo ganadores y perdedores. No importa quiénes sean los ganadores. En definitiva, son los perdedores los que importan, y rezo por que sean los que lo merecen.