Capítulo 21

LAS BRIGADAS INTERNACIONALES

Desde el mismo comienzo de la guerra los medios comunistas internacionales habían avanzado proyectos para enviar voluntarios a España, especialmente en reuniones de la Comintern y la Profintern (sindicatos) en Praga, el 21 y el 26 de julio. En ellas sitúa el nacimiento de las Brigadas Internacionales Andreu Castells, autor de un libro esencial sobre dichas brigadas, y brigadista él mismo. Pero en realidad se trató de proyectos sin consistencia, pues sólo en torno al 16 de septiembre decidió Stalin intervenir de lleno con armas y voluntarios, cuando, contra todo pronóstico, la derrota se cernía sobre el Frente Popular. El estado soviético canalizaría la ayuda material y organizativa (asesores), y la Comintern los voluntarios, a fin de disimular la implicación soviética. La decisión parece haber sido adoptada al margen de cualquier petición del o al gobierno español, o de otras fuerzas populistas. Según la historia oficial comunista, el 22 de octubre una comisión internacionalista solicitó y obtuvo del gobierno de Madrid la aceptación de las brigadas extranjeras, que estaban ya en avanzada gestación[1]. Los anarquistas las boicotearon, incluso obstruyendo el paso de voluntarios por la frontera con Francia.

En el designio comunista, las brigadas tenían una triple función: denunciar y agitar contra la inhibición de las democracias ante la «república» española, crear una especie de ejército particular soviético, y actuar como fermento y factor de cohesión para el nuevo ejército del Frente Popular. La Internacional Comunista recibió la consigna de centrar su actividad en la recluta de voluntarios, como explica Krivitski, un alto agente del espionaje militar soviético en Europa. Debía garantizarse la dirección comunista, pero enrolando al mayor número posible de gente sin partido o de otros partidos. En lo último tuvo poco éxito, pues la vasta mayoría (entre el 60 y el 80 por ciento) de los voluntarios procedía de sus mismas filas. Vinieron, se dice, de 53 países, sobre todo franceses, polacos, italianos, useños, alemanes, yugoslavos, ingleses y checos. El PC francés sirvió de base central para la tarea, y aunque ayudaría algún destacado socialista, como Pietro Nenni, la empresa tuvo carácter comunista de arriba abajo.

En las brigadas entraron los idealistas políticos, los aventureros deseosos de emociones fuertes, y a veces los simples delincuentes. Buena parte de ellos podría identificarse con las motivaciones del useño Sandor Voros, que se sentía «la hoja de acero templado en la lucha de clases, un comunista», y venía a luchar «al lado de los legendarios dirigentes comunistas»[2]. La recluta atrajo sobre todo a trabajadores diversos, muchos de ellos en paro por la crisis de la época, y aunque se ha destacado mucho la participación de intelectuales, la proporción fue baja. Los alistados viajaban a una base en Albacete, donde recibían instrucción bajo la autoridad principal de André Marty, comunista francés célebre desde 1919 cuando organizó un motín en los barcos de guerra franceses enviados al mar Negro en auxilio de la contrarrevolución rusa.

Las Brigadas Internacionales han sido uno de los mitos cumbres de la guerra. Las celebraron poetas como Alberti en sus conocidos versos:

Venís desde muy lejos… mas esta lejanía

¿qué es para vuestra sangre que canta sin fronteras?

No son menos famosas las frases de La Pasionaria al despedirlos hacia el final del conflicto: «Hablad a vuestros hijos de las Brigadas Internacionales. Decidles cómo estos hombres lo abandonaron todo y vinieron aquí y nos dijeron: estamos aquí porque la causa de España es la nuestra. Millares de ellos se quedarán en tierra española. Podéis iros con orgullo pues sois historia, sois leyenda. Sois el ejemplo heroico de la solidaridad y universalidad de la democracia. No os olvidaremos, y cuando el olivo de la paz eche de nuevos sus hojas, ¡volved!».

La leyenda persiste hoy con vigor en ámbitos intelectuales de izquierda, siempre con la concepción de hombres que entregaban su sangre generosamente por la libertad de España. En 1996, conmemorando el 60 aniversario del reinicio de la contienda, las izquierdas, con ayuda de buena parte de las derechas, lanzaron en España una magna campaña de exaltación de los internacionales, trayendo a 350 ancianos brigadistas a actos de homenaje. El Parlamento, con apoyo de la derecha, acordó otorgar la nacionalidad española a exvoluntarios que la pidieran, mientras otros parlamentos regionales y ayuntamientos acordaban homenajes diversos. El concejo de Alcalá de Henares propuso alzarles un monumento, pues constituían «Un canto de amor y de compromiso con la libertad».

