13. DENTRO DEL LABERINTO

Capítulo XIII

DENTRO DEL LABERINTO

En 1902, cuando Evans regresó a Cnosos para su tercera temporada de excavación, empezaron a presentarse dificultades económicas. Evans ya había gastado unas 4.500 libras. La mitad de esta cantidad la había aportado él mismo, pero el resto se lo había proporcionado el Fondo de Exploración Cretense. Para aquellos no familiarizados con el financiamiento de los trabajos arqueológicos, conviene decir que, por lo general, los fondos para un determinado proyecto son reunidos por una sociedad o grupo de sociedades interesadas en él. La mayor parte de los suscriptores son particulares de medios moderados, pero hay también universidades, museos y otras instituciones culturales con recursos más amplios. Pero, naturalmente, estas personas quieren que su dinero rinda, en especial los museos que en un principio solían dar por sentado que se les haría entrega de parte de lo que encontrara para agregarlo a sus colecciones.

Con este motivo surgió una seria desavenencia entre D.A. Hogarth, Director de la Escuela Británica de Atenas, que había excavado la gruta-santuario de Zeus, y Evans, con quien Hogarth colaboraba ahora en Cnosos. Hogarth, como arqueólogo profesional, naturalmente recibía un salario y los gastos, Evans, que gozaba de una posición acomodada, no comprendía esto, para él aquello era algo así como hacer dinero con la religión. Por parte de Hogarth (y ambos eran hombres de carácter fuerte) existía una gran irritación por los métodos de excavación poco económicos que Evans empleaba y, en especial, la costosa reconstrucción de edificios, que aunque muy conveniente para el profano que visitaba el lugar, no tenía nada que ver con lo que, desde el punto de vista arqueológico, era necesario. Hubo, por ambas partes, intercambio de censuras, como puede verse por la siguiente carta de Hogarth:

Estos costosos métodos de excavación como los de reunir fondos y los que practica en la vida corriente son típicamente suyos. Usted es hijo de rico y probablemente nunca se ha visto apurado de dinero. Petrie en cambio es el polo opuesto. Me doy cuenta de que cada método tiene sus ventajas. Si usted gasta mucho más, en proporción, que Petrie, los resultados que obtiene, en lo que se refiere a la publicación, son superiores y se comprende que no se ha escatimado nada para lograr precisión. Con los toscos planos e ilustraciones de Petrie no se tiene la misma impresión. Tampoco prepara las zonas arqueológicas que excava en condiciones que realcen su interés para el espectador.[20]

El gran inconveniente de su método es que no es conveniente para el bolsillo de las gentes. Todo el sistema de hombre de la caverna de P., ha sido adoptado deliberadamente para convencer al suscriptor de que hasta el último centavo se invierte en excavar. Indudablemente no conseguirá suscripciones públicas a no ser que las solicite in forma pauperis, y esto no puede usted hacerlo. Todo el mundo lo conoce como coleccionista de objetos raros y valiosos y como hijo de su padre y el público no se dejará convencer y no hablo por hablar, pues a cada paso tengo que escuchar insinuaciones sobre la manera principesca en que se hacen en Creta las cosas, y últimamente he oído que los rumores, extendidos supongo por los grandes grupos de turistas acerca de nuestras casas cretenses han hecho que algunos antiguos suscriptores hayan decidido no hacer más aportaciones. Respecto a las casas reconozco que yo soy tan responsable como usted. En un grado menor me encuentro en la misma dificultad: mi mujer y yo no tenemos el aspecto de P. y la suya. ¡Pero para vivir de suscripciones públicas convendría que lo tuviéramos!

En la misma carta de Hogarth se encuentra un pasaje que resume todo el problema y explica por qué Evans decidió finalmente asumir toda la carga económica de las excavaciones, con perdurable beneficio para todos los visitantes de Cnosos.

