9. ISLA DE LEYENDA

Capítulo XIX

ISLA DE LEYENDA

La antigua cueva de Ilitia es un agujero negro en una ladera desnuda, a unos cuantos kilómetros al este de Herácleo. Aunque muy cerca del camino que sube serpenteando a las colinas; la entrada de la cueva está escondida por una higuera de tal modo que sin la ayuda del chofer dudo que hubiéramos podido encontrarla.

Los tres (los de Jong y yo) nos sentamos en la falda de la colina, más arriba de la cueva, contemplando las laderas cubiertas de helechos y las olas que abajo arremetían contra la playa. Tan tranquila era la tarde que el murmullo del mar llegaba hasta nosotros como un suave arrullo, tan clara la atmósfera, que la isleta de Día (una ninfa que Zeus favorecía y a la que Hera enfurecida había transformado en monstruo marino) parecía estar a tiro de piedra desde la altura donde estábamos sentados.

Por el valle cercano un riachuelo, el Amniso, corría directamente al Egeo. Hace miles de años hubo un puerto en su desembocadura, que había conocido Ulises («llegó a Amniso, donde se encuentra la gruta de Ilitia»), pero la acumulación de sedimentos lo había inutilizado siglos atrás y hacía ya mucho tiempo que Herácleo lo había sustituido como puerto principal en el norte de Creta. Pero la cueva sagrada de la ninfa Ilitia, protectora de las mujeres en los partos, todavía estaba allí, y cuando Piet y yo exploramos sus profundidades con una antorcha improvisada con ramas, una colonia de murciélagos revoloteaba chillando en las oscuras grietas del techo. La última vez que yo había visto estos animalejos en tal número había sido dentro de la pirámide de Snofru, en Egipto, hacía cinco años. Pero Homero los había visto exactamente igual hacía unos 2700 años, y los había comparado con las farfulladoras sombras de los pretendientes muertos a los que Hermes condujo a las sombrías salas del Infierno:

Las hizo levantar y ponerse en marcha… y obedecieron su llamado, lanzando estridentes gritos como los murciélagos que revolotean chillando en las profundidades de alguna gruta misteriosa, cuando uno de ellos ha caído de lo alto del techo de roca, separándose de sus agolpados compañeros…

Odisea, Libro XXIV

En las colinas de piedra caliza de Creta hay muchas grutas sagradas semejantes que contienen testimonios de las multitudes de peregrinos que las visitaron hace siglos. Los suelos rocosos están atestados de fragmentos de cerámica y los restos de vasijas votivas ofrecidas por los devotos. Cerca de la estalagmita sagrada, pilar enano en las profundidades de Ilitia, alrededor del cual había restos de los muros de un santuario que de Jong me mostró, había montones de estos fragmentos. De Jong cogió uno y lo acercó a la luz de la antorcha.

«Romano» —comentó, y lo tiró.

Luego rebuscó en el lodo del fondo de la gruta y sacó un fragmento de un vaso de paredes delgadas como los que yo había visto en Micenas.

«Micénico» —dijo.

Y yo me metí el pedazo en el bolsillo mientras volvíamos a la luz del sol.

En una atmósfera semejante es fácil olvidarse del presente. El avión del que habíamos descendido hacía apenas unas horas, los soldados griegos que hacían maniobras cerca del aeropuerto, los empellones, el polvo, el ruido, las acogedoras tiendas de la destartalada Herácleo, donde habían recibido a Effie como a una antigua amiga, todo se había borrado y otros recuerdos empezaban a surgir en su lugar. La historia de la desgraciada Dia me trajo a la mente otros mitos y leyendas unidos a esta encantadora isla, la más grande del archipiélago griego. Creta ha sido durante 3000 años lugar de reunión y campo de batalla de las culturas minoica, helénica, romana, veneciana, turca y la de los francos, y situada allá lejos en el sur, en el profundo mar azul oscuro, casi equidistante de Europa, Asia y África, todavía conserva su ambiente remoto.

