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13/8/07

Preparándose para lo peor, Sam entró en la sala de interrogatorios donde Simon, Charlie y Jonathan Hey estaban sentados en silencio. Vació sobre la mesa el contenido de una bolsa de pruebas identificada con una etiqueta: un montón de ropa de color verde, húmeda y maloliente.

—El uniforme de Amy —dijo.

Hey se echó hacia atrás.

—Lo llevaba puesto cuando murió —dijo Charlie—. Usted se lo quitó. Si me equivoco, dígame qué significan estas ropas. ¿Por qué están húmedas y llenas de moho?

Nada. Ninguna respuesta.

—Fue Amy —dijo Charlie—. Amy mató a Encarna.

Hey, con los ojos vidriosos, sacudió la cabeza. Había rechazado la ayuda de un abogado, de modo que no había nadie presente que impidiera a Charlie repetirle hasta cuarenta veces esa afirmación. Los abogados —al igual que los banqueros, decía Hey— sacaban provecho de la explotación ajena.

Sam no sabía qué pensar. Confiaba en el juicio de Charlie, y daba mucha importancia al hecho de que Simon apoyara su tesis, pero necesitaba que Hey la confirmara para estar totalmente seguro.

—¿Por qué iba a atribuirse la autoría de dos asesinatos que no ha cometido si no es para proteger a Amy? —dijo Simon—. Con buitres como Harbard dispuestos a escribir sus artículos y sus libros sobre una niña de cinco años que mató a su madre.

—Lo mataría —susurró Hey.

—A él le daría igual su dolor —repuso Charlie—. Escribiría lo que más le conviniese a él, y usted lo sabe. Y también hablaría de ello en televisión, en reportajes y en programas de debate. Piense en quién es Harbard, en lo que hace, y luego piense en las grandes probabilidades que hay de que eso suceda, y todo a causa de usted. —Charlie se inclinó hacia delante—. Si nos cuenta la verdad, toda la historia, Harbard no podrá sacar ningún provecho de su tragedia. No podrá escribir un libro diciendo que Encarna fue la autora de una aniquilación familiar.

Sam lo observaba todo con interés. Un nuevo método: amenazar a Hey con un demonio que él conocía muy bien. Rezó para que funcionara.

—La inspectora tiene razón —dijo Simon—. Harbard hará algo que le encanta: inventar sus propias conclusiones, sin tener en cuenta las pruebas. Si no lo acusamos de las muertes de Amy y Encarna, y no lo vamos a hacer, ¿qué cree que pensará Harbard? Usted me dijo que él quería escribir un libro sobre Geraldine Bretherick, pero ahora ya sabe que ella no mató a Lucy ni se suicidó. ¿Cuánto tiempo cree que pasará hasta que se lance sobre el caso de Encarna para sustituir al de Geraldine? Si nos cuenta la verdad, nadie querrá escuchar a Harbard, Jonathan; se lo prometo. —La voz de Simon se quebró. Él y Charlie llevaban varios días interrogando a Hey—. Ahora debe hablar en nombre de su familia. No deje que lo haga alguien que no conocía a su mujer y a su hija, alguien a quien no les importaba nada.

Hey movió la cabeza. ¿Hizo un gesto de asentimiento, por pequeño que fuese?

—Cuéntenos qué encontró el día que murieron Encarna y Amy —dijo Sam con voz tranquila, aunque su estado de ánimo era cualquier cosa menos tranquilo—. Cuando llegó a casa. ¿Dónde había estado?

Hey se quedó mirando fijamente al vacío, presa de un invisible horror que se iba desplegando ante él.

—¿Las llamó y no respondió nadie? —sugirió Sam.

—Había estado en la fiesta de un compañero de trabajo. Ni siquiera me caía bien. Volví tarde a casa. Si no hubiera ido a esa fiesta, Amy y Encarna aún estarían vivas. —Hey se tapó los ojos con las manos—. Todas estarían vivas.

