Capítulo 13

EL PRIMER PUENTE AÉREO

El general Mola había elaborado, tan tarde como el 25 de mayo, un plan de acción para imponer una especie de dictadura militar republicana. Daba por improbable un triunfo inmediato en Madrid y Barcelona, y lo creía más fácil en otras divisiones, tres de las cuales (Zaragoza, Burgos y Valladolid) convergirían sobre la capital, donde la guarnición debía sublevarse y resistir. Galicia vigilaría a Asturias, y Valencia a Barcelona, quedando a la expectativa la armada y las fuerzas africanas y de los archipiélagos. En instrucciones posteriores dará mayor relieve a las últimas: el ejército de Marruecos, transportado por la flota, debería avanzar desde el sur sobre Madrid. El plan final preveía levantamientos escalonados en Marruecos y la península los días 18 y 19, y una rápida victoria en menos de cuatro días.

Pero ya el día 21 pudo verse claramente que el plan había fallado, con derrotas demasiado completas en Madrid, aplastados los insurgentes en el Cuartel de la Montaña, y en Barcelona, en ambos casos por la acción conjunta de las fuerzas de seguridad, la aviación, tropas y masas armadas. Valencia había permanecido inactiva, y los revolucionarios habían tomado la iniciativa en casi todas partes, entusiasmados ante la oportunidad de aniquilar definitivamente a la «reacción». Los alzados, perdida la posibilidad de imponerse en pocos días, afrontaban un porvenir tenebroso.

En la mitad norte del país, los rebeldes habían ocupado un vasto territorio entre Galicia y Aragón, pero no la franja cantábrica, densamente poblada y asiento de las fábricas militares (cañones, ametralladoras, explosivos, armas cortas, etc.) y de recursos mineros clave, como el hierro y el carbón, así como de la industria pesada. Esa franja quedaba aislada del resto del Frente Popular, pero contaba con buenos puertos y comunicación terrestre con Francia, a través de Guipúzcoa. En cambio la zona sublevada, aunque extensa, estaba poco habitada y guarnecida, con municiones escasas, y expuesta a fáciles infiltraciones. En la mitad sur, la rebelión había triunfado en Sevilla, Córdoba y Cádiz, pero salvo la última, que incluía buena parte de la provincia, se trataba de enclaves en una región hostil. Otros enclaves eran Albacete y Oviedo, Toledo y el cuartel de Simancas, en Gijón. Luego estaban las islas Canarias y Baleares (aunque pronto perderían Menorca, Ibiza y Formentera). Su baza principal consistía en el Ejército de África, pequeño (cerca de 25.000 hombres) y ligero, pero muy bien entrenado y con alta moral, en contraste con las tropas peninsulares [véase mapa 1].

En manos del Frente Popular había quedado en torno al 60 por ciento del territorio y de la población, con casi todas las grandes ciudades, todas las reservas –factor en principio decisivo en cualquier guerra–, casi toda la industria militar y no militar, las minas de carbón y de hierro, la mayoría de los cultivos de regadío y exportación, y casi la mitad de los cerealistas y de la cabaña ganadera. En aviación, tan importante en la guerra moderna, las izquierdas retenían 430 aparatos de un total de 549 de todas clases; y su ventaja naval no era menor: once destructores y tres cruceros contra uno de cada (aunque en Ferrol, ganada por los rebeldes, había dos cruceros modernos en avanzada construcción), doce submarinos contra ninguno, y un viejo acorazado contra otro. También conservaban un 60 por ciento de las fuerzas de seguridad –en especial la Guardia Civil y de Asalto, mucho mejor adiestradas que las tropas de reemplazo– y aproximadamente la mitad del ejército de tierra, aunque el ejército de Marruecos desequilibraba algo la balanza en favor de las derechas.

A la abrumadora superioridad material se añadía la estratégica, pues el Frente Popular poseía los principales nudos de comunicaciones, y su ventaja aeronaval le permitía anular, bloqueándola en Marruecos, la principal baza rebelde.

Así, Prieto era muy realista cuando, el 9 de agosto, declaraba: «Una guerra no es simplemente heroísmo (…). Si la guerra, cual dijo Napoleón, se gana principalmente a base de dinero, dinero y dinero, la superioridad financiera del Estado (…) es evidente (…). Con los recursos financieros totalmente en manos del Gobierno; con los recursos industriales de la nación, también totalmente en poder del Gobierno, podría ascender hasta la esfera de lo legendario el valor heroico de quienes impetuosamente se han lanzado en armas contra la República, y aun así, (…) serían inevitable, inexorable, fatalmente vencidos».