Cuando Schliemann hizo excavaciones en Troya y en Micenas, se había dejado guiar por una ingenua fe en la verdad literal de los poemas homéricos. Su propósito de excavar en Creta seguramente estaba inspirado por la misma creencia, pues Homero menciona Creta muy a menudo, sobre todo en la Odisea. Pero Arthur Evans, como hemos visto, se había sentido atraído por la isla más bien por curiosidad científica que por fe en sus leyendas. Después de averiguar que la misteriosa escritura jeroglífica, que no era ni egipcia ni babilónica, procedía de Creta, su ambición fue interpretar esa escritura y demostrar su tesis de que «en lo que ahora constituye la zona de influencia de la civilización europea, debieron de existir en otros tiempos sistemas de escritura a base de dibujos semejantes a los que ahora todavía se emplean entre las razas más primitivas de la humanidad». Al mismo tiempo, las narraciones de Homero y de los autores clásicos acerca de Creta le eran también familiares y como estas leyendas tienen gran relación con lo que sigue, creo que vale la pena recordar algunas de ellas.

La más antigua de las tradiciones era la del nacimiento de Zeus, el Dios Padre de los griegos, en una gruta de Creta meridional. Según unos esta gruta se encontraba en el pico central del Monte Ida y, según otros, en una montaña más al oriente, Lasithi, más baja pero también majestuosa, que los antiguos cretenses llamaban Dicte.

Rea, esposa de Cronos, le dio varias hijas, Hestia, Deméter y Hera, «calzada de oro», pero siempre que daba a luz un hijo, el celoso Cronos devoraba al niño, con el propósito, dice el poeta Hesíodo, de

que ningún otro de los orgullosos hijos del cielo pudiera reinar entre los dioses inmortales. Porque sabía, por la Tierra y el Cielo estrellado, que estaba destinado a ser vencido por su propio hijo a pesar de su fuerza, por los artificios del gran Zeus.

Por lo tanto, cuando Rea dio a luz a Zeus, tuvo que tramar

algún plan… para mantener oculto el nacimiento de su amado hijo… Así que los dioses la enviaron a Lycto, a la fértil tierra de Creta, cuando ya iba a nacer el gran Zeus, el más joven de sus hijos.

Y Hesíodo continua diciendo cómo la Tierra

lo tomó en sus brazos y lo ocultó en una remota gruta debajo de los lugares secretos del suelo sagrado, en los espesos bosques del Monte Egeo.

A Cronos, la Tierra le dio una piedra que, pensando que era su hijo recién nacido, el dios

se tragó. ¡Desgraciado! Ignorando que en lugar de la piedra, su hijo había quedado detrás incólume e invencible.

Así fue, decían los griegos, cómo pudo Zeus sobrevivir, vencer a su padre y reinar como Rey de Dioses.

Otra antigua tradición, referente a Minos, rey de Creta, dice que fue «hijo de Zeus», o, según otra versión, su amigo y compañero predilecto. Se decía que Minos había sido un famoso legislador y el fundador del primer gran poderío naval del Mediterráneo. No existían inscripciones ni monumentos que apoyaran esta creencia, pero la tradición hablada era viva y la aceptaban, como hemos visto, historiadores tales como Tucídides.

Las tradiciones relativas a Minos son varias, y en cierto modo contradictorias. Todas están de acuerdo en que disponía de una inmensa flota que dominaba el Mediterráneo oriental. En unas leyendas se le alaba como gran legislador; pero en otras se habla de Minos el Tirano, como en una de las leyendas más perdurables, la historia de Teseo y el Minotauro, que vale la pena citar, tal como la relata Apolodoro.

El rey Minos, habiendo sometido a Atenas, le exigía como dueño y señor un tributo anual que consistía en doce nobles atenienses de ambos sexos, para sacrificar al Minotauro. Este monstruo había sido engendrado por Pasífae, esposa de Minos, una ninfómana a la que sólo un toro podía satisfacer. Minos lo había encerrado en un laberinto, debajo del gran palacio de Cnosos proyectado por Dédalo, el mejor de sus artífices.

Tan tortuoso era este laberinto, con sus retorcidos pasajes, callejones sin salida y vueltas falsas, que ningún hombre, una vez dentro, podía salir de él sin ayuda. Y en el interior se escondía el Minotauro acechando a sus víctimas para devorarlas. Cada año, según la leyenda, doce jóvenes de ambos sexos, escogidos entre lo más florido de la juventud ateniense, encontraban la muerte de este modo.

