[1] A. CASTRO, La España que aún no conocía, PPV, Barcelona, 1990, pp. 91, 36. <<
[2] Véase la desenvoltura de E Borkenau: «Me atrevo a sugerir que quizás masacrar a todos los enemigos no sea tanto una costumbre anarquista, como, más bien, española» (. BORKENAU, El reñidero español, cit., p. 60). <<
[3] ORWELL, Homenaje…, cit., p. 154. <<
[4] Según Preston y otros, Franco evitó esa guerra «no por una gran habilidad o intuición, sino por una fortuita combinación de circunstancias, de las cuales fue en buena parte espectador pasivo: el desastre de la entrada de Mussolini en la guerra, que alertó al Führer contra otro aliado pobre; luego, por la negativa de Hitler a pagar el alto precio que el Caudillo solicitaba por su beligerancia; y, en definitiva, el hábil uso que los diplomáticos aliados hicieron de los escasos recursos alimenticios y de combustible en una España económicamente devastada» ((P. PRESTON, Franco, cit., p. 659). El hecho de que a Franco siempre le ocurriera lo mismo, es decir, que saliera adelante a pesar de su «fatuidad» y escasa inteligencia, debiera suscitar en el propio Preston alguna sospecha sobre la inteligencia de sus análisis. El caso de Mussolini poco tuvo que ver con la pobreza, pues falló ante Grecia, país mucho más pobre. El alto precio puesto por Franco a su beligerancia fue con toda probabilidad deliberado. Y el «hábil uso» de la debilidad española por los diplomáticos aliados retrasó la reconstrucción del país y aumentó dramáticamente el hambre. Ahora bien, nada de eso habría disuadido a un Franco descrito como cruel, indiferente al sufrimiento ajeno, cínico y frenético por el poder. Ni tampoco su escasez de armas. Si creyó en la victoria alemana casi hasta el final del conflicto, como afirma el estudioso, ¿por qué no se subió al carro de Hitler, al coste que fuera? <<
[5] Véase una interpretación del historiador P. Voltes: «Una de las páginas más dramáticas de la historia de nuestra guerra civil es la anulación, por Franco, de la moneda emitida por el Gobierno republicano a partir del 18 de julio de 1936, y con ella, la ruina de millares de familias, empresas y entidades». Esta «hecatombe económica» constituye, según él, una estafa gigantesca: «¿Qué duda cabe de que en el territorio republicano se había registrado una inflación que pesaba sobre el futuro del país? Bien está. Obsérvese, empero, que en la zona nacional había habido también su propia inflación». Pero Voltes no cuantifica el monto de cada inflación (40,4 por ciento la nacional y 1.430 por ciento la populista), omite que la «republicana» había anulado el valor de aquellas pesetas, por nadie aceptadas, y olvida graciosamente que la ruina de miles de empresas y entidades se había consumado desde el 18 de julio. Como señala J. Velarde, la Ley de Desbloqueo de 1940, por la que se convertían pesetas populistas a nacionales, permitió que la banca siguiera funcionando, aunque al coste de heredar parte de la inflación «republicana» (P. VOLTES, Historia inaudita de España, Plaza y Janés, Barcelona, 1984, pp. 314 ss.;J. VELARE, «Aspectos económicos de la guerra civil», en VV.AA., La guerra… (sesenta años después), cit., pp. 391-392). <<
[6] Funcionó también una pequeña guerrilla socialista en Asturias y anarquista en Cataluña. Significativamente, autores y grupos izquierdistas vienen glorificando al maquis en una campaña de propaganda similar a la realizada con las Brigadas Internacionales, es decir, difuminando su carácter comunista, ocultando que perseguían reiniciar la guerra civil, y presentándolo como una lucha «por la democracia y la libertad». El mejor libro publicado sobre el maquis es probablemente el de J. R. Gómez Fouz, La brigadilla, centrado en Asturias. La intensidad de la propaganda negrinista-comunista sobre la conveniencia de continuar la guerra a toda costa, aparece en este comentario de Alcalá-Zamora, en el exilio, sobre la actitud de otros emigrados: «llegaban a desear el monstruoso horror de un resurgimiento de la guerra civil», «plegándose con ceguera al extranjero que creían les serviría mejor para prevalecer de nuevo». (ALCALÁ-ZAMORA, Memorias, cit., p. 493). <<
