13

Recuperación

Fewmaster Toede

Expectativas superadas con creces

Kitiara siguió luchando. Unas zarpas garrudas la inmovilizaban y ella se sacudió con rabia al tiempo que daba patadas y puñetazos y gritaba improperios.

—¡Sujétala! —ordenó, iracunda, una voz gutural.

—¡Eso intento, señor! —jadeó alguien.

—¡Belek, siéntate encima de los pies! ¡Rult, hazla tragar más agua!

Un gran peso inmovilizó las piernas de Kit y unas manos fuertes le asieron las muñecas mientras que otras le abrían a la fuerza las mandíbulas. Alguien le echó agua en la boca.

El agua se fue por donde no debía y Kitiara se atragantó y empezó a toser. Las desesperadas boqueadas para llevar aire a los pulmones consiguieron que volviera en sí. Abrió los ojos y vio rostros monstruosos que la miraban con malicia. No podía moverse y se puso tensa para forcejear, pero entonces la bruma que le enturbiaba la mente se aclaró y cayó en la cuenta de que eran rostros cubiertos de escamas, no de pelambre, y que ninguno pertenecía al pasado.

Eran caras de kapaks, y los hombreslagarto nunca le habían parecido tan maravillosos como en ese momento.

—Podéis soltarme ya —farfulló.

El comandante la miró con recelo un instante y después asintió con la cabeza. El kapak que se le había sentado en las piernas se levantó, gimió y se apartó cojeando; al parecer le había dado un rodillazo en una parte sensible. Los dos soldados kapaks que le sujetaban las muñecas recularon.

—¿Qué hay del guardián? —inquirió Kitiara.

—Está muerto —respondió el comandante.

Aliviada, Kit asintió en silencio y cerró los ojos para que se le pasara el mareo.

—¿Qué era? —preguntó.

—Lo hiciste pedacitos y era difícil distinguirlo —contestó el kapak—. Pero fuera lo que fuese, nunca habíamos visto nada semejante.

—Alguna creación abominable del mago —dijo Kit con un escalofrío—. ¿Estás seguro de que ha muerto?

—Muy seguro —repuso el comandante.

Con un suspiro, Kitiara se relajó. No sentía dolor, pero estaba débil y temblorosa, y la cabeza no le funcionaba con normalidad. Había visto a su padre… y a Tanis. Pero eso era imposible. Y el Orbe de los Dragones le había hablado…

Abrió bruscamente los ojos.

—¡El Orbe de los Dragones! Tengo que protegerlo…

—No, no hace falta —le dijo el comandante—. Sleet se encarga de su custodia por orden de Takhisis. Deberías descansar, te lo has ganado.

—¿Cuánto tiempo he estado inconsciente? —preguntó Kit, desorientada.

—Una semana.

—¡Una semana! —repitió Kitiara, que miró al kapak con incredulidad.

—El agua curativa te cerró las heridas, pero habías perdido un montón de sangre y luego apareció la fiebre. Un par de veces creímos que habías muerto. Su Oscura Majestad debe de tener muy buena opinión de ti.

—Y vosotros os habéis tomado muchas molestias para salvarme la vida. —Kit hizo un gesto con la cabeza y notó que hasta ese pequeño esfuerzo la dejaba agotada—. ¿Por qué no me dejasteis morir, sin más? A vosotros, los dracos, no os caemos muy bien los humanos.

—No nos caéis bien —convino el kapak—, pero los elfos nos caen peor.

Kitiara esbozó una ligera sonrisa.

—Y a propósito de los elfos, me sorprende que Feal-Thas no me haya matado —comentó.

—Tampoco ha venido a traerte flores —repuso secamente el kapak—. De hecho, no se le ha visto el pelo por aquí. Ha estado encerrado en ese palacio de hielo que se hizo.

—A lo mejor no sabe que su guardián ha muerto.

