12. «Y EL ASOMBRO ES CADA VEZ MAYOR»

Capítulo XII

«Y EL ASOMBRO ES CADA VEZ MAYOR»

Hogarth había demostrado que otra de las tradiciones antiguas tenía cierto fundamento. Mientras tanto, Evans y Mackenzie siguieron cavando en Cnosos hasta que el 2 de junio de 1900 tuvieron que suspender la tarea, pues el calor era insoportable y además el valle había resultado palúdico. Sin embargo, en febrero de 1901, Evans estaba de regreso en Herácleo (llamada entonces Candia), donde alquiló una casa turca como base permanente. Todos los días, escribe Joan Evans,

Evans, Mackenzie y Fyfe iban en mula a Cnosos, pasando por una especie de puerta en forma de túnel, sobre el foso de la ciudad, y dejando atrás a los mendigos leprosos que se congregaban en las afueras. A Arthur Evans le gustaba siempre ir aprisa, hasta en mula, y siempre sintió envidia del excelente caballo de Halbherr, hasta que por fin adquirió una jaca turca muy rápida.

Por esta época Evans ya había empezado a darse cuenta de la magnitud de la tarea que le esperaba. Allí había trabajo para toda una vida, trabajo que exigía paciencia y atención. También se daba cuenta de que, desde su primer informe en The Times, la publicidad había enfocado en él la atención de todo el mundo. El viejo John Evans, también anticuario, estaba entusiasmado con el éxito de su hijo y en 1901, a pesar de sus setenta y siete años, fue a Creta. Juntos padre e hijo realizaron un arduo y accidentado viaje a través de la isla hasta Gortyna, donde Frederico Halbherr, el arqueólogo italiano que tan leal amigo fue siempre de Arthur Evans, los recibió efusivamente. Halbherr estaba empezando a excavar otro palacio minoico en Faestos, al sur, inferior sólo al de Cnosos en tamaño y belleza, e incluso superior a éste en lo espléndido de su situación. Más lejos, hacia el oriente, en Gurnia, dos arqueólogos americanos, la señorita Boyd y el Sr. R.B. Seager, estaban excavando una ciudad minoica. Poco después Halbherr desenterró la hermosa «Villa Real» de Hagia Triadha, y unos investigadores franceses hicieron excavaciones en el pequeño pero rico «Palacio» de Mallia.

Pero los descubrimientos más importantes de Arthur Evans en 1901 tuvieron lugar en abril, después del regreso de su padre a Inglaterra. Empezó a encontrar unos diminutos sellos de arcilla que, con su extraordinaria capacidad visual, pudo interpretar.

Partiendo de cinco impresiones diferentes, que se complementaban, he logrado reconstruir una escena religiosa maravillosa… una diosa en pie sobre una roca o pico sagrado con dos leones en actitudes heráldicas a cada lado de éste, detrás el templo y delante un adorador.

Incluso el profano puede apreciar lo emocionante de este descubrimiento, porque los dos leones de este sello diminuto corresponden a los de la Puerta de los Leones de Micenas, y la diosa, con la típica falda minoica de volante y los pechos desnudos se alza sobre ellos. No es imposible que originalmente una figura semejante rematara el pilar que hay entre los leones micénicos. Más tarde, como veremos, Evans pudo hacer una interpretación profundamente imaginativa de la religión minoica y su diosa-madre, que muy bien pudo haber sido Rea, la madre de Zeus.

Fue también en la primera parte de esta segunda temporada cuando descubrió la preciosa mesa de juego taraceada, adornada con un mosaico de cristal y marfil con remates de oro, que quizás en un tiempo sirvió para distraer al propio rey Minos en sus horas de ocio.

Esta mesa —escribe Evans— da una impresión de magnificencia extraordinaria.

Desde el punto de vista arquitectónico, el palacio continuaba revelando nuevas maravillas. Evans empezó ahora a excavar el lado oriental del patio central donde el terreno desciende con fuerte pendiente hacia el río Kairatos. Allí desenterró la Gran Escalinata, la realización arquitectónica más impresionante que conocemos de esa civilización de hace 4000 años.

Y lo que es todavía más importante, Evans no solamente la descubrió, sino que gracias a una restauración de gran ingenio y habilidad, la salvó de una ruina inevitable.

Es evidente —escribe Evans— que es ahora cuando empezamos a llegar al verdadero centro de los edificios del Palacio. Tenemos ahora un salón con las bases de dos columnas al que se llega por cuatro tramos de escaleras. Para llegar a los dos inferiores, ha sido necesario hacer un túnel. Una galería con columnatas de madera rodeaba el lado oeste de esta estancia en dos niveles. Más allá del salón hay otra habitación, más grande, que está todavía sólo parcialmente excavada, con más bases de columnas. Es seguramente el principal megarón (sala) del Palacio… Más arriba de las escaleras hay indicios de que existió otro tramo de escaleras más alto, y en algunas partes hemos encontrado evidencias de que hubo dos pisos sobre la planta baja. Todo resulta a un mismo tiempo sin igual e inesperado.