Un hito en la campaña fue un congreso académico en Albacete, en noviembre, coordinado por la Universidad de Castilla-La Mancha, la cual recordó, como señalaba la revista de pensamiento Lamusa, de ese mes, el «compromiso de la ciudad con las Brigadas Internacionales». Historiadores como A. Elorza y otros afirmaron allí, si bien con cautela, que Stalin, o en todo caso los brigadistas, defendían en España «una república parlamentaria» o, en general «la libertad». Mayor entusiasmo exhibieron los políticos. Un diputado nacionalista catalán de la derechista CiU destacó «lo mucho que tenemos que agradecer en Cataluña a las Brigadas Internacionales»; a su juicio, la democracia actual «ha conseguido lo que ellos soñaron un día». El presidente socialista de Castilla La Mancha, José Bono, citó al académico Muñoz Molina, para quien los internacionales «viajaron a un país que no conocían dispuestos a perder no sólo su juventud sino también, si era preciso, la vida en defensa de la libertad»; y fue más lejos al dirigirse a los viejos brigadistas presentes: «Tomabais partido por la inteligencia contra la ignorancia». De ahí el agradecimiento de la universidad. Todavía en octubre de 2001, el líder de la oposición, Rodríguez Zapatero, caracterizaba su causa como «la más noble, la libertad de los humildes, la libertad de España».

El mito choca de entrada con una contradicción muy fuerte, en la que han preferido no reparar aquellos políticos y académicos: sabemos con certeza desde hace tiempo, por numerosos testimonios y los estudios de Martínez Bande, Castells, De la Cierva, o César Vidal, que se trató de una organización inspirada, mandada y encuadrada por el stalinismo[3]. Éste emprendía por aquellos mismos tiempos una de las más mortíferas oleadas de terror en la URSS, con reflejos también en España, como la represión contra el POUM y otros episodios. Por supuesto, Stalin y los suyos pregonaban a todos los vientos las consignas de libertad y democracia, pero su concepto de las mismas tenía poco en común con el que normalmente prevalece en los países occidentales. Las brigadas, al margen de las ilusiones que se hiciera cada voluntario, servían sin duda al concepto de libertad de Stalin, plasmado en el Gulag, y el equívoco al respecto, cultivado por la universidad y los políticos, en España y otros países a finales del siglo XX y entrado el XXI, indica una cierta calidad política e intelectual.

La dudosa libertad encarnada en las brigadas empezaba dentro de ellas mismas. Muchos voluntarios eran retenidos contra su voluntad una vez cumplido el periodo de su contrato, y tan pronto llegaban a Albacete entraban en un ambiente de vigilancia y sospechas por parte del NKVD, apoyado en chivatos y provocadores. En carta a la dirección de PC francés, Marty informaba: «En España, mezclados con magníficos militantes comunistas, socialistas, antifascistas (…) hemos recibido a muchos centenares de elementos criminales internacionales, y mientras algunos de ellos se han limitado a vivir a sus anchas sin hacer nada ni combatir, muchos han iniciado, aprovechándose de los primeros días, una innumerable serie de delitos abominables: estupros, violencias, robos, homicidios por simple perversión, hurtos, secuestros de personas, etc. No contentos con eso, fomentan sangrientas rebeliones contra las autoridades de Valencia, y no ha faltado alguno que se ha dedicado a ser espía de Franco (…). En vista de ello, no he dudado en ordenar las ejecuciones necesarias. Esas ejecuciones, en cuanto han sido dispuestas por mí, no pasan de quinientas».

Número elevadísimo –que valió a Marty el mote de «carnicero de Albacete» en varios idiomas–, y probablemente inferior al real, pues no sólo se fusilaba por crímenes comunes, sino, y sobre todo, por sospechas políticas o, según G. Regler, comisario político de la famosa XII Brigada, de otro tipo: «Marty sabía que estos hombres no ignoraban nada de la corrupción y de la crueldad que reinaban en la corte de Albacete. En Francia podía revelar aquellas interioridades a la prensa francesa; así que se dispuso a liquidarlos».

La disciplina se impuso muy pronto por el terror. Escribirá, ya en 1938, el citado y muy stalinista Voros: «Los líderes del Kremlin (…) aunque nos proporcionan material, confían sobre todo en el terror. Oficiales y soldados son implacablemente ejecutados siguiendo sus órdenes. El número de víctimas es particularmente elevado entre los polacos, eslavos, alemanes y húngaros»[4].

