Notas al capítulo 23

[1] . CANTALUPO, Embajada en España, Caralt, Barcelona, 1951, pp. 191 ss. <<

[2] J. SALAS, Guerra aérea, II, cit., p. 269; en VV.AA., La guerra (sesenta años después), cit., pp. 125-126. <<

[3] Ibid., II, p. 99.

Según el corresponsal inglés C. L. Steer, Mola amenazó, mediante octavillas con el total arrasamiento de Vizcaya y su industria si no se rendía enseguida. Pudo haber sido una intimidación típica, pero nunca se ha presentado un solo ejemplar de la supuesta hoja, y Steer no fue modelo de veracidad. También Richthofen alude a una supuesta intención de Mola de arrasar la industria bilbaína, lo que pudo haber sido una boutade, pues la única orden de Mola conservada al respecto, ordena, precisamente, evitar tal destrucción. <<

[4] Aguirre y otros, con sus continuas quejas, contribuían a la desmoralización, cuando, dice J. Salas, «su obligación era imbuir a la tropa el convencimiento de que la aviación apenas causa daños a tropas disciplinadas que se mantengan impasibles en las trincheras, y mucho menos en terreno de montaña, y que, por el contrario, es demoledora su actuación contra unidades en movimiento, especialmente si retroceden en desorden» Las tropas aguantaban mejor que sus dirigentes. En general, los nacionales resistieron mucho mejor los golpes desde el aire, aunque sus contrarios harían lo propio en ocasiones, como en la batalla del Ebro. <<

[5] P. AGUILAR, Memoria y olvido de la Guerra civil española, Alianza, Madrid, 1996, pp. 273-274. <<

[6] No obstante, Azaña, uno de los personajes más loados en dicho periódico, había visto con escepticismo esa historia. En 1933 escribía: «La misma tarde fuimos a Guernica. Visitamos el Árbol y la casa de Juntas, donde hay una porción de cachivaches que pretenden ser antigüedades y reliquias de una tradición» ( AZAÑA, Diarios (robados), cit., p. 242). <<

[7] El País, 21 de abril de 1977; P. AGUILAR, Memoria y…, cit., p. 276. <<

[8] P. AGUILAR, Memoria y…, cit., pp. 273 ss. <<

[9] El País, 21 de abril de 1977. <<

[10] J. SALAS, Guernica, cit., p. 31. <<

[11] Ibid., p. 31. <<

[12] Ibid., p. 162.

«Southworth -que alardea de conocimientos sobre autonomías de los aviones alemanes de la época, para obtener la pintoresca conclusión de que no pudo efectuarse el bombardeo partiendo de un aeródromo de Alemania y volviendo a dicho país a tomar tierra, afirmación digna de Pero Grullodebía saber que los bombarderos de la Legión Cóndor no podían llegar hasta Guernica con una carga adecuada de bombas y sobrevolar la villa durante tres horas y cuarto, y que el tiempo máximo de permanencia en el aire de los cazas de acompañamiento era inferior a las dos horas y media». <<

[13] Lo realizó, al poco de caer la villa en manos nacionales, un ingeniero del Ministerio de Obras Públicas. Muy minucioso y técnico, detalla hasta la posición de los embudos de las bombas, probando sin lugar a duda la realidad del bombardeo. Sin embargo, por motivos políticos, la conclusión, quizá debida a otra mano, es la contraria: ¡no hubo ningún bombardeo! <<

[14] J PÉREZ, Historia de España, Crítica, Barcelona, 2001, p. 632. <<

[15] Debe señalarse que Irún y Éibar sí habían sido quemadas en buena parte con gasolina por las fuerzas izquierdistas en retirada. <<

[16] Incluso un historiador prestigioso como Joseph Perez afirma en su Historia de España, que hubo 1.600 muertos y que los corresponsales britanicos «dio la casualidad de que estaban allí». Pero ni los corresponsables estaban allí, pues llegaron después del bombardeo, ni son muy fiables, y el número de muertos fue casi catorce veces menor. <<

[17] Esta cifra fue dada por E Basaldua dentro de un libro colectivo titulado, con cierta paradoja En defensa de la verdad, publicado en 1956, en Buenos Aires. <<

[18] P. AGUILAR, Memoria y…, cit., p. 224; en J. SALAS, Guernica, cit., p. 210. <<

[19] J. SALAS, Guernica, cit., p. 191. <<

[20] J. M. RIESGO, «Guernica, 65 aniversario. Las verdaderas causas del bombardeo», en La aventura de la historia, abril de 2002. <<

[21] J. SALAS, Guernica, cit., pp. 324-326. <<

[22] Asombra hasta qué punto ha sido «ninguneado» un estudio muy probablemente definitivo como el de J. Salas, apenas citado y a veces desvirtuado incluso en libros muy recientes. <<