—¿Qué encontró en el baño, Jonathan?

—Estaban muertas, en la bañera. Las dos. Y había una… lamparilla. También estaba en el agua. Era la lamparilla de noche de Amy. Y el libro que Encarna estaba leyendo.

—Se habían electrocutado —dijo Simon, con delicadeza.

—Sí. Amy estaba… Estaba encima de Encarna y aún llevaba el uniforme. Estaba empapada. Pensé que había sido un accidente. —Hey estaba sollozando—. La lamparilla se cayó al agua, y Amy, al ver lo que le ocurría a Encarna, debió agarrarla y trató de tirar de ella… Y como la bañera estaba empotrada en el suelo, tan baja… Debió de intentar sacarla, cogiéndola por el brazo. Tuve que soltar sus dedos con todas mis fuerzas. —Hey se estremeció—. ¡Tenía tan solo cinco años! En aquella fracción de segundo, presa del pánico al ver que su madre se estaba muriendo, ¡no entendió que al meter las manos en el agua estaba arriesgando su propia vida! No pudo tener ninguna intención de matar a Encarna… Una niña de cinco años no sabe lo que significa matar a alguien.

Sam trató de no imaginarse la escena que Hey estaba describiendo. No resultaba fácil.

—Usted quiso pensar que fue un accidente —dijo Charlie—. Pero en realidad no lo creía, no en su fuero interno. Usted sospechaba que, aunque fuera solo por un instante, Amy quiso causar daño a su madre. O, al menos, eso se temía. Temía que hubiese tirado la lamparilla al agua deliberadamente.

—No. —La mirada de Hey tenía una expresión de locura. Se pasó la mano por el pelo varias veces—. No, no.

—¿No? Entonces, ¿por qué no llamó a una ambulancia, si se trataba de un accidente? ¿Por qué enterró los cadáveres en el jardín de los Bretherick?

—No lo sé. No sé por qué lo hice.

—No tiene demasiada confianza en sí mismo, ¿verdad, Jonathan? —dijo Simon—. A pesar de su éxito profesional. Pensó que, tarde o temprano, los cuerpos que se tomó tantas molestias en ocultar serían descubiertos. Porque era tan solo una cuestión de suerte, ¿no es así? Y usted tenía que proteger a Amy, impedir que la gente supiera lo que había hecho. La desnudó para que ella también pareciera una víctima si alguien llegaba a encontrar los cadáveres.

Hey parecía a punto de desmayarse.

—Sí —dijo, casi sin aliento.

Charlie tomó de nuevo la iniciativa.

—Todo el mundo sabe que los asesinos no aparecen desnudos y enterrados bajo tierra. Le quitó la ropa a Amy para convencerse tanto a sí mismo como a los demás de que debió tratarse de un accidente. Que puede que Amy y su madre tomaran un baño juntas y que la lamparilla de noche se cayese a la bañera. ¿Era esta la historia que había pensado contar en el caso de que encontraran los cuerpos?

—¿O pensaba fingir que Encarna fue la responsable de ambas muertes? —preguntó Simon—. Una aniquilación familiar. Su mujer se inspiró en su trabajo, eso es lo que podría haberles contado a todos, y usted enterró los cuerpos para proteger la reputación de su esposa. Si declaraba eso, nadie habría sospechado que era a Amy a quien realmente estaba tratando de proteger.

—No lo sé —repuso Hey—. Tal vez.

—¿Le dijo Amy en alguna ocasión que quería matar a su madre? —preguntó Sam.

—Ahora ya saben demasiado. Ya he hablado demasiado.

Sam pensó en los correos electrónicos que Oonagh O’Hara había mandado a Amy. ¿Cómo está tu madre? ¿Se encuentra bien tu madre? Oonagh le había hecho esa pregunta, o una muy parecida, al final de cada mensaje.

—Ella se lo dijo —intervino Sam, dirigiéndose a Simon y a Charlie—. Y también se lo había dicho a Oonagh, quien a su vez se lo dijo a Lucy Bretherick.