Si difícilmente puede nadie considerar en serio que las brigadas luchasen por la libertad, hablar de «libertad de España» suena doblemente irónico, pues ellas constituían un elemento del gran dispositivo –PCE, asesores, policía secreta, control del oro español– mediante el cual Stalin satelizaba a la España izquierdista. Los trabajos ya aludidos, en especial el de César Vidal, apoyado en documentación soviética, han dejado la cuestión lo bastante clara.

Documentos publicados recientemente en el libro Spain betrayed, ya citado, ofrecen una visión cruda, libre de propaganda, que abunda en los estudios mencionados y ofrece, de paso, perspectivas nuevas. Para empezar, las relaciones con los españoles fueron en general muy poco cordiales. Según un informe atribuido a Vital Gayman (Vidal), un comunista francés, considerado un tanto enredoso por sus camaradas («un cobarde increíble», le llama Kléber), los mandos españoles consideraban a dichas brigadas «un ejército de mercenarios» con «un solo derecho: el de obedecer». Les encomendaban misiones imposibles, o los situaban en los sitios más expuestos, regateándoles las armas y sometiéndoles a provocaciones, lo cual volvía sus bajas desproporcionadamente numerosas. Considera tales conductas «un crimen militar y político». Y, ciertamente, las brigadas tuvieron muchas bajas, pero ello no parece haberse debido a decisiones del mando español, sino de los propios comunistas, que utilizaban las brigadas como fuerza de choque y de prestigio[5].

Al revés, diversos testimonios revelan la excesiva independencia de las brigadas hacia los españoles. En un largo informe Kléber señala cómo los jefes extranjeros —y los asesores soviéticos— solían prestar poca atención a las órdenes del mando populista, y trataban a los soldados españoles, que pronto entraron en las Brigadas Internacionales, como gente inferior en su propio país. Y es clarificador el informe del general Walter (Korol Sverchefski), soviético de origen polaco, asesor militar de las brigadas y, como el anterior, espíritu independiente dentro de lo que podían permitirse los stalinistas. Sverchefski aprecia en los internacionales «un terco rechazo a admitir que estamos en suelo español, subordinados al ejército español, que el único superior es el pueblo español y, para quienes somos comunistas, el Partido Comunista español.» Su deseo de cambiar esa mentalidad fue infructuoso: «Los internacionalistas vivimos nuestra propia y aislada vida. Salvo infrecuentes visitas oficiales, rara vez admitimos españoles entre nosotros.» Las brigadas integrarían pronto hasta un 60 y un 80 por ciento de personal indígena, pero los extranjeros «tienen completo, absoluto poder. Todos los puestos clave y las posiciones políticas están ocupadas firmemente» por ellos. Ofrece datos sobre diversas brigadas, donde la oficialidad foránea superaba el 70 por ciento, mientras sus «camaradas» hispanos sólo eran mayoría entre los suboficiales y la tropa. Los oficiales rara vez se molestaban en aprender dos palabras de español, descansando en traductores, con merma de la operatividad. Sverchefski señala cómo su empeño en cambiar tal hábito resultó también casi baldío[6].

En las unidades cundía el antisemitismo y menudeaban los rifirrafes y antagonismos nacionales, «pero en general eran, por así decir, riñas de familia, celosamente escondidas a ojos extraños, es decir, españoles». Hacia éstos adoptaban un tono de «patrón insatisfecho. Todas nuestras dificultades, flaquezas y fallos se excusaban aludiendo a la presencia de españoles en nuestras brigadas. Los españoles son cobardes. Siempre huyen. Nunca quieren luchar, y así sucesivamente». «Todos se consideraban superiores a los franceses, pero incluso éstos eran superiores a los españoles.»

De este desprecio da pruebas abundantes: «La 12 Brigada, en el Jarama, mostró profunda indignación por la impertinencia del mando español, que osó insinuar con mucha cautela la conveniencia de que la brigada compartiese su abundancia de medios con los vecinos españoles, faltos de ellos».

La brigada disponía de 150 camiones, 66 automóviles y 48 motocicletas, mientras, cerca de ella, toda la XI División sólo contaba con unos pocos camiones y ambulancias, y no podía retirar a sus heridos ni aprovisionar a sus tropas. Ni siquiera solían ceder los vehículos estropeados, pero fácilmente reparables. Tales actitudes no fueron aisladas, según Sverchefski, que anota también cómo vio cerca de Madrid «montañas de munición» desechadas por la misma brigada, bastantes a colmar las necesidades de las tropas españolas próximas. Asimismo era muy difícil conseguir que relevaran a los españoles en las trincheras.

