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12/8/07

—Usted nos ayudó. —Simon estaba sentado a la mesa, frente a Jonathan Hey—. Todo lo que me dijo… Que Geraldine no se suicidó ni mató a Lucy, que la misma persona que las asesinó también mató a Encarna y a Amy… ¿Por qué lo hizo?

—Odio que las cosas estén fuera de lugar —repuso Hey—. No soporto… las incongruencias. Quería ayudar.

Hey evitaba las miradas de Simon y Charlie. El día antes estaba histérico, pero ahora tenía un rostro totalmente inexpresivo.

—¿Está insinuando que quería que descubriéramos la verdad?

—No, eso no. —Una pausa—. Yo era la persona que sabía todo lo que usted quería y necesitaba averiguar. Yo le hacía falta, y por eso le revelé una pequeña parte de lo que sabía. Y entonces me entró el pánico, porque le había contado demasiado y usted se dio cuenta. Entonces traté de despistarlo… y eso solo consiguió empeorar nuevamente las cosas. —Hey sacudió la cabeza—. Usted me caía bien, Simon. Y, si le sirve de algo, aún me sigue cayendo bien.

—Usted no me conoce. —Nadie me conoce…, nadie lo ha hecho nunca… ¿Qué es lo que me convierte en alguien especial?—. Cuando encontramos a Encarna y a Amy, debió de intuir que era solo cuestión de tiempo, y sin embargo siguió mintiendo, como si creyera que podía salirse con la suya: Harry Martineau, Ángel Oliva… Y cuando le dije que lo necesitábamos aquí…

—Me tendió una trampa —dijo Hey—. Si hubiese querido, podría haberme detenido sin toda esa pantomima. No se me pasó por la cabeza que pudiera actuar de una forma tan solapada. —Le temblaban los labios—. Piensa que lo he defraudado. Lo siento. Lo que realmente deseaba era ayudarlo, Simon. Nunca quise que me juzgara mal.

Charlie se aclaró la garganta, tratando de romper la tensión que flotaba en el ambiente. Simon se sintió con ánimo de hablar con entera libertad.

—Aún puede ayudarnos —le dijo a Hey—. ¿Por qué las mató…? A Encarna y a Amy, a Geraldine y a Lucy.

Silencio. Como si aquella pregunta no hubiese sido formulada.

—De acuerdo, ¿qué le parece si empezamos por los detalles más irrelevantes? —sugirió Simon—. ¿Siguió a Sally Thorning hasta Seddon Hall el año pasado?

Hey asintió con la cabeza.

—Después de lo que les ocurrió… a mi mujer y a mi hija, estaba muy mal. No era capaz de hacer nada; no podía trabajar, no podía pensar. Y acabé en la estación.

—Después de matar a Encarna y a Amy y de enterrar sus cuerpos en el jardín de Corn Mill House, estaba muy mal —dijo Simon—. Y decidió ir a la estación. ¿Estaba pensando en salir del país? ¿Dejar su trabajo en Cambridge y empezar desde cero?

—Gané la cátedra de Cambridge en enero de este año; antes daba clases en Rawndesley.

—¿En la universidad?

—Bueno, supongo que sí. Después de la experiencia de Cambridge, creo que es un poco exagerado llamar «universidad» a lo que hay en Rawndesley, pero…, sí, ahí es donde daba clases. —Hizo una pausa, como si reflexionara sobre lo que iba a decir a continuación—. No sé por qué fui a la estación. No tenía ningún plan. Y entonces vi a Sally allí… —Hey se estremeció—. Con Sally lo eché todo a perder.

—Se fijó inmediatamente en ella porque se parecía mucho a Geraldine —dijo Simon—. Y a usted le gustaba Geraldine.

—Era algo mutuo. Nunca pasó nada entre nosotros, y nunca habría pasado, incluso después de…, incluso cuando me quedé solo y no me importaba demasiado romper una familia ajena.

Simon pensó que se había quedado muy corto.

Hey parecía no ser consciente de lo que decía. Incluso parecía contento de poder hablar, mientras nadie sacara a colación los cuatro asesinatos que había cometido.

—Geraldine nunca habría dejado a Mark ni habría tenido una aventura. En una ocasión le dije: «Mark no tendría por qué saberlo». Y ella me respondió: «Pero lo sabría yo». Se habría odiado a sí misma.

