Capítulo 16

—¿Nick? ¡Nick! Dios mío, ¿te encuentras bien? ¡Despierta!

Nick abrió los párpados. El trabajo que le costó enfocar la mirada fue inmenso, pero no nada en comparación con el esfuerzo que hizo para enderezarse. Algo sonaba sobre el escritorio: era el teclado protestando por el peso de su mejilla. Nick lanzó una mirada rápida a la pantalla. «Todo está negro, por suerte».

—¿Te quedaste dormido ahí? ¿En la silla?

—Mmm… puede ser. Probablemente.

Nick tenía la boca reseca y sentía cómo le retumbaba la sien.

—Óyeme, ¿no te estarás volviendo un adicto al ordenador? Por todos los cielos, hijo, ¿qué has estado haciendo todo este tiempo?

«Cortándoles las patas a unas enormes arañas».

—Estuve chateando. Estaba tan entretenido que perdí la noción del tiempo. Lo siento mucho, de verdad, mamá. No volverá a pasar.

Su madre le apartó un mechón de la frente.

—Pero ¿así vas a ir al instituto? Debes de estar muerto de cansancio. ¿Por qué haces esto? Creía que podía confiar en ti. Nicky, necesitas dormir, sabes de sobra que el instituto es muy exigente…

—No tanto, estoy bien —la interrumpió—. Me voy a dar una ducha de agua fría y después estaré listo.

Aunque no lo dijo de manera explícita, el ofrecimiento de faltar al instituto que se escondía en la verborrea de su madre era muy atractivo, pero, por desgracia, no era el día adecuado. Las arañas habían supuesto tanto trabajo para Sarius, que tuvo que recurrir a la ayuda del mensajero y aceptó otro encargo. «Nada de jugar en vez de ir al instituto». Además, se moría de curiosidad. Quería ver a Eric y a Emily. Quería saber qué había pasado. Si es que había pasado algo.

En el espejo del cuarto de baño, Nick observó las profundas marcas que el teclado le había dejado en la cara. ¿Cuándo se quedó dormido? Aún recordaba su encargo y también cómo buscó con los ojos escocidos un pedazo de papel para anotar las indicaciones del mensajero. Después de eso, se quedó dormido.

Tomó un baño de agua caliente, luego de agua fría y luego otra vez recurrió a la caliente. Así y todo, seguía sintiéndose mareado. El aroma de café de la cocina se mezclaba con el olor del gel de baño. La combinación le revolvió el estómago. Tal vez quedarse en casa fuera la mejor opción. Pero los días libres valían su peso en oro.

Dobló el trozo de papel donde había escrito su nuevo encargo y lo guardó en la cartera. Después metió la cámara en la mochila. No entendía el sentido del encargo, en esos momentos era casi tan indescifrable para él como la noche previa. «No importa». Después de eso sería un ocho.

El recuerdo del deseo que había pedido lo acompañó todo el camino al instituto. A pesar de que era una tontería: dentro de unos días el mensajero le llamaría y le ordenaría que deseara otra cosa. Nick debía estar preparado, tenía que pensar en algo que fuera bueno. «Algo con sentido, claro». No le hacían falta los remordimientos de conciencia.

Con ese pensamiento torció para entrar en la calle que daba al colegio. Se encontraba insólitamente silenciosa. Como si alguien hubiera cogido un control remoto y hubiese bajado el volumen. Si bien algunos alumnos aislados o en pequeños grupos mataban el tiempo fuera del edifico, el nivel de ruido era mínimo. Los que conversaban lo hacían en voz baja. Nick descubrió a dos chicas más jóvenes que estaban paradas junto al portón del instituto y claramente esperaban hacer contacto visual con cualquiera que entrara. Su lenguaje corporal era inconfundible: todavía no lo tenemos.

Emily se hallaba de pie bajo un castaño con hojas de un rojizo pálido. Eric no estaba con ella. El corazón de Nick palpitó hasta retumbarle en el cuello. «No hagas el ridículo. Esto no tiene nada que ver con tu deseo. Nada». No estaba sola: hablaba con Adrian. El pequeño McVay tenía los brazos cruzados sobre el pecho y no miraba a Emily mientras hablaba. Ella le escuchaba, asentía con la cabeza, de repente se limpió la cara y apartó la mirada.