—Oh, ya lo creo que sí. El brujo invernal lo sabe todo. Dicen que lee la mente de los demás. Ése tipo es retorcido. Tiene tantas vueltas y revueltas como una serpiente. Si te interesa mi opinión, te tendió una trampa para que murieras. Quiere quitarte de en medio. Un rival menos.

Kitiara lo consideró detenidamente. Tenía sentido; al menos tenía tanto sentido como todo lo que pasaba en ese lugar.

—Supongo que tendré que matarlo —manifestó—. Dame mi espada… —Intentó incorporarse, pero el kapak la empujó y Kit se desplomó en la cama con un gemido—. Tal vez será mejor que espere hasta mañana… —murmuró.

El comandante soltó una risita.

—Ahora entiendo que seas una Señora del Dragón. Y a propósito de dragones, un azul ha estado rondando por aquí, preocupadísimo por ti. Amenazó con demoler el castillo si te pasaba algo malo. Nunca había visto a un dragón en semejante estado de ansiedad.

—Debe de ser el bueno de Skie. —Kitiara suspiró profundamente, satisfecha—. Dile que me encuentro bien, ¿quieres? Y gracias, comandante. Por todo.

Se dio media vuelta, se arrebujó en las pieles y se quedó dormida.

* * *

Dos días después y tras haber ingerido unos cuantos filetes de caribú, Kitiara se sintió lo bastante bien para dejar la cama. Lo primero que hizo fue comprobar por sí misma que el guardián había muerto realmente. Se aventuró con cautela por el angosto pasadizo, espada en mano. La sangre —su sangre— se había congelado en el hielo, pero no había ningún cadáver. Según le contó el kapak, no había quedado mucho del monstruo, pero ahora no había ni rastro.

Feal-Thas tenía que haberse llevado los restos. O habían desaparecido por sí mismos.

Kit salió de la cámara donde casi había muerto y siguió túnel adelante, hacia el cubil de la dragona, con el propósito de hablar sobre lo que Ariakas planeaba hacer con el Orbe de los Dragones. Aquello no funcionó porque Sleet resultó ser tan obtusa y lerda como había dicho Skie. Parpadeó y contempló a Kit con los ojos entrecerrados, se rascó la oreja con la garruda pata y ladeó la cabeza como si mirar a la humana desde ese ángulo fuera a hacer más claras sus instrucciones. Finalmente, Sleet bostezó, apoyó la testa en el hielo y cerró los ojos.

—¿Has entendido lo que se supone que tienes que hacer? —preguntó Kit, exasperada.

—Tengo que proteger el orbe —masculló la dragona.

—Protegerlo de Feal-Thas —insistió Kit.

—Odio a Feal-Thas.

La dragona enseñó los dientes.

—Cuando el Caballero de Solamnia aparezca, tienes que…

—Odio a los Caballeros de Solamnia —añadió Sleet, que giró sobre sí misma para ponerse panza arriba y se quedó dormida en esa postura, con la lengua colgándole entre las fauces.

Kit se dio por vencida y se marchó. Esperaba que todos se mataran entre ellos.

Kit estaba preparada para marcharse del Muro de Hielo. Había desechado la idea de vengarse de Feal-Thas. Ariakas estaba casi convencido de que había sido cómplice en la muerte de lord Verminaard. No quería que el emperador pensara que recorría Ansalon con el objetivo de asesinar a sus Señores de los Dragones. Se vengaría del elfo, pero sería en el momento y el lugar elegidos por ella, no por él.

Envió un mensaje a Feal-Thas a su Palacio de Hielo para decirle que se marchaba. La respuesta que le envió decía: «No sabía que aún estabas aquí».

* * *

—El emperador cometió una estupidez. No debía haber puesto nada a cargo de ese elfo oscuro —comentó Skie cuando Kitiara se lo contó después—. Los elfos normales son malos, pero los elfos oscuros son peores.