Unos días antes había expuesto Martínez Barrio, desde Valencia: «Bien se vislumbra que estamos al fin de la prueba. Los sublevados se encuentran técnicamente en el momento de rendirse o huir. Su derrota la tienen por inevitable. Quisieron abatir a un régimen político y a un Gobierno y se han encontrado con que habían de conquistar y dominar a todo un pueblo. Ríndanse, pues»[1]. La embajada alemana en Madrid informaba a Berlín en un sentido bastante parejo, y las fuerzas izquierdistas tenían tal confianza en vencer en pocas semanas o meses, que a menudo se preocupaban más de fortalecerse cada una sobre las demás, con vistas al reparto de la victoria, que de una acción bien concertada, como lamentará Azaña[2].

Las acciones bélicas comenzaron ya el día 20, cuando una columna izquierdista partió de Madrid para adueñarse de Toledo, lográndolo al día siguiente, con la excepción del Alcázar. Otras cuatro columnas salieron el 21 y el 22 hacia la sierra y Guadalajara, donde ocuparon bastante territorio. En la zona rebelde, sobre todo en Navarra, Mola, animado por la torrencial afluencia e ímpetu de los voluntarios navarros y alaveses, insistió en el plan de caer sobre Madrid desde el norte, y trató de capturar los puertos de la sierra, a lo largo de la cual se sucedieron intensos ataques y contraataques, especialmente en el alto del León, culminados en Somosierra el 25. Pero a los pocos días su capacidad ofensiva se había reducido a casi nada, quedando expuesto por todas partes al ataque enemigo. Desesperado, a fin de mes tuvo que ordenar: «Ni un tiro más. Tengo 26.000 cartuchos para todo el Ejército del norte»[3]. También le deprimía su inferioridad aérea. Al parecer, pensó en retirarse tras la línea del río Duero. Algunos historiadores han especulado en vano con la eventualidad de una conquista de Madrid por Mola: la hacía del todo imposible su falta de medios, cuando, además, los revolucionarios madrileños vivían el ápice de su moral y ánimo ofensivo.

En Barcelona, Companys formó el día 21 las Milicias Ciudadanas de Cataluña y la Consejería de Defensa, pero le desbordó el Comité Central de Milicias Antifascistas, creado por la CNT. La superioridad demográfica, industrial y en armas invitaba a ocupar la vecina y mal guarnecida Aragón. El 23, aviones de la Generalitat bombardearon Huesca, y emprendió la marcha la primera columna de Barcelona, mandada por el famoso jefe anarquista Durruti, y asesorada por el comandante Pérez Farrás, comprometido en la intentona de octubre del 34. El día siguiente partía una nueva columna, y el movimiento aumentó a partir del 25, cuando, en el sureste de la península, las izquierdas tomaban el enclave rebelde de Albacete. Las columnas de Barcelona conquistaron buena parte de Aragón, sin topar con mucha resistencia hasta las capitales regionales, Huesca, Zaragoza y Teruel, donde fueron detenidas. Para el 2 de agosto las izquierdas catalanas planeaban otra ofensiva, por mar, contra Mallorca, empresa estratégicamente acertada, pese a las críticas que la abrumaron una vez fracasada. Se hacía, como la de Aragón, en nombre de la «Gran Cataluña».

En Oviedo, el coronel Aranda declaró la rebelión el 20 de julio, tras engañar a las milicias, a las que estimuló a marchar hacia el sur. Pero fracasó en dominar el triángulo entre esa ciudad, Avilés y Gijón, que le habría permitido salir al mar, y quedó encerrado en la ciudad, con pocas probabilidades de resistir. En el resto de la zona cantábrica, hasta Francia, ganaron por completo las izquierdas tras reducir los cuarteles de San Sebastián el día 28. En Bilbao intentaron lanzarse sobre la sublevada Vitoria, el día 22, cuando unos pocos aviones enemigos desbarataron la columna.

Pero no era en esos frentes, sino en el estrecho de Gibraltar, donde se jugaba el destino. El balance de las acciones bélicas iniciales favorecía mucho a las izquierdas, y aun más las perspectivas a fin de mes, y si los revolucionarios lograban cerrar el estrecho, el alzamiento, estancado o en retroceso en los demás frentes, difícilmente habría podido sostenerse. Los alzados iban a demostrar extraordinaria capacidad de lucha, incluso en condiciones desesperadas, pero su penuria en dinero, armas y municiones, con tropas poco instruidas y en vastos espacios mal protegidos, les condenaba a la impotencia. La ayuda sólo podía venirles de África, y por ello se les hizo cuestión de vida o muerte romper el bloqueo del estrecho.

