Apéndice A. LA SEGUNDA GLORIA DE MICENAS

Apéndice A

LA SEGUNDA GLORIA DE MICENAS

Al final de la primera edición de este libro, publicado en el otoño de 1953, mencioné unos descubrimientos notables realizados en Micenas en la primavera de 1952, los más importantes hechos en esa zona arqueológica desde que Schliemann descubriera las tumbas de fosa vertical en 1876. Al final del pequeño apéndice en que describía algunos de los tesoros encontrados en 1952, escribí:

Para cuando se publiquen estas palabras no hay duda de que se habrán excavado más tumbas del recién descubierto Círculo; revelando quizás tesoros similares o superiores a los encontrados por Schliemann hace tres cuartos de siglo.

Estas palabras resultaron proféticas, lo mismo que las últimas líneas del libro, que decían:

Un nuevo capítulo habrá sido añadido a nuestra historia, una historia que puede no acabar nunca, pues si los Schliemann y los Evans lograron triunfos, ¿quién puede asegurar que ya se han desentrañado los últimos secretos y que los arqueólogos del futuro no llegarán a alcanzar mayores victorias aun sobre los ejércitos del Tempo y de la Ruina?

En el Capítulo V describí mi visita a Micenas, donde llegué siguiendo el estrecho y retorcido camino que conduce a la ciudadela desde el pueblo de Charvati. Poco podía yo imaginar que pasaba sobre la tumba de una princesa micénica, ni que a pocos metros del camino se encontraba un Círculo de Tumbas con más de dieciséis sepulturas de nobles micenios de la Edad de Bronce Media. Pocos meses después, el Dr. John Papadimitriou, del Servicio Arqueológico Griego, hizo este descubrimiento maravilloso y, durante los dos últimos años, se han encontrado tesoros semejantes por su esplendor y significado histórico a los encontrados por el excavador alemán.

Durante ese mismo período, unos arqueólogos británicos, trabajando a las órdenes del profesor Wace, llevaron a cabo excavaciones en el Cementerio Prehistórico que se encuentra fuera de la Puerta de los Leones, descubriendo las ruinas de casas micénicas que se encontraban fuera de las murallas de la ciudadela, y objetos que han proporcionado nuevos datos sobre la Época Micénica y que han confirmado su estrecha relación con el mundo descrito por Homero.

De mayor interés aún, aunque quizás menos espectacular, es el desciframiento parcial, en 1952, de la escritura minoico-micénica «Lineal B», que fue descubierta por primera vez por Evans en Cnosos y que durante más de cincuenta años había dejado perplejos a los investigadores. El mérito principal de este éxito corresponde a un joven arquitecto inglés, de 35 años, Michael Ventris, aunque eruditos americanos y europeos trabajaron en el mismo problema y le ayudaron con sus investigaciones.

Los dos descubrimientos están muy relacionados porque se han descubierto en Grecia tabletas y objetos con inscripciones iguales a las encontradas por Evans en las tabletas de Cnosos, lo que demostró que los micenios usaban el mismo sistema que usaban los cretenses durante la última parte del Período Minoico Reciente (1400-1200 a. C.). Recientemente, el profesor Blegen, de la Universidad de Cincinnati, ha encontrado numerosas tabletas en Pylos, y Wace ha descubierto en Micenas otras similares aparte de jarros con inscripciones. Además, parece ahora casi seguro que el lenguaje era una especie de griego primitivo, lo que apoya la teoría de Wace y de otros de que durante su última época la civilización minoica estuvo muy influenciada por el continente y que incluso la propia Cnosos quizás fuera conquistada por los micenios. Wace ha declarado también que las tumbas recientemente excavadas en el Cementerio Prehistórico muestran una continuidad cultural y que no hubo una interrupción arqueológica total en la cultura micénica al final de la Edad de Bronce. Sugiere que esto refuta la creencia, hasta ahora aceptada, de que la invasión dórica produjo un retroceso. Sin embargo, no todos los investigadores aceptan esta opinión, y algunos declaran que aunque Micenas siguió habitada después del saqueo dórico, la cultura micénica terminó. La poesía épica es lo que más ha ayudado a conservar su recuerdo.