Charlie se inclinó hacia delante.

—Pero sabía que ella sentía algo por usted. Si las circunstancias hubieran sido distintas…

—Sí —confirmó Hey sin atisbo de duda—. Si las circunstancias hubieran sido distintas, Geraldine se habría casado conmigo.

Simon no estaba muy convencido de ello. Tal vez Hey había confundido un rechazo expresado con diplomacia con un amor predestinado aunque prohibido.

—Entonces, al principio Sally Thorning solo fue una aventura —dijo Charlie—. Se parecía a Geraldine, pero solo era una copia. Usted aún esperaba que Geraldine entrara en razón y dejara a Mark por usted.

—No subestime a Sally. —Hey parecía ofendido—. Ella me salvó de la locura. Pensé… Al verla allí, en la estación, fue como si alguien o algo tratara de decirme que todo iría bien. Sally llevaba una camiseta de la reserva de búhos del castillo de Silsford. Yo había estado allí con Geraldine, con la excursión de la escuela… —Su mirada se hizo más penetrante—. La mujer que me convenía no era Geraldine, sino Sally, aunque me di cuenta de ello demasiado tarde. Geraldine era demasiado perfecta, demasiado buena; tenía que ocultarle muchas cosas. Perdí mucho tiempo yendo tras ella, cuando debería haberme concentrado en Sally. Sally es como yo. Con ella habría podido ser yo mismo.

Simon no veía el momento de centrar de nuevo la conversación en los cuatro asesinatos, pero se controló. Era mejor así, por que al menos Hey hablaba.

—Siguió a Sally hasta Seddon Hall —dijo Charlie—. Tomó una habitación, se presentó…

—Y pasé una semana con ella. Sí. Eso ya lo sabían.

—¿Se pasó la semana acostándose con ella?

—Entre otras cosas, sí.

Simon y Charlie intercambiaron una mirada. Sally Thorning les había dicho repetidas veces que ella y Hey habían hablado varias veces en el bar del hotel, pero nada más. Si se lo hubiesen preguntado, Simon habría dicho que la creía. Sally estaba cuerda, pero Hey no. Era su palabra contra la de él.

—Fue fácil llevársela a la cama —dijo Hey—. Con Geraldine, en cambio…, no tenía ninguna esperanza. Y eso fue lo que me con fundió, lo que me hizo creer que Geraldine era la mujer por la que debía luchar, cuando en realidad Sally siempre estuvo allí, disponible. Sin embargo, ella ya había sido mía, y, como un imbécil, la subestimé por eso. Hasta que Geraldine desapareció de escena.

—Jonathan, quiero hablarle de unas fotografías —dijo Simon—. En Corn Mill House había tres fotos enmarcadas de Lucy y Geraldine que fueron tomadas en la reserva de búhos. Dentro de los marcos había fotos de Encarna y Amy sacadas en el mismo sitio. ¿Qué puede decirnos al respecto?

Hey pareció sentir cierta curiosidad por el tema.

—¿Las encontraron en Corn Mill House? No estaban ahí cuando…

Cuando drogaste a Geraldine y a Lucy y las mataste.

—No, estaban en el despacho de Mark Bretherick cuando Geraldine y Lucy fueron asesinadas.

Hey cerró los ojos.

—Busqué esas fotografías por toda la casa.

—Cuéntenoslo —dijo Charlie.

—Fue una de esas cosas absurdas y embarazosas que suelen ocurrirme a menudo. Convencí a Encarna de que debíamos ir a la reserva de búhos; los padres también fuimos invitados a la excursión. Siempre estábamos muy ocupados con el trabajo y pensé que estaría bien tomarnos un descanso para estar con Amy aunque solo fuera un día. —Hey sacudió la cabeza—. Encarna amenazó con exigir a la escuela que nos devolvieran parte del dinero porque ella y yo tuvimos que encargarnos ese día de Amy cuando en realidad les pagábamos para que fueran ellos quienes lo hicieran. La excursión fue un desastre.

—¿Y las fotografías? —le recordó Charlie.

—Geraldine olvidó la cámara. Yo había llevado la mía y me ofrecí a sacarle fotos a ella y a Lucy.

Simon y Charlie esperaron.