En Marruecos, la sublevación había triunfado en sólo dos días, pero quedaba por ver la reacción marroquí. En tiempos aún recientes, los rifeños habían infligido a los españoles varios desastres, entre ellos el terrible de Annual, y sólo desde 1927, nueve años antes, podía darse el país por pacificado. Si la autoridad musulmana o parte de los marroquíes apoyaban al gobierno, o se sublevaban aprovechando la confusión, los rebeldes se habrían visto en muy grave aprieto. El día 18 la aviación izquierdista había bombardeado varios objetivos, entre ellos el barrio moro de Tetuán, donde provocó un peligroso conato de rebelión. Pero la actitud pacífica del Gran Visir, la habilidad del mando español, en especial del teniente coronel Beigbeder, y el prestigio de Franco entre los líderes musulmanes[4], resolvieron el problema de modo rápido y, como se vería, definitivo.

El segundo problema, el paso de las tropas, parecía insoluble sin apoyo de la armada. No al principio, pues aunque Casares, previsor, había situado el mismo día 18 dos destructores frente a Melilla y uno frente a Ceuta, este último, pasado a los rebeldes, transportó un batallón (tabor) de tropas marroquíes a Cádiz, y otro tabor llegó Algeciras a bordo de un cañonero. Llegado Franco a Tetuán, desde Canarias, en la madrugada del 19, ordenó acelerar los embarques, pero fue imposible, porque a la vuelta de Cádiz la tripulación del destructor se amotinó y arrestó a los mandos.

Lo mismo ocurriría en casi todo el resto de la flota, según la pauta del acorazado Jaime I, que informaba al ministerio el día 20: «Hemos tenido seria resistencia con jefes y oficiales de servicio, venciéndolos violentamente. Resultaron muertos un capitán de corbeta y un teniente de navío; heridos graves, ocho cabos, un teniente de navío, un alférez, un cabo artillero y dos marineros. Rogamos urgentes instrucciones sobre cadáveres». La respuesta fue: «Con solemnidad respetuosa echen al mar los cadáveres»[5]. Algún tiempo después, los oficiales prisioneros serían asesinados en masa. La pérdida de la flota, debida a la hazaña del radiotelegrafista Benjamín Balboa, que desde Madrid alertó a las tripulaciones, supuso una derrota en principio definitiva para los alzados, pues sentenciaba a la pasividad al ejército de Marruecos. El mismo 19 surcaban las aguas del estrecho un crucero, dos guardacostas y un cañonero populistas. Franco propuso entonces un convoy nocturno, protegido por los contados aviones de que disponía, pero al día siguiente se presentaba un nuevo crucero, y al otro un acorazado, tres destructores y un torpedero, fuerza absolutamente imbatible para el cañonero, los dos guardacostas y el torpedero en manos rebeldes.

Franco aseguró a Mola que pasaría el ejército a toda costa por aire, y procedió a organizar el primer puente aéreo de la historia. La solución no parecía muy promisoria, pues la capacidad de transporte de los aviones de la época era escasa, y los aparatos disponibles más escasos aún. La empresa exigiría un continuo vaivén entre ambos lados del estrecho, sumamente vulnerable si lo atacaban los izquierdistas cuya superioridad aérea en aviones de caza era de 62 a 12. Aun así, el mismo día 20 comenzaba el puente aéreo con dos aviones, que trasladaron unas decenas de legionarios a Cádiz. El 19, creyendo todavía contar con la escuadra, Franco había pensado pedir bombarderos a Alemania, pero el 23 envió a unos comisionados alemanes a pedir sobre todo transportes (Junkers 52, también utilizables como bombarderos). Hizo asimismo gestiones en Italia e Inglaterra, vanas en la última.

Entre tanto, el puente aéreo proseguía con rendimiento escaso, pero de efectos decisivos, mediante un corto número de aviones españoles, más otro alemán requisado, los cuales debían combinar el transporte con continuas acciones de hostigamiento a la flota. Durante el resto de julio, el hostigamiento mutuo en la zona fue frecuente, con bombardeos navales contra las ciudades y posiciones costeras sublevadas. En cambio, y sorprendentemente, apenas actuó la aviación populista.