Lo cierto es que la arqueología del Egeo está entrando en una fase nueva, llena de interés, en la que algunas de las teorías primeras tendrán que ser descartadas.

Por lo tanto, en este Apéndice voy a describir algunos de los hallazgos más recientes realizados en Micenas. En el que sigue discutiremos los trabajos de Ventris sobre la escritura «Lineal B», después de lo cual trataré de relacionar ambas cosas, y de indicar cómo estos acontecimientos de tanta importancia pueden afectar nuestras opiniones sobre la civilización egea, descubierta por Schliemann y Evans.

En 1952, Wace y sus ayudantes británicos comenzaron nuevas exploraciones del Cementerio Prehistórico que se encuentra fuera de la Puerta de los Leones. En el Capítulo V mencioné que «el profesor Wace ha demostrado que el Cementerio Prehistórico, al que pertenecen las tumbas de fosa vertical, se extendía primitivamente más allá de las murallas ciclópeas, al oeste de la Puerta de los Leones».

En ese año encontró varias tumbas de la Edad de Bronce Media, con inhumaciones típicas de ese período. Al parecer no se trataba de tumbas reales, y habían sido saqueadas en la antigüedad, aunque todavía se encontraron objetos de interés. También encontró objetos interesantes que quizás eran botín abandonado procedente de un tholos o de una rica tumba de cámara del Período Heládico Reciente. Entre estos se encontraba un grupo de marfiles notables, algunos de los cuales tenían la forma de nuestro conocido escudo en forma de ocho. Parecían modelos de los grandes escudos para cubrir todo el cuerpo, mencionados por Homero. Otros de los marfiles parecen haber formado parte de incrustaciones en muebles de madera. Por ejemplo, hay uno con un saliente en la base para empotrarlo en un hueco, y que puede haber sido adorno de una cabecera o de una silla, aunque Wace sugiere la posibilidad de que fuera la cabeza de un bastón de heraldo, análogo al caduceo con que se suele representar a Hermes.

Otro de los marfiles tenía un grifo en bajorrelieve, magistralmente tallado (recuérdense los grifos de las paredes del Salón del Trono en Cnosos). También apareció el asa de una taza de plata del mismo tipo que las famosas tazas de oro de Vafeio (lámina 35), el asa propiamente dicha y las placas superior e inferior estaban incrustadas en oro y nieladas.

En esa misma temporada (1952) Wace y sus ayudantes trabajaron en la Casa de la Fuente Perseia, que anteriormente había sido tomada por un gimnasio helenístico. Sin embargo, Pausanias había mencionado esta casa de la Fuente, que recibía el agua de la fuente Perseia, y los excavadores encontraron dos recipientes colocados frente a un largo muro de retención. Uno era para personas, el otro para animales, y la que estaba al este y era más grande de las dos, tenía una zona pavimentada delante que probablemente estuvo techada. Esta Casa de la Fuente era helenística (siglos III y II), pero tuvo probablemente un predecesor clásico que databa del período en que Micenas estuvo ocupada por los argivos, unos 500 años a. C.

Lo más interesante de todo fue un grupo de bronces que se encontraron cerca de allí. Parecen haber sido las existencias de algún artesano dedicado a su fabricación Wace encontró herramientas, incluyendo cinceles, un taladro y un martillo, un hacha doble, una azuela, una daga y varios cuchillos curvos, todo ello del período micénico.

Debe tenerse presente que no todos los micenios vivían dentro de las murallas de la ciudadela y que, en las faldas de la colina, había muchas casas, y fue en las ruinas de estas casas donde Wace hizo sus descubrimientos más notables. En una de ellas, que parece haber sido la de un comerciante de aceites, había un almacén con grandes tinajas (pithoi) adosadas a la pared, tal como las describe Ulises en la Odisea. Pero lo más notable es que esta casa había sufrido un incendio y que las jarras habían sido rotas o volcadas deliberadamente para avivar el fuego.

