11. LA GRUTA DONDE NACIÓ ZEUS

Capítulo XI

LA GRUTA DONDE NACIÓ ZEUS

Pero Rea, enamorada de Cronos, dio a luz espléndidos hijos: Hestia, Deméter y Hera, calzada de oro, y el fuerte Hades, de corazón despiadado, que mora debajo de la tierra, y el estrepitoso Movedor de la Tierra, y el sabio Zeus, padre de dioses y hombres, que sacude con el trueno la vasta tierra. El gran Cronos los devoraba en cuanto salían del vientre de su madre, con el propósito de que ningún otro de los orgullosos hijos de los cielos remara entre los dioses inmortales…

Así escribió el poeta Hesíodo, unos 700 años o más antes de Cristo, relatando en conmovedores versos las tradiciones que había heredado de una época lejana.

Unos años antes de que Arthur Evans consiguiera al fin el permiso para cavar en Cnosos, había explorado la montaña de Lasithi, que los antiguos llamaban Dicte, donde, según decían, había nacido Zeus. En la primavera de 1900, aunque Evans estaba absorto en el reciente descubrimiento del Palacio de Cnosos no se había olvidado de la enorme gruta en la ladera de la montaña, en las alturas de Lasithi. Allí en 1896 había descubierto una mesa de libaciones con inscripciones, aunque las rocas caídas no le habían permitido penetrar mucho en la cueva. Pero luego acudió al formidable D.G. Hogarth, entonces director de la Escuela Británica de Arqueología de Atenas, con mucha más experiencia en excavaciones en el Medio Oriente que la que tenía Evans. En mayo de 1900, mientras Evans y Mackenzie trabajaban en el montículo de Kefala, Hogarth se decidió a atacar de firme la gruta del Dicte o, como a veces se le llama, «la gruta santuario de Psychro». Hogarth tuvo de su parte todas las ventajas, porque al fin la paz remaba en la isla, y los habitantes de la localidad, que anteriormente se habían mostrado recelosos de los extranjeros, ahora estaban favorablemente dispuestos hacia los ingleses, que los habían ayudado a liberarse de los turcos.

Al igual que Evans, Hogarth era un hombre de imaginación y sensibilidad. Cuando empezó a explorar el lugar donde había nacido Zeus estaba bien enterado de sus asociaciones mitológicas. En su artículo publicado en la Monthly Review (enero a marzo de 1901) escribió:

Allá, la bondadosa Madre Tierra envío primero a la reina Rea, encinta, poco antes de dar a luz, que luego, por la noche, se puso en camino para depositar al recién nacido en la vecina colina. Creció este niño que había de ser el Inmortal Zeus ante quien hasta el mismo viejo Tiempo debería inclinarse, y que en tiempos posteriores siguió frecuentando la gruta donde naciera, porque allá, como nos dice Luciano en su mejor estilo, condujo a la doncella Europa, ruborizada y temerosa, y allí su hijo (Minos) que ella concibió ese día, buscó a su padre, cuando, cual otro Moisés, quiso dar leyes a los cretenses. Mientras los cretenses esperaban arriba, dice la leyenda, Minos descendió a la gruta, y reapareciendo al fin con el Código, dijo que lo había obtenido del propio Zeus.

Esta cueva que Hogarth y sus ayudantes iban a examinar, era la gruta sagrada que nunca había sido explorada en toda su extensión. El gran arqueólogo comprendió que le había sido otorgado un privilegio excepcional y escribió:

…durante muchos siglos las tierras altas de Creta no han ofrecido un medio adecuado para el explorador erudito. La región de Lasithi que rechazó a los venecianos y admitió, sólo una vez a los turcos en armas, se ha conservado menos conocida que ninguna otra parte del mundo clásico. Celosos y nerviosos funcionarios en la costa, y en el interior montañeses arrogantes y también celosos, han mantenido virgen a la mayor parte del suelo de Creta hasta nuestros días.

Desde luego, Hogarth había tenido predecesores. Frederico Halbherr, el gran arqueólogo italiano, y amigo de Evans, y el Dr. Joseph Hazzidakis, director de la Candiote Syllogos (Sociedad Arqueológica Cretense), habían intentado en varias ocasiones penetrar en la gruta. Adquirieron de los campesinos de la localidad ciertos objetos de bronce, tales como «hachas dobles» diminutas (el símbolo de Zeus), cuchillos y otras armas, pero dentro de la caverna poco o nada pudieron hacer, tan grande era el cúmulo de rocas caídas en la antesala superior.

Por fin llegó la liberación de la isla, y, como escribe Hogarth

en mayo de 1900… dejé a Sir Arthur entregado a sus venturosas tareas en el Palacio cnosiano de Minos, y me dirigí a Psychro con unos cuantos hombres entrenados, martillos de piedra, barrenos, pólvora y todo lo necesario para excavar.

Después describe la gruta:

A la derecha hay una especie de sala de escasa altura y a la izquierda un vacío abismal, este último sin igual en grandeza en toda Creta, y digno de figurar entre las grutas de piedra caliza más famosas del mundo. La roca se hunde al principio directamente hacia abajo, pero a medida que la luz se va haciendo más débil toma una pendiente y así desciende todavía unos sesenta metros dentro de una oscuridad absoluta. Cuando se ha llegado a tientas hasta aquí hay que detenerse y encender una linterna potente. Un estanque helado se extiende a los pies y alrededor las bases de fantásticas estalactitas penetran en el corazón de la colina. Sala tras sala con techos rugosos y el mismo suelo negro liso, siendo necesario duplicar las antorchas que visitantes y guías tienen que llevar. Delante un laberinto impasable, donde agua y roca se mezclan, detrás, muy arriba, una confusa neblina débilmente luminosa. Un escenario apropiado para el misterioso coloquio de Minos con su padre Zeus y para el culto posterior a un dios ctoniano.