Llegó entonces el año en que el héroe Teseo, hijo del anciano Egeo, Señor de Atenas, se encontró entre aquellos que se habían de enviar a Creta, pero, escribe Apolodoro:

afirman algunos… que se ofreció él mismo voluntariamente. Y como el barco tenía una vela negra, Egeo (el padre) encargó a su hijo que si regresaba vivo desplegara velas blancas en el barco. Y cuando el joven llegó a Creta, Ariadna hija de Minos, habiéndose enamorado de él, ofreció ayudarlo si prometía llevársela consigo a Atenas y tomarla por esposa. Habiendo Teseo prometido hacerlo así bajo juramento, la joven rogó a Dédalo que le enseñara la manera de salir del laberinto.

Dédalo, el forjador, otra gran figura legendaria, era una combinación de artista, artífice e ingeniero a quien Minos había nombrado jefe de las Obras Reales. Fue Dédalo el que hizo para Pasífae la vaca simulada dentro de la cual se ocultaba cuando deseaba seducir al toro.

Los métodos que utilizó «Ariadna, la de la oscura cabellera» para persuadir al ingenioso forjador, no se mencionan, aunque pueden imaginarse. De todos modos sus deseos se cumplieron, pues, dice Apolodoro

siguiendo su consejo, la joven dio a Teseo una clave (un hilo) que Teseo ató a la puerta cuando entró en el laberinto, y arrastrándolo tras sí, penetró en el interior. Y luego que hubo encontrado al Minotauro, en el fondo del Laberinto, lo mató golpeándolo con los puños, y guiándose por el hilo, logró salir. Y por la noche llegó con Ariadna y los niños (con esto el escritor alude probablemente a los restantes atenienses destinados al sacrificio) a Naxos. Allí Dionisio se enamoró de Ariadna y la raptó, y llevándosela a Lemnos, la gozó y engendró a Thoas, Staphylus, Oenopion y Peparthus.

Apenado por la pérdida de Ariadna, Teseo olvidó desplegar las velas blancas de su barco al llegar al puerto, y Egeo (su padre), al ver desde la Acrópolis el barco con una vela negra, creyó que Teseo había perecido, así que se precipitó al vacío y murió…

Pero la historia no termina aquí. El rey Minos, cuando se enteró de la complicidad de Dédalo en la fuga de su hija, encerró en el Laberinto al culpable ingeniero, con su hijo Ícaro. Después sigue el invento de la primera maquina de volar, 3000 años antes de Leonardo de Vinci…

Dédalo fabricó alas para sí y para su hijo, a quien indicó, al lanzarse al espacio, que no volara muy alto para que no se derritiera la goma con el sol y se cayeran las alas, ni tampoco demasiado cerca del mar para que la humedad no despegara las alas. Pero el presuntuoso Ícaro, sin hacer caso de las instrucciones de su padre subía cada vez más y más alto, hasta que al derretirse la goma, cayó al mar, llamado Icariano por su nombre, y pereció…

Dédalo, un experto mecánico, no cometió semejante equivocación. Ya había sufrido bastante a causa de su indulgencia con la hija del Rey, la de la oscura cabellera, y su gallardo aunque no muy inteligente pretendiente ateniense. Dédalo llegó volando hasta la corte del rey Cócalo, en Sicilia. Pero dice Apolodoro,

Minos persiguió a Dédalo, y a todos los países donde lo buscaba llevaba un caracol y prometía dar un gran premio a aquel que pudiera pasar un hilo por él, pensando que por ese medio podría descubrir a Dédalo.

Evidentemente Minos era un gran conocedor de la naturaleza humana, pues todo el que haya conocido la vanidad y el orgullo de algunos ingenieros y hombres de ciencia modernos, reconocerán la astucia con que el rey cebó su anzuelo.

Y habiendo llegado a Camico en Sicilia —escribe Apolodoro—, a la corte de Cócalo donde estaba escondido Dédalo, le mostró el caracol. Cócalo (Señor de Sicilia) lo tomó, y prometiéndole pasar el hilo, se lo dio a Dédalo.

El reto resultó irresistible para Dédalo que, al parecer, sentía un gran desprecio por las inteligencias vulgares, semejante al que siente el técnico moderno por el engomado caballerete de los grandes almacenes. Dédalo sabía muy bien que su nuevo Señor, Cócalo, era tan incapaz de resolver matemáticamente las curvas y repliegues del caracol, como el gallardo pero estúpido amante de Ariadna de aprenderse de memoria los rodeos y revueltas del Laberinto. Así que lo mismo que había proporcionado a Teseo la clave del hilo, cosa que hasta él podía comprender, le facilitó al rey de Sicilia un método para pasar el hilo por el caracol, admirable por su sencillez:

Cócalo tomó el caracol y prometió enhebrarlo… y Dédalo ató un hilo a una hormiga y habiendo perforado un agujero en el caracol, hizo pasar por él a la hormiga. Pero cuando Minos vio el hilo enhebrado por la concha, comprendió que Dédalo estaba con Cócalo y enseguida pidió que le fuera entregado. Cócalo así se lo prometió, y dispuso una fiesta en honor de Minos.

