[1] Muchos años después, el 25 de julio de 1981, en una entrevista a El País, Dolores Ibárruri explicaba: «Pude haberle dicho [a Calvo] muchas cosas, es usted un vividor, un sinvergüenza, pero nunca le dije que moriría con los zapatos puestos: yo no podía hacer una amenaza de esa naturaleza. Ahí está el Diario de Sesiones». La amenaza no fue, en efecto, contra Calvo (como se ha dicho a menudo por un error comprensible) sino contra Gil-Robles, y no está en el Diario de Sesiones –como no lo están las incitaciones de Galarza, por la razón vista–, pero fue reproducida en Mundo Obrero al día siguiente. Ello aparte, La Pasionaria exigía constantemente el encarcelamiento de Gil-Robles, Calvo y demás líderes conservadores, y en alguna ocasión, su «arrastramiento». <<
[2] J. M. GIL-ROBLES, No fue…, cit., p. 34. <<
[3] Ibid., p. 34. <<
[4] Ibid., p. 39. <<
[5] Ibid., p. 53. <<
[6] Ibid., p. 63. <<
[7] Ibid., p. 76. <<
[8] Ibid., p. 78. <<
[9] Ibid., p. 79. <<
[10] Ibid., p. 186; En P. MOA, Los orígenes…, cit., p. 186. <<
[11] En Los orígenes…, cit., pp. 187 ss. <<
[12] El Debate, 20 de enero de 1934. <<
[13] El propio Gil-Robles llegó a decir: «Yo puedo dar a España tres meses de aparente tranquilidad si no entro en el Gobierno. ¡Ah!, ¿pero entrando estalla la revolución? Pues que estalle antes de que esté bien preparada, antes de que nos ahogue». Pero, como he expuesto en Los orígenes de la guerra civil, la pretensión no casa con los hechos, y se trata de una justificación a posteriori, para disimular la casi nula preparación oficial contra la insurrección. Las declaraciones de la CEDA en días anteriores muestran que creía desarticulada la trama subversiva por los hallazgos de armas en septiembre, y la rebelión tomó al gobierno y a la CEDA por sorpresa. Tardaron varios días en tomar la iniciativa, y ello gracias a que en casi ningún lugar las masas siguieron a los rebeldes. En fin, al entrar en el gobierno, la CEDA no lo hizo en el plan desafiante sugerido por Gil-Robles, sino sólo en tres ministerios no decisivos, y con ministros elegidos entre los más moderados y aceptables para las izquierdas. <<
[14] J. M. MACARRO VERA, «Octubre, un error de cálculo y de perspectiva», en VV.AA., Asturias, 1934. Cincuenta años para la reflexión, Siglo XXI, Madrid, 1985, pp. 271-273. <<
[15] El Debate, 6 y 5 de octubre de 1934. <<
[16] J. M. GIL-ROBLES, No fue…, cit., pp. 139-140. <<
[17] Ibid., p. 354. <<
[18] N. ALCALÁ-ZAMORA, Memorias, cit., p. 388. <<
[19] Olvidando los hechos y subrayando en exceso algunos gestos y frases, Santos Juliá afirma que la CEDA no hacía nada por demostrar su no fascismo; J. Tusell asegura: «los mismos dirigentes de la CEDA hicieron poco por combatir esas tendencias fascistas o semifascistas dentro de su propia organización», en especial en la JAP. (Vid. J. TUSELL, Historia de la Democracia Cristiana en España, 1, Sarpe, Madrid, 1986, p. 206). <<
[20] GIL-ROBLES, No fue…, cit., p. 356. <<
[21] Un panorama similar pinta Azaña: «Los gobernadores de Portela habían huido casi todos. Nadie mandaba en ninguna parte y empezaron los motines». (En P. MOA, El derrumbe…, cit., pp. 262-263). <<
[22] C. RIVAS CHERIF, Retrato…, cit., pp. 671, 675, 667. <<
[23] Ibid., cit., p. 665. <<
[24] Datos seguramente fidedignos, y quizá inferiores a la realidad, pues la censura impedía a la prensa publicar los desmanes y crímenes. Estudios de E. Malefakis, R. Cibrián y J. Linz dan un número algo inferior de muertos pero son datos incompletos, por esa razón. <<
[25] C. RIVAS CHERIF, Retrato…, cit., pp. 665. <<
[26] R. DE LA CIERVA, Los documentos de la Primavera Trágica, Editora Nacional, Madrid, 1967, p. 588. <<
[27] GIL-ROBLES, No fue…, cit., p. 778. <<