Capítulo 22

El día siguiente comenzó radiante y dorado. Aunque el mundo real quería seducir a Nick con los encantos del otoño, él solo lo interpretó como una suerte de provocación: la niebla, la lluvia y por supuesto la oscuridad estaban mucho más acordes con su humor. Sin embargo, y a pesar de todo, esa tarde iría a recoger el portátil que Finn le había prestado. De nuevo instalaría el juego y después averiguaría qué pasos tendría que dar. En caso necesario, comenzaría desde el principio.

«Esta vez quizá como vampiro. O como bárbaro».

Toda la jornada escolar la pasó vagando.

«Viernes, por suerte». El fin de semana podría crear a su nuevo personaje y acelerar su ascenso. «Por lo menos debe ser un cuatro», pues ya tenía experiencia.

La última clase terminó y guardó sus cosas en la mochila. Tenía prisa, la tienda de Finn estaba en la otra punta de la ciudad y el trayecto sería muy lento. Los viernes el metro se llenaba más que de costumbre.

Aun así, como era de esperar, Jamie lo entretuvo cuando se disponía a salir del instituto.

—Dicen que estás fuera del juego, ¿es cierto?

—¿Quién te lo ha dicho?

—No importa.

—A mí sí.

Nick vio cómo se dibujaba la alegría en el rostro de Jamie, con gusto le habría dado un puñetazo. Obviamente eso no era justo, pero nadie era justo con Nick. Y si Jamie se alegraba de algo que lo hacía infeliz, «entonces… entonces…».

—He prometido no decir quién me lo ha dicho. Pero si es verdad, ¡a mí me alegraría! No sabes cuánto has cambiado en las últimas semanas… Lo que quiero decir es que… ¡eres mi mejor amigo!

Nick estaba literalmente rojo.

—¿Que soy qué? ¿Qué? No has parado ni un segundo de meterte en mis asuntos y ahora celebras una gran fiesta porque algo me ha salido mal. ¡Claro, siempre y cuando alguien no te haya ido contando patrañas!

Jamie se quedó pasmado.

—Estás entendiendo mal las cosas…

—¿Yo? ¡Claro que no! ¡Tú estás mosqueado porque me estoy ocupando de algo que a ti no te interesa! Como si yo te hubiera prohibido participar.

El color empezó a abandonar la cara de Jamie.

—Nick, estás diciendo tonterías. Sencillamente me alegro de que hayas quedado fuera de un juego que es malo y peligroso.

—¡Sí, cómo no, Jamie se las sabe de todas… todas! Jamie es tan inteligente, Jamie está por encima todas las cosas, ¿no? Y Nick es un tonto, ¡hay que reconocerlo! Vete a la mierda, en serio. ¡Largo de aquí!

Sin decir una palabra más, Jamie dio media vuelta y caminó hacia su bicicleta.

Nick vio cómo se alejaba, aún estaba furioso: no había dicho todo lo que pensaba. Pero, al mismo tiempo, se sintió mal, «porque… porque…», tampoco sabía exactamente por qué. ¿Por qué Jamie ya no estaba de su lado?

Respiró hondo y emprendió su camino al metro mientras observaba de reojo a su amigo. Jamie también estaba bastante enfadado; y aun así pedaleaba a toda velocidad y bajaba por la calle zumbando.

Nick tomó su camino en dirección contraria y no se dignó a girarse para mirarlo. Pronto estaría con Finn para recoger el portátil y poner todo en orden.

En un primer momento ni siquiera escuchó el golpazo, y mucho menos se dio cuenta de que tocaban el claxon. Hasta que los automóviles se quedaron parados junto a él y uno de los conductores se bajó, no comprendió que algo malo estaba pasando. Entonces echó a andar sobre sus pasos.

El atasco llegaba desde el cruce que había a unos trescientos metros del instituto hasta un poco antes de la entrada del metro, el lugar donde Nick estaba a punto de llegar.

—Ha habido un accidente —dijo el tipo que estaba de pie junto al automóvil.

Nick no supo por qué lo supo. Sus entrañas recibieron un golpe tan frío como el hielo. Sin darse cuenta, empezó a correr. Su mochila se le resbaló del hombro y cayó en la acera. Corrió a toda velocidad como si estuviera en un túnel… solo veía la calle, el cruce y la multitud que se congregaba.

—… ni siquiera intentó frenar.

