La caída del castillo del Muro de Hielo
Canción de los Bárbaros del Hielo
A mi relato, pueblo del hielo, presta atención,
del día en que el castillo del Muro de Hielo cayó,
y a las lecciones que enseña, abre los oídos.
Desde tiempo inmemorial, la torre allí se alzaba
con muros de hielo sobre muros de piedra;
y lo llamaba su hogar el hechicero Feal-Thas.
Ése mago, un elfo oscuro, tenía hechizados
a un millar de thanois como dotación de las murallas…
Feroces hombres-morsa. Y eso no era todo:
Porque esos demonios esclavizaban osos del hielo,
que eran vejados y torturados hasta enloquecer,
clamando carne y sangre para saciar su rabia.
Draconianos, también, a centenares
en las murallas de la torre abundaban,
para hacer lo que quiera que Feal-Thas ordenara.
¡Y por si fuera poco, un gran dragón blanco
cumplía la voluntad del mago! Con su poder
afianzaba el derecho a reinar del elfo oscuro.
Pues Feal-Thas gobernar había decidido
con mano de hierro y cruel designio,
donde el pueblo, largo tiempo, había perdurado.
El pueblo del hielo parecía afrontar su fin.
Contra tal amenaza, no teníamos protección.
La esperanza al viento se esparció.
¡Escucha, pueblo del hielo, mi relato!
Habbakuk, nuestro antiguo dios, le habló
entonces a Raggart el Viejo en un sueño,
y la victoria en su nombre le prometió.
A unirse a la causa de los Bárbaros de Hielo
también vinieron forasteros y fueron ~caballeros,
enanos y elfos~ como parientes acogidos.
El jefe Harald, Quebrantador en mano,
emplazó a los guerreros leales a plantar cara
y limpiar los hielos de la mácula de Feal-Thas.
¡El día que cayó el castillo del Muro de Hielo!
Los botes deslizantes partieron al romper el alba.
Y aunque en nuestros corazones había alentado el miedo
un soplo de esperanza en el aire flotaba.
¡Entonces el milagro sobrevino!
¡El dragón, tal como Habbakuk había jurado
se marchó cuando nos poníamos en camino!
¡Abridlos oídos a las lecciones aquí reveladas!
Animados por el augurio, alegres los corazones,
nuestros hombres navegaron; los perros corrieron
al costado de los botes deslizantes.
Pero la torre, que aún se erguía alta y poderosa,
ensombreció los ánimos con su sombra. Desde ella,
nos hacían befa los thanois… Ésa raza monstruosa.
De pronto, dos hombres, Raggart el Viejo y Elistan,
el clérigo de Paladine ~un dios extranjero~,
desembarcaron del bote con esta encomienda:
«Las obras de los dioses de la Luz contemplad ahora:
A fin de que los hombres hagan lo que es correcto,
ved que disponen un camino para los que creen y perseveran».
¡Escuchad, Bárbaros de Hielo, mi relato!
Entonces, los dos ancianos se encaminaron solos
hacia el hogar del perverso hechicero
a través de una lluvia de flechas y pedruscos.
Incólumes, al pie de la torre se detuvieron,
y, atraparon rayos de sol en el aire,
y hacia las murallas los dirigieron.
A su contacto, nubes de vapor se alzan.
Se abren grandes fisuras, y los muros
a los thanois en su caída arrastran.
¡Y ahora, desde la cubierta de todos los botes,
a dar muerte a Feal-Thas y a sus secuaces,
nuestros guerreros hacia las ruinas corren!
Y en cuanto a la magia y al oscuro elfo,
bajo el hacha de una doncella elfa cayó Feal-Thas
y derramó la vida, roja, sobre el hielo.
¡El día en que cayó su poderoso castillo!
Donde antes se alzaba la poderosa fortaleza,
nuestros guerreros caminan ahora libremente,
del brujo para siempre borrada la amenaza.
Cuando la esperanza parezca lejana, recordad este relato
y dejad que sus lecciones guíen vuestro corazón,
porque nosotros, hermanos míos, somos Bárbaros de Hielo.
¡Nosotros, oh hermanos, somos Bárbaros de Hielo!