Los dos cuartos de la planta baja de esta misma casa contenían treinta y ocho tabletas con inscripciones en la escritura «Lineal B», semejantes a las descubiertas por Evans en Cnosos. Éstas, con excepción de los hallazgos hechos en la superficie en 1950, fueron las primeras encontradas en una casa particular. Al igual que las descubiertas en Cnosos y en Pylos (por Blegen), parece que no son sino cuentas e inventarios, y han sido descifradas parcialmente por Ventris. En una de las tabletas había un dibujo de un hombre con un faldellín corto, en posición de firmes. Quizás se trata de un borrador de algún artista para un fresco como los de Cnosos, ya que sabemos que los micenios tenían la costumbre de adornar sus muros con frescos de hombres y mujeres, carros y escenas de cacerías.

En 1953 Wace siguió trabajando en Micenas. Al norte y al sur de la Casa del Comerciante de Aceites descubrió dos casas más del siglo XIII a. C. Allí encontró unas tallas de marfil aun más notables que las citadas anteriormente.

Probablemente nunca se han encontrado tallas de marfil micénicas en tanta abundancia. Desde luego no se ha encontrado nada semejante en los últimos sesenta años.

Al norte de la Casa del Comerciante de Aceites los excavadores estudiaron una casa construida sobre una plataforma sostenida por unos muros de gran espesor. Se pueden distinguir dos cuartos, en el oriental había tallas de marfil al parecer destinadas a adorno e incrustación de arquetas de madera, camas, sillas y otros muebles. Una vez más, la pala del arqueólogo ha confirmado aquí, lo que escribió Homero, ya que este menciona el marfil como elemento decorativo en muebles, arneses, espadas y llaves. Se encontraron más modelos en marfil de escudos en forma de ocho, tapas de marfil, y la cabeza de un guerrero micénico con el «casco de dientes de jabalí», mencionado por Homero.

Wace llamó a esta casa la «Casa de los Escudos», y a la que se encontraba al sur la «Casa de las Esfinges», por una pequeña placa de marfil que apareció allí y que mostraba unas esfinges acostadas. Estas esfinges se parecen a los leones de la Puerta de los Leones.

La anatomía de las patas y de los cuerpos esta dibujada delicadamente —escribe—. Llevan coronas de lirios y el pelo les cae por atrás.

También se aprendió mucho acerca de los métodos de construcción de las casas micénicas. Tenían marcos de madera en los huecos de las puertas, como describe Homero, y los sótanos recuerdan los de los Palacios de Príamo y Menelao, descritos por el poeta. No hay duda de que Homero incorporó en sus poemas muchas de las características de lo que llamamos civilización micénica, a pesar de escribir durante la época de transición entre la Edad de Hierro y la de Bronce.

Pero quizás el descubrimiento de mayor importancia hecho por Wace en 1952 y 1953, fue el de unas tabletas de arcilla con inscripciones, junto con sellos de arcilla e impresiones de sello. Algunas de éstas fueron encontradas en la «Casa de los Escudos». En la «Casa de las Esfinges» se encontraron otros ejemplos de escritura micénica. En una puerta que daba al almacén había siete sellos de barro cocido, hechos todos con el mismo troquel y en el anverso de cada uno de ellos había una inscripción a base de incisiones, en la escritura «Lineal B», siendo diferentes todas las inscripciones.

Lo interesante de esto —escribía Wace— es que hemos encontrado ahora pruebas evidentes de que hubo cosas escritas en cada una de las tres casas de esta hilera de grandes casas particulares. Esto confirma, sin lugar a duda, que los ciudadanos de Micenas estaban familiarizados con la escritura y la lectura, y que su uso no estaba limitado a los reyes y funcionarios, a los sacerdotes y a los encargados de recoger impuestos.

Nuevas excavaciones realizadas en el Cementerio Prehistórico revelaron que hubo continuidad de cultura entre el final de la Edad de Bronce (última fase de la civilización micénica) y el principio de la Edad de Hierro a la que perteneció Homero.

Una de las tumbas corresponde a la última fase de la civilización micénica al finalizar la Edad de Bronce y es del siglo XII a. C. Se encontraron en ella dos vasijas típicas, una jarra pequeña y un cuenco del llamado estilo «granero». Algo más reciente es una tumba que fue cavada entre las ruinas de la Casa de los Escudos y que corresponde al principio de la Edad de Hierro; en ella se encontró cerámica proto-geométrica. Las dos vasijas, una gran ánfora con círculos concéntricos, y un pequeño vaso de forma de pato y con un sencillo adorno geométrico, seguían dentro de la tradición.