—¡El semáforo estaba en rojo!

—… no entiendo.

—¡Qué mala pinta tiene!

—Mejor ni lo toques por si acaso, Debbie.

Se abrió paso empujando a cuantos se hallaban en la parada del autobús. Se golpeó el hombro en el poste de una farola, continuó corriendo a toda velocidad, escuchó las voces preocupadas como si fueran ruidos sordos, su respiración lo acallaba todo y era más fuerte que las sirenas de las ambulancias que se acercaban.

Ahí estaba el cruce. Allí estaba la bicicleta. Y allí estaba, «oh, Dios mío», allí estaba…

—¡Jamie!

Se abrió paso a través de la multitud, debía pasar, debía llegar hasta Jamie, debía acomodar su pierna en la dirección correcta…

—¡Jamie!

«Tanta sangre». De repente, el cuerpo de Nick se vino abajo y cayó de rodillas junto a su amigo. «Jamie».

—Apártate, está llegando la ambulancia.

—Pero…

Cada respiración de Nick venía acompañada de bruscos sollozos.

—Pero…

—No puedes hacer nada. ¡No le toques! ¡Que alguien se lleve a este chico!

Unas manos lo sujetaron por los hombros. Lo sacudieron. Otras manos lo levantaron con firmeza.

Golpeó a su alrededor. Dio patadas. Gritó.

Llegó la ambulancia. Percibieron el centelleo de luz azul y las chaquetas amarillo neón.

—Respiración débil.

Trajeron una camilla.

—¡Por favor… por favor, no puede morirse!

—Me parece que este también necesita ayuda, está en estado de shock.

—Por favor.

Se escuchó un lloriqueo en la ambulancia. Nick estaba dentro. «Por favor».

Sintió unas manos sobre los hombros. Lo sacudieron.

Sintió que le acariciaban el pelo.

Alzó la mirada.

«Emily».

Le dieron a beber algo y se lo tragó. Emily estaba sentada a su lado, y su mano temblaba un poco cuando le quitó la botella. En repetidas ocasiones trató de preguntarle algo, pero de su garganta solo salían sollozos secos.

Se dobló sobre sí mismo, solo se escuchaba gimotear. Sintió la mano de Emily sobre el hombro. Ella no dijo nada, solo lo estrechó con afecto.

«Jamás lo haría si supiera la verdad».

Cuando Nick volvió a percibir su entorno, los mirones ya se habían dispersado. Emily aún estaba sentada junto a él. Con lo que le quedaba de fuerza, le dirigió una sonrisa.

Solo sentía culpa. Había provocado que Jamie se enfadase tanto que no había frenado en el cruce. Nick se odió a sí mismo.

No quería ir a casa. La idea de estar sentado sin hacer nada le resultaba insoportable. Tampoco podía quedarse allí. Correr y estrellar la cabeza contra la pared le pareció más atractivo.

—Aquí tengo tus cosas, espero que no falte nada.

«¿De dónde ha salido Adrian?».

El muchacho le extendía su mochila sucia. Nick la miró sin comprender. No quería la mochila, tampoco quería beber nada. Solo quería una cosa: volver atrás en el tiempo y conversar de nuevo con Jamie. Esta vez no dejaría que se subiera a la bicicleta. No sería un maldito cabrón.

—Gracias —dijo Emily en lugar de Nick y recibió la mochila que le extendía Adrian.

—¿Sabéis cómo está Jamie? —susurró—. ¿Alguien ha dicho algo?

Nick no pronunció una sola palabra, aunque pudo sentir cómo Emily negaba con la cabeza.

—La policía está allí enfrente y ya está interrogando a los testigos —dijo Adrian—. Si visteis cómo pasó, seguramente agradecerán la información.

—No lo vi —susurró Nick—, solo lo escuché y después…

Dejó de hablar porque de nuevo se le saltaron las lágrimas.

Adrian asintió. Resultaba difícil interpretar su mirada, era comprensiva y al mismo tiempo… era profesional, como la de un psicólogo.

—Yo tampoco he visto nada —dijo Emily en voz baja—. Pero creo que Brynne estaba parada ahí, muy cerca. Aún no han podido interrogarla, le han dado una inyección sedante y casi no se le puede hablar.

«Tengo miedo. Tanto miedo».