A mi juicio una de las cualidades más admirables de los grandes arqueólogos del siglo XIX, como Hogarth, es su vigoroso estilo literario. Hogarth, Petrie, Evans, Breasted; todos sabían escribir. Pero al mismo tiempo eran también hombres de acción decididos, como lo demuestra claramente Hogarth en el siguiente párrafo:

Nuestras cargas de explosivos pronto dieron cuenta de las grandes rocas en la parte superior de la colina y por fortuna el techo, que no parecía muy seguro, no llegó a derrumbarse. Las palancas y los martillos de piedra remataron la obra de la pólvora… Entonces se empezó realmente a cavar…

Hogarth es muy divertido cuando escribe sobre el reclutamiento de los trabajadores. Creía en la conveniencia de mezclar los sexos porque, según decía «los hombres trabajan de mejor gana con la emulación de las mujeres». Pero este método aplicado con éxito en Chipre y en Turquía, en Creta al principio pareció que sería un fracaso.

Al pronto las doncellas de Lasithi se mostraban muy recatadas, mirando desde lejos a dos muchachas ya entrenadas en Cnosos, trabajando diligentemente con sus cedazos. Pero en la tercera mañana, un aldeano más cosmopolita, que en 1870 había peleado o saqueado como voluntario con los franceses, envió a una mujer de edad con su hija para que ayudaran a su propio hijo y el hielo se rompió. La alegre muchedumbre, blandiendo cedazos, todos pidiendo que los reclutaran enseguida, y con sus hermanas, primas y tías, que traían la comida del mediodía, hicieron del pequeño llano delante de la caverna el lugar más alegre de Lasithi…

Con esta pintoresca cuadrilla de trabajadores Hogarth hizo uno de los descubrimientos más sensacionales llevados a cabo en Creta. Tal como él lo describe, dentro de la gruta sagrada había dos cámaras. En la Sala Alta, parte de la cual ya había sido saqueada por los aldeanos de la localidad, se encontraron pequeños objetos de bronce, tales como «dobles hachas» pequeñas, cuchillos, brazaletes y otros objetos semejantes, junto con restos de cerámica helénica, todo originalmente ofrecido como ofrendas votivas al dios. Pero estos objetos eran de fecha bastante posterior, o sea que pertenecían a los tiempos «clásicos» griegos o romanos, de alrededor del año 500 a. C. en adelante. Pero después se exploró «el vacío abismal a la izquierda» que había sido inaccesible hasta que llegó Hogarth con su pólvora y sus barrenos.

Los hombres descendieron a rastras —escribe— de mala gana y sin esperanzas de encontrar nada, a realizar la tarea final en el húmedo abismo, echando de menos el calor del sol al que podían volver a menudo cuando trabajaban en el muro superior poco profundo; y las muchachas se quejaban no poco a la vista del frío y húmedo lodo en el que ahora tenían que permanecer y rebuscar.

Los renuentes cavadores trabajaban cada vez más y más abajo en la oscuridad, hasta que las lejanas luces parecían, a los hombres que quedaban arriba, como gusanos de luz, y empezaban a andar a tientas en el lodo que había dejado el agua. Entonces ocurrió algo maravilloso.

Uno de los trabajadores, ansioso por avanzar en su tarea, queriendo utilizar las dos manos, hincó su vela goteante en la hendidura de una columna de estalactita, y en esto divisó el borde de una hoja de bronce, encajada verticalmente. Cuando fue arrancada con unas tenazas mandadas de arriba, se comprobó que era un cuchillo micénico perfecto. Pero, salvo por un acto humano, difícilmente podía haber penetrado en la grieta.

La noticia corrió de boca en boca, y los trabajadores, hombres y mujeres, cesaron de andar a tientas en el lodo del charco y empezaron a rebuscar en los resquicios de las estalactitas, esas columnas colgantes, de piedra caliza brillante que pendían del techo de la cueva, producto de siglos de desarrollo. Y allí encontraron, encajadas en las grietas, centenares de ofrendas votivas, cuchillos, hachas dobles diminutas, ornamentos femeninos, fibulae, todo ello ofrendas al dios, colocadas allí por los devotos que habían penetrado hasta aquel sombrío corredor hacía 2, 3 o quizás 4000 años. Esto era el Sanctasanctorum, el santuario más íntimo del propio Zeus, no visto por el hombre quizás en dos milenios:

En esta parte, la más impresionante de la gruta sagrada —escribe Hogarth— se juzgó más conveniente dedicar, en nichos proporcionados por la misma naturaleza, objetos forjados expresamente para el servicio del Dios, como las hachas o las estatuillas, o tomados de la misma persona de los adoradores, como los cuchillos, alfileres y sortijas. Este hecho hace honor a la primitiva imaginación cretense. En estos salones con pilares, de una extensión incalculable, y lobreguez abismal, tuvo lugar la escena de la legendaria conversación entre Minos y Zeus. Pues la parte más baja de la gruta se ajusta admirablemente a la historia tal como la relata el racionalista Dionisio, el prístino rey, dejando su gente fuera y descendiendo hasta desaparecer fuera del alcance de la vista, para reaparecer al fin con el crédito de haber visto y hablado con el mismo dios. No queda sombra de duda de que es ésta la caverna donde se decía que había nacido Zeus. La gruta de Ida, por muy rica que resultó en ofrendas, cuando se exploró hace algunos años, como santuario ni siquiera se aproxima al misterio de esta. Entre las cavernas santas del mundo ésta de Psychro, en virtud de sus salas inferiores, es única.