Capítulo 18

De: Frank Betthany < fbetthany@gmail. Co. uk>.

Para: Nick Dunmore < nick1803@aon. Co. uk>.

Asunto: Entrenamiento.

Nick, no sabes lo decepcionado que estoy contigo. Con todos vosotros. Has faltado a los últimos entrenos y ni siquiera te pareció oportuno avisarme. Por desgracia, no has sido el único. La última vez entrené solo con cuatro en el gimnasio.

Por mi parte, podéis iros a tomarle el pelo a otro. Una falta injustificada más y estás fuera del equipo.

F. Betthan.

—¿Qué te ha pasado?

—¿Estuviste en el hospital?

—No tienes buen aspecto.

Brynne y algunas de sus amigas rodeaban al silencioso Greg, que trataba de sacar sus libros de la taquilla con evidente esfuerzo.

—Me caí de las escaleras mecánicas. —Greg sonrió con claras muestras de cansancio. Por el tono de su voz podía pensarse que esa no era la primera vez que contaba la misma historia—. Me resbalé y luego me fui de boca, pero no es tan grave como parece —se tocó la costra del rasguño en la nariz, al tiempo que esbozaba una sonrisa torcida.

«Aunque no es tan grave, sigue siendo grave», pensó Nick. Greg tenía la muñeca izquierda vendada y cojeaba ligeramente.

—¿Quieres que te lleve la mochila? —le ofreció, pero Greg le hizo una rápida seña para rechazarlo.

—No. Puedo hacerlo yo. No es tan grave. Hasta luego.

Nick vio cómo se iba e intentó reprimir el pensamiento que se negaba a abandonar su cabeza desde la aparición de Greg.

«Tonterías. Greg dijo que se había tropezado». Como si a Nick nunca le hubiera pasado. En más de una ocasión, después de un choque en el baloncesto, se tiró dos semanas caminando con las costillas vendadas. «Sí. A veces pasa».

—¿Nick?

Era Emily, estaba sola. Ni Eric ni Jamie, ni siquiera Adrian, se encontraban cerca de ella.

—Hola, Emily. Siento mucho no haber respondido tu sms.

—Está bien. No era tan importante —le sonrió.

—¿Quién es ese Victor del que me escribiste?

—Tampoco es tan importante, ¿puedo preguntarte algo?

—Claro.

—Vamos allí —con un movimiento de cabeza le indicó las escaleras del edificio, donde podían conversar sin interrupciones.

Nick la siguió. Sintió la mirada de Brynne en la espalda, le lanzó una sonrisa rápida y mentalmente se insultó por ser tan cobarde.

—¿Tú crees que es cierto lo que Aisha dijo de Eric? —comenzó Emily, sin rodeos.

«Lo sabe —pensó Nick y sintió cómo se ponía rojo—. Sabe lo de mi cristal mágico». Sin embargo, en los ojos de Emily no se veía ninguna huella de reproche, solo un sincero interés en su opinión.

Encogió los hombros dando a entender que no tenía ni idea.

—A saber. Puede ser. Quiero decir, no lo conozco tan bien… así que… yo… —dijo, y empezó a tartamudear mientras ella lo observaba.

—Conocer es siempre algo relativo —trató de echarle un cable—. ¿Sabes?, desde ayer no dejo de preguntarme si no habrá algo tras esa acusación de Aisha. Primero me pareció muy absurda… pero quién sabe.

Nick se sintió casi ofendido.

—¿Crees que Aisha…?

—No. Tal vez. No lo sé. La gente hace cosas inimaginables… cosas que ni uno mismo se creía capaz de hacer.

Impacto total. Nick sintió que su cara ardía; seguramente se le había puesto roja, a fuego vivo.

«Sí, lo sabe».

Si Emily advirtió su vergüenza, lo escondió con enorme habilidad. Pensativa, se giró hacia los vestuarios donde Brynne seguía parada y sin quitarles ojo de encima.

—Yo tampoco conozco tan bien a Eric. A los dos nos encanta la literatura, de eso es de lo que hablamos la mayoría de las veces. Es muy inteligente, eso me gusta. En realidad, es demasiado inteligente para hacer algo así, pero ya hay un testigo que se supone que le vio…

—¿Quién?

Emily se encogió de hombros.

—Ni idea, el señor Watson se lo contó esta mañana a Jamie y él no daba crédito, estaba hecho una furia… piensa que alguien está amañándolo todo.

—No estaría mal que Aisha tuviera un testigo. —Nick cerró los ojos—. ¿Por qué me cuentas todo esto?

Emily miró hacia el suelo.

—¿Qué querías darme el domingo por la mañana, cuando me llamaste por teléfono?

Nick se rió sin ganas.

«Quería regalarte un mundo —pensó—. Un mundo muy divertido, increíble y excitante. Emocionante. Místico. Horripilante. De pesadilla. Todo junto».

