Los muertos y los vivos
Los lobos habían desaparecido, pero no así el peligro. Derek se había ido al cubil del dragón para buscar el orbe. Laurana y los demás permanecían en los túneles situados debajo de un castillo sitiado. Los Bárbaros de Hielo habían conseguido abrirse paso hasta el interior del castillo y combatían con el enemigo dentro de sus muros. Su tarea no había terminado; el hechicero estaba muerto, pero los que le habían servido aún vivían.
Sturm envainó la espada y se arrodilló para componer los cadáveres de sus compañeros. Cerró los ojos a Aran y le cubrió el rostro desfigurado con su propia capa. Limpió de sangre la cara de Brian con puñados de nieve.
Laurana había temido que Gilthanas saliera disparado detrás de Derek, incluso que se enzarzara con él por la posesión del Orbe de los Dragones. Su hermano no se movió. Contemplaba fijamente los cuerpos de los dos caballeros caídos mientras recordaba que hacía sólo unas horas, la noche anterior, estaban llenos de vida y reían, charlaban, sonreían y cantaban. Inclinó la cabeza, los ojos rebosantes de lágrimas. Laurana estaba a su lado y la rodeó con el brazo; los dos se arrodillaron en la nieve para presentar sus respetos a los muertos. Flint se enjugó los ojos y carraspeó para aclararse la garganta. Tasslehoff se manchó la cara de sangre al sonarse la nariz en el pañuelo de Caramon. Los muertos descansaban con cierta apariencia de paz, los brazos cruzados sobre el pecho y la espada entre las manos inertes. Sturm alzó los ojos al cielo para decir una oración en voz queda.
—«Devuelve a este hombre al seno de Huma, más allá del cielo imparcial; concédele el descanso del guerrero y guarda el último destello…».
—Ya habrá tiempo para eso después —lo interrumpió Derek. El caballero venía del cubil del dragón y sostenía en la mano una bolsa de gamuza cerrada con un cordón. —Tengo el Orbe de los Dragones y hemos de salir de aquí antes de que nos descubran.
Bajó la vista hacia Aran y Brian, tendidos sobre el hielo enrojecido con su sangre, y un fugaz espasmo le contrajo los músculos del rostro. Se le nublaron los ojos y le temblaron los labios. Apretó la boca con fuerza. Los ojos se le aclararon.
—Volveremos a recoger los cadáveres después de que nos hayamos cerciorado de que el orbe está a salvo —dijo en tono frío, impasible.
—Ve tú, milord —dijo Sturm en voz baja—. Yo me quedaré con los caídos.
—¿Para qué? ¡No se van a marchar a ninguna parte! —le increpó con aspereza.
Flint se puso ceñudo y emitió un gruñido sordo. Laurana miraba a Derek de hito en hito, estupefacta. Sturm siguió en el mismo sitio, sin moverse. Derek les lanzó a todos una mirada iracunda.
—Creéis que soy insensible, pero los tengo muy presentes. ¡Escuchad esto! —Señaló hacia el túnel.
Todos oyeron los sonidos inconfundibles de la batalla (entrechocar de metal, gritos, juramentos, chillidos), sonidos que se iban haciendo cada vez más fuertes.
—Éstos caballeros dieron su vida para conseguir el Orbe de los Dragones. ¿Vas a permitir que su sacrificio haya sido en vano, Brightblade? ¿O acaso piensas que deberíamos quedarnos todos aquí para morir junto a ellos? ¿No es mejor llevar a buen fin nuestra misión y vivir para ensalzar su valentía?
Nadie abrió la boca.
Derek giró sobre sus talones y echó a andar de vuelta por donde habían llegado.
No miró atrás para ver si lo seguían.
—Derek tiene razón —dijo finalmente Sturm—. No debemos permitir que su sacrificio haya sido en vano. Paladine velará por ellos. No les pasará nada malo hasta que podamos regresar para llevarlos de vuelta a casa.
Sturm hizo el saludo marcial de los caballeros a cada uno de los caídos y después fue en pos de Derek.
Gilthanas recogió todas las flechas que encontró y siguió a Sturm. Flint carraspeó ruidosamente, se frotó la nariz y, asiendo a Tasslehoff, dio un empujón al kender y le dijo que se pusiera en marcha y dejara de lloriquear como si fuera un bebé muy crecido.
Laurana se quedó un poco más en la cámara, con los muertos. Amigos. Enemigos. Luego recogió el Quebrantador, manchado con la sangre del hechicero, y se encaminó hacia su destino.