Ahora Evans veía claramente que, mientras los edificios alrededor del patio, en lo alto del montículo, se emplearon principalmente para fines oficiales, los espaciosos alojamientos domésticos de la Familia Real se habían construido mucho más abajo, en una plataforma cortada en el escarpado declive oriental, dominando el río y el valle. De aquí la necesidad de esta escalinata monumental, originalmente de cinco tramos, de la que todavía existen tres. La Gran Escalinata, como la llamó Evans, y el grupo de habitaciones para nobles a que ésta conducía, son en sí mismos un monumento a la pericia de Evans y de sus arquitectos. Mientras cavaban en el lado de la colina tenían que ir sosteniendo, reforzando y en parte restaurando aquellas altas murallas tambaleantes que, de no haberlo hecho así, se habrían desplomado, convirtiéndose en un montón de escombros. Más adelante se explicará cómo lograron esto.

A medida que el trabajo avanzaba fueron apareciendo más y más fragmentos de frescos, pero la mayoría tan pequeños que el restaurar un cuadro original era algo así como resolver un complicado rompecabezas, con la dificultad adicional de que gran parte de las piezas se habían perdido y por lo tanto había que imaginárselas. Sin embargo, este era precisamente el tipo de reconstrucción imaginativa que atraía a Evans, quien además tuvo el acierto de contratar a un notable artista suizo, M. Gilliéron, que tenía una extraordinaria disposición para la labor de ir acoplando pacientemente los diminutos fragmentos, reconstruyendo con acierto y buen sentido lo que se había perdido, y haciendo después reproducciones exactas que se procuraba colocar en la posición de los originales. Estos fueron trasladados a la dudosa seguridad del museo de Candia. Naturalmente, todos los objetos que se encontraban pertenecían a las autoridades cretenses, con excepción de unos cuantos artículos de los que existían duplicados, que Evans pudo llevar a Inglaterra y que pueden verse, junto con algunas de las magníficas reproducciones de frescos de Gilliéron, en el Museo Ashmole de Oxford.

Evidentemente, durante los años de su mayor gloria, las galerías, pórticos y salones para ceremonias del Palacio de Minos, habían resplandecido con ricos y voluptuosos colores, verdes, azules y canelas delicados, pintados sobre un enlucido de yeso. Los minoicos debieron copiar esta técnica decorativa de los egipcios, pero entre el arte severo y altamente convencional de la mayor parte de los murales egipcios, y el refinado y minucioso naturalismo de los frescos minoicos, no hay la menor semejanza. Y digo intencionadamente «con la mayoría de las pinturas murales egipcias», porque hay un período (solamente uno) en la historia del arte egipcio que muestra una semejanza notable con el de Creta.

Se trata del famoso período herético, bajo el reinado del faraón Akhenaton, cuando por primera y única vez desaparecieron de pronto las rígidas convenciones jerárquicas del arte egipcio y los artistas reales (se supone que bajo la dirección personal del propio Akhenaton) pintaron seres humanos, animales y flores tal y como los veían y no conforme a una tradición religiosa aceptada.

El significado de esta innovación es que ocurrió alrededor del año 1400 a. C., la fecha generalmente aceptada en que el desastre final (terremoto, invasión extranjera, o ambas cosas) destruyó los palacios de Creta, incluyendo el de Cnosos. Se siente uno inclinado a pensar que, aunque no hay nada que lo pruebe, artistas cretenses refugiados quizás huyeran a la corte de Akhenaton en este período.

Algunos de los frescos representan escenas con seres humanos, otros eran encantadores motivos decorativos, inspirados con frecuencia en la naturaleza, flores y hierbas, con mariposas revoloteando entre ellas. El símbolo de la Hacha Doble, que ya hemos encontrado en los tesoros de las tumbas micénicas, se repite con frecuencia, lo mismo que nuestro ya conocido escudo en forma de ocho. En Micenas, Schliemann lo había encontrado representado en diminutos sellos y signáculos, pero aquí se empleaba en tamaño natural, como decoración mural. Ahora se podía ver claramente cómo estaba hecho el escudo de una piel de toro, tal como decía Homero, reforzada con piezas transversales, probablemente de madera. Evans creía que uno de los salones de ceremonias, que llamó «El Salón de las Hachas Dobles», debió de tener auténticos escudos colgados de las paredes como parte de la decoración, y mandó hacer copias en metal pintado, que colgó en su lugar (véase lámina 40).