Se encontraron otras tumbas que también «seguían dentro de la tradición». Contenían objetos tales como vasijas, puñales de hierro, alfileres de bronce, etc., que tendrían quizás poco interés para el profano en comparación con las riquezas encontradas en el Círculo de Tumbas Reales que se describirá más adelante, pero que son de gran importancia desde el punto de vista histórico, ya que, según el excavador.

Esta serie de tumbas es de gran valor porque nos dan la secuencia de estilos y nos muestran que no hubo ninguna interrupción arqueológica en la cultura de Micenas al finalizar la Edad de Bronce. Los efectos de la invasión dórica han sido exagerados por los historiadores. Los datos arqueológicos sugieren que no hubo corte definitivo ni racial ni culturalmente, sino que se trató simplemente de una revolución política.[38] La ciudadela de Micenas fue incendiada al finalizar la Edad de Bronce, pero no hubo una verdadera interrupción en su civilización.

La labor de Wace y de sus colegas no ha producido nada tan espectacular y romántico como el descubrimiento del Nuevo Círculo de Tumbas, pero su paciente excavación ha añadido mucho al conocimiento de la civilización micénica y de su estrecha relación con el mundo heroico de la Ilíada y la Odisea. Se han encontrado obras de arquitectura, armas y objetos homéricos y ha quedado establecido que los micenios tenían un sistema de escritura utilizado incluso fuera del palacio y de los círculos oficiales. También ha quedado demostrado que en el siglo XIII a. C. Micenas estaba en paz, ya que de otro modo los ricos mercaderes no habrían podido construir sus casas fuera de las murallas. Sin embargo, todavía quedan muchos problemas por resolver, algunas de los cuales discutiremos al final del Apéndice B.

Aquel escritor viajero del siglo II, Pausanias, cuyas observaciones no fueron aceptadas como verdad por los eruditos del siglo XIX, cada día merece más crédito a medida que las excavaciones realizadas en Micenas van confirmando su exactitud. El primero en vindicarlo fue, como es natural, Schliemann, quien, como dije en el capítulo IV, creyó en la verdad literal de la siguiente afirmación:

En las ruinas de Micenas hay una tumba de Atreo y también tumbas de todos aquellos que fueron asesinados por Egisto a su regreso de Troya. Clitemnestra y Egisto fueron enterrados fuera de las murallas, porque no merecían ser enterrados dentro, donde yacían Agamenón y los que con el fueron asesinados…

Schliemann excavó dentro del recinto de las murallas de la ciudadela y encontró seis tumbas de fosa vertical. En 1951, setenta y cinco años después, el Dr. J. Papadimitriou, del Servicio Arqueológico Griego, descubrió el segundo círculo de tumbas que, según Pausanias, estaba fuera de las murallas. Lo encontró accidentalmente mientras dirigía las reparaciones de la llamada «Tumba de Clitemnestra».

El nuevo Círculo de Tumbas se encuentra a 120 o 130 metros al oeste de la Puerta de los Leones, en parte debajo del camino que va de la ciudadela al pueblo de Charvati. El Dr. Papadimitriou opina que las tumbas eran conocidas en los tiempos de Pausanias (127 d. C.) porque «a muy poca profundidad respecto a lo que era el nivel de la superficie del suelo en la época de Pausanias, nivel que ha sido establecido definitivamente con las últimas excavaciones» se han descubierto lápidas de sepulcros o estelas similares a las encontradas en las tumbas de fosa vertical de Schliemann. Sin embargo, todavía no se ha desentrañado el misterio de por qué, si las tumbas eran conocidas en aquella época, no fueron saqueadas.

Existe una cierta diferencia entre el Nuevo Círculo de Tumbas y el de Schliemann. Ambos tienen aproximadamente el mismo diámetro, unos 27 metros, pero el muro que rodea el «nuevo» círculo es mucho más grueso (1.55 metros) y está construido con grandes bloques de piedra caliza, toscamente labrada. Desde el punto de vista cronológico pertenece al mismo período que las tumbas que circunda, mientras que el muro que rodea el Círculo dentro del recinto de la Ciudadela fue construido doscientos años después que las tumbas, con losas de piedra poros. Esto se debe a que las tumbas descubiertas por Schliemann originalmente, se encontraban fuera de la Ciudadela y cuando ésta fue ampliada, quedaron dentro, construyéndose entonces el muro circundante. Quizás en un principio habían estado rodeadas por un muro de piedra caliza semejante al que rodea el Círculo recién descubierto.