[7] S. HOARE, Embajador ante Franco en misión especial, Sedmay, Madrid, 1977, pp. 341 ss. <<
[8] J. M. GIL-ROBLES, La monarquía por la que yo luché. Páginas de un diario (1941-1954), Taurus, Madrid, 1976, p. 317. <<
[9] Fue tanto antifranquista como anticomunista. Según E S. Saunders, autora de La CIA y la guerra fría cultural, estuvo financiado por la CIA, cosa probable, porque ocurrió en una época de grandes alarmas en Europa por los avances del comunismo, manifiestos en abultados éxitos electorales en Francia e Italia, que algunos han supuesto incluso mayoritarios. La idea era arrebatar al PCE la iniciativa de una posible transición democrática, pretensión aventurada ante la debilidad política y orgánica de los asistentes. <<
[10] Diario de Ferrol, 31 de julio de 2002. <<
[11] Dice Walters, «Nixon, que estaba muy preocupado con la situación en España, me dijo: “Quiero que vayas y hables con Franco sobre lo que acontecerá después de él". Franco me recibió de pie. Me dijo: “Lo que interesa realmente a su presidente es lo que acontecerá en España después de ini muerte, ¿no? Siéntese, se lo voy a decir. Yo he creado instituciones y nadie piensa que funcionarán. Están equivocados. El Príncipe será Rey, porque no hay alternativa. España irá lejos en el camino que desean ustedes, los ingleses y los franceses: democracia, pornografía, droga, y qué sé yo. Habrá grandes locuras, pero ninguna de ellas será fatal para España". Yo le dije: “Pero, mi general, ¿cómo puede estar usted seguro?” “Porque voy a dejar algo que no encontré hace cuarenta años” Yo pensé que iba a decir las Fuerzas Armadas, pero dijo: “la clase media española”. Se levantó, me dio la mano y ya había terminado la entrevista» (ABC, 15 de agosto de 2000). <<
[12] La hegemonía de los reformistas sobre el llamado Búnker quedó bien de relieve cuando el asesinato de Carrero Blanco. Fue la ocasión más propicia para que el Búnker tomara la iniciativa, utilizando la provocación etarra para aplastar a la oposición y suprimir las políticas aperturistas de los años anteriores. Hubo un conato de reacción «involutiva», por el general Iniesta Cano, pero Fernández Miranda la anuló rápida y fácilmente. <<
[13] He escrito sobre estos sucesos, en los que participé, en De un tiempo y de un país, y en La sociedad homosexual y otros ensayos. En cuanto al movimiento rupturista, una de sus consignas principales, la amnistía, iba a afectar al medio millar de presos políticos, cifra indicativa en un país de 38 millones de habitantes presuntamente llenos de odio al franquismo. La mayoría de los presos era comunista o lo estaba por atentados terroristas. <<
[14] Merece referirse con cierta extensión un suceso plenamente revelador. El 20 de marzo de 1976, Solyenitsin, sorprendido por la facilidad de la vida en España, declaró en una entrevista a Televisión Española: «Sus progresistas llaman dictadura al régimen vigente en España. Hace diez días que yo viajo por España (…) y me he quedado asombrado. ¿Saben ustedes lo que es una dictadura? (…) He aquí algunos ejemplos de lo que he visto con mis propios ojos (…). Los españoles son absolutamente libres de residir en cualquier parte y de trasladarse a cualquier lugar de España. Nosotros, los soviéticos, no podemos hacerlo en nuestro país. Estamos amarrados a nuestro lugar de residencia por la propiska (registro policial) Las autoridades deciden si tengo derecho a marcharme de tal o cual población (…).