Nick subió las manos y empezó a clavarse las uñas en el cuero cabelludo. El dolor le hizo bien, era mucho mejor que el otro dolor que casi resultaba insoportable. El buen dolor le dio una idea.

—¿Alguien sabe adónde se han llevado a Jamie?

—Creo que al Whittington —dijo Emily—. Sí, alguien mencionó el Whittington. Pero a lo mejor ha sido solo un rumor.

Sin decir una palabra más, Nick se puso de pie de un salto, se tambaleó durante unos instantes porque todo lo vio negro, y entonces sintió que el brazo de Emily lo sostenía.

—Voy a ver a Jamie —dijo con voz muy ronca—. Tengo que saber cómo está.

Emily lo acompañó. Se bajaron del metro en la estación de Archway. Nick se congelaba, el camino al hospital le pareció eterno. Agradecía que Emily no le dijera ni le preguntara nada: necesitaba todas sus fuerzas para ir dando un paso tras otro, «con cuidado». A cada paso su miedo aumentaba. Llegarían al hospital y alguien les diría que por desgracia no habían podido salvar a Jamie. Que había muerto en la ambulancia. De pronto, Nick tuvo la sensación de que le faltaba el aire. Se detuvo ante la fachada de vidrio de la entrada y apoyó las manos en las rodillas. Estaba mareado.

—Deben de haberlo llevado a la sala de urgencias —opinó Emily—. Está más allá.

—Pero la ventanilla de información está ahí… Voy a preguntar.

Nick entró en el vestíbulo. El camino hacia la ventanilla era como un pasillo al patíbulo. La delgada mujer rubia que estaba ahí decidiría cómo continuaría su vida. La idea le revolvió el estómago.

—Buenas tardes. ¿Han traído al hospital a Jamie Cox?

Ella lo miró de arriba abajo a través de unas gafas estrechas.

—¿Es su pariente?

—Jamie Cox. Fue un accidente de tráfico. Tengo que saber cómo se encuentra, ¿me entiende?

La rubia perfiló una delgada sonrisa.

—Solo podemos darle información a la familia. ¿Es usted pariente del señor Jamie Cox?

—Somos amigos.

«Mi mejor amigo».

—En tal caso… lo siento mucho.

Nick cargó consigo mismo hasta la salida del hospital. Su sentencia había sido pospuesta. ¿Cómo podría soportarlo? ¿Cómo se suponía que podría soportarlo?

Emily lo condujo a la pequeña área de jardines que se encontraba un poco más allá del hospital. El suelo estaba frío y algo húmedo; Nick se quitó el abrigo, lo puso como cojín y se sentaron.

—No puedo ir a casa —dijo—. Tengo que saber cómo está Jamie.

Guardaron silencio durante un rato, solo viendo pasar los automóviles.

—Podríamos llamar al instituto —propuso Emily—. Quizá ellos sepan lo que sucede.

—No, al instituto no —otra vez se le revolvió el estómago—. ¿Ya lo sabrán sus padres?

—Por supuesto. Seguro que ya los han llamado por teléfono… Si aún vive.

Emily arrancó una brizna de hierba y miró sin parpadear hacia la parada del autobús que estaba frente a ellos.

—Solo pueden pasar cuando alguien ha muerto. Entran por parejas, probablemente no lo tolerarían si estuvieran solos. Entonces te preguntan tu nombre y luego te dicen que cuánto lo sienten…

Nick la miró de reojo sin poder musitar palabra. Ella sonrió, una sonrisa triste.

—Mi hermano. Pero fue hace mucho tiempo.

—¿También un accidente?

La cara de Emily se endureció.

—Sí. Un accidente. La policía dijo que fue suicidio, pero eso es una estupidez.

Otro brizna de hierba cayó víctima de los dedos de Emily. Nick se mordió los labios. No sabía si debía preguntar o guardar silencio. Probablemente ambas cosas estarían mal.

—Era un buen nadador —dijo Emily en voz baja—. Nunca habría saltado al agua para matarse.

Nick le rodeó los hombros con su brazo, sin miedo a que lo rechazara. Ninguno se rechazaría. Se abrazaron, no como enamorados, sino como dos personas que necesitan sostenerse.