—La excursión a la reserva de búhos fue justo antes de…, justo antes de que Encarna y Amy murieran. Cuando me acordé de revelar las fotos, supe que necesitaba las dos series: las de mi esposa y de mi hija… —Hey se interrumpió—. Lo siento —dijo—. Concédanme un segundo.

—Creo que ya lo entiendo —dijo Simon, con voz tranquila—. También quería las fotos que les había sacado a Geraldine y a Lucy. Esperaba que, llegado el momento, se convertirían en su nueva familia.

Hey asintió con la cabeza.

—Fui un egoísta. Pude haber encargado copias para Geraldine, pero no lo hice. No quería que acabaran en manos de Mark. Al principio enmarqué las fotografías de Encarna y Amy y las puse en una estantería, en el salón. Sin embargo, al cabo de un tiempo, no pude soportar que me miraran fijamente. —Hey se estremeció—. Aun así, tampoco soportaba la idea de tirarlas o dejarlas en el baño, con todo lo demás. Habría sido como… sofocar su último hálito de vida. ¿Entienden lo que quiero decir?

Simon asintió con la cabeza. No, no entendía lo que quería decir…, no en el modo que él pretendía. Su desasosiego iba en aumento. Algo no encajaba en la historia que iba cobrando forma, pero ¿qué era? ¿De qué se trataba?

—Así pues, colocó las fotografías de Geraldine y Lucy en el lugar de las otras dos —dijo.

—No en el lugar de las otras dos —negó Hey con brusquedad—. Las añadí. Nunca saqué la foto de Amy del marco. Ni tampoco la de Encarna. Quería a Geraldine, sí, pero no de la misma forma en que quería a mi familia. —Hey se echó a llorar y no hizo ningún intento por secarse las lágrimas—. A pesar de lo que hice, por horrible que fuese, yo quería a Amy y a Encarna. De la misma manera que quería a Sally… Ella era mi verdadera familia. O al menos podría haberlo sido. ¿Es que no lo entienden? Yo solo quería arreglar las cosas. —Hey se quedó mirando a Simon—. ¿Es que usted ha sido siempre la persona que es ahora? Yo no. En otro tiempo, yo fui otro.

—¿Cómo fueron a parar al despacho de Mark Bretherick las fotografías que usted tomó en la reserva de búhos? —preguntó Charlie.

—Un maldito imprevisto —contestó Hey—. Un día, Geraldine se presentó sin previo aviso. Nunca lo había hecho antes; además, yo no solía estar en casa. Después de haber perdido a Encarna y a Amy, me pasaba la mayor parte del tiempo en la universidad. Vino porque no sabía nada de mí desde hacía tiempo y estaba preocupada. Le dije que Encarna me había dejado y se había llevado a Amy a España. Cuando regresé de Seddon Hall, pasé a saludarla. Lo siento, no lo estoy contando por orden.

Hey hizo una pausa para respirar profundamente.

—Le mintió para despertar su compasión.

—Yo sentía lástima de mí mismo —concedió Hey—. Estaba completamente solo. ¿Saben lo horrible que es eso? ¿No sentir el cariño de la familia a tu alrededor? ¿No tener a nadie que te pregunte cómo te ha ido el día o que te haga sentir que realmente existes? —Hey no esperó ninguna respuesta—. Cuando Geraldine llamó a mi puerta, pensé… Me puse tan contento al verla que me olvidé por completo de las fotos. Me di cuenta casi enseguida, pero para entonces ella ya había pasado al salón. Las fotos de Lucy y ella estaban en la estantería… Bastaba con que mirase a su derecha para verlas. ¿Qué podría decirle?

—¿Y qué hizo? —preguntó Charlie.

—Le pedí que cerrara los ojos y le dije que tenía una sorpresa para ella. Cogí las fotos de la estantería, se las di y le dije que las había hecho enmarcar, que eran un regalo para ella y para Mark. Me aseguré de mencionar también a Mark, para que no pensara que era algo… inconveniente.

—Y ella se las llevó a su casa —dijo Simon—. Sin saber que también se llevaba las fotos de Encarna y Amy. ¿No tenía miedo de que ella o Mark abrieran los marcos y las descubrieran?