Esas conductas contaminaban todo. Las brigadas procuraban surtir a cada grupo nacional con comida al estilo de sus países, pero había una total despreocupación en cuanto a la de sus «camaradas de armas» indígenas. La insolidaridad llegaba a extremos brutales: «Hasta hace poco la unidad sanitaria en Albacete atendía muy bien a los heridos internacionalistas, y sugería cínicamente que de los españoles se ocupara la división. Con magníficos hospitales en Albacete, Murcia, Alicante, Benicassim, equipados espléndidamente en personal y material [el responsable] se negó tercamente y por largo tiempo a atender a soldados españoles que habían luchado codo con codo en las mismas Brigadas Internacionales. Considero un gran logro que nuestra división haya sido la primera en atender a los heridos españoles en plano de igualdad con los internacionales». Menciona cómo un jefe de la XI Brigada informaba cuidadosamente de las bajas extranjeras, pero ni se preocupaba por enterarse de las españolas.

La disciplina de los internacionales declinó pronto, y las deserciones proliferaron, hasta el punto de que alguna brigada decidió disimularlas dejando de informar de ellas. El batallón Abraham Lincoln, por ejemplo, llegó a tener 120 desertores al ser transferido de Madrid a Aragón. «No recuerdo un solo caso de investigación pública y castigo por deserción de un internacional, pero si un soldado español se ausenta sin permiso o vuelve tarde (cosa infrecuente, porque apenas se les conceden permisos), la espada inexorable de la justicia cae de inmediato sobre la cabeza del criminal». Y expone casos de estas persecuciones «sádico-fariseas», «crueles, frías, desalmadas», y otras hazañas de quienes se creían «los salvadores de España contra el fascismo». No faltaron los abusos, gamberrismo e intimidación contra la población civil de su propio bando.

El número de internacionales sigue sin saberse con certeza. Solían considerarse alrededor de 35.000, pero Castell, en un cálculo minucioso, cuantifica 60.000, que han sido aumentados en otros cálculos por países. R. Salas los estima en torno a los 70.000, partiendo de la relación de bajas, que hace imposible el número habitualmente ofrecido. C. Vidal volvía a las viejas cifras, que parecen confirmadas por los documentos de Spain betrayed: un informe sobre la base de Albacete da 52.000 voluntarios pasados por ella, aunque, advierten los editores, muchos de ellos corresponderían a repetidas estancias de heridos. El número total ascendería a 31.400 hasta abril de 1938, cuando la base fue transferida a Cataluña. El comportamiento de los brigadistas fue muy desigual, con episodios de valor al principio, y otros, cada vez más frecuentes, de desbandada. C. Vidal expone cómo después de la guerra muchos de ellos siguieron formando una especie de ejército secreto, al servicio del espionaje del Kremlin.

Hasta la llegada de las Brigadas Internacionales, el número de voluntarios extranjeros era de unos pocos centenares en cada bando, entre infantes y aviadores. Pero la iniciativa soviética suscitó la llegada de la Legión Cóndor y, especialmente de contingentes italianos[7], cuyos primeros 3.000 voluntarios desembarcaron en Cádiz a finales de diciembre, dos meses largos después de los primeros brigadistas que para esa fecha no debían de bajar de los 10.000. Luego, a lo largo de 1937 los italianos fueron aumentando hasta superar, probablemente, a los internacionales. A lo largo del conflicto pasaron por España en torno a los 70.000 italianos, según ha establecido Coverdale, aunque 10.000 de ellos no llegaron a intervenir, por llegar tardíamente.

Franco prefería integrar a los italianos en unidades españolas, pero Mussolini impuso su deseo de formar con ellas unidades propias (el CTV o Corpo de Truppe Volontarie), pues esperaba que decidiesen la guerra, gracias a su alto grado de mecanización y a su concepción de la «guerra rápida»; no gustaba al Duce la conducción bélica franquista, demasiado prudente para su gusto. Los italianos desempeñaron un papel fundamental en la toma de Málaga, en febrero de 1937, pero al mes siguiente encajaron una dura derrota en Guadalajara. El descalabro, con participación destacada de las Brigadas Internacionales, incluidos en ellas numerosos italianos, fue muy amplificada por la propaganda izquierdista. Desde entonces, Franco rehusó conceder a las unidades italianas ningún papel «estelar», para irritación del Duce. En conjunto, el comportamiento militar italiano fue bueno, mucho mejor de lo que suele decirse, y también lo fue con respecto a la población civil. En contraste con las Brigadas Internacionales, el CTV no fue mitificado por ningún contendiente.

En cuanto a los moros, lucharon en España como lo harían en Europa durante la guerra mundial, es decir, como tropas sobresalientes en combate.