Capítulo 3

Cuando Nick entró al apartamento, estaba vacío, helado. Seguramente a su madre le entraron las prisas y se le olvidó cerrar las ventanas. No se quitó el abrigo, cubrió todas las rendijas y puso la calefacción a tope en su cuarto. Después sacó el paquete de su bolsillo y lo abrió: Erebos.

Nick hizo una mueca. Erebos sonaba muy parecido a Eros. «¿A lo mejor es un programa para encontrar pareja? Eso encajaría bien con Brynne», pero esta idea desapareció inmediatamente de su cabeza.

Encendió el ordenador. Mientras el sistema se iniciaba fue al salón a por una manta de lana y se la puso sobre los hombros.

Por lo menos le quedaban cuatro horas sin que lo molestaran. Por costumbre, pero también para hacerlo un poco más emocionante, primero abrió sus mails (tres anuncios publicitarios, cuatro correos basura y una amarga notificación de Betthany que amenazaba: quien faltara otra vez al entrenamiento que se atuviese a las consecuencias).

Cuando estaba a punto abrir su Facebook, Finn se conectó por el chat.

—¡Hola, hermano del alma! ¿Todo bien?

Nick no pudo evitar reírse.

—Sí, todo muy bien.

—¿Cómo está mamá?

—Tiene mucho que hacer pero está bien. Y tú, ¿qué tal?

—Bien. Los negocios van de maravilla.

—Genial. —Nick se contuvo para no preguntar más detalles.

—Nicky, la camiseta que te había prometido… Ya sabes a cuál me refiero, ¿verdad?

Y cómo iba a olvidarlo: una camiseta de Hell Froze Over, el mejor grupo de rock del mundo, si uno le preguntaba a Finn.

—¿Qué pasa con ella?

—No encuentro de tu talla. No en las siguientes cuatro semanas. Es que, sencillamente, eres muy largo, hermanito. Ya la han pedido a la tienda de fans pero tardará en llegar. ¿Está bien?

Por un instante, Nick no supo por qué sonaba su hermano tan decepcionado. Seguramente porque tenía grabada la imagen de ambos en el concierto que tendría lugar dentro de dos semanas; los dos con la camiseta de los HFO, con una cabeza del diablo azul en el pecho, gritando al unísono Down the line.

—No es para tanto —tecleó Nick.

—La conseguiré, lo prometo. ¿Vendrás otra vez a casa?

—Claro.

—Te echo de menos, hermanito. Lo sabes, ¿no?

—Y yo a ti —«no sabes cuánto». Pero eso no se lo diría a Finn abiertamente, le provocaría remordimientos.

Después de chatear con su hermano, entró en la página de dibujos de Emily en deviantART, pero nada había cambiado desde ayer. «Lógico», pensó un poco avergonzado y se desconectó.

La voz de la conciencia le dijo que más le valía escribir su ensayo de Inglés antes de dedicarse a Erebos. No pudo hacerlo: la curiosidad era más fuerte. Abrió la caja, hizo una mueca al ver la letra de Brynne y lo metió en la unidad de disco. Pasaron unos segundos hasta que se abrió la ventana.

Ni película, ni música. Un juego.

La ventana de instalación mostraba una imagen sombría: en el fondo se veía una torre derruida en medio de un paisaje asolado por las llamas. Frente a la torre, una espada clavada en la tierra desnuda; en el mango tenía atado un listón rojo que ondeaba con el viento, como si fuera la última señal de vida en un mundo inerte. Encima, también en rojo vivo, se hallaba la palabra «Erebos».

A Nick le dio un vuelco el estómago. Subió el volumen pero no había música, solo se escuchaba un profundo retumbar, como si se acercara un temporal.

Dejó flotar el cursor sobre el botón de instalación; tenía una sensación de inseguridad, de haber olvidado algo… Claro, el antivirus. Con dos programas revisó los archivos del DVD y suspiró con alivio cuando indicaron que no había peligro. «Manos a la obra».

La barra azul de instalación comenzó a avanzar terriblemente despacio. A saltos ínfimos. Muchas veces parecía como si el sistema se hubiera caído, no se movía nada. Para asegurarse Nick desplazó el ratón de un lado a otro. Por lo menos la flecha del cursor se movía, aunque también lenta y trémula. Impaciente, se revolvió en su asiento. «Apenas veinticinco por ciento, ¡no puede ser verdad!». Le daba tiempo a ir a la cocina y traer algo para beber.