Aunque no podía resistir el impulso de acercarse, Nick sabía sin lugar a dudas que ambos interrumpirían su conversación en el preciso instante en que se aproximara.

Mientras tanto, una de las jóvenes que se encontraban junto al portón del instituto tuvo éxito. La llamó un chico que tocaba el saxofón en la orquesta del instituto —si la memoria de Nick no le fallaba—, y le susurró algo al oído; ella asintió, él continuó hablándole en murmullos y sacó enseguida un objeto plano de su mochila…

—¿Nick?

El silencioso Greg se había acercado casi de puntillas por detrás. Nick se dio la vuelta, de nuevo con el corazón martilleándole como si estuviera desbocado. ¿Por qué estaba tan nervioso?

—Tienes que ayudarme, Nick… por favor —el labio inferior de Greg temblaba ligeramente, al igual que su mano, que sostenía un DVD cerrado—. Ayer por la noche me sacaron. Pero fue un error, de verdad, tengo que hablar de inmediato con el mensajero y tú debes copiarme el juego, ¡por favor!

De manera involuntaria, Nick dio un paso atrás, poniendo distancia con el DVD que Greg sostenía. Al instante, el otro se lo acercó de nuevo.

—Ya estaba muy avanzado, era un…

—¡No quiero oírlo! —exclamó Nick.

Algunos alumnos que se encontraban a unos cuantos pasos se giraron para mirarlos. Nick caminó sin decir una palabra hacia la entrada. Sin embargo, apenas llegó al vestíbulo, Greg lo agarró de la manga.

—¡Estoy diciendo que fue un error! Hice todo lo que él quería, solo que llegué un poquito tarde y allí simplemente me… —Greg se mordió los labios—. De todas formas fue un error. Cópiame el juego, por favor. ¡Por favor!

«Murió por impuntual», pensó Nick, agobiado.

—No puedo. En realidad deberías saberlo —dijo. ¿Estaba Colin por ahí? ¿Se habría girado a verlos?—. Las reglas son claras: solo puedes jugar una vez. Lo siento.

—¡Sí, sí! ¡Pero conmigo fue un error! Por eso es distinto. Oye, la próxima vez yo te ayudo, ¿estamos? Estudiaré Química contigo. O te pago la copia, ¿hecho? ¿Veinte libras? ¿Te parece bien?

Nick lo dejó ahí, parado. Colin permanecía recostado contra la pared, con gesto desenfadado; había visto toda la escena.

—Cabrón —gritó Greg, perdiendo la calma y yendo tras Nick—. ¡Maldito cabronazo!

Colin sonrió cuando Nick pasó enfrente de él.

—¿Para qué te quería Greg?

—Qué te importa.

—Cualquiera diría que no lo ha logrado.

—Metomentodo.

«Más me valía haberme quedado en casa», pensó Nick ante su taquilla y de pronto se dio cuenta de que ya no sabía qué necesitaba para la siguiente clase. ¿Eran los libros de Biología? ¿O los de Literatura inglesa? «De hecho, ¿qué día es hoy?».

Bostezó y saludó a Aisha, que al pasar le miró sin un solo parpadeo. «Por lo visto, alguien más ha dormido mal». La chica intentó varias veces introducir la llave en la cerradura de su taquilla, y cuando por fin pudo abrir la puerta para coger sus cosas, una hilera de libros cayó al suelo y todos ellos quedaron esparcidos por el pasillo. Alguien soltó una risa burlona.

Aisha dejó los brazos colgando a sus costados, sin dar señales de querer arreglar aquel caos.

—Oye —dijo Nick—. ¿Te ayudo?

Ella negó bruscamente con la cabeza y se inclinó muy despacio hacia los libros, pero no volvió a levantarse: se quedó en cuclillas en el suelo, con un libro apretado contra el pecho. Sus hombros temblaban.

—¿Te encuentras mal? —le preguntó Nick en voz baja.

No recibió respuesta.

Levantó la mirada para buscar ayuda. ¿Dónde estaban los demás? Por ejemplo, Jamie. O Brynne, que siempre andaba por ahí en medio.

Como no supo qué otra cosa podía hacer, Nick juntó los libros y los metió en la taquilla.

Rashid se acercó bostezando, pero ni siquiera se giró para mirar a Aisha: continuó su camino con los libros de Biología bajo el brazo.