Restauraciones como las del salón del Trono no son debidas a consideraciones respecto a métodos sino a la satisfacción de reconstruir tangiblemente lo que de lo contrario sólo podría ser imaginado.[21] Pero usted reconoce justamente que esto es un lujo que no todo el mundo puede permitirse y tampoco puede esperarse que lo paguen los suscriptores del Fondo de Excavaciones.

A partir de esa fecha (1902), durante treinta años, Arthur Evans dedicó su vida a la excavación y reconstrucción del Palacio minoico más grande de Creta, produciendo simultáneamente, durante una gran parte del tiempo, una serie de obras escritas que seguramente perdurarán más que la propia fortaleza de Minos. Pues en este mundo febril que hemos heredado, tan odiado por Evans, ningún monumento de piedra, por muy antiguo, bello o venerado que sea, está seguro, todo por igual se encuentra a la merced de un «muchacho en un bombardero». Pero quizás, incluso después del holocausto de una guerra atómica, queden en algún remoto lugar los grandes volúmenes del Palace of Minos, de Evans. Y si esto sucediera, nuestros descendientes que sobrevivan podrán, si así lo desean, saber tanto como nosotros acerca de la civilización prehistórica del mar Egeo, aunque no quede ni una sola piedra del Palacio.

En un libro de este alcance sería imposible al mismo tiempo que impropio, tratar de explicar en detalle toda la obra de Evans y sus colegas profesionales, como Halbherr, Hogarth, Boyd, Seager y Marinatos, realizada en Creta durante los primeros veinte años de nuestro siglo. Lo único a que aspiro es a despertar la curiosidad del lector por los libros que relatan la historia completa y con unos cuantos breves extractos de una muestra de su calidad. La lista completa se encuentra al final del libro, pero como punto de partida para cualquiera que desee aumentar sus conocimientos sobre la civilización minoica hay cuatro obras notables que me han proporcionado un gran placer, no sólo por la información que contienen, sino porque además están muy bien escritas. Primero, desde luego, viene el Palace of Minos, del propio Evans. Pero esta obra es monumental y antes de emprender su lectura recomendaría tres obras de menor extensión, que son The Archaeology of Crete, de John Pendlebury, Time and Chance, de Joan Evans, especialmente útil para conocer los antecedentes de la familia Evans y los primeros años de la vida de éste, y Crete, the Forerunner of Greece, de B. M. y H.W. Hawes.

Es fácil cometer el error de imaginar que un sólo arqueólogo, Evans, descubrió la civilización prehistórica de Creta. Cierto que él fue el principal descubridor, trabajó en la zona más favorable y dispuso de más dinero para gastar en excavaciones, pero a partir de 1900, cuando las condiciones de paz hicieron posible la investigación, toda una serie de arqueólogos llevó a cabo excavaciones y exploraciones en distintos lugares de la isla. Pronto fue evidente que había veintenas de centros minoicos en espera del pico y la pala. Halbherr excavó un Palacio en el sur de Faestos sólo superado por el de Cnosos en tamaño y magnificencia.

Cerca, en Hagia Triadha, el mismo Halbherr desenterró una «Villa Real» con soberbios frescos, donde aparecieron algunos de los más excelentes ejemplos del arte minoico, incluyendo el famoso vaso del «cosechero», un bello sarcófago, y el ritón de esteatita de los boxeadores (véase lámina 41). La señorita Boyd y el Sr. R.B. Seager encontraron en el este de la isla, en Gurnia, restos abundantes de una ciudad minoica. En este caso Evans había dado la clave, habiendo informado a la señorita Boyd que en las regiones altas, a 600 metros sobre el istmo, había tumbas de la Edad de Hierro. Al excavarlas en 1900 la señorita Boyd quedó convencida de que en las cercanías había habido un poblado de la Edad de Bronce. Un año más tarde, con ayuda de unos aldeanos cretenses, ella y su colega, la señorita Wheeler, encontraron el lugar…

A las veinticuatro horas treinta hombres estaban trabajando derribando los algarrobos y cavando trincheras de prueba. En menos de tres días habían desenterrado casas y caminos pavimentados, y estaban en posesión de vasos y fragmentos, con pulpos, hojas de hiedra, hachas dobles, y otros dibujos minoicos inconfundibles, en cantidad suficiente para tener la seguridad de que habían encontrado un poblado de importancia.

