Prueba de la policía ref.: VN8723
Ref. caso: VN87
Oficial al mando: Inspector Kombothekra
DIARIO DE GERALDINE BRETHERICK, EXTRACTO 8 DE 9
(obtenido del disco duro del portátil Toshiba de Corn Mill House, Castle Park, Spilling, RY29 oLE)
17 de mayo de 2006, 23.40 h.
Esta noche ha llamado mi madre. Yo estaba tan cansada que apenas era capaz de mover la lengua y los labios para articular palabras. «¿Qué estás haciendo?», me ha preguntado. Siempre me hace esta pregunta, como si esperase que yo le respondiera: «Estoy construyendo una casa de muñecas para Lucy con un trozo de madera. Tengo que dejarte: debo sentarme de nuevo ante la máquina de coser y terminar unas preciosas cortinas de algodón para las ventanitas de las muñecas».
«Estoy guardando los juguetes que Lucy ha dejado tirados por toda la casa», le digo.
«Preferiría que no lo hicieras», repuso ella. «Siempre dices que estás agotada. Deberías sentarte y poner los pies en alto».
Eso ha sido una sorpresa. Normalmente, mamá me dice que no tengo ningún motivo para estar cansada y, hasta hoy, nunca demostró interés alguno por la posición de mis pies.
«¿Se ha acostado ya Lucy?».
«Aún no», le he dicho.
«Entonces, espera hasta que se vaya a la cama. Es inútil guardar cosas que volverá a sacar dentro de cinco minutos».
Te equivocas otra vez, mamá. Una cosa está clara: recoger las cosas no es importante tan solo por el resultado. El proceso es igualmente importante; a veces pienso que es lo único que, en casa, mantiene mi cordura. Cuando Lucy y yo estamos aquí, prácticamente no hago nada más que ir de habitación en habitación para remediar el desorden que ella ha provocado. Voy detrás de ella y, en cuanto tira algo, lo vuelvo a colocar en su sitio. Cada vez que saca un juguete, un libro o un DVD de la estantería, hay otros cinco objetos que caen sobre la alfombra. Cada vez que se viste como es debido, tiene que sacar también del armario toda la ropa que se pone para jugar y tirarla al suelo. Y luego están los juguetes que más detesto, los que constan de varios elementos: los juegos de té, los de picnic, el set de peluquería, el Lego, los muñequitos de trapo, los rompecabezas… Todas esas cosas acaban tiradas en el suelo.
Hace un tiempo, mi madre me dijo que debería haber obligado a Lucy a ordenar sus cosas, pero si lo hiciera le daría una rabieta y yo tendría que reunir todas mis fuerzas para calmarla. De todas formas, esa no es la única razón por la que voy detrás de ella recogiéndolo todo. Merodear en torno a ella y guardar las cosas que deja tiradas es algo que ejerce sobre mí una morbosa atracción. Me gusta el simbolismo de este comportamiento. Quiero demostrar a todos aquellos que me observen lo difícil que me resulta —cada minuto, cada segundo— conseguir que mi vida me resulte aceptable, ordenarla de tal manera que pueda convivir con ella. Quiero que mi ardua situación sea evidente para todo el mundo: Lucy no hace más que arruinarlo todo constantemente y yo debo esforzarme a todas horas para reparar los daños que ella causa en mi vida. Y nunca me rendiré, jamás. Lucharé con uñas y dientes contra lo que detesto hasta el último aliento.
¿Qué pasaría si me sentara en el sofá a charlar o a ver la televisión mientras Lucy esparce piezas de plástico, muñequitos y toda clase de objetos por el salón? La gente pensaría que he aceptado el «status quo». No puedes negar el hecho de tener una hija después de haber traído al mundo a una —eso es algo que sé perfectamente—, pero ese constante y frenético reordenar es lo más parecido a ese acto de negación (sin causar daño a nadie, por supuesto).
No le he contado nada de esto a mamá porque sé que habría empezado con sus «deberías»: me habría dicho lo que debería y lo que no debería pensar y sentir. No puedes ir diciéndole a todo el mundo lo que debería hacer y lo que no. Yo sí podría decirle que debería ser más comprensiva, pero ¿de qué serviría eso? Es evidente que no es capaz de serlo.
«Por favor, intenta no cansarte demasiado», me ha dicho. A decir verdad, su interés casi me emocionó, hasta que añadió: «No quiero meterme en tu vida. Lo único que me importa es Lucy, eso es todo. Si estás agotada, no podrás cuidar de ella como Dios manda».
Lo único que me importa es Lucy, eso es todo. Habría podido decirlo más alto pero no más claro.
He sido su hija durante más de treinta años antes de que Lucy existiera.
Le he dicho que no vuelva a llamarme.