Hasta la fecha (abril de 1954) se han excavado dieciséis tumbas, y en algunas de ellas se han descubierto tesoros casi iguales a los encontrados por Schliemann. Sobre dos de ellas había estelas «donde estaban representadas hermosas escenas de caza de toros y de leones. Sobre otra tumba… se encontró in situ la base de una estela funeraria con un fragmento de la misma. Esto nos proporciona la oportunidad de estudiar nuevamente el método seguido para el empotramiento de las estelas descubiertas por Schliemann y transportadas, sin sus bases, al Museo Nacional de Atenas. Como resultado de esto encontramos en el Círculo de Tumbas de la Ciudadela algunos bloques pertenecientes a las bases de estelas que hasta la fecha no han sido encontradas. Este detalle revela por si solo el significado de las nuevas tumbas cuya excavación, tal como se lleva a cabo con nuestros nuevos métodos científicos y con la experiencia y conocimientos obtenidos desde los días de Schliemann gracias a los trabajos de excavación y los escritos de los investigadores de distintos países, proporcionará datos importantes respecto a la construcción de tumbas y las costumbres funerarias de aquella época remota» (Dr. Papadimitriou).

El Dr. Papadimitriou ha designado las tumbas con las letras del alfabeto griego para distinguirlas de las de Schliemann, que llevan numerales latinos. La más rica de todas es la Omicron, cuya excavación requirió un cuidado exquisito.

A este lado del muro el círculo de tumbas ha sido completamente destruido por un camino moderno y la tumba se encontraba totalmente debajo del asfalto. El acueducto del pueblo cruzaba la tumba y en el centro había sido construido un tanque de hormigón armado. Sin embargo, tan solo la parte superior de la tumba había sido dañada, habiendo permanecido el resto ignorado y sin robar.

Hubo que desviar el camino y el acueducto y retirar el tanque, trabajo bastante difícil, pero los excavadores fueron bien recompensados, ya que la tumba parece haber sido la de una joven princesa micénica cuyo cuerpo fue encontrado acostado. Al norte de la tumba, cerca de tres vasijas de arcilla, se encontró un cuenco de cristal de roca, tallado en la forma de un pato «…de cabeza y cuello graciosamente inclinados, formando el asa, y la cola formando el labio. Ni en el resto del continente griego ni en Creta se ha encontrado ninguna obra de arte similar. Tan sólo en Egipto y en Asia Menor han sido descubiertas vasijas de este tipo. Es asombroso como pudo el artista conseguir un pedazo tan grande de cristal de roca (15 centímetros)».

El esqueleto de la princesa estuvo originalmente vestido con ricas prendas y, a pesar de que el tejido, como es natural, se había deshecho, los adornos de oro y plata, broches, collares, diademas, etc. se habían conservado incólumes. En cada uno de los hombros se encontró un alfiler de bronce con cabeza de cristal, probablemente para sostener un pesado vestido y, cerca del hombro derecho, otro alfiler de plata, con cabeza de oro. Sobre el pecho descansaban tres collares: dos de diversas piedras preciosas tales como amatistas y cornalina, y el otro de cuentas de ámbar. En una de las muñecas se encontró un bello brazalete de oro, hecho con espirales, y la princesa llevaba unos pendientes de oro de aspecto curiosamente moderno. Cerca de su cabeza había dos grandes diademas de oro, con una placa de marfil que quizás sirvió para sujetarlas.