—¿Usted qué cree? —La voz de Hey se quebró. Parpadeó, para reprimir las lágrimas—. Empecé a ir a su casa más a menudo, fingiendo que solo tenía ganas de hablar. Quería recuperar esas fotos… Las necesitaba…, pero no estaban en casa de Geraldine. Y ahora sé por qué: estaban en el despacho de Mark. —Hey apretó los puños—. Sentía como si hubiese traicionado a mi familia. Me había jurado que, aunque no fuera capaz de mirar esas fotografías, siempre las tendría conmigo, enmarcadas, en la estantería. Pero ni si quiera fui capaz de hacer eso.

Enmarcadas, en la estantería, detrás de las fotos de otra mujer y otra niña…, sus sustituías. El desequilibrio mental de Hey tenía una lógica interna, aunque esta iba más allá de la comprensión de Simon.

—Ha dicho que quería a Encarna y a Amy, y también a Geraldine… —dijo Charlie.

—Y a Sally —insistió Hey—. Solo que tardé un tiempo en comprender que ya tenía lo que andaba buscando.

—¿Y Lucy?

—¿Lucy? —Los ojos de Hey se ensombrecieron. Parecía enfadado, como si algo inconveniente e irrelevante se hubiera cruzado en su camino—. Geraldine la quería. Era su hija.

—Eso ya lo sabemos —dijo Charlie, con voz tranquila—. ¿Qué sentía usted por Lucy?

Hey fulminó a Charlie con la mirada.

Simon tenía ganas de inclinarse sobre la mesa y agarrarlo para sonsacarle la verdad, pero Charlie le dirigió una mirada conminándole a reprimirse.

—No tenemos por qué hablar de Lucy si no lo desea —dijo Charlie—. Quizá le apetece más hablarnos del diario de Encarna. De la traducción que hizo Geraldine.

Hey miró a Simon.

—Solo supe de la existencia de ese diario después de que Encarna… ya no estaba. Ella sabía que yo no hablaba español; por eso lo escribió en ese idioma. Tenía que saber lo que decía, por si… Encarna no era como Geraldine. Ella era capaz de todo.

—Estaba muerta —le recordó Simon.

—Tenía derecho a saber —dijo Hey. Parecía estar a la defensiva.

—Y por eso le pidió a Geraldine que tradujera el diario.

Hey asintió con la cabeza.

—¿Le pagó por hacerlo?

—Por supuesto que no. Ella lo hizo como un favor personal.

Charlie y Simon esperaron a que continuara.

—Geraldine sabía lo mucho que yo quería a Amy. Siempre estaba diciendo lo buen padre que era. Nunca habría permitido que Encarna me arrebatara a Amy y se la llevara a España, donde nunca habría podido verla. Le dije a Geraldine que quería pedir la custodia. Estaba seguro de que el diario de Encarna era una larga perorata sobre lo mucho que odiaba ejercer de madre. —Hey se encogió de hombros—. El resto puede imaginárselo. No me siento orgulloso de haber mentido.

—Le dijo a Geraldine que la traducción del diario lo ayudaría a conseguir la custodia de Amy —dijo Simon, asqueado al pensar en el respeto que en un momento había sentido por Hey.

—Fue un terrible error —dijo Hey, con voz temblorosa—. Uno de tantos. Geraldine empezó a poner excusas para no verme. Al principio pensé que tal vez Encarna había escrito algo en el diario que me dejaba mal, alguna mentira o alguna distorsión de la verdad… Eso se le daba muy bien. Sin embargo, cuando por fin convencí a Geraldine de que habláramos de ello, resultó que no se trataba de eso. Ella pensaba en mí, anteponiendo otras cosas a sí misma, como solía hacer siempre. —Sus ojos volvieron a llenarse de lágrimas—. Me preguntó si creía realmente que el diario serviría de algo ante un tribunal. Quería que hablara con mi abogado para discutir si era conveniente. Le dije que no era necesario, pero ella siguió insistiendo en el asunto.

—Porque no quería herir sus sentimientos ni los de Amy —dedujo Simon en voz alta.

Otro pequeño detalle encajó en el rompecabezas: la llamada de Geraldine Bretherick al bufete de abogados. Había querido consultar con un experto antes de dejar que Hey leyera las destructivas palabras que había escrito su mujer, unas palabras que, en su opinión, podrían arruinar no solo el futuro sino, con efecto retroactivo, también el pasado de su amigo. Seguramente se arrepentía de haber aceptado la traducción.

Hey se secó los ojos y la nariz con la manga.