—Aquel debía de ser el secreto que Lucy había obligado a revelar a Oonagh, muy a su pesar.

—Esta es la razón por la que mató a Lucy.

Sam no estaba seguro de estar en lo cierto hasta que vio la expresión de Hey.

—¿Qué clase de niña podría decir algo así? —le espetó Hey, la tristeza oculta tras una máscara de un odio enfermizo—. Todo el mundo pensaba que Lucy Bretherick era un ángel. ¿Acaso un ángel diría eso a un padre sobre su propia hija? —Hey no esperó respuesta alguna—. Déjenme que les diga cómo era realmente Lucy. Encarna y yo no la soportábamos. Era la personificación de la prepotencia, una criatura irritante, insensible, arrogante y pagada de sí misma. Sus padres se habían encargado de que no tuviera ninguna duda de lo importante que era y le hicieron creer que era mejor que cualquiera. ¡Era repugnante! Oh, lo intenté, de veras que lo intenté. Intenté que me resultara simpática, por el bien de Geraldine. Lo deseé, para conseguir que fuéramos una familia. Pero nunca habría funcionado, ahora me doy cuenta. Los hijos deben ser tuyos.

Simon sintió frío en los huesos.

—¿Qué pasó el día que murieron Geraldine y Lucy? —preguntó—. Usted estuvo en Corn Mill House. ¿Fue por el diario?

Hey asintió con la cabeza.

—Geraldine había terminado la traducción. Tenía miedo de que me enfadara con ella y seguía diciendo que no debería leerlo. Pero yo no estaba enfadado. Ella se echó a llorar y yo la consolé. Nada de lo que decía el diario me sorprendió… Era una repetición de lo que Encarna decía continuamente. Había escrito cosas horribles sobre Lucy; decía que tenía ganas de pegarla. Me las arreglé para convencer a Geraldine de que no lo decía en serio, de que solo estaba desahogándose.

—¿Cuándo ocurrió eso? —preguntó Simon—. ¿Qué día fue?

—¿Por qué? —Hey estaba impaciente—. Fue el 1 de agosto.

Sam pensó que hacía menos de dos semanas. ¿Era posible?

—Continué —dijo Simon.

Inesperadamente, Hey le sonrió. Era una sonrisa humilde, como si le agradeciera que lo dejaran hablar.

—En el diario se hacían varias referencias a la lamparilla de noche de Amy.

—Lo sabemos. Hemos hecho traducir el diario, de principio a fin.

—Geraldine no entendía una de esas referencias. No entendía por qué Amy había entrado a hurtadillas en el baño y le había gritado a Encarna: «Yo no me electrocutaré, pero tú sí». —Hey lanzó un gemido de angustia y luego se disculpó—. Evidentemente, borré la última parte de la frase. Después de la muerte de Geraldine.

—Háblenos de Lucy —dijo Sam.

—No sabíamos que estaba allí. Se quedó detrás de nosotros, mientras estábamos hablando… El «ángel» escuchaba a escondidas. Mentí, le dije a Geraldine que no tenía ni idea de lo que Amy quería decir; le dije que no sabía lo que significaba aquella frase. Entonces Lucy intervino: «Amy dice que va a matar a su madre». Parecía satisfecha consigo misma, como si estuviera esperando un elogio. Geraldine se puso furiosa. Le dijo que no fuera maleducada y dejara de decir esas cosas, pero Lucy no se calló. Dijo que Oonagh O’Hara le había contado que Amy le había dicho que mataría a Encarna lanzando la lamparilla de noche al agua la próxima vez que estuviera leyendo en la bañera. La única razón de que Oonagh aún siga con vida es que no encontré la forma de llegar hasta ella.

Charlie asintió con la cabeza.

—Y por eso tuvo que matar a Geraldine y a Lucy. Porque lo sabían. Conocían el secreto de Amy y usted tenía que proteger a su hija.