Emily vio al padre de Jamie salir del hospital. Estaba tan apesadumbrado que Nick tuvo miedo de dirigirse a él; sin embargo, Emily entendió la situación de otra manera. Corrió a su encuentro y le detuvo. Nick vio cómo conversaban, aunque no pudo escuchar lo que se decían. El señor Cox se frotó varias veces los ojos y extendió los brazos con un deje de impotencia. A Nick se le rompió el corazón. Emily asentía una y otra vez y luego dio un fuerte y largo apretón de manos al padre de Jamie antes de regresar con él.

—Está vivo. En la ambulancia sufrió un paro cardiaco y tuvieron que reanimarlo, pero ya está más o menos estable, al menos eso es lo que ha dicho su padre.

La expresión paro cardiaco le provocó arritmia.

—Estable, eso es bueno.

—En realidad, no tan bueno. Está en coma inducido… y también muy malherido, con varias fracturas en la pierna izquierda y en la cadera. Además, ha tenido un traumatismo craneoencefálico —apartó la vista de Nick—. Podría ser que queden secuelas… si es que sobrevive.

—¿Qué quiere decir eso de que queden secuelas? ¿A qué te refieres con que queden secuelas?

Emily se apartó el pelo de la frente.

—Que podría tener algún daño cerebral.

La ola de alivio que Nick había sentido durante algunos segundos cedió por completo. «Daño cerebral. No. De ninguna manera». Quiso expulsar de sí semejante idea. Eso no podía ocurrir porque sencillamente no debería haber ocurrido.

—¿Podemos verle?

—Me temo que no… no. Está en cuidados intensivos. Ni siquiera está consciente y no se daría cuenta de que estamos allí. Tenemos que esperar.

Nick esperó durante los siguientes días sin dejar de sentirse un segundo como si estuviera en el infierno. Ininterrumpidamente. No importaba lo que estuviese haciendo: comer, estudiar, hablar con alguien; en realidad, solo esperaba escuchar la noticia de que Jamie había despertado y que recuperaría la salud. Solo en algunas ocasiones se desviaban sus pensamientos, y entonces aparecían imágenes en forma de flashes… la arena y el grandullón de ojos saltones, BloodWork y su enorme hacha, pero con más frecuencia el mensajero. Siempre aparecía como la última vez, cuando sus ojos amarillos se volvieron rojos. Eso le atormentaba. No podía permitirse pensar en Erebos mientras Jamie siguiera en coma. Sin embargo, las imágenes volvían a su mente de manera inexorable.

Era fin de semana y por eso ni siquiera el instituto le ofrecía una distracción. Cada vez que sonaba el teléfono, se estremecía y se debatía entre el pánico y la esperanza. Largo de aquí eran las últimas palabras que le había dicho a Jamie; cada vez que las recordaba, se retorcía por dentro.

«No te largues, Jamie, por favor, no te largues».

Como era natural, el lunes Jamie fue el principal tema de conversación en el instituto. Todos habían visto o escuchado algo y querían contarlo. Solo los que de verdad estuvieron cerca del accidente guardaron silencio. Brynne era la más silenciosa, pero casi nadie la reconocía sin su maquillaje. El día del accidente también la llevaron al hospital, y se rumoraba que necesitó ayuda psicológica.

Ya nadie hablaba sobre Eric y Aisha.

Nick tuvo la impresión de que el alivio de Aisha era mayor que el de Eric.

A primera vista, la tarde frente al hospital no había cambiado absolutamente nada entre Nick y Emily. No se sentaron juntos en clase y tampoco compartieron mesa en el almuerzo. Pero sí había algo distinto del pasado: pequeñas miradas, una sonrisa más prolongada o un saludo entusiasta con la cabeza. Emily jamás le había hecho a Nick ese tipo de señas. Para él eran los únicos destellos en un desértico e infinito mar de espera.

El martes, por fin, tuvieron noticias: el señor Watson las anunció en la clase de Literatura inglesa.

—Los padres de Jamie han llamado por teléfono, y han dicho que ya está fuera de peligro, aunque lo mantendrán en coma inducido. Cuánto tiempo, los doctores no lo saben. Sin embargo, es una gran noticia. No puedo decirles lo contento que me siento.

En la clase, el alivio se sintió como si fuera una brisa. Algunos aplaudieron, Colin se puso de pie de un saltó y dio unos pasos de baile. Nick se habría lanzado al cuello de Emily, pero se limitó a intercambiar con ella una larga mirada. Sentía una alegría inmensa, pero con un resabio de inseguridad. El señor Watson no había dicho una palabra sobre su posible minusvalía.