Y después sigue uno de los incidentes más misteriosos que relata la crónica:

…pero al salir del baño, Minos pereció a manos de las hijas de Cócalo.

¿Pero por qué? ¿Y cómo?

Tanto la historia como la leyenda guardan silencio a este respecto. Pero cualquiera que fuera la forma de su fin, el gran rey de Creta se hunde en el olvido, muerto por las jóvenes hijas del rey de Sicilia… Un capítulo legendario de la historia del Mediterráneo oriental que termina tan misteriosamente como había empezado…

El sol se hundía detrás del promontorio a nuestra izquierda cuando regresábamos en el coche a lo largo del sinuoso y mal pavimentado camino que cruza Herácleo, con sus viejas calles angostas, y sigue adelante pasando las sombrías murallas venecianas hasta el tortuoso camino del valle que conduce a Cnosos. Era extraño ver el nombre «casi tan viejo como el Tiempo» pegado a uno de los desvencijados autobuses cretenses que nos adelantó traqueteando entre una nube de polvo.

Las casas se fueron quedando atrás. Las laderas del valle se hacían cada vez más empinadas, y a nuestra izquierda corría acompañándonos un riachuelo que iba cruzando antiguos puentes de arco. Durante varias millas el camino subía y bajaba, hasta que al bajar una de las cuestas la señora de Jong me indicó un grupo de casas al pie de la colina.

«Ésa —dijo— es nuestra aldea. Y estas —señalando a las bien cuidadas hileras de vides que trepaban por las laderas— son nuestras viñas».

«Mi mujer quiere decir —interrumpió su marido— que esas son las viñas que pertenecen a la Escuela. Sir Arthur traspasó a la Escuela Inglesa de Arqueología de Atenas los terrenos que rodean el Palacio, y nosotros los cuidamos.»

El coche se detuvo delante de una agradable casita de campo encalada detrás de un muro de piedra,

«¿Dónde está el Palacio?» —pregunté.

«Allá a la izquierda, detrás de esos árboles —dijo Piet—. Ya lo verá por la mañana».

«Me figuro que estará deseando un baño —dijo su esposa—. Aquí está Manoli —continuó saludando con un torrente de griego a un sonriente cretense muy moreno—. Él lo llevará a la villa. Su cuarto ya está listo».

«¿Villa? —pregunté—. ¿Es un hotel?»

«No, no, no —contestó la señora de Jong—. La Villa Ariadna es el antiguo hogar de Sir Arthur. La construyó en 1912 para tener una base permanente para su trabajo, y al mismo tiempo un lugar donde poder recibir a sus amigos. Durante muchos años solía pasar la primavera y el verano en la Villa. Después, cuando se sintió ya demasiado viejo para venir con regularidad, entregó la casa a la Escuela, como hogar de reposo para los estudiantes. Esta —continuó, indicando la confortable casita cubierta de enredaderas— es nuestra casa, la llamamos la Taverna. Pero usted se quedará en la Villa allá arriba. ¿La ve allí?»

Me señaló una majestuosa fachada que se vislumbraba detrás de una pantalla de palmeras y adelfas. Un estrecho sendero serpenteaba por la colina entre arbustos de bugambilias. Aunque había dejado Inglaterra en febrero, envuelta en un manto de escarcha, aquí la temperatura era ya agradable, casi tibia, y se sentía la llegada de la primavera.

«¿Hay alguien allí?»

«No —dijo la señora de Jong. Febrero es demasiado pronto para los estudiantes, tendrá la casa para usted solo… pero no tema, no hay fantasmas; en todo caso sólo hay fantasmas amistosos. ¡Mira, Piet, qué luna tan maravillosa!» Siguió charlando sin detenerse a respirar, mientras yo seguía a Manoli, envuelto en el fragante crepúsculo, hacia la Villa Ariadna, cuando la oí gritar: «¡Cenamos a las ocho!».