Gurnia es especialmente interesante porque, en contraste con los principescos palacios de Cnosos y Faestos, parece que fue un pueblo de artesanos donde quizás se produjeran los magníficos ejemplares de cerámica y fayenza que se han encontrado en los palacios. Citaremos un sólo párrafo del libro de Hawes, Crete, the Forerunner of Greece, publicado originalmente en 1909:

En una casa bien construida, en lo alto del monte, oculto en un agujero había un juego de herramientas de carpintería ¿Lo habría escondido deliberadamente el propietario bajo el suelo del corredor cuando aparecieron los barcos de los conquistadores? En un cuarto adjunto una raya negra horizontal, en la tierra, mostraba donde había habido una tabla de madera, quemada o destruida por la putrefacción hacía ya mucho, y en ese anaquel de la mujer de la casa estaban colocadas en fila catorce pesas de arcilla y piedra para telares. En otras casas había tinas para limpiar aceite, colocadas sobre bancos de piedra, con las ánforas y los stamni delante de ellas para recoger el líquido, exactamente como quedaron hace 3.500 años…

Un interesante contraste con las damas de la corte de Cnosos…

Boyd y Seager en Gurnia, Halbherr en Faestos, Carr, Bosanquet y Dawkins en Praesos y Palaikastro, Hazzidakis y Zanthoudides en múltiples lugares el rico suelo de Creta entregaba sus tesoros arqueológicos a los investigadores de la época. Se publicaban artículos en los periódicos y en las revistas eruditas, se proponían teorías que unos atacaban y otros defendían. Mientras tanto, Evans, bien establecido en la mejor zona arqueológica de la isla, se convirtió en la principal autoridad sobre la civilización minoica, y otros investigadores acudían gustosos en busca de su consejo y ayuda.

Es muy importante comprender su eficiente y científico sistema para la determinación de fechas. El profano no suele comprender bien cómo un arqueólogo puede determinar la antigüedad de un lugar cuando no se dispone de crónicas escritas ni de monumentos con fechas inscritas. Ya hemos visto como en Troya, Micenas y Tirinto, Schliemann y sus sucesores no habían logrado fijar ni siquiera una fecha aproximada para sus descubrimientos, sabían que las capas o estratos inferiores en un lugar que había estado habitado durante largo tiempo, tenían forzosamente que ser las más antiguas, pero eso era todo. Esta circunstancia dio armas a los que querían desacreditar los descubrimientos del alemán. Por ejemplo, hubo quien afirmó que las sepulturas micénicas eran posteriores al cristianismo. Sin embargo, sin una prueba positiva que permitiera establecer fechas era imposible refutar ni siquiera teorías tan absurdas como ésta.

¿Cómo pudieron entonces Evans, Hogarth, Halbherr, y otros arqueólogos que trabajaron en Creta, determinar fechas en forma fidedigna? La contestación es la siguiente: por medio de los objetos egipcios encontrados en las zonas excavadas.

Fue una gran fortuna para la arqueología que los minoicos hubieran tenido relaciones comerciales y culturales con los egipcios desde los tiempos más antiguos (Evans opinaba que desde el período pre-dinástico). Los que hayan leído algo de la historia de los antiguos egipcios recordaran que está dividida en treinta dinastías, que empiezan alrededor del año 3200 a. C. y terminan con el comienzo del período grecorromano en el año 332 a. C. El período de 2.500 años desde la Primera hasta el final de la Vigésimo cuarta Dinastía (712 años a. C.) está dividido por conveniencia en tres principales períodos de desarrollo: Reinados Antiguo, Medio y Nuevo. Conviene tratar de retener estas divisiones en la memoria, ya que ayudan a comprender cómo Evans estableció la cronología de la civilización minoica.