Los dos se encontraban en el campo de hielo azotado por el viento, fuera de los muros del castillo. Kitiara se abrigaba con las pieles y hacía visera con la mano para protegerse los ojos del reflejo cegador del sol en el hielo. Irritada, se preguntó cómo era posible que un sol tan brillante irradiara tan poco calor.

—Deberías entrar —añadió Skie—. Te castañetean los dientes.

—A ti también —repuso Kit mientras le acariciaba cariñosamente el cuello. De la mandíbula del dragón azul colgaban carámbanos y daba la impresión de que le hubiera crecido una barba canosa.

—Estoy helado por dentro y por fuera —rezongó el dragón—. ¿Cuándo vamos a irnos de este sitio espantoso?

—Antes tengo que leer los despachos que ha enviado Ariakas para ver si hay otras órdenes para mí.

Dejó al dragón pateando de aquí para allá por el glaciar al tiempo que batía las alas para que no se le congelaran.

El primer despacho que leyó era del emperador Ariakas, en el que le informaba de las victorias habidas en la zona oriental de Krynn. El Señor del Dragón Lucien de Takar tenía actualmente la mitad del continente bajo su control, o eso afirmaba Ariakas. Kitiara rechinó los dientes al leer aquello. Solamnia estaría bajo su control a esas alturas de haberlo permitido el emperador. En cuanto a Lucien, ¿qué había conquistado? Tierras de kenders, de elfos y de pastores de cabras. ¡Bah!

Ariakas le decía que confiaba en que su encuentro con el Señor del Dragón Feal-Thas hubiese ido bien. Kitiara emitió un sordo gruñido al leer aquello. El emperador esperaba que le enviara un informe completo.

Kitiara se quedó sentada largo rato analizando el mensaje. Algo iba mal, Ariakas nunca le había escrito nada tan formal y distante. La misiva ni siquiera era de su puño y letra. La había dictado. Hasta ahora siempre le había escrito personalmente.

Había muchas razones por las que Ariakas podría haber dictado esa carta: libraba una guerra, intentaba gobernar una extensa región, buscaba al Hombre de la Gema Verde, trataba con una diosa impaciente. No era de extrañar que no dispusiera de tiempo para escribirle una nota personal.

Con todo, a Kit le preocupaba eso y otros pequeños detalles. Había esperado que Ariakas le pidiera el informe en persona y en cambio le decía que se lo diera por escrito. No decía nada sobre futuras órdenes. No hacía mención alguna a Solamnia. Kitiara decidió que dejaría el Ala Azul encargada de buscar a Tanis por los alrededores de Thorbardin y ella viajaría de inmediato a Neraka para averiguar qué pasaba.

Arrugó la carta, hizo con ella una bola y la acercó al fuego que ardía en el aceite de foca. Contempló cómo se quemaba el papel y sólo lo soltó cuando la llama estuvo a punto de quemarle los dedos.

Los siguientes comunicados, unos treinta, eran de Fewmaster Toede. Kit les echó un vistazo al tiempo que sonreía. Eran copias de despachos a comandantes de las fuerzas del Ejército Rojo con órdenes que contravenían las previas que él mismo había dado. Kitiara imaginó que los comandantes se limitarían a tirarlas, que era justo lo que pensaba hacer ella cuando reparó en que una iba dirigida a su nombre.

Kitiara se acomodó, dispuesta a disfrutar con la lectura de las necedades del hobgoblin que la harían reírse un poco.

El saludo inicial ya lo consiguió. Escrito con una letra que desde luego no pertenecía a un hobgoblin, ocupaba media página y empezaba dirigiéndose a ella como: «Eminentísima, venerada y estimada Señora del Dragón, honrada por hombres, dioses y naciones» y continuaba con la misma retahíla. Se lo saltó casi todo para llegar al cuerpo principal de la misiva, que empezaba por describir el placer que había sido para Fewmaster conocerla y expresar su más ferviente deseo de que le permitiera limpiarle las botas otra vez cuando volvieran a verse, cosa que esperaba —y pedía a su Oscura Majestad— que ocurriera pronto.

