Notas al capítulo 27

[1] AZAÑA, Memorias, II, cit., p. 439. <<

[2] Ibid., p. 442-444. <<

[3] J. ÁLVAREZ LOPERA, La política de bienes culturales del Gobierno republicano durante la guerra civil española, II, Ministerio de Cultura, Madrid, 1982, p. 34. <<

[4] E. LÍSTER, Memorias de un luchador, Del Toro, Madrid, 1977, pp. 416 ss. <<

[5] J. ÁLVAREZ LOPERA, La política…, 1, cit., p. 156. <<

[6] Ibid., p. 46. <<

[7] S. de MADARIAGA, España, cit., p. 422. <<

[8] J. ÁLVAREZ LOPERA, La política…, II, cit., p. 53. <<

[9] Ibid., p. 59. <<

[10] J. SALAS, Guerra…, 1, cit., pp. 214-215. <<

[11] Escribe Ramón Salas Larrazábal: «Los ataques a la ciudad son limitados, como limitados eran los medios disponibles, e iban dirigidos de prefe rencia a los Ministerios de la Guerra, Gobernación y Hacienda, al edificio de la Telefónica y a la zona Atocha-Retiro, en todos los cuales se encontraban importantes objetivos militares (…). Los bombardeos efectuados sobre el Retiro, donde se encontraba la reserva general de artillería y el emplazamiento de buen número de baterías, fueron los que causaron mayores daños, pues bastaban pequeños errores de lanzamiento para que resultaran batidas zonas residenciales, por cierto las más elegantes y aristocráticas de la ciudad: las inmediatas al Museo del Prado» (R. SALAS, Historia del Ejército…, I, pp. 624-625). <<

[12] J. ÁLVAREZ LOPERA, La política…, I, cit., p. 159. <<

[13] Abundaron los robos de los funcionarios encargados de la represión, como el chequista socialista García Atadell (Rancaño habla de «los numerosos García Atadell que operaban por cuenta propia») o el teniente coronel Uribarri, jefe del SIM durante un período, que huyeron al extranjero con joyas y bienes expoliados. <<

[14] Cree Álvarez que la Alianza «logró aglutinar a lo más válido de la intelectualidad joven española (…). Por lo demás, en la Alianza se daba un predominio de miembros y simpatizantes del PCE,lo que resulta lógico si tenemos en cuenta sus antecedentes» (J. ÁLVAREZ LOPERA, La política…, I, cit., pp. 27-28, 93). <<

[15] Ibid., p. 116. <<

[16] La Alianza de Intelectuales Antifascistas se instaló en el palacio Zabálburu, de Madrid, donde existía una de las mejores bibliotecas de libros antiguos del mundo. Rafael Alberti y María Teresa León se aposentaron también en el palacio, donde organizaron fiestas y actuaciones teatrales. De esta manera, la valiosísima biblioteca se salvó del destino de tantas otras, simplemente destrozadas. A cambio, al terminar la guerra pudo comprobarse la desaparición de unos 90 libros antiguos de enorme valor, entre ellos un códice medieval (el libro becerro de Arlanza), veintidós incunables, una primera edición del Quijote, etc. También habían desaparecido la colección de monedas de oro, numerosos objetos de plata, etc., que indudablemente fueron «expropiados» por alguno o algunos intelectuales. Araquistáin, que definiría el exilio como «una admirable Numancia errante que prefiere morir gradualmente a darse por vencida», es acusado por Constancia de la Mora de haberse llevado a Francia buen número de libros en ambulancias militares: «¡Ambulancias para transportar papeles y alfombras cuando nuestros heridos no podían escapar a la barbarie de los fascistas por falta de ellas!» (Catálogo de la biblioteca del palacio de Zabálburu; CONSTANCIA DE LA MORA, Doble esplendor, cit., pp. 429-430, en JAVIER RUBIO, «Notas sobre Araquistáin», La ilustración liberal, núm. 12, octubre 2002).

Vienen a cuento los expresivos versos de Alberti, donde exalta, no sin un punto de turbia melancolía, la destrucción, en sus aspectos material y humano:

¡Palacios, bibliotecas! Estos libros tirados (…)

estos inesperados

retratos familiares

en donde los varones de la casa, vestidos

los más innecesarios jaeces militares,

nos contemplan partidos,

sucios, pisoteados,

con ese inexpresable gesto fijo y oscuro

del que al nacer ya lleva contra su espalda el muro

de los ejecutados. <<

[17] J A. GARCíA NOBLEJAS, «El Alcázar», Letras, 2 de febrero de 1984. <<

[18] J. ÁLVAREZ LOPERA, La política…, 1, p. 157. <<

[19] Ibid., p. 160. <<

[20] Álvarez alude frecuente y desdeñosamente a los «tópicos», las «exageraciones» o «calumnias» del franquismo, pero su investigación demuestra que muy a menudo las acusaciones franquistas fueron ciertas, o incluso quedaban cortas, por ignorancia de datos. <<

[21] . ÁLVAREZ LOPERA, La política…, 1, pp. 99-100. <<

[22] Epistolario Prieto-Negrín, cit., p. 57. <<

[23] P. DE CHURRUCA, De soldado a embajador. Recuerdos y reflexiones, Biblioteca Nueva, Madrid, 2001, pp. 77-78.