«Entonces sí, Biología». Por última vez, Nick buscó la mirada de Aisha, pero la muchacha tenía los ojos cerrados. Tan angustiado como aliviado, cogió rápidamente sus libros y carpetas y corrió tras Rashid.

Fue muy difícil mantenerse despierto, muy difícil. Nick apoyó el mentón sobre su mano izquierda y fijó la mirada en la pizarra hasta que los ojos le lloraron. No solo no debía mirar hacia la derecha, donde Greg estaba sentado y lo taladraba con la mirada. Sino tampoco a la izquierda, donde Emily y Jamie compartían bancada y cuchicheaban sin cesar. Aisha también estaba allí, parecía que había recuperado el control de sí misma. «¡Lo sabía!».

Los ojos solo dejaban de arderle si los cerraba. Pero solo un poco. Le hacía bien cerrarlos. «Muy bien. Muy…».

Un doloroso golpe en las costillas casi lo tiró de la silla.

—No te duermas, idiota —siseó Colin—. Tenemos que comportarnos con discreción. ¿Lo has olvidado?

—¿Qué? No…

—Da igual. Compórtate.

—No vuelvas a darme, ¿entendido?

Colin alzó las cejas, divertido.

—Sí, señora.

Nick pudo aguantar esa y la siguiente clase. En el descanso se colocó en la fila del expendedor automático de café. Alguien le tocó suavemente la espalda. Era Brynne y, en cuanto se dio la vuelta, le plantó un sonoro beso en la mejilla.

—Lo de ayer por la tarde estuvo genial —susurró.

—Sí. Genial. —Nick bostezó de forma bien visible para hacerle creer que su falta de emoción era en realidad un fuerte cansancio. Aun así, se desvaneció la sonrisa de Brynne—. ¿A ti también te hace falta un café con urgencia? —preguntó esforzándose en dar con un tema nada comprometedor, pero ella no respondió.

Un grito penetrante hizo que todas las conversaciones enmudecieran.

Rodeada por un creciente número de personas, Aisha estaba de pie en medio del vestíbulo y se pegaba a Emily. Frente a ellas se encontraba Eric Wu, con cara de enorme perplejidad.

—¡No me toques! ¡No vuelvas a tocarme! —chillaba Aisha.

Nick dejó su lugar en la fila de la máquina de café y se sumó al cada vez más apretado grupo de espectadores, como si fuera un médico con prisa por llegar al sitio del accidente. Tenía la boca seca.

Aisha había escondido su cara en el hombro de Emily y sollozaba.

—Estoy segura de que te equivocas —decía Emily en voz muy baja. Acariciaba la cabeza de Aisha. Sin querer, había desplazado la cinta del pelo hasta la nuca—. Tuvo que ser otra persona.

—No. Estoy segura. Fue él. Después del club de literatura quiso acompañarme al metro y dijo que el camino a través del parque era mucho más bonito… —sus sollozos eran cada vez más fuertes.

Con los dedos temblorosos, Emily trató de devolver la cinta del pelo de Aisha a su lugar original, pero pronto se dio por vencida.

—Me romp-pió la blu-usa y me to-tocó por to-odos la-dos —las sílabas salían entrecortadas de la boca de Aisha. Se subió las mangas y enseñó un cardenal a la altura del codo—. ¡Mira! —espetó.

Nick se mordió los labios hasta hacerse daño. «Eso no tiene nada que ver conmigo. Por supuesto que no. Imposible tan rápido».

—Nada de eso es cierto —exclamó Eric. Estaba pálido y casi no podía dejar de sacudir la cabeza de izquierda a derecha, negándolo—. Simplemente no es cierto.

—Yo vi cómo se iban juntos —dijo Rashid.

—Yo también —afirmó Alex.

Emily, con ojos entrecerrados, fijó la mirada en la abuelita tejedora.

—Qué interesante… Ninguno de vosotros está en el club de literatura.

—¿Y qué pasa con eso? Hay muchas cosas en el instituto de las que uno puede enterarse —replicó Alex.

La mirada de Emily iba de un lado al otro entre Alex, Eric y la sollozante Aisha.

—Está mintiendo —dijo Eric en voz alta.

Aisha se giró hacia él a toda velocidad.

—Eso dicen siempre los hombres, ¿no?

—¿Qué dicen siempre los hombres?