—Seguramente te lo puedes imaginar, ¿no es cierto? No quería el número de teléfono de Adrian, era por…

—Ya lo pillo —asintió con la cabeza—. Estaba muy cerrada, lo sé. Pero no era nada personal. Lo más probable es que hoy reaccionara de otro modo. ¿Sabes?, si a ti te convence, entonces debe de tener algo interesante.

Emily volvió a sonreírle y se fue.

Nick se quedó sin palabras, viendo cómo ella se iba. Si ese era el efecto del cristal mágico, empezaba a darle miedo de verdad. Algo así no podía suceder. Además, «¿Emily y Erebos? ¿Por qué así, tan de repente?». Se pasó la mano por la cabeza, sorprendido por que esa idea le gustara tan poco. ¡Pero si eso era lo que quería! Una Emily gato o una Emily elfo, quizá incluso una Emily vampiro a su lado. Sin embargo, ya había copiado el juego para Henry Scott y no había marcha atrás. No podría ofrecérselo a Emily, aunque ella lo quisiera.

—¡Qué tremendamente comprensivo de tu parte estar coqueteando con Emily cuando yo estoy ahí al lado! —Brynne se plantó detrás de él. La rabia hizo que subiera la voz hasta alcanzar tonos muy desagradables.

—¿Cómo?, ¿perdón?

—¿Nuestra cita no significó nada para ti?

—Pero… yo…

«Maldita sea». Volvió a tartamudear.

—¿Crees que puedes ligarte a una nueva cada día? ¿Crees que no tengo sentimientos?

—¡Pero si no estaba ligando con Emily! —dijo Nick, indignado—. ¡Solo estábamos hablando!

—¡Y a mí no me haces caso! ¿Crees que no me doy cuenta de cómo la miras, casi con la boca abierta? —dijo Brynne y con un gesto teatral se echó el pelo a la espalda—. ¡Estoy tan decepcionada contigo, Nick!

Lo dejó ahí, petrificado. El chico se frotó los ojos y suspiró. Era un idiota. Realmente se había puesto en evidencia al hablar con Emily.

Ese era el día de las conversaciones extrañas, por lo menos así estaba resultando. En una de las horas libres, el señor Watson se acercó a él y le pidió que le acompañase a charlar en una de las aulas vacías. A Nick el corazón le latió a un ritmo vertiginoso.

«La pistola. Sabe que tengo algo que ver con la pistola».

—Quiero hablar contigo porque te considero una persona inteligente —le explicó el señor Watson. Luego puso su termo sobre la mesa y miró meditabundo a través de la ventana—, creo que te has metido en algo que no te hace bien.

«Enseguida mencionará la pistola».

—En las últimas semanas me he enterado de que un grupo de alumnos de nuestro instituto está jugando a un videojuego llamado Erebos… Confío en que me entiendas: no tengo nada en contra de los videojuegos. Incluso he encargado a los alumnos de uno de mis grupos que escriban redacciones basadas en World of Warcraft. Pero esto es algo distinto. Es peligroso y debo hacer algo para detenerlo.

Nick lo observó mientras guardaba silencio. Lo más probable era que Colin, Rashid y otros más ya se hubiesen enterado de que Watson le había hecho llamar. No podría ocultárselo al mensajero.

—Me gustaría mucho que me ayudaras, Nick. Quiero ser completamente sincero contigo: hasta ahora no he tenido mucho éxito en mi lucha. Varios alumnos que ya fueron expulsados del juego han venido a hablar conmigo. Sin embargo, el juego ya no está en sus ordenadores. Tal vez si se encargasen los especialistas de la policía, tendrían más éxito a la hora de averiguarlo, pero solo podré dar parte a la policía cuando haya algo ocurrido. —Watson suspiró—. Y tengo mucho miedo de que ocurra, ¿tú no?

Nick hizo un ruido indefinible, algo entre un resoplido y una tos.

—¿Qué podría ocurrir? —dijo, pues era evidente que el señor Watson esperaba una respuesta.

—No lo sé, dímelo tú.

—Bueno, yo no lo sé.

Watson lo examinó de hito en hito.

—A mí me parece que lo que le pasó a Eric ya es bastante malo. Por supuesto, ahora puedes decir que si acosó a Aisha, es culpable. Pero Aisha no quiere ir a la policía. Bajo ningún concepto. Es extraño, ¿no?

Nick volvió a encogerse de hombros, esta vez abatido.

—Imagino que le da vergüenza, podría entenderlo. Y es cosa suya.

—Sí, claro. Aquí todos se ocupan solo de sus cosas, ¿no? Con la excepción de tu amigo Jamie, que decidió tomar cartas en el asunto. ¿No te has dado cuenta?

—¿Puedo irme ya? La verdad es que no sé cómo podría ayudarle.