En otra tumba, la Xi, se encontró el esqueleto de una niña no mayor de dos años. Se encontraba casi en el centro de la tumba y estaba adornado con bellas joyas en miniatura. Se encontraron, dice Papadimitriou, «in situ, como quedaron colocadas sobre el cuerpo de esta desdichada criatura, produciendo un efecto encantador. Sobre la cabeza había una diadema de hojas de oro dobles, unidas por una banda de oro, y cerca de la cabeza, al lado de las sienes, se encontraron dos anillos de oro para sujetar las trenzas. Cerca del centro había un pequeño collar de piedras preciosas, e incluso se encontró una sonaja de oro…»

La tumba Delta contenía tres cuerpos y cerca de uno de ellos estaban tendidas dos espadas de bronce, así como otras armas del mismo metal y vasijas de arcilla. Una de las espadas tenía el puño de marfil con delicadas tallas (decoraciones de espiral y cuatro cabezas esculpidas, dos de toro y dos de león).

El cuerpo de un guerrero, un hombre alto de 1,80 m de estatura, fue encontrado en la tumba Gamma, con las piernas abiertas y las manos cerca de la pelvis. No se ha aclarado todavía por qué eran colocados en esta posición (los excavadores encontraron otros cuerpos en la misma postura), pero puede ser que el cuerpo fuera apocado contra unos almohadones con las manos en las caderas. Cerca de este esqueleto se encontraron dos largas espadas de bronce con puños de marfil, un bello puñal de bronce, una lanza, también de bronce, y otras armas. Otro cuerpo llevaba un collar de oro, y en el lado oeste de la tumba había adornos de oro y una copa de oro. También se encontraron copas de bronce y alabastro.

Papadimitriou descubrió que los hombres y las mujeres eran enterrados en tumbas separadas y que solamente las tumbas de los hombres contenían copas de oro y plata. En la tumba Iota había dos esqueletos de hombre, uno de los cuales estaba provisto de una espada de bronce con puño de marfil, un cuchillo de bronce con puño de cristal de roca, y una lanza de bronce. En muchas de las tumbas se encontraron delicadas copas y vasijas, algunas de arcilla con decoraciones pintadas, otras de piedra, y otras de alabastro. Una de las tumbas, descubierta a poco de iniciarse las excavaciones, contenía vasijas de bronce y plata, dos copas de oro, adornos para la cabeza, de oro, y una máscara de una aleación de oro y plata. Una vez más la «áurea Micenas» de Homero ha hecho honor a su fama.

El método de inhumaciones es similar al utilizado en las tumbas de fosa vertical de Schliemann. La profundidad de las tumbas varía, pero todas son del tipo de fosa. Al cavar la tumba, se dejaba un reborde estrecho a cierta altura del fondo. Los cuerpos eran colocados sobre una capa de guijarros, junto con los regalos funerarios. Después se tendían vigas de madera apoyadas en los rebordes, formando así el techo de la tumba. Sobre estas vigas se colocaban cañas muy juntas y se cubría todo con una capa espesa de una arcilla verdosa o, a veces, con losas de piedra, para hacer la tumba impermeable. Después se rellenaba con la tierra, pero como se había excavado más tierra de la necesaria para llenar la fosa, se apilaba sobre la tumba formando un pequeño montículo, sobre el que se colocaba la estela funeraria.

Cuando querían hacer otra inhumación, corrían el cuerpo del primer ocupante hacia un lado para dejar lugar al recién llegado. Si a pesar de eso faltaba espacio, quitaban algunas de las jarras de arcilla de la fosa y las colocaban sobre el techo, debajo del montículo. No usaban ataúdes.

Desgraciadamente todavía no se tiene idea de quiénes fueran las personas enterradas en estas tumbas. Pausanias fue informado que eran los cuerpos de Egisto y de sus compañeros, los asesinos de Agamenón, que no habían sido considerados dignos de ser enterrados dentro de la Ciudadela. Pero ahora sabemos que son de una época anterior (probablemente varios cientos de años) a la atribuida a Agamenón. Se trata de cuerpos de miembros de la realeza micénica que vivieron entre 1650 y 1550 a. C., mucho antes de la época de la guerra de Troya.

La gente de Micenas que conoció Pausanias el año 127 d. C., cuando la famosa ciudad de Agamenón yacía en ruinas, sabían de su historia solamente por las leyendas y por los poemas homéricos y, por lo tanto, no tenían idea de la cronología tal y como la conocemos hoy. Sin embargo, recordaban los nombres de sus famosos antepasados, los poderosos guerreros que hicieron expediciones a Oriente y trajeron oro, plata, marfil y otros objetos preciosos. No hay duda de que el marfil provenía de Siria, ya que sabemos que se cazaban elefantes en el valle del río Orontes, 1500 años antes de Cristo. Tampoco hay duda de que tuvieron estrechas relaciones culturales con el imperio insular de Creta, que quizás más tarde llegaron a destruir.