—Lo único que ella quería era ayudarme a recuperar a Amy y al final tuvo que… enseñarme todo ese veneno, página a página.

—¿Y por eso la mató? —preguntó Charlie, con un tono de voz lo más neutro posible—. ¿No fue capaz de perdonarla por mostrarle la verdad?

—¿Cómo podía ser culpa de Geraldine? —dijo Hey—. Fui yo quien le entregué el diario y le pedí que lo tradujera.

Parecía desconcertado.

—¿Por qué en Seddon Hall no le dijo su verdadero nombre a Sally Thorning? ¿Por qué fingió ser Mark Bretherick?

—Lo hice sin pensar; lo dije sin más. Después de lo que acababa de hacer, no me atrevía a dar mi verdadero nombre. Y… no dejaba de pensar en Mark. Mi mujer y mi hija estaban… Yo las había…

—Las había enterrado en su jardín —dijo Charlie.

—Él y Geraldine estaban en Florida, y yo lo sabía. Estaban disfrutando de unas fantásticas vacaciones, juntos, felices. Quería arruinárselas. Quería arruinar cualquier cosa que tuviera que ver con ellos.

—¿Estaba celoso de Mark?

A través de las lágrimas, Hey dejó escapar un gemido de impaciencia.

—La gente como yo siente celos de casi todo el mundo, inspectora.

—Debió arrepentirse de haber usado el nombre de Mark Bretherick —dijo Simon—. Cuando Geraldine y Lucy aparecieron muer tas, la historia se difundió en todos los periódicos y la televisión. Sin duda pensó que Sally Thorning vería a Mark en las noticias. ¿Fue ese el motivo de que intentara matarla empujándola bajo las ruedas de un autobús?

—Yo no empujé a Sally bajo las ruedas de un autobús.

—¿Espera que nos creamos eso?

—Empujé a Geraldine. —Una larga pausa—. Estuve muy alterado durante muchos días. Toda la gente a la que quería estaba muerta. Y entonces vi… Creí ver a Geraldine en Rawndesley.

—¿Pasó una semana con Sally Thorning y no la reconoció?

—Se había olvidado de Sally —repuso Simon, mirando fijamente a Hey—. La había utilizado, se había deshecho de ella y no la había vuelto a ver desde hacía un año. ¿No es así, Jonathan?

Hey, demasiado angustiado para contestar, dejó escapar un sollozo.

—Era Geraldine quien estaba al corriente de la pérdida de Amy, la que se compadecía de él, la que lo estaba ayudando a traducir el diario. Era Geraldine a quien acababa de matar, y era ella quien ocupaba sus pensamientos. Y, de pronto, aparece en Rawndesley, sana y salva. Por eso intentó volver a matarla.

—Yo… Me entró el pánico. Me…

—¿Dónde consiguió el GHB? —preguntó Charlie.

—No debió de ser muy difícil —dijo Simon—. En Cambridge me dijo que estaba en contacto con escoria para escribir libros sobre ella.

—¿Quién?

—Criminales. Delincuentes. Como Billy… ¿No recuerda haberme hablado de él? Deduzco que tiene contactos capaces de proporcionarle lo que sea. Un arma, por ejemplo.

—¿Por qué mató a Geraldine y a Lucy, Jonathan? —preguntó Charlie—. Cuéntenoslo. Se sentirá mejor.

Los ojos de Hey se volvieron vidriosos.

—Ella habría sido feliz conmigo. Geraldine. Redecoré el cuarto de los juguetes de Amy para ella. No me habría gustado precipitar las cosas; quería que ella tuviera su propio espacio. —Mirándose las manos, empezó a hablar entre dientes—. Le encantaba el cristal de color rosa. Mark no le habría dejado ponerlo en su casa; decía que era demasiado femenino.

—¿Y Lucy? —preguntó Simon—. ¿También tenía una habitación para ella?

Hey mostró un rostro carente de expresión. ¿Por qué le preguntaban por Lucy?

—Háblenos de la camilla de masaje.

—Después de ver a Sally en Rawndesley, yo… me di cuenta, naturalmente. Casi de inmediato, una vez superado el choque. Fui consciente de que Geraldine estaba muerta. Sally…

—Lo entendemos —repuso Charlie—. Sally estaba viva. Y la habitación de Geraldine se convirtió en la de Sally. Compró la camilla para ella.