—A Lucy podía matarla con mis propias manos, pero… a Geraldine… La quería, como ya he dicho. No quería que lo sufriera.

—Por eso se disculpó y dijo que tenía que irse —intervino Sam—. se procuró una droga para que perdieran el conocimiento.

—No habría sido capaz de matar a Geraldine si hubiese estado… consciente. No soy un asesino, Simon. —En su mirada había un gesto de súplica—. Simplemente no habría podido hacerlo. Usted tenía razón, fui a buscar a mi… ¿Cuál fue la expresión que empleó? ¿Escoria? Una palabra horrible y humillante, por cierto. No debería utilizarla.

—Gracias por el consejo.

—Fui a ver a Billy. Él me proporcionó lo que yo necesitaba y me dijo cómo debía usarlo. Más tarde, ese mismo día, cuando volví a Corn Mill House, Lucy me pidió disculpas. Me dijo que había mentido. Geraldine se sintió muy aliviada y se alegró mucho de verme. —El rostro de Hey se iluminó—. Nunca lo olvidaré. Me dijo: «¡Gracias a Dios! Estaba muy preocupada por ti». Tenía los ojos rojos, y Lucy también. Normalmente no solían pelearse, pero… era evidente que Geraldine le había dado una buena reprimenda.

—¿Qué pasó después? —preguntó Charlie.

—Nada.

—¿Nada?

«Este hombre es increíble», pensó Sam.

—Preparé algo para beber y eché el GHB en los vasos de Geraldine y Lucy. —Hey cruzó una mirada con Simon—. No quería, pero… Lucy nunca mentía. Esa niña tenía una obsesión por decir siempre la verdad. Y si yo lo sabía, Geraldine también tenía que saberlo; puede que ya empezara a preguntarse si Encarna y Amy estaban realmente en España. —Hey tosió—. Preferiría no hablar de lo que ocurrió a continuación.

—Los asesinatos —dijo Simon.

—Después… encontré el archivo del diario en el ordenador de Geraldine. Cambié los nombres, borré las entradas o las partes que eran demasiado concretas para que parecieran escritas por Geraldine, cualquier pasaje demasiado detallado sobre la vida de Encarna o su trabajo. Al final solo quedaron unas cuantas anotaciones, todas bastante genéricas.

—No tan genéricas —señaló Simon—. La madre de Geraldine nos dijo que la escena de la taza de El sueño eterno nunca tuvo lugar.

—Estaba en estado de choque. Se me pasaron cosas y cometí algunos errores.

—Encarna empezó a escribir el diario en abril —dijo Charlie—. Escribió veintidós entradas entre el 18 de abril y el 18 de mayo. La mayoría de la gente empieza a escribir un diario en enero.

—Lo empezó cuando se enteró de que Michelle tenía novio —dijo Hey—. Encarna tenía miedo de que Michelle nos dejara. Fue entonces cuando su humor empeoró. Y también fue entonces cuando apareció el cuaderno negro.

Durante unos segundos, todos guardaron silencio. Luego, Sam dijo:

—Gracias, Jonathan. Gracias por habernos dicho la verdad.

Sam sintió que la mirada de desaprobación de Simon le quemaba la piel. Aquella era una de las cosas de Simon que detestaba: nunca sentía compasión ni perdonaba a nadie.

Para sorpresa de todos, Hey dijo:

—Gracias a usted, inspector. Gracias a todos. Me han hecho sentir más real de lo que me había sentido en mucho tiempo. Me han hecho comprender que hay que ser auténtico para poder ser feliz. Solo espero que un día se lo pueda explicar todo a Sally. ¿Simon?

A regañadientes, Simon lo miró.

—Recuerde la parte más importante de todo lo que les he contado —dijo Hey—. Amy trató de salvar a Encarna. Esa fue la razón de que acabara en la bañera. La suya fue… una hermosa muerte. —Una tímida sonrisa asomó lentamente a su rostro—. Murió en el mismo momento en el que intentó salvar a su madre.