El señor Watson se abrió camino entre la aglomeración mientras le entregaba deprisa un termo y un sándwich mordido a Alex.

—¿Aisha? ¿Qué ha pasado? —le puso la mano sobre los hombros, pero ella se apartó y se abrazó con más fuerza a Emily.

—No me toque.

—Como tú quieras, discúlpame. El resto de ustedes, ¿podrían marcharse a sus respectivas clases? Está a punto de comenzar la siguiente materia.

Nadie se movió del lugar, solo Eric dio un paso al frente.

—Aisha dice que yo, que ayer en el parque la… manoseé. Tiene un cardenal en el codo que supuestamente lo hice yo, pero nada de eso es cierto.

La chica lloró más fuerte.

—Intentó v-v-violarme. Me arrancó la falda y me tiró al suelo…

—Sencillamente no me puedo imaginar que eso que cuentas sea verdad —susurró Emily.

Con delicadeza, pero con clara determinación, soltó los dedos contraídos de Aisha de su camiseta y tomó distancia de la chica que sollozaba.

Al ser despojada de su escudo humano, Aisha se puso en cuclillas y se cubrió el rostro con las manos.

«Yo no quería esto. —Nick cerró sus puños helados—. De ningún modo quería algo así. Con esto no tengo nada que ver, en serio».

¿Y qué pasaba si era verdad? Podría ser que Eric realmente hubiera acosado a Aisha y que el mensajero se hubiese enterado ayer por la noche. Eso aclararía la facilidad a la hora de hacer grandes promesas.

El señor Watson, que se había quedado sin habla, volvió a recuperarse poco a poco.

—Es una acusación muy grave, Aisha.

—¡Nada de lo que ha dicho es verdad! ¡Lo juro! —por primera vez se escuchaba un tono de desesperación en la voz de Eric—. ¡Todo esto es una completa locura!

—En todo caso, no lo vamos a aclarar aquí delante de todo el mundo —dijo el señor Watson—. Aisha, Eric, venid conmigo.

Los dos le siguieron, cada uno cuidando de tomar la mayor distancia posible uno del otro. Su marcha fue el pistoletazo de salida para las ruidosas conversaciones en el patio del recreo.

—Creo que ella está mintiendo.

—¿Por qué iba a hacerlo?

—Eric no es ningún angelito, yo siempre lo había sospechado.

—Quiso meter mano a la turca por debajo de la falda.

—Tonterías, está loca.

—¡Vaya movida, en serio!

—¿Y si Watson llama a la policía? Ya vinieron hace días.

Mientras tanto, Nick no le quitaba ojo a Emily. Estaba quieta, ensimismada y trataba de limpiarse la húmeda mancha de lágrimas que le quedó en el hombro.

«Ahora debo ir hacia ella —pensó Nick—. Debo tener una conversación. Consolarla». Pero antes de reunir el suficiente valor para dar el primer paso, vio cómo Jamie se acercaba y trababa conversación con ella. Intercambiaron varias palabras, y subieron juntos por la escalera.

La siguiente clase era Matemáticas. Eso era lo único que le faltaba a Nick. Por lo menos lo había recordado de golpe y ya no se sentía cansado. La actuación de Aisha le hizo más efecto que un café solo doble.

En la pausa del mediodía, Jamie lo esperaba fuera del comedor.

—¿Cómo estás?

«Ahora sí». Esa era la primera frase normal que Jamie le dirigía desde hacía días. «Es una trampa», habría puesto la mano en el fuego.

—Muy bien. ¿Y a ti cómo te va?

—Estoy preocupado —dijo Jamie y puso cara de estarlo de veras. Tenía la frente repleta de arrugas—. Lo que hoy con Eric… ¿Por qué le hizo eso Aisha? Está deshecho, el señor Watson lo mandó a casa.

Nick reprimió el impulso de largarse.

—¿Que por qué lo hizo? Déjame pensar… ¿A lo mejor porque él le metió las manos debajo de la falda?

—No puedes creértelo en serio.

—¡Vaya! ¿Piensas que Aisha iba a hablar tan mal de él así porque sí? ¿Viste cómo lloraba? ¿Y el cardenal?

—Creo que alguien está interesado en sacar a Eric del mapa —le dijo Jamie—. Él no es aficionado a vuestro juego, ¿lo recuerdas?