El Dr. Papadimitriou ha llegado a la conclusión de que los círculos de tumbas no eran planos, sino que sobre cada tumba se elevaba un montículo. Cuando se terminaban las ceremonias funerarias y se había rellenado la tumba, los parientes y amigos del muerto celebraban un banquete funerario sobre ella, como lo prueba la cantidad de restos de animales encontrados en la tierra que cubría cada túmulo. «Esta costumbre —indica el arqueólogo— es mencionada en la Ilíada de Homero, cuando se describe el funeral de Patroclo, en el que los griegos se reúnen cerca del cadáver en un banquete dado por Aquiles, quien mató animales, toros, ovejas y cerdos en tal cantidad que la sangre corría alrededor del cuerpo».

Hay una cosa que todavía me intriga y que presento a mis lectores para que mediten sobre ella. Sabemos ahora que los micenios sabían escribir, se han encontrado tabletas de arcilla en casas particulares de Micenas (aunque de dos o trescientos años después de la época de los Círculos de Tumbas) con inscripciones en la escritura conocida con el nombre de «Lineal B». También se han encontrado vasijas y jarras con inscripciones en el mismo tipo de escritura. ¿Por qué, entonces, si los micenios se molestaban en escribir inventarios de sus bienes y en marcar sus jarras de aceite, no gravaban en las lápidas funerarias los nombres de sus reyes muertos? Y los egipcios cubrían las paredes de sus tumbas con inscripciones; lo mismo hacían los fenicios. Los griegos de tiempos más recientes y los romanos también inscribían sus lápidas, pero los micenios no. ¿Por qué?

He preguntado esto a varios amigos arqueólogos y todos están de acuerdo en que es un misterio. El Doctor Frank Stubbings, profesor de lenguas clásicas en Cambridge, que también ha excavado en Micenas con Wace, me escribió:

Yo mismo me pregunto si no habría una tradición oral histórica que las sustituía (es decir, las inscripciones grabadas o escritas en los monumentos). Dicha tradición oral debió inspirar los poemas épicos de Homero, quizás ya existían poemas épicos en los tiempos micénicos. Chadwick ha observado lo asombrosamente que el griego de las tabletas recuerda el hexámetro, y Homero conserva muchas palabras de este griego micénico que de otra forma se habrían perdido en los tiempos clásicos. Las estelas encontradas sobre las tumbas de Fosa Vertical (tanto en las de Schliemann como en las de Papadimitriou) son anteriores a cualquier ejemplo conocido hasta ahora de escritura «Lineal B» (La de Cnosos, aproximadamente de 1400, es la más antigua, las Tumbas de Fosa Vertical son de 1650-1550). La escritura «Lineal A»[39] se encuentra en Creta en ejemplos de una antigüedad semejante a la de las Tumbas de Fosa Vertical, pero no se conoce en el continente. La tumba Real de Isopata, cerca de Cnosos, tiene una inscripción que puede o no referirse al entierro, es corta y está en «Lineal A», que todavía no ha sido descifrada. Hay tumbas micénicas posteriores que a veces tienen lápidas o marcas, en un caso, con pinturas, pero que yo sepa no hay ninguna con inscripciones. ¿Hubo acaso originalmente inscripciones pintadas en las tumbas? No se sabe de ninguna y en un momento de la magnitud de la «Cámara del Tesoro de Atreo» (lámina 1) con su fachada labrada (ahora en el Museo Británico), uno se imagina que debió de haber alguna inscripción (si alguna vez existió) grabada también en la piedra. Homero cita la erección de túmulos (e incluso piedras) para marcar el lugar de las tumbas, pero al parecer sólo se trataba de una marca para ser identificada verbalmente, o por lo menos eso me imagino.

Como los expertos no pueden dar una contestación definitiva, voy a aventurarme a proponer dos posibles respuestas a este problema. Ninguna de las dos tiene una buena base histórica o arqueológica, y las presento solamente como hipótesis. La primera me la sugirió el Antiguo Egipto.