El mismo día 19 los rebeldes y el gobierno subsistente en Madrid habían iniciado gestiones para conseguir aviones, en Inglaterra, Italia y Alemania, los primeros, y en Francia, sus contrarios (desde el 1 de agosto también lo intentarían en Alemania, a la que ofrecían pagar en oro. La operación en principio viable, se frustró pronto). El 25, sábado y día de Santiago, y de combates intensos en los frentes peninsulares, las gestiones llegaron a buen término simultáneamente en París y en Berlín, aunque en el caso francés tropezarían enseguida con nuevos obstáculos[6]. El 26 los italianos accedían a su vez a las peticiones de Franco.

El primer avión alemán llegó el día 2, pero hasta el 5 no hubo un número significativo de aviones italianos y alemanes en la zona del estrecho: once, al lado de trece españoles; y sólo a partir del día 8 la mayoría de los aparatos fue extranjera, y el paso de tropas aumentó, siempre con números bajos.

A menudo se lee que los Junkers alemanes salvaron a Franco, y Hitler así lo pretendió, pero no es cierto. Según los cálculos más fiables, fueron pasados a la península unos 2.000 soldados por aire, y alrededor de un millar por agua, sin más intervención germana que un avión requisado. Tropas mínimas, pero cuya calidad les permitió desempeñar un papel crucial en la ampliación y consolidación de la zona andaluza en poder de Queipo. De este modo, en diez días fue superado el peligroso aislamiento inicial de los enclaves, y el 1 de agosto Franco creyó la situación en Andalucía lo bastante afianzada como para formar dos pequeñas columnas con aquellas tropas y emprender una rápida marcha hacia el norte, a fin de conquistar Mérida y con ello unir la zona andaluza con la zona norte de la rebelión. Los días 2 y 3, esas tropas emprendían la marcha, y antes de cualquier intervención seria de aviones alemanes e italianos, habían avanzado 140 km, hasta sólo 60 de Mérida, portando millones de cartuchos para Mola (otros pasaron a través de Portugal, país temeroso de la revolución y por ello amistoso hacia los sublevados). Como concluye J. Salas: «Esto nos demuestra que el 5 de agosto, antes de que zarpase de Ceuta el llamado “Convoy de la Victoria” los aviones [españoles] habían resuelto los principales problemas del Sur»[7]. Las columnas lograron unir las dos zonas sublevadas el 11 de agosto, sin influencia real de la segunda fase del puente aéreo, la de los aviones alemanes, comenzada «en fuerza» el día 8, con nueve de los 19 Ju-52 llegados inicialmente [véase mapa 2].

Con el puente aéreo sobre el estrecho de Gibraltar, Franco contrarrestó la victoria, en principio decisiva, de sus enemigos en la flota, y, partiendo de una situación casi sin esperanza, logró cuatro objetivos estratégicos fundamentales: superar el bloqueo del ejército de África, convertir los precarios enclaves andaluces en una zona amplia y estabilizada, impedir el colapso de Mola, y unir las dos zonas de la rebelión. Bastantes historiadores atribuyen el mérito a los alemanes, pero la cronología demuestra que no fue así: cuando la intervención alemana se hizo significativa, aquellos cuatro objetivos cruciales ya habían sido alcanzados[8].

El día 5 tuvo lugar otro hecho crucial, aunque de interés sobre todo propagandístico: el cruce del estrecho en barco, en desafío a la poderosa flota allí desplegada por el Frente Popular. Franco había confiado en que los barcos enemigos, privados de buena parte de su oficialidad, habrían menguado bastante en capacidad operativa, pero aun así un solo destructor podía llevar la empresa al desastre, mediante un simple ejercicio de tiro al blanco. El comandante del cañonero Dato, principal protección del previsto convoy, consideró la idea temeraria, y lo expuso al teniente coronel Yagüe, jefe de las tropas africanas, el cual compartió su opinión. Franco, sin embargo, insistió aunque después atribuyó su difícil éxito a una especie de gracia de Dios. Para asegurar el cruce, la aviación debía emplearse a fondo contra la escuadra enemiga, obligándola a alejarse dos horas de marcha de la ruta del convoy entre Ceuta y Algeciras. Por entonces los aviones tenían posibilidad de molestar seriamente a la flota, pero durante toda la guerra sólo un barco de guerra, el destructor Ciscar, fue hundido en ataque aéreo.