Al principio vienen las Dinastías egipcias Primera y Segunda (circa 3200-2780 a. C.). Menes, figura casi legendaria, fue el fundador de la Primera Dinastía. Unió por vez primera los reinos, hasta entonces separados del Alto Egipto. Sin embargo, como descubrieron Amelineau y Petrie, hubo otros reyes egipcios antes que él, pero al período anterior al año 3200 a. C. se le da el nombre, por conveniencia, de predinástico.

Viene después la primera de las tres grandes épocas en las que se divide la historia egipcia el Reinado Antiguo (c. 2780-2100 a. C.), período al que pertenecen los constructores de las grandes pirámides que gobernaron desde Menfis en el Bajo Egipto. Abarca ocho dinastías, desde la tercera a la décima.

Viene después el Medio Imperio (2100-1700 a. C.), que abarca desde la Undécima a la Decimotercera Dinastías. Se ha llamado a esta época la «Edad Feudal» de Egipto, y fue una era de considerable expansión tanto hacia el norte como hacia el sur. Al final de este período hubo una época de debilidad y anarquía a la que siguió una invasión y la ocupación del Egipto por los monarcas asiáticos conocidos como los Hicsos o Reyes Pastores, que gobernaron el país durante unos 150 años hasta que fueron arrojados por un Egipto renaciente.

Sigue luego el período de expansión imperial más intenso de Egipto, la primera parte del llamado Nuevo Imperio (1555-712 a. C.). Sólo nos interesan aquí las tres primeras dinastías, desde la Decimoctava hasta la Vigésima, puesto que después la antigua civilización de Creta desapareció. Pero este período de la historia de Egipto es el que mejor se conoce. Fue la época de Tutmosis III, el «Napoleón de Egipto», que llevó la gloria militar de su imperio a la cúspide, del poderoso Amenofis III, y su fascinante y enigmático hijo Akhenaton, que inició una revolución religiosa, por poco pierde un imperio, y posiblemente acogiera en su corte a artistas cretenses. Las dos Dinastías siguientes, la Decimonona y la Vigésima, tuvieron una sucesión de reyes poderosos, varios de los cuales llevaron el famoso nombre de Ramsés. Uno de ellos, Ramsés III, figura en inscripciones en los templos egipcios como ganador de una gran victoria sobre los «pueblos del mar» que trataron de invadir Egipto alrededor del año 1200 a. C. La invasión se iba a hacer por tierra con apoyo de fuerzas navales. Los ejércitos terrestres avanzaron desde Siria, mientras que sus naves los seguían a lo largo de la costa, pero en alguna parte, entre Siria y Egipto, Ramsés les salió al encuentro y los derrotó, impidiendo así la invasión. Este episodio, como veremos, fue de gran importancia en la historia de la civilización del Mar Egeo, en especial en lo que concierne a Micenas. Después de 1090 a. C., el final de la Vigésima Dinastía, el resto de la historia de Egipto no afecta a nuestro relato.

En la primera etapa de las excavaciones, Evans había descubierto en el Palacio de Cnosos «una estatua egipcia de diorita» que fue identificada como perteneciente a la Duodécima Dinastía, y a medida que avanzaba el trabajo en Cnosos y en otros lugares minoicos, fueron apareciendo otros ejemplos de indudable manufactura egipcia. En si mismos estos pequeños objetos (una estatua de arcilla, o una diminuta figura de bronce del dios Amón) no tenían ningún valor, pero para los investigadores su importancia era inapreciable ¿Por qué? Aunque corro el riesgo de que los eruditos me tachen de vulgar, voy a comparar a estos pequeños objetos de origen egipcio con la pista que, en una novela de detectives, descubre el héroe unos cuantos hilos del traje del asesino, encontrados bajo las uñas del muerto, o, para hacer un paralelo todavía más apropiado, el hecho de que cuando el señor X abandona la casa de la víctima, el señor Y lo vio y observó que eran exactamente las once trece minutos de la noche.