El señor Watson asintió con la cabeza, resignado.

—Si necesitas ayuda, puedes venir a verme cuando quieras, ¿de acuerdo? Tú y todos los demás.

Nick abandonó el aula. Se esforzó en aparentar seguridad y tranquilidad, que al menos eso quedase claro. Aunque no le importaba. El señor Watson no había mencionado la pistola. Era lo principal.

—¿Hay alguna novedad de la que puedas hablarme?

Sarius se encontraba enfrente del mensajero en un lugar completamente desconocido. Nunca había estado allí antes. Era una colina dominada por una torre casi derruida. La torre ejercía una poderosa atracción sobre Sarius. Transmitía la magnitud de la fortaleza de la que debió haber formado parte otrora, pero, al mismo tiempo, parecía que se vendría abajo en cualquier momento. El resto, un panorama austero dominado por un extraño seto que dividía el campo en dos partes: una mitad era verde; la otra, amarilla. El amarillo provenía de las flores en forma de embudo que crecían con increíble abundancia en el lado izquierdo del seto, mientras que en la derecha no había rastro de ellas. De manera involuntaria, Sarius imaginó a un jardinero demente que, riendo para sus adentros y medio confundido, plantaba sus extraños vegetales en mitad del campo gris y pedregoso.

No quería mencionar la conversación con el señor Watson si no estaba obligado a hacerlo. Intentó hablar de otra cosa. Algo positivo que no pudiera comprender el mensajero.

—Tengo la impresión de que Emily Carver comienza a interesarse por Erebos. Hasta ahora no estaba muy convencida que digamos, pero hoy me ha dejado entrever que ha cambiado de idea.

—Bien, Sarius. Es suficiente por hoy, es mejor que te vayas. Nos acercamos al fuerte de Ortolan, debes saberlo. Es preferible tener muchas precauciones. Si sigues por el lado oeste del seto, te toparás con un monumento; en realidad es una estatua —rió a medias y Sarius sintió escalofríos—. Allí encontrarás combatientes amistosos, pero es posible que también te encuentres algunos enemigos. Mucha suerte.

«El seto brilla en la oscuridad, qué práctico». Era recto, como una línea que recorría todo el paisaje. Por un momento, Sarius creyó reconocer algo en él, como si fuera una de esas pinturas que enseñan una cara oculta. «Una verdad que se esconde detrás de lo aparente». Sin embargo, la impresión desapareció tan rápido como llegó.

El camino se le hizo eterno. Aunque debía estar en la ruta correcta, pues el seto luminoso no dejaba duda alguna al respecto.

Después de un rato, vio algo enorme a la distancia: probablemente era el monumento. Solo que se movía. Al acercarse, Sarius reconoció qué era. Se trataba de una famosa escultura griega: un hombre, cuyo nombre no recordaba, y sus dos hijos, apresados y casi asfixiados por los anillos de unas poderosas serpientes marinas. Arriba, en su pedestal, luchaban por su vida los tres personajes de piedra, mientras que las serpientes se retorcían entre sus cuerpos.

En torno al pedestal había un grupo de combatientes. Allí estaban Drizzel, LordNick, Feniel, Sapujapu. Un poco más allá aguardaban Lelant, Beroxar y Nurax. Todos aguardaban lo que estaba a punto de suceder.

Sarius se colocó al lado de Sapujapu y observó junto con los demás la tormentosa acción que tenía lugar por encima de sus cabezas. Quería preguntarle a Sapujapu de qué iba todo aquello; sin embargo, solo vio un pequeño fuego encendido a lo lejos. De momento trabar una conversación no era posible. La llama apenas bastaba para alumbrar de manera escalofriante la retorcida estatua.

¿Quizá la misión consistía en matar a las serpientes? Pero ¿cómo podría Sarius subir al pedestal? Los demás tampoco lo intentaban, al menos no por ahora.

Los movimientos de las figuras de piedra tenían algo hipnótico. A Sarius le daba la impresión de que se le iba el aire cada vez que las serpientes apretaban sus cuerpos alrededor de los hombres.

De pronto apareció un gnomo con la piel tan blanca como la nieve. Era uno de los mensajeros del mensajero.

—Bonita vista, ¿no es cierto? —dijo mostrando los dientes—. ¿Comprendéis lo que significa?

No contestó nadie.

«¿Se trata de una adivinanza? ¿Hay alguna recompensa por la respuesta?».

—No, no entendéis nada. Eso es justo lo que mi amo pensaba. Entonces id, corred hacia el bosque y destrozad a los orcos. Quien me traiga tres cabezas será recompensado.

Contento de haber escapado de la lúgubre actuación, Sarius salió a la carrera. Como muchas veces, empezó a escuchar la maravillosa música que le daba la certeza de ser invencible.

«Tres cabezas, ¡bah!, eso es pan comido».