Los egipcios tenían un sistema de escritura antes del año 3000 a. C. y, sin embargo, no encontramos nada que se pueda parecer a literatura hasta mil años después. La escritura egipcia fue inventada con un fin exclusivamente utilitario, era un implemento de trabajo, un medio por el cual una persona podía comunicarse con otras sin necesidad de verlas y hablarles, un medio de llevar cuentas y registros. Más tarde los egipcios, como todos los pueblos civilizados, descubrieron que las palabras tienen un encanto propio y surgieron escritores de historias y romances que usaban el idioma solamente para proporcionar placer. De este modo, el oficio se convirtió en arte.

Es probable que los micenios adoptaran la escritura con el mismo objeto práctico de llevar registros y cuentas, como un medio puramente mecánico en el que la aristocracia no se interesó, un implemento útil para los mercaderes, comerciantes, funcionarios, etc., pero que era indigno de reyes y príncipes.

Parece indudable que los poemas épicos en los que se inspiró Homero para su Ilíada y Odisea fueron originalmente recitados, pues Homero menciona trovadores y no escritores. Me parece muy probable que a los príncipes micenios, sentados en sus salones después de un banquete, les gustara oír narrar las hazañas de sus antepasados, cantadas o recitadas en versos épicos, pero que a nadie se le ocurrió escribir esos poemas ya que no era necesario hacerlo. Los trovadores tenían memorias prodigiosas y la escritura no era nada más que para cosas prosaicas.

Si esta teoría es acertada es muy poco probable que se llegue a encontrar literatura escrita del período micénico, y en las generaciones futuras tendrán que seguir dependiendo, como nos pasa ahora, de los poemas de Homero para tener idea de lo que pensaban y sentían los micenios.

Sin embargo, todavía queda en pie la pregunta de «¿por qué no registraron los micenios por lo menos los nombres, las hazañas de sus reyes en las tumbas, como han hecho pueblos de otras civilizaciones antiguas?» Esto me lleva a la segunda teoría, que la ausencia de nombres de la realeza micénica se deba a un tabú religioso.

Según los antropólogos, aún en nuestros días, en tribus primitivas, existe el tabú que prohíbe que se mencione el nombre del Jefe. Lo mismo sucedía en el Antiguo Egipto. Rara vez se hacía referencia al faraón usando su nombre. Se le llamaba «Uno», o «el Gobernante», o se escondía su identidad con nombres tales como «el Toro» o «el Halcón». En la «Historia de Sinuhé», el escritor describe la muerte de Amenemhat como sigue:

En el año 30, en el noveno día del tercer mes de la Inundación, el dios entró en su horizonte.

Es cierto que después dice:

El rey Amenemhat voló al cielo.

y nombra a su sucesor, Sesostris, pero inmediatamente después hace referencia al joven príncipe como «el Halcón» que «se fue volando con su séquito».

De todos modos, la «Historia de Sinuhé» es una obra refinada de la Duodécima Dinastía, del período medio de la historia egipcia, más de mil años después de surgir la civilización en el valle del Nilo. Quizás en tiempos anteriores el nombre del Rey no podía ser citado, lo mismo que los súbditos de las tribus africanas primitivas de hoy tienen prohibido mencionar el nombre de su Jefe. Este tabú religioso puede ser debido a que los nombres tienen un significado mágico para los pueblos primitivos. El nombre era parte de la persona y, lo mismo que ocurría en Siam hace doscientos años, donde cualquiera que tocara el cuerpo del rey era castigado con la muerte, nadie podía pronunciar el nombre sagrado.

Si los micenios tenían prohibido esto, no es extraño que los nombres de sus reyes nunca aparezcan inscritos en las tumbas, ni que los muros de los palacios micénicos y minoicos, aunque adornados con frescos que representaban seres humanos, carezcan de textos escritos.

En general yo creo que es más probable que la ausencia de inscripciones en las tumbas, de historias escritas y de poemas, sea debido al hecho que, en los tiempos de que hablamos (aproximadamente 1500 a 1100 a. C.), la escritura no fuera más que un instrumento utilitario y que los historiadores-poetas micénicos aprendieran de memoria sus poemas y los transmitieran oralmente de generación en generación.