Supongamos que Evans encuentra, como realmente hizo, una estatua egipcia de la Duodécima Dinastía (2000-1790 a. C.) enterrada en uno de los estratos del Palacio de Cnosos. Puede entonces tener la seguridad de que ningún objeto encontrado en aquel estrato (fragmentos de cerámica o fayenza, restos arquitectónicos) puede ser anterior al año 2000 a. C. Naturalmente, la estatua puede ser, por alguna extraña casualidad, una supervivencia de una época anterior, de modo que la fecha en que termina la Duodécima Dinastía (1790 a. C.) quizás no sea la fecha definitiva del estrato arqueológico en el que se haya encontrado este indicio. Pero si en Cnosos, o en algún otro lugar minoico, se encuentran objetos minoicos de un tipo similar, entonces puede afirmar con seguridad que estos objetos pertenecen a un período comprendido entre los años 2000 y 1790 a. C. A medida que avanzaba el trabajo de excavación en Cnosos, Faestos, Gurnia, Mallia, fueron apareciendo otros objetos egipcios de antigüedad conocida, y con cada uno de estos descubrimientos se pudieron determinar las antigüedades aproximadas de los estilos de cerámica minoica y de otros objetos entre los que se encontraron artículos egipcios.

Un momento de reflexión ayudará a comprender mejor la trascendencia de estos hallazgos. Si, por ejemplo, se encontraban sistemáticamente objetos egipcios de la Octava Dinastía acompañando a cerámica minoica, fayenza, frescos y estilos arquitectónicos de un tipo determinado, entonces lógica y naturalmente todos los objetos minoicos semejantes, en Chipre, en Las Cícladas, o dondequiera que se encontraran, debían pertenecer al mismo período (teniendo en cuenta el hecho que podía pasar cierto tiempo antes de que una moda, originada en Creta, pudiera llegar hasta los confines exteriores del Imperio Minoico).

Con estos métodos, Evans y otros arqueólogos que se hallaban en Creta pudieron establecer que algunos de los depósitos minoicos pertenecían al período pre-dinástico de la historia egipcia (o sea a una época anterior al año 3200 a. C.).

Más tarde los egiptólogos vinieron en ayuda de sus colegas en Creta. En las tumbas egipcias, era costumbre enterrar numerosos artículos que el muerto necesitaría en la otra vida: muebles, ropas y vasijas para alimentos y bebidas. (Ya hemos mencionado los misteriosos «keftiu» representados en los murales de las tumbas egipcias). Los egiptólogos empezaron a examinar de nuevo los objetos encontrados en las tumbas egipcias, en especial la cerámica. Entre ellos había artículos de alfarería que no eran de procedencia egipcia y que podían ahora identificarse, sin temor a equivocarse, con la loza minoica que iba apareciendo en Creta, pudiendo hacerse así nuevas comprobaciones de fechas. Y al mismo tiempo que estos hallazgos, tanto los de Egipto como los de Creta, eran examinados una y otra vez, discutidos y relacionados, Arthur Evans fue definiendo poco a poco su sistema cronológico para determinar la antigüedad de objetos minoicos y otros objetos similares encontrados en las otras islas del Mar Egeo y en el continente.

Porque a medida que avanzaba la labor de investigación, los arqueólogos comprobaron que esta civilización, que según Evans había tenido su origen en Creta, se había extendido a otras islas del Egeo e incluso más lejos, hacia el este hasta Chipre y las costas de Asia Menor, y en dirección norte hasta el continente de Grecia. En todas esas regiones la cerámica que se encontraba era similar, aunque no idéntica, a la hallada en Creta. Mientras que al principio de las excavaciones de Evans sus hallazgos fueron considerados como micénicos; más adelante se comprobó que se diferenciaban bastante de los descubrimientos de Micenas. Fue necesario crear una terminología que sirviera para diferenciar las culturas características de las diferentes regiones del Egeo. Por lo tanto vino a emplearse el término «minoico» para describir los objetos prehistóricos cretenses, «cicládico» para los de las islas y «heládico» para los del continente. Presento estos términos técnicos solamente con el fin de que los lectores que deseen profundizar sus conocimientos en este campo (como espero que hagan) no se desorienten con los distintos nombres utilizados por los investigadores para describir los distintos aspectos de la civilización prehistórica del Mediterráneo oriental.