Pero de todos estos frescos en color, los más fascinantes son los que representaban hombres y mujeres minoicos, en especial mujeres. Cuando se descubrieron y Gilliéron los restauró, causaron asombro en todo el mundo. Y no es extraño, pues eran totalmente diferentes de los clásicos griegos, diferentes de los egipcios, diferentes de los babilónicos, diferentes de todas las representaciones, en pintura o escultura, de los pueblos antiguos que han sobrevivido del remoto pasado. En lo que se refiere a las mujeres minoicas, en sus trajes, actitudes y estilos de peinados, la comparación más aproximada que los asombrados eruditos pudieron hacer fue con las bellezas de moda de su propia época: ¡1900! Un sabio francés, al contemplarlas, exclamó incrédulo «¡Mais, ce sont des parisiennes!»

Estas aristocráticas damas minoicas asisten evidentemente a alguna ceremonia de la corte, quizás a la recepción de algún embajador extranjero o, lo que es más probable, a una exhibición de ese extraño y siniestro deporte en el que los jóvenes saltadores exhiben su peligrosa habilidad, brincando sobre los toros. Las figuras se muestran en lo que parece ser una tribuna y en el fondo, esbozados con trazos estilizados como de un caricaturista moderno, hay una apretada multitud de rostros, con el pelo negro, puntos blancos por ojos y collares también blancos. Los colores que predominan son el rojo de óxido y el ante. En el centro de la tribuna está lo que a juicio de Evans era el santuario de la diosa minoica, caracterizado por los «cuernos de consagración» que decoran el tejado (otra alusión al Toro). Pero a ambos lados de este santuario central hay grupos de damas dibujados con mucho más cuidado, como las que aparecen en la lámina 32.

He aquí el minucioso análisis que hace Evans de estas escenas:

…a ambos lados del diminuto santuario hay grupos de damas sentadas, vistosamente ataviadas a la última moda, con peinados complicados, entretenidas en alegre charla sin enterarse en absoluto de lo que ocurre ante ellas. A primera vista se comprende que son las damas de la corte, vestidas de gala. Acaban de salir de manos del peluquero con el cabello rizado cayendo sobre los hombros; lo llevan ceñido en la frente con una cinta y cae por la espalda en largas trenzas separadas, entrelazadas con sartas de cuentas y joyas… las mangas son abullonadas, y el ajustado corpiño y las faldas de volantes recuerdan también la moda moderna. A través del pecho se distingue una banda estrecha que sugiere una diáfana camisa, pero los pezones de los pechos que se indican abajo… dan un efecto de décolleté. Los trajes están alegremente coloreados con cenefas azules, rojas y amarillas, con líneas blancas y a veces estrías negras…

La animada conversación entre la Nº 3 (la dama a cuyo tocado pertenece la redecilla) y su vecina, atraen inmediatamente la atención. La última pone énfasis a su declaración extendiendo hacia adelante el brazo derecho hasta colocar casi la mano en el regazo de la otra, mientras que su confidente levanta la suya en un ademán de asombro: ¡No me digas!… Estas escenas de confidencias femeninas, de comentarios y chismes de sociedad nos llevan muy lejos de las producciones del arte clásico de cualquier época. Un estilo tan animado y una atmósfera tan rococó nos acerca mucho a los tiempos modernos…

A medida que el mundo se iba enterando de estas maravillas por los expresivos relatos que Evans enviaba al Times y a otros periódicos, y por los comentarios de otros visitantes, se hizo aparente en toda su grandeza la realización de Evans y lo inmenso de la tarea que lo esperaba. Cuando regresó a Inglaterra en junio de 1901, el reconocimiento de la importancia de los descubrimientos cretenses fue general e inmediato: ingresó en la Real Sociedad (6 de junio de 1901), recibió títulos honorarios en Edimburgo y Dublín (también en 1901), y diplomas de sociedades extranjeras.

A continuación, Evans anunció en un discurso a la Asociación Británica en Glasgow, la solución que proponía al difícil problema de determinar la antigüedad de los estratos en Cnosos. Era una solución magistral y atrevida y, aunque en años posteriores el mismo Evans había de modificarla y ampliarla, en lo esencial su principio de dividir la cultura minoica en tres amplios períodos de desarrollo, Minoico Antiguo, Medio y Reciente, sincrónicos con los Imperios Antiguo, Medio y Nuevo, de Egipto, se siguen aceptando todavía hoy día. Inventar un sistema tal ya era en sí mismo una pequeña realización para un hombre, pero Evans reconoció que en los años venideros tenía ante él la tarea de levantar una estructura de conocimientos sólidos de una masa amorfa de piedra, cerámica y frescos en fragmentos, y, como un constructor honrado, primero tenía que procurar que sus cimientos fueran firmes.