Hey se inclinó hacia delante.

—Tienen que parar —dijo—. Hacen que parezca… horrible. Y es horrible, lo sé. No hay nada que ustedes sepan y que yo ignore, créanme. —Su mirada parecía desafiar a Simon—. Yo quería tener una familia feliz, eso es todo. Por favor, no dejen que Sally vea las cosas como acaban de describirlas. No le digan que actué así por despecho; si lo hicieran, ella no me perdonaría nunca.

—¿Por qué intentó matar a Mark Bretherick? —preguntó Simon.

—¿Está vivo?

—Sí.

—Díganle que lo siento. No puedo perdonarlo, pero lo siento.

—¿Perdonarlo? ¿Por qué? ¿Por tener la familia feliz que usted deseaba? ¿Por tener a Geraldine?

—Dígame, Jonathan, ¿su familia fue feliz en algún momento? —preguntó Charlie—. ¿Usted, Encarna y Amy?

—Antes de que Encarna empezara a trabajar en el banco, sí —dijo Hey con amargura—. ¡Un banco! No podía creerlo. Era tan brillante y tenía tanto talento que podría haber hecho lo que se propusiera. Sin embargo, decidió ser un engranaje de la maquinaria capitalista. Solía decir que ganar dinero era un arte, y se reía de mí por no estar de acuerdo con ella. Esa era la mujer que había obtenido las mejores notas en su primer año en Oxford. —Hey sacudió la cabeza—. Y no solo en Historia del Arte, sino en todas las asignaturas.

—¿Qué pensaba Encarna sobre su trabajo? —preguntó Simon—. Debía saber que usted y Keith Harbard estaban investigando sobre la aniquilación familiar.

Hey bajó la mirada hacia la mesa; tenía los ojos muy abiertos y todo el cuerpo en tensión.

—¿No sería su trabajo lo que le metió la idea en la cabeza? Ella odiaba ejercer de madre y…

—¡No!

—¿Sabía Encarna que usted y Harbard discutían sobre el posible aumento de los familicidios cometidos por mujeres?

—¿De qué está hablando?

—Encarna mató a Amy, ¿verdad, Jonathan?

Eso es lo que debía de haber ocurrido; las otras alternativas carecían de sentido. Hey debió perder el juicio por alguna razón. Aquel hombre no había albergado siempre en su interior esa locura, la capacidad de matar.

—Y usted se siente culpable por haber metido esa idea en su cabeza. Ella cometió asesinato y suicidio al mismo tiempo.

—¡No! Ella nunca habría…

—Usted llegó a casa y encontró los cadáveres en el baño. Y la lamparilla de noche de Amy. Y no pudo soportar la idea de que aquello fuese del dominio público: el profesor que ha dedicado su carrera a explicar y a prevenir ese horrible crimen…

—¡No! ¡No! —El rostro de Hey estaba rojo y empapado en sudor—. Encarna nunca le habría hecho ningún daño a Amy. ¡Escúchenme! ¡Tienen que creerme! Yo… No puedo demostrarlo, pero…

—Lo está haciendo otra vez, Jonathan —dijo Charlie, poniéndose en pie.

—¿Qué?

Simon tenía ganas de darle un bofetón. Habían estado a punto de conseguir que Hey se derrumbara. ¿A qué estaba jugando Charlie?

—Primero nos engaña y luego nos cuenta la verdad. Y luego más mentiras y más verdades. No puede establecer lo que debemos creer y lo que no.

—Basta, por favor…

—Al principio esperaba que las muertes de Encarna y Amy parecieran una aniquilación familiar, su especialidad. Ese es el motivo de que ambas estuvieran desnudas en el baño: quería hacernos creer que fue Encarna quien lo hizo. Pero ahora, al tener que escucharlo de nuestros labios, cuando corremos el peligro de creerlo de verdad, no puede permitirlo, ¿no es cierto? Tiene que defender a Encarna porque, si no lo hace usted, ¿quién lo hará?

Charlie dejó de hablar. Hey estaba muy agitado y Simon la miraba, indignado.

—Encarna no mató a Amy ni se suicidó, ¿verdad? —prosiguió Charlie. Al ver que la mirada de Simon se desviaba hacia Hey y pensando que estaría reformulando su teoría original, se apresuró a añadir—: No. Y tampoco fue Jonathan quien las mató.