»También he podido comprobar que los españoles pueden salir libremente de su país para ir al extranjero. Sin duda se han enterado ustedes por la prensa de que, debido a las fuertes presiones ejercidas por la opinión mundial y por los Estados Unidos, se ha dejado salir de la Unión Soviética, con no pocas dificultades, a cierto número de judíos. Pero los judíos restantes y las personas de otras nacionalidades no pueden marchar al extranjero. En nuestro país estamos como encarcelados. »Paseando por Madrid y otras ciudades (…) más de una docena, he podido ver que se venden en los kioscos los principales periódicos extranjeros. ¡Me pareció increíble! Si en la Unión Soviética se vendiesen libremente periódicos extranjeros, se verían inmediatamente docenas y docenas de manos tendidas y luchando para procurárselos. Pues bien, en España, su venta es libre.
»También he observado que en España uno puede utilizar libremente las máquinas fotocopiadoras. Cualquier individuo puede hacer fotocopiar cualquier documento, depositando cinco pesetas por copia en el aparato. Ningún ciudadano de la Unión Soviética podría hacer una cosa así en nuestro país. Cualquiera que emplee máquinas fotocopiadoras, salvo por necesidades de servicio y por orden superior, es acusado de actividades contrarrevolucionarias. »En su país –dentro de ciertos límites, esto es verdad– se toleran las huelgas. En el nuestro, y en los sesenta años de existencia del socialismo, jamás se autorizó una sola huelga. Los que participaron en los movimientos huelguísticos de los primeros años de poder soviético fueron acribillados por ráfagas de ametralladora, pese a que sólo reclamaban mejores condiciones de trabajo (…).
»Si nosotros gozásemos de la libertad de que ustedes disfrutan aquí, nos quedaríamos boquiabiertos (…). Hace poco han tenido ustedes una amnistía. La califican de “limitada”. Se ha rebajado la mitad de la pena a los combatientes políticos que habían luchado con armas en la mano [alude a los terroristas]. Puedo decirle esto: ¡ojalá a nosotros nos hubiesen concedido, una sola vez en veinte años, una amnistía limitada como la suya! (…) Entramos en la cárcel para morir en ella. Muy pocos hemos salido de ella para contarlo».
Estas palabras despertaron en la oposición una furia sin límites. Las contestó Juan Benet, emblemático intelectual antifranquista, el día 27, en Cuadernos para el diálogo, una revista cristiano-progresista cercana al marxismo: «Todo esto, ¿por qué? ¿Porque ha escrito cuatro novelas (las más insípidas, las más fósiles, literariamente decadentes y pueriles de estos últimos años)? ¿Porque ha sido galardonado con el premio Nobel? ¿Porque ha sufrido en su propia carne –y buen partido ha sacado de ello- los horrores del campo de concentración? (…) Yo creo firmemente que, mientras existan personas como Alexandr Solyenitsin, los campos de concentración subsistirán y deben subsistir. Tal vez deberían estar un poco mejor guardados, a fin de que personas como Alexandr Solyenitsin no puedan salir de ellos hasta que no hayan adquirido un poco de educación. Pero una vez cometido el error de dejarle marchar, nada más higiénico que el hecho de que las autoridades soviéticas (cuyos gustos y criterios sobre los escritores rusos subversivos comparto a menudo) busquen la manera de librarse de semejante peste».
Desde hacía años, la oposición no violenta al franquismo entrañaba muy pocos riesgos, y para más de uno constituía una buena y oportunista inversión en futuro. Como luchador por la libertad era insignificante la talla de Benet, que escribía y desenvolvía su vida muy cómodamente bajo la limitada dictadura de entonces. ¿Cómo se atrevía a hablar así de Solyenitsin, testigo crucial de la barbarie totalitaria del siglo XX, auténtico luchador contra ella y auténtica víctima de ella, aparte de escritor cien codos por encima de él?