Entonces se cortaron de golpe las risas de Kitiara, que se irguió bruscamente y releyó el párrafo siguiente:

«Mis espías en Thorbardin me informan de que esas personas por las que tan gentilmente demostraste interés, esos asesinos que mataron a nuestro muy querido lord Verminaard (a quien Chemosh tenga consigo) han abandonado la fortaleza subterránea de los enanos y, de acuerdo con las informaciones, están de camino a Tarsis en un intento de escapar de su tan merecido castigo».

—Tarsis —musitó Kitiara, interesada. Luego siguió leyendo.

«Nada más llegarme esta noticia, he ofrecido una recompensa por esos criminales y confío plenamente en que serán capturados pronto. Sabiendo que su graciosa señoría estaba interesada en que a esos bribones se los llevara ante la justicia y para más ilustración de su señoría, adjunto envío una copia completa de la recompensa, con los nombres y la descripción de esos asesinos. He enviado esta noticia a los comandantes de nuestras ilustres fuerzas situadas en la región. Estoy convencido plenamente de que tendremos a esos criminales bajo llave y tras las rejas en cualquier momento».

Kitiara dudaba que alguno de los comandantes se hubiera tomado siquiera la molestia de leer la misiva.

Claro que quizá «esos criminales» no fueran Tanis y sus amigos. Según los informes había unos ochocientos refugiados escondidos en Thorbardin. Sacó el aviso que iba enrollado dentro de la carta del Señor de los Dragones; conforme leía los nombres, notó que el corazón le latía más deprisa.

Fue como si el pasado surgiera repentinamente ante ella, como había ocurrido en la cámara, con el guardián. Los rostros emergieron de la neblina del tiempo.

Tanis Semielfo. Un semielfo barbudo. Se cree que es el cabecilla.

«Por supuesto —pensó Kit—. Como siempre».

Sturm Brightblade. Humano. Caballero de Solamnia.

Su viaje con Sturm no había resultado como había previsto.

Flint Fireforge. Enano.

El viejo cascarrabias de Flint. Nunca le había caído muy bien al enano.

Tasslehoff Burrfoot. Kender.

Costaba creer que ese pequeño latoso aún estuviera vivo.

Raistlin y Caramon Majere. Humanos. Hechicero y guerrero.

Sus hermanitos. Bueno, en realidad, sus medio hermanos. Tenían que agradecerle su éxito.

Tika Waylan. Humana.

El nombre le sonaba familiar, pero Kit no consiguió ubicarla.

Elistan. Humano. Clérigo de Paladine. Agitador peligroso.

¿Qué podía tener de peligroso el clérigo de un dios débil como Paladine?

Gilthanas, elfo; Goldmoon, sacerdotisa de Mishakal

Kit, impaciente, pasó rápidamente por la lista hasta dar con el nombre que buscaba…

Laurana. Princesa elfa. ¡Debe ser capturada viva! La elfa es propiedad de Fewmaster Toede y no se le debe ocasionar ningún daño, sino que hay que restituírsela de inmediato y bajo la custodia de una nutrida guardia. Se ofrece recompensa.

—Así que ahí estás —dijo Kit con desagrado—. Todavía con él.

Miró intensamente el nombre como si así pudiera conjurar la imagen de la elfa: rubia, esbelta, bella.

Amigos, familia. Amante. Rival. De camino a Tarsis. ¡Al igual que, como era de suponer, hacía Derek Crownguard! Sus espías la habían informado de que iba a Tarsis a buscar una biblioteca. ¿Y si se encontraban? Sturm y Derek eran compañeros de la orden de caballería. Sin duda se conocían. Tal vez eran amigos. ¿Qué consecuencias habría si se encontraban en Tarsis? ¿Mencionaría Derek su nombre?