Incidentalmente, los que no son arqueólogos se ríen a veces de la atención que dedican los expertos a lo que parecen fragmentos de cerámica sin el menor interés. Pero precisamente el valor arqueológico de la cerámica es que carece de valor intrínseco. Los objetos de oro y plata, o incluso de bronce y hierro, se pueden robar. Pero ¿a quién le importan los montones de fragmentos rotos de ollas, vasos y copas? Quedan esparcidos, olvidados entre las ruinas de antiguas poblaciones durante miles de años, tal como los he visto en Egipto y en Grecia. Pero para el arqueólogo moderno proporcionan un método seguro de determinar la antigüedad de un lugar. Ya no es necesario confiar en la intuición o en el buen sentido para hacer esto. Cualquier joven estudiante está capacitado para ello. Incluso yo, sólo un aficionado, llegué a poder recoger un fragmento de una copa micénica y decir con toda naturalidad «¡Ah, Heládico Reciente III!», sin que mis amigos arqueólogos dieran muestras de asombro.

La gran aportación de Evans consistió en identificar los tres grandes períodos de la civilización minoica que podían relacionarse con los tres grandes períodos de la civilización egipcia: el Antiguo Reinado, el Medio Imperio y el Nuevo Imperio. En The Palace of Minos escribe:

Para este considerable espacio de tiempo, que abarca unos dos mil años, la división adoptada aquí en tres secciones principales, el Minoico «Antiguo», «Medio» y «Reciente», cada uno a su vez dividido en tres períodos, no resulta excesivamente minuciosa. Corresponde a cada período un promedio de duración de unos dos siglos y medio, siendo, naturalmente, los períodos más antiguos los más largos. Desde luego esta triple división, ya sea que consideremos el curso de la civilización minoica como un todo o en sus tres etapas, es en esencia lógica y científica. En toda fase característica de cultura señalamos el período de desarrollo, madurez y decadencia. Incluso dentro de los límites de muchos de estos períodos hay tantas clases de cerámica distintas que ha sido conveniente dividirlos en dos secciones (a) y (b).

Las tres fases principales de la historia minoica corresponden, aproximadamente, a las etapas antigua, media y reciente del Nuevo Imperio de Egipto…

Ahora ya fue posible establecer fechas para los descubrimientos de Schliemann y Dörpfeld en Troya, Micenas y Tirinto, Orcómeno y en otros lugares, pues se comprobó que parte de la cerámica, armas, joyas y ornamentos, etc., encontrados en las tumbas de fosa vertical de Micenas, y en Tirinto, eran de origen minoico, aunque algunos de los objetos posiblemente se debieran a artesanos del continente siguiendo modelos cretenses. Por lo tanto quedó demostrado que los tesoros encontrados en las tumbas micénicas correspondían a una de las últimas fases de la civilización minoica, alrededor del año 1600 a. C., y que por lo tanto eran mucho más antiguos que la Guerra de Troya, no pudiendo haber sido de Agamenón y sus compañeros.

Y sin embargo, en la escala de la civilización minoica, eran relativamente recientes, tan sólo 200 años anteriores a la catástrofe final que sorprendió a Cnosos en 1400. Creta había tenido una civilización altamente desarrollada más de mil años antes que esto… Los arqueólogos, desconcertados pero fascinados, continuaron escarbando en lo más hondo de las raíces mismas de la prehistoria europea, y a la cabeza iba Arthur Evans, señalando el camino con su antorcha en alto para iluminar las tinieblas del laberinto.