[1] F. CAMBÓ, Memorias, pp. 311-312; G. BORROW, La Biblia en España, Alianza, Madrid, 1970, p. 522. <<
[2] De ahí, por ejemplo, la insistencia de los comunistas en que fueran Azaña y Casares quienes se encargaran de destruir a los partidos de la derecha, tachados en bloque de «fascistas». José Díaz hablaba claro: «Aunque el carácter de la revolución en España sea el de una revolución democrático-burguesa, ya hoy la burguesía no puede, como los hechos han demostrado, llevar hasta el fin su revolución. Ha de ser el proletariado el que lo haga. ¿Sabéis por qué? Porque el proletariado es una clase homogénea, revolucionaria, consecuente, y como tal clase no se queda a mitad de camino, no vacila como le ocurre a la pequeña burguesía. Y si no, ved el ejemplo de la Unión Soviética. Allí se llegó al socialismo después de haber realizado la revolución democrático-burguesa; pero quien realizó esta revolución, quien la llevó a la práctica, no fue Kerenski, no fue la burguesía, sino que fue el proletariado. El proletariado, aliado con los campesinos y dirigido por el Partido Bolchevique al asumir el Poder, llevó a término la revolución democrático-burguesa y la transformó en revolución socialista» (Vid. J. DÍAZ, Tres años… 1, cit., pp.127-128). <<
[3] Idea bien sintetizada por dos estudiosos izquierdistas, Joan Villarroya y Josep Maria Solé, en relación con los crímenes de la guerra: «La represión ejercida por jornaleros y campesinos, por trabajadores y obreros, también por la aplicación de la ley entonces vigente, era para defender los avances sociales y políticos de uno de los países con más injusticia social de Europa. Los muchos errores que indudablemente se cometían, pretendían defender una nueva sociedad. Más libre y más justa. La represión de los sublevados y sus seguidores era para defender una sociedad de privilegios» (J. VILLARROYA I FONT y J. SOLÉ I SABATÉ, «El castigo de los vencidos», en La guerra civil (24), Historia 16, p. 66.)
Desde luego, nadie negará a esos autores su derecho a identificarse, si quieren, con la pequeña minoría de asesinos ultrapolitizados que aprovecharon el hundimiento de la ley para matar y robar a mansalva. Mucho menos derecho tienen, en cambio, a confundir a los asesinos con los trabajadores en general. Y menos aún a pregonar que con tales métodos defendían una sociedad justa y libre. En los países donde triunfaron ideas como las de los revolucionarios españoles, no advino una sociedad tal, sino un régimen policíaco donde el pueblo perdió todas sus libertades y derechos, sometido férreamente al dictado de castas burocráticas. Así es la experiencia histórica, en realidad ya contenida en la lógica de la teoría. Pero los amantes de tales justicias y libertades gozan todavía de predicamento en muchos países. <<