Cuando regresó unos minutos más tarde, llevaba solo un treinta y uno por ciento. Se dejó caer en su silla renegando un poco y se restregó los ojos. «Qué pesadez».

Una hora después alcanzó el cien por cien. Nick se alegró mucho, pero en ese instante la pantalla se puso negra. Y se quedó totalmente negra. Ni dándole golpes al monitor, ni probando combinaciones de teclas, ni encolerizándose logró que cambiara: la pantalla solo mostraba una oscuridad inexorable.

Cuando Nick estaba a punto de darse por vencido y se planteaba hacer clic en la función de Reiniciar, algo pasó: unas letras rojas irrumpieron como gajos de la oscuridad. Eran palabras pulsantes, como si un corazón escondido las alimentara de sangre y vida.

Entrada.

O Salida.

Este es Erebos.

«¡Por fin!». Lleno de excitación, eligió «Entrada».

Para un leve cambio de intensidad, la pantalla volvió a ponerse negra durante varios segundos. Nick se recostó en su silla. «Ojalá que el juego no vaya tan lento». No dependía de su ordenador: era tan bueno como los mejores, el procesador y la tarjeta de vídeo eran muy potentes, y todos los juegos que tenía corrían sin problemas.

Poco a poco volvió a aclararse la pantalla para mostrar la imagen nítida de una luz muy realista en mitad de un bosque, sobre ella se veía la luna. En el centro se hallaba un personaje con la camisa desgarrada y los pantalones deshilachados. Sin ninguna arma, solo con un cayado en la mano. En apariencia, este debería ser su personaje del juego. Probando, Nick hizo clic a la derecha de la figura, y esta saltó y se movió al sitio indicado. «Muy bien», el control de movimiento estaba hecho para idiotas y el resto lo descubriría rápidamente. A fin de cuentas, no era su primer juego.

«Manos a la obra. Pero ¿en qué dirección?». No había ningún camino o señal. ¿Tal vez un mapa de orientación? Nick trató de buscar un inventario o un menú, pero no había nada. Ninguna indicación de búsqueda de algo o de algún objetivo, ninguna otra figura en la pantalla. Solo una barra roja para la señal de vida y abajo una azul, que con toda probabilidad mostraba el grado de resistencia. Probó con varias combinaciones de teclas que le habían funcionado en otros juegos, pero aquí no surtieron ningún efecto.

«Probablemente esta cosa está llena de errores de programación», pensó malhumorado. Otra prueba: hizo clic sobre la figura andrajosa. Las palabras Sin Nombre aparecieron sobre su cabeza.

—Está bien… el misterioso Sin Nombre —murmuró Nick.

Movió su harapienta figura hacia delante, luego hacia la izquierda y finalmente a la derecha. Ninguna de las direcciones parecía conducir a ningún lado y no vino nadie a quien le pudiera preguntar.

«Está genial, de verdad», imitó en su pensamiento la voz de Brynne. Sin embargo, se diría que a Colin le había encantado el juego. Y Colin no era ningún idiota.

Nick decidió hacer que su personaje caminara hacia delante. De haberse perdido, eso es justo lo que él haría: mantener un rumbo fijo. Con algo tendría que toparse, todos los bosques tienen una salida.

Se concentró en su sin nombre: esquivaba con destreza los árboles y con su cayado echaba a un lado las fastidiosas ramas. Cada paso que daba se escuchaba con total claridad, la madera resonaba y las hojas marchitas crujían. Cuando el personaje subió a un peñasco, pudo oír cómo las piedrecitas rodaban hasta el fondo.

Pasado el peñasco, el suelo se encontraba húmedo. El sin nombre ya no avanzaba tan rápido, sus pies se sumergían hasta los tobillos. Nick estaba impresionado. Todo era extraordinariamente real, ni siquiera faltaba el sonido viscoso al caminar por el lodo.

El sin nombre seguía esforzándose y empezaba a jadear. La barra azul había disminuido a un tercio de su longitud. Al llegar al siguiente peñasco, Nick concedió una pausa al personaje: la figura apoyó las manos sobre los muslos y agachó la cabeza; era obvio que estaba agotado, necesitaba tomar aire.

«En algún lugar tiene que haber un arroyo». Nick lo escuchó correr y puso fin a la pausa. Dirigió al sin nombre un poco a la derecha, donde descubrió un pequeño manantial. Su personaje, aún agitado, se quedó inmóvil frente al agua.