La oposición no condenó las obscenas y reveladoras vilezas de Benet. Al contrario y con pocas excepciones, como la de J. P. Quiñonero en Informaciones, lanzó una campaña de descrédito contra el gran escritor ruso. El subdirector de la revista, Eduardo Barrenechea, decía del «hombrecillo Soljenitsin»: «Lo seguro es que muchos telespectadores debieron enrojecer… de vergüenza». En la revista Por favor, Soledad Balaguer cantaba una loa entusiasta al sistema soviético y denostaba al «premio Nobel barbudo» que daba «gato por liebre diciéndonos que los rusos eran muy malos porque eran comunistas, sin conseguir que nadie le creyese». La pro comunista revista Triunfo, una de las de más tirada bajo el franquismo, denunciaba el «escándalo» de la «operación Solyenitsin», por «aprovechar el enorme público de este programa del sábado para acometernos de esta manera por medio de una disertación fanática y apasionada (…). El señor Solyenitsin llega con retraso de una guerra fría, y la Televisión española, de una guerra civil renovada». Denunciar lo que ocurría en la URSS y compararlo con España significaba, pues, renovar la guerra civil y atacar «la democracia española inexistente». El semanario izquierdista Personas, informaba: «Solyenitsin es un paranoico clínicamente puro (…). La voz del viejo patriarca zarista penetró en los campos y en las ciudades españolas como un viento glacial. Fue una vergüenza». Y en la misma revista: «¿Quién habrá pagado el spot de don Alexandr? (…) Don Alexandr no es político. Es folklore, nada más». Arturo Rubial, en la revista Posible, opinaba del Solyenitsin Show: «Ese Solyenitsin es un Nobel por nada (…) Miente a cada instante: ha perdido decididamente la brújula». «Habrían debido hacer de manera que Solyenitsin contase todo esto al estilo de music-hall, rodeado de lindas muchachas del ballet Set 96; este caballero tiene pasta de showman». Montserrat Roig, en Mundo, no le cedía en agudeza: «La barba de Soljenitsin parece la de un cómico de pueblo, la de un cómico ambulante pagada por una alianza de señores feudales. El escritor ruso hace reír al gallinero (…). Un día le arrancarán las barbas postizas». Hasta en publicaciones de provincias tan poco protagonistas como Soria, podía leerse: «Soljenitsin, turista privilegiado, multimillonario a costa de los sufrimientos de sus compatriotas, vive bien, muy bien, de sus discursos». La oposición de derechas, por pluma de Cela podía escribir: «Solyenitsin no está solamente contra España, nuestro pequeño y amado país, lo cual no sería nada. Solyenitsin está contra Europa (…). Está contra la libertad (…). Heraldo de la tristeza (…). No tenemos necesidad de pájaros de mal agüero». Francisco Umbral lo trataba de «payaso», y Antoni Serra de «payaso de segunda clase». Para Jiménez de Parga: «Uno pierde la calma delante de quien, sirviéndose de las pantallas de la TV, pretende tomarnos por imbéciles, permitiéndose explicar precisamente en España lo que es una dictadura». Etc. Entre los epítetos dedicados al viejo luchador ruso están los de «enclenque», «chorizo», «mendigo desvergonzado», «famélico», «espantajo», «bandido», «hipócrita», «multimillonario», «siervo», «aprueba las ejecuciones de Chile», «mercenario», «perdió la chaveta», «delirante», y tantos otros, reveladores de una calidad moral e intelectual.
En fin, la simpatía hacia la Unión Soviética, incluidos los campos de concentración, era un signo de identidad muy importante de aquel antifranquismo. Que la oposición y sus mediocres intelectuales osaran hablar como lo hicieron, refleja mucho mejor que un largo tratado el escasísimo espíritu democrático y la extrema banalidad de tales héroes. Menos burdo y más insidioso, Le Monde, daba su información bajo este titular: «Solyenitsin considera que los españoles viven en la “libertad más absoluta”». El escritor no usó tal expresión, entrecomillada como textual por el periódico, ni quiso decir nada así… a menos que las libertades por él enumeradas, y muy reales en aquella España, agotaran, para el diario francés, el catálogo de libertades posibles. Recientemente el antaño popular Íñigo, autor de la entrevista a Solyenitsin, decía, en medio de comentarios triviales, que la misma había tenido lugar en vida de Franco, y que a éste le había gustado tanto que había ordenado repetirla. ¿Mala memoria? (En RICARDO PASEYRO, España en la cuerda floja, Plaza y Janés, Barcelona, 1977, pp 25 ss. El Mundo, Madrid, 6 de septiembre de 2002). <<