La expedición llegó a la mitad de su viaje sin tropiezos, cuando la temida posibilidad de un ataque se materializó en forma de un destructor enemigo que, habiéndose hurtado a la vigilancia aérea, empezó a cañonear los transportes. El Dato le salió audazmente al encuentro, y varios aviones entraron en acción urgentemente, hostigándolo hasta hacerle abandonar la presa. El ataque del destructor estuvo bien orientado, y de haber mostrado mayor agresividad y puntería pudo haber ocasionado una catástrofe a sus enemigos. Fue la primera acción en que participaron los aviones italianos (siete, hostigando los barcos) y alemanes (cuatro, transportando soldados), junto con trece españoles.

El «Convoy de la victoria», así llamado por los rebeldes, pasó de golpe 1.600 soldados, una batería de 105 mm. con 1.200 proyectiles, 4 morteros, dos millones de cartuchos y algún otro material. «¿Merecía la pena tanto riesgo y fatiga para tan escasos logros? –se pregunta Jesús Salas–. Desde el punto de vista material no, pues en aquel momento se estaba en condiciones de pasar esos mismos hombres, por aire, en dos jornadas (…). El éxito de la operación fue, sobre todo, moral», concluye, citando a Martínez Bande: «Se había roto la interceptación del Estrecho y esa noticia sería pronto conocida en España y en todo el mundo. La propaganda nacional airearía ese título de convoy de la Victoria, bajo cuya divisa daba a entender la llegada a la Península de todo el Ejército de Marruecos o de una parte tan considerable de él, que pesaría de modo definitivo y favorable en la difícil e indecisa balanza de la guerra»[9]. El hecho causó suma contrariedad y aprensión en los medios revolucionarios.

Pero en realidad la escuadra izquierdista seguía dueña de la zona, y a los dos días, para demostrar que la hazaña rebelde había sido un golpe aislado, exhibía su poderío, dejando Cádiz, Larache, Arcila, Tarifa y Algeciras, «inundadas de hierro y fuego», según el diario azañista Política, y poniendo fuera de combate al cañonero Dato, héroe de la jornada del 5. El transporte prosiguió gracias al puente aéreo, siempre lento y vulnerable. Hasta finales de octubre no lograría poner en la península al ejército de Marruecos casi entero (unos 22.000 hombres).

Fue también en octubre cuando el dominio del estrecho pasó a manos del bando nacional, al enviar allí dos cruceros, uno de ellos el moderno Canarias, recién botado en El Ferrol. Aprovecharon para ello la marcha poco acertada del grueso de la flota contraria al Cantábrico.

El éxito del transporte por aire fue posible, en buena medida, porque las fuerzas revolucionarias resultaron aun más desordenadas que agresivas, y porque su triunfalismo les hizo minusvalorar a su enemigo y rivalizar prematuramente entre ellas, privándoles de hacer uso eficiente de su enorme ventaja material. Los rebeldes demostraron en cambio un gran sentido de la oportunidad, y audacia y decisión para aprovecharla, pues cualquier vacilación en tales momentos habría traído sobre ellos el desastre. No hay duda de que el puente aéreo fue la acción militar más importante de la guerra, pues aunque no invirtió ni mucho menos la relación de fuerzas, cambió radicalmente el panorama inicial, negro en extremo para los sublevados: no sólo lograron éstos los objetivos estratégicos ya citados, consolidando a Queipo y a Mola, sino que a lo largo de agosto fueron ganando la iniciativa, hasta permitirse, pese a su desventaja material, pasar a la ofensiva en Guipúzcoa, defender eficazmente Oviedo, Córdoba, Granada, Mallorca y las capitales aragonesas, y plantearse la misma toma de Madrid y un rápido fin de la contienda.

Ello es sabido, pero se ha prestado menos atención a otro efecto crucial. La forma como se produjo el levantamiento había dividido la zona sublevada en tres partes, cada una de ellas al mando de un general prestigioso, con el riesgo de rivalidades debilitadoras como las manifiestas en el campo izquierdista. Mola no parece haber tenido mucha ambición de liderazgo, pero probablemente Queipo sí la tenía. En ese paisaje, el éxito de las arriesgadas maniobras de Franco colocó a éste por encima de los otros dos en prestigio e influencia, y más tarde en el mando efectivo. Además, Italia y Alemania le prestaron enseguida la mayor atención. Pero, contra lo que cree Viñas, no fue éste el factor decisivo, sino sólo un añadido.