—Anda, bebe —dijo Nick. Oprimió la tecla con la flecha hacia abajo y quedó encantado cuando el sin nombre se inclinó, hizo un cuenco con la mano, tomó agua y la bebió.

Después avanzó con más rapidez. El suelo ya no estaba húmedo y los árboles tampoco eran tan frondosos. Sin embargo, aún le faltaba un punto de orientación y Nick, poco a poco, se percató de que su táctica de avanzar hacia delante era un disparo en la oscuridad. Si por lo menos pudiera abarcar más espacio con la mirada, si tuviera un mapa o algo…

«¡Una vista mejor!». Nick sonrió. ¡Tal vez su yo virtual no solo podía inclinarse, sino también ascender! Escogió un árbol sólido, con ramas largas y robustas, situó a su personaje enfrente y apretó la tecla de la flecha hacia arriba.

Con mucho cuidado, el sin nombre depositó su cayado en el suelo y comenzó a trepar por las ramas. En cuanto Nick soltaba la tecla, la figura se detenía, y seguía escalando en cuanto Nick volvía a pulsarla. El chico la mandó tan arriba como pudo, hasta las ramas más delgadas y ligeras, y hasta que el personaje casi se resbalaba. Cuando encontró un punto de apoyo, se atrevió a contemplar a su alrededor. La vista era impresionante: la luna llena estaba muy alta en el cielo e iluminaba un infinito mar de árboles color verde plata. A la izquierda se reconocían las estribaciones de una cadena arbórea; a la derecha continuaba la planicie. Hacia delante, el paisaje se dispersaba entre las colinas. Sobre algunas de ellas, unos puntitos que parecían aldeas.

«Claro —pensó Nick triunfante—. El camino correcto es seguir de frente».

Ya tenía su dedo sobre la tecla con la flecha hacia abajo cuando le llamó la atención un cálido rayo de luz amarillenta entre los arbustos, estaba muy cerca. Parecía bastante prometedor. Si corregía sus pasos un poco a la izquierda, en un par de minutos debería toparse con la fuente de luz. «¿Quizá es una casa?». Impaciente, devolvió al suelo a su personaje, que volvió a coger su cayado para continuar la marcha. Nick se mordía el labio inferior y esperaba recordar el rumbo.

No pasó mucho tiempo antes de que comenzara a reconocer los primeros atisbos de la luz que se vislumbraba entre las ramas. Justo entonces se encontró con un obstáculo: una grieta en la tierra. Era demasiado ancha para que el personaje pudiera saltarla. «¡Maldita sea!». La grieta se iba ensanchando cada vez más y más hasta perderse en la negrura entre los árboles. Al sin nombre le llevaría mucho tiempo sortearla, y lo más probable era que perdiese la orientación.

Nick distinguió un árbol caído después de maldecir durante un rato. «Si pudiera ponerlo en la posición correcta…».

La barra espaciadora era la clave para el éxito: el personaje trepó, tiró y empujó el tronco en todas las direcciones que se le indicaban. Cuando logró que el árbol atravesara la grieta, el sin nombre se agitó y el indicador de vida disminuyó.

Con todo cuidado, Nick dejó que su héroe se balanceara sobre el tronco, que parecía un puente muy inseguro, y que de hecho se vino abajo al quinto paso. Apenas pudo salvar a su personaje con un arriesgado salto.

El rayo de luz era más intenso y titilaba. Ante Nick se abría una pequeñísima vereda y en medio de ella ardía una hoguera. Un hombre solitario se encontraba sentado frente al fuego con la mirada clavada en las llamas. Nick quitó los dedos del ratón y el sin nombre se detuvo al instante.

El hombre que estaba sentado frente al fuego no se inmutó. No se veía que llevara un arma, pero eso no significaba nada. Quizá fuese un mago, como presagiaba ese manto largo y negro. Tal vez podía saber más si hacía clic en la figura. En cuanto el cursor de Nick tocó al hombre, este levantó la cabeza y mostró una cara alargada con una boca pequeña. En ese instante se abrió una ventana de diálogo en la parte inferior de la pantalla.

—Te saludo, Sin Nombre —las letras se elevaban desde el fondo negro en color gris plata—. Fuiste rápido.

Nick acercó su personaje, pero el otro no reaccionó: se limitaba a remover con una larga vara las brasas de la hoguera. Le decepcionó: por fin se encontraba con alguien en ese bosque desolado y apenas le dedicaba un seco saludo.