Terminada la guerra, Alcalá-Zamora, una víctima del gigantesco expolio, rechazó secamente ofertas de ayuda procedente de aquellos fondos, pese a la penuria que entonces le afligía. <<

[24] E. LÍSTER, Memorias…, cit., p. 418. <<

[25] De gabinete a museo. Tres siglos de historia del Museo Arqueológico Nacional, Ministerio de Cultura, abril julio de 1993, p. 86. <<

[26] C. RIVAS CHERIF, Retrato de un desconocido. Vida de Manuel Azaña, Grijalbo, Barcelona, 1981, pp. 431-432.

Unos días después dimitía, tras haberlo amagado tantas veces. No parece haber tenido parte en las actividades pecuniarias de otros dirigentes, y de hecho murió en la pobreza. En los últimos días se reconcilió con la Iglesia. Según el obispo francés Théas, que le visitó por entonces, besó el crucifijo, diciendo «Jesús, piedad, misericordia». Según otras versiones, había perdido la razón para entonces. El funeral lo pagó la embajada de México, que impuso a cambio un entierro civil y no religioso, contra la voluntad de Azaña y de su viuda. <<

[27] Epistolario…, cit., p. 58. <<

[28] P. DE CHURRUCA, De soldado…, cit., p. 74; E. LÍSTER, Memorias…, cit., p. 420. <<

[29] Epistolario…, cit., pp. 58-60. <<

[30] Ibid., pp. 146 ss. <<

[31] Javier RUBIO, La emigración de la guerra civil, 1936-1939, San Martín, Madrid, 1972, p. 136. <<

[32] Ibid., pp. 148-149. <<

[33] Martínez Barrio o Miaja, por ejemplo, percibían subsidios quince veces superiores a los de la gente «de base». <<

[34] Javier RUBIO, La emigración de la guerra civil, 1936-1939,, San Martín, Madrid, 1972, p. 149.

Asunto importante es el del número de refugiados, sobre el cual se ha «mitificado» a discreción. Prieto y Negrín aluden constantemente a la existencia de medio millón de ellos, y la cifra se sigue repitiendo, como definitiva y permanente, en multitud de libros, artículos, reportajes televisivos, etc. Como ya indiqué, se trata, como en tantas otras ocasiones aquí vistas, de una pura distorsión de la realidad. En los primeros tiempos los emigrados se acercaron, efectivamente, al medio millón, arrastrados en gran medida por movimientos de pánico colectivo, y a veces empujados por las tropas; pero antes de fin de año habían vuelto a España las tres cuartas partes de ellos, unos 360.000, de modo que el 14 de diciembre de 1939, el ministro francés del Interior, Sarraut, informaba que sólo quedaban en Francia 140.000, de los cuales 40.000 eran mujeres y niños (Ibid., p. 123).

En una reciente exposición organizada por el político socialista Alfonso Guerra, se abultan a 200.000 los exiliados, sin explicar la pronta repatriación de la gran mayoría. Bajo el epígrafe «Retornos», el público recibe la siguiente información: «En el interior de España se intensificó la oposición al régimen de Franco. Aumentaron las relaciones entre el exilio y el denominado “exilio interior”. Poco a poco revivieron con fuerza aquellos ideales que condenaron al exilio a miles de españoles: la soberanía nacional y el Estado de derecho», hasta terminar en la democracia actual que permitió la vuelta de muchos. Si de algo no cabe duda es de que el Frente Popular enajenó la soberanía nacional a Stalin, y que desde las elecciones de 1936 intentó «republicanizar el régimen», entendiendo por ello, entre otras cosas, la anulación de la independencia de los jueces. Hay, no obstante, un grano de verdad en el aserto, y es que la oposición anitifranquista no superó los tópicos del Frente Popular, siendo ésa una de las causas de su inoperancia. La oposición del propio Guerra a la dictadura fue insignificante. Y si recordamos que el jefe socialista, ya en el poder desde 1982, declaró enterrado a Montesquieu, intentó destruir la independencia del poder judicial, explicó como expropiación para «el pueblo» la incautación de Rumasa, fuente de una inmensa corrupción, etc., entenderemos mejor el sentido de «estado de derecho» en su boca. Todavía asombra más la pretensión de los organizadores de que la muestra aspira a la reconciliación. <<