Kit se lo planteó y no vio motivo alguno para que lo hiciera, pero aun así, la posibilidad de que revelara que la había visto y había hablado con ella era preocupante. Ojalá no le hubiera dicho su verdadero nombre. Había sido un poco por bravuconear.

Tarsis… A un día de viaje a lomos de un dragón.

Mirando sin ver las llamas que titilaban en el aceite de foca, Kitiara se quedó sentada un buen rato mientras fraguaba sus planes. En ningún momento se olvidó de Ariakas. Quienes cometían ese error garrafal no solían vivir mucho tiempo. Tenía que aplacarlo, conseguir que estuviera contento, que creyera que lo que estaba a punto de hacer era en interés de él.

Sonrió y salió de su abstracción con una sacudida para reanudar la lectura de la carta de Toede. Esperaba pasar otro buen rato con más demostraciones de la estupidez del hobo. Por desgracia, la siguiente muestra de necedad de Toede no tenía nada de divertida. Kitiara aspiró aire con gesto iracundo y barbotó una maldición.

—¡Maldito idiota!

Se incorporó bruscamente mientras arrugaba la carta. Iba a arrojarla al fuego, pero se contuvo y se obligó a leerla otra vez. Sin embargo, no mejoró en una segunda ni en una tercera lectura. Entonces la echó a las llamas y vio convertirse en humo sus planes junto con el papel.

¡El estúpido hobgoblin pensaba atacar Tarsis!

Kit sabía la razón. Los Dragones Rojos estaban presionando a Toede para que los condujera a la batalla, y aunque la barriga se le desbordaba por encima del cinturón, por lo visto al hobo le faltaban agallas para hacer frente a los reptiles.

Toede debería estar agrupando a sus fuerzas para atacar Thorbardin y centrarse en eso. En cambio, las enviaba a un ataque a una ciudad que no tenía ningún valor estratégico y muy poca riqueza, una ciudad que no podría conservar por la simple razón de que no contaba con suficientes efectivos para ocuparla. Puede que en otros tiempos hubiera merecido la pena saquear Tarsis, antes del Cataclismo, cuando era una ciudad portuaria. Después de que la montaña de fuego se precipitara sobre el mundo, el mar desapareció y dejó Tarsis rodeada de tierra y arruinados a sus mercaderes.

No se le ocurría qué diablos podría estar pensando Toede. La respuesta era que no pensaba. Kitiara se disponía a volar hasta Haven para intentar parar aquel despropósito cuando, de pronto, comprendió que podría sacar provecho de la decisión absurda del hobo.

Recordó la fecha que indicaba para el ataque: quince días a partir de ese momento. Disponía de muy poco tiempo y tenía muchas cosas que hacer… Y hacerlas discretamente. Ni siquiera Skie debía sospechar sus verdaderos motivos. Se guardó debajo de la camisa el pergamino con los nombres y las descripciones de los asesinos de lord Verminaard, echó un par de tragos de aguardiente enano para aguantar el frío helador del viaje y, arrebujada en las pieles, recogió su equipo y salió para reunirse con el dragón.

—¿Adónde nos dirigimos? —preguntó Skie. Tenía prisa por irse.

—A Thorbardin, a reunirnos con el Ala Azul —contestó Kitiara—. Y desde allí volaremos a Tarsis.

Skie giró la cabeza hacia atrás para mirarla de hito en hito.

—¡Tarsis! ¿Qué tenemos que hacer en Tarsis?

—Te lo explicaré después —contestó Kit. La voz de la mujer sonaba hueca dentro del yelmo astado.

Skie deseaba saber algo más sobre esa absurda decisión de llevar el Ala Azul a Tarsis, pero decidió esperar para discutirlo en otro sitio donde la cola no se le quedara pegada al hielo. Extendió las alas, agitó la cola para soltarla, dio un gran salto con las poderosas patas traseras y alzó el vuelo de buena gana hacia el cristalino cielo azul.