Solo cuando descubrió que el cursor palpitaba en el siguiente renglón de la ventana de diálogo se dio cuenta de que el personaje aguardaba una respuesta.

—También yo te saludo —tecleó.

El hombre del manto negro asintió.

—Trepar por el árbol fue una buena idea. No muchos caminantes sin nombre han sido tan inteligentes. Eres una gran esperanza para Erebos.

—Gracias —escribió Nick.

—¿Qué piensas, te gustaría continuar?

La pequeña boca del hombre se agrandó en una sonrisa que abría muchas expectativas. Nick quiso escribir: «¡Por supuesto!», pero su interlocutor aún no había terminado.

—Solo si te unes a Erebos, podrás comenzar con Erebos. Tienes que estar seguro.

—De acuerdo —respondió Nick.

El hombre bajó la cabeza y dirigió su vara a la profundidad de las brasas de la hoguera. Crepitaba. «Se ve real, muy real».

Nick esperó, pero el otro ni se inmutó ni intentó seguir la conversación. Seguramente ya había desplegado todo el texto que tenía.

Para averiguar si reaccionaba cuando uno le hablaba, Nick tecleó «p#434< 3xxq0jolk—< fi0e8r» en la ventana de texto. Al parecer, aquello divirtió a su interlocutor, pues levantó un poco la cabeza y le sonrió.

«Me está mirando directamente a los ojos —pensó Nick y reprimió su malestar—. Me ve como si pudiera mirar a través de la pantalla».

Por fin, el hombre volvió del fuego.

Solo entonces se percató el muchacho de que sonaba una música a un volumen muy bajo, una filigrana, pero con una melodía muy penetrante que le hacía sentirse incómodo.

—¿Quién eres? —tecleó en su ventana de texto.

Obviamente no hubo respuesta. El hombre ladeó la cabeza como si estuviera pensando. Pero, para sorpresa de Nick, un par de segundos después aparecieron unas palabras en la ventana de diálogo:

—Soy un muerto.

Nick volvió a mirar como si quisiera corroborar lo que había leído.

—Solo un muerto, y tú, al contrario, eres un vivo. Un sin nombre, pero que no durará mucho. Pronto podrás elegir un nombre, una vocación y una vida completamente nueva.

Los dedos de Nick se resbalaban del teclado. Eso era inusual, no alarmante. El juego había dado una respuesta razonable a una pregunta cualquiera.

Quizá era una coincidencia.

—No es común que los muertos hablen —escribió y se echó hacia atrás en su silla. Esa no había sido una pregunta, más bien era una objeción. El hombre de la hoguera no estaría programado para una réplica apropiada.

—Tienes razón. Ese es el poder de Erebos.

El personaje sostuvo la vara en la llama y la sacó ardiente.

Un tanto inquieto, pese a que no quería admitirlo, Nick comprobó que su ordenador realmente estaba desconectado, que no había nadie gastándole una broma. No. No había conexión a Internet. La vara en la mano del hombre muerto ardía y el reflejo bailaba en sus ojos.

Nick tecleó la siguiente oración casi sin pensarlo.

—¿Qué se siente al estar muerto?

El hombre rió con una risa jadeante, fatigosa.

—¡Eres el primer sin nombre que me lo pregunta! —con un movimiento distraído, el personaje aventó el resto del palo en las llamas—. Me siento solitario. O solo lleno de espíritu. ¿Quién podría decirlo? —el muerto se pasó la mano por la frente—. Si te preguntara qué se siente al estar vivo, ¿qué responderías? Cada uno vive a su manera. Así, cada uno tiene su propia muerte.

Como si quisiera subrayar sus palabras, el muerto sacó la capucha de su manto y se cubrió con ella la cabeza, una sombra se posó sobre sus ojos y nariz. Solo la pequeña boca resultaba visible.

—Sin duda, lo sabrás algún día.

«Sin duda». Nick se secó las manos húmedas en los pantalones. El tema ya no le angustiaba.

—¿Cómo debo continuar mi camino? —tecleó y comprobó divertido que contaba con una respuesta razonable.

—Entonces ¿quieres continuar? Te lo advierto: mejor no lo hagas.

—Claro que quiero.

—En ese caso, gira a la izquierda y sigue el curso del arroyo hasta llegar a una quebrada. Crúzala. Después… ya verás cómo continuar.

El hombre se encogió bajo su manto, como si tuviera frío.

—Y presta atención al mensajero de ojos amarillos.