—¡Qué tontería! —a codazos, apartó a Jamie de su camino en la cafetería—. Desde la notita de la lápida tienes manía persecutoria.

Cogió una bandeja de la pila y de repente sintió una mano sobre el hombro. Jamie lo había seguido y parecía al borde de las lágrimas.

—¿Sabes qué más pasó? Alguien escondió una pistola y municiones en el patio del instituto. Detrás de los cubos de la basura. El director dice que no fue ninguno de los alumnos, pero que no quiere la prensa en casa.

A Nick le sirvieron una porción de pescado con patatas. Tanto el pescado como las patatas estaban pálidos y aguados.

—Pero Jamie lo sabe todo, ¿no? Claro que sí —le replicó—. Jamie sabe que ese videojuego maldito está detrás de todo esto.

Se mordió el labio inferior y puso una botella de refresco de cola sobre su bandeja. Lo hizo con fuerza. «Fin de la charla».

—No, yo solo encuentro algunas cosas muy raras —respondió Jamie con énfasis pero tranquilo—. Hablé con el señor Watson y me dijo que un profesional lo habría hecho con más cuidado. Habría camuflado mejor la pistola y no se habría limitado a esconderla en una caja de puros detrás de los contenedores de basura.

—Ajá. Quizá el señor Watson sea en realidad el doctor Watson. Y tú eres Sherlock Holmes. Déjame en paz, Jamie. No sé nada de pistolas y tampoco de violaciones.

—Alguien escribió un tipo de código o un mensaje en la caja —continuó Jamie, como si no le hubiera escuchado—. Eso encaja con este tipo de juegos… varios números y una extraña palabra, no era Galaxis pero sí algo por el estilo.

¡Tarabum!

Nick se asustó con el estruendo igual que el resto de la cafetería. No se dio cuenta de que la bandeja se le había caído de las manos.

Galaris.

Todo concordaba. La caja, la palabra y los números de su fecha de cumpleaños. «No, por favor».

La caja era bastante pesada y el objeto dentro de ella era pequeño… ¿Podía ser una pistola? «Sí. Seguro que sí».

—¿No puedes tener más cuidado? —exclamó la cocinera que había tras la barra—. ¡Ahora vas tú a limpiar el estropicio! ¡Dios mío!

—Por supuesto —susurró Nick y recibió una escoba y un recogedor. Sentía la mirada de Jamie como una mano pegada a su nuca, pero no se giraría.

«¿Una pistola? ¿Por qué?». ¿Por qué el mensajero le había ordenado que escondiera una pistola en el viaducto de Dollis Brook?

—Tú sabes algo —afirmó Jamie detrás de él.

—No. No sé nada.

¿Habría alguna fotografía de eso? ¿Algo como la foto de él y Brynne en el café? Se arrodilló en el suelo y empujó las patatas fritas hacia el recogedor, siguió barriendo, aunque ya no había nada que barrer, pero no podía parar. Ante sus ojos veía puntos negros.

—Yo lo he visto, Nick. Te has llevado un susto de muerte. Tú sabes algo.

—Cállate —murmuró Nick e intentó levantarse a duras penas.

Los puntos negros se condensaban en una pared aguada. Le devolvió el recogedor a la cocinera y dejó caer todo su peso sobre la barra.

—Ven, vamos con el señor Watson. Arrojarás algo de luz a todo el incidente y después te sentirás mucho mejor. Lo que está pasando aquí es vergonzoso…

—¡Cierra la boca! —gritó Nick.

«Emily, Eric, una pistola, Aisha, Galaris…». Ya era demasiado. No fue con él. Los olores de la cocina de la cafetería le revolvieron el estómago, y estaba a punto de vomitar delante de todo el mundo. Si había una foto y todo el instituto la tenía en sus manos, entonces le expulsarían. «Tan seguro como que el cielo es azul».

Salió corriendo de la cafetería, empujó de derecha a izquierda a la gente que indignada le devolvía el empujón, encontró una ventana abierta y sacó la cabeza. «Aire fresco, gracias a Dios».

Tenía que pensar. Quizá hablar con el mensajero. Seguro que se mostraba agradecido si Nick le ofrecía esta información. Puede que hasta le aclarase de qué iba aquello de la pistola. Pero antes le esperaba el encargo que aún tenía que cumplir. «Este inconcebible y absurdo encargo».