21

Reconoció enseguida a Corinne entre las personas que salían del ascensor y cruzaban el vestíbulo del hospital de Morriston para dirigirse a la salida. Había visto su fotografía en Yorkshire: una mujer de baja estatura, cordial y discreta, con el pelo castaño. Pero en la fotografía sonreía. Ahora parecía muy preocupada y afligida. Tenía los hombros un poco caídos. Cargaba con un gran peso que se manifestaba en su forma de andar, en la postura de la cabeza, en los labios apretados.

Se levantó y se dirigió a ella.

—¿Señora Beecroft?

Corinne se detuvo.

—¿Sí?

—Soy Nora Franklin.

Corinne retrocedió un poco, casi imperceptiblemente.

—Ah, la señorita Franklin. Sí, ya sé quién es.

Las palabras sonaron gélidas. Nora suspiró. Estaba desesperada, tan desesperada que no paraba de preguntarse cómo conseguía sobrevivir día tras día. Cuando salía del trabajo por la tarde, recorría todo el trayecto desde Pembroke Dock hasta Morriston con la esperanza de poder hablar con Ryan. Había un policía apostado en la puerta de su habitación, que seguramente habría seguido allí mientras hablaban, pero a Nora no le habría importado, ella solo quería una oportunidad para contárselo todo a Ryan. Un día le suplicó al policía que la dejara entrar, pero este le indicó que tenía que solicitar un permiso de visita a la fiscalía.

—Es un criminal peligroso, señora —le dijo, y a Nora le pareció que la miraba con compasión—. Yo de usted… —No acabó la frase, y murmuró algo así como «a mí qué me importa».

Nora consiguió que la inspectora la autorizara a visitar a Ryan, pero todo se malogró a causa del propio Ryan. El policía anunció su visita y salió de la habitación haciendo gestos negativos con la cabeza.

—No quiere verla. Lo siento.

Nora combatió las lágrimas.

—¿Acepta otras visitas?

—El señor Craig, su abogado, viene a menudo. Y su madre. Nadie más se ha interesado por verlo.

Al menos fue un consuelo saber que Debbie no estaba junto a su cama, cogiéndole la mano, aunque tenía que haberlo sabido. Debbie había ido más lejos que ella, había abierto la caja en la cueva y había visto los restos mortales de Vanessa Willard. No querría volver a ver a Ryan nunca más.

—Señora Beecroft —dijo—, ¿cómo está Ryan?

Corinne se pasó la mano por la frente. Parecía exhausta.

—Ya puede moverse un poco. Tiene muchos huesos rotos…, pero lo han estabilizado. El médico dice que no le quedarán secuelas.

—Gracias a Dios —se alegró Nora.

—¿Y de qué va a servirle? —inquirió Corinne—. Pasará veinte años en la cárcel… o más. Cuando salga, tendrá más de cincuenta. ¿Qué vida le esperará entonces? Estará acabado.

Se mordió los labios. Nora se dio cuenta de que se esforzaba por mantener la compostura y no romper a llorar.

—No quiere verme —dijo.

—¿Y le extraña? —preguntó Corinne.

—Por favor —se lamentó Nora, desesperada—, por favor, señora Beecroft, trate de entenderlo…

Corinne se apartó y Nora temió que saliera del hospital sin decirle nada más, pero se sentó en un banco de la sala de espera y apoyó la cabeza en las manos.

—No puedo más —susurró—. Ya no puedo más.

—¿Le apetece un café, señora Beecroft?

Corinne asintió débilmente. Nora fue a toda prisa a buscar dos cafés con leche a la máquina, volvió al banco, se sentó al lado de Corinne y le puso el vaso caliente en las manos.

—Tenga. Bébaselo. Le sentará bien.

Agradecida, Corinne bebió un sorbo.

—Es horrible —murmuró—, horrible y sin remedio. —Después añadió la frase que muchas madres, seguramente la mayoría, habrían dicho en su situación—: Era un buen chico. No sé cómo ha podido pasar… —Se le quebró la voz.

—No es malo —dijo Nora—. Tampoco ahora.

Corinne levantó los ojos.

—¿Por qué lo traicionó? Él confiaba en usted.

Ese era el reproche que Nora también se hacía a todas horas. Incluso de noche, cuando daba vueltas en la cama sin poder dormir.

—La primera vez, cuando la policía fue a la copistería y Ryan escapó, no fui yo. Varias personas se fijaron en él y en mi coche, porque les pareció sospechosa su conducta. Por eso la policía quería hablar con él. A mí también me sorprendió.

—Pero cuando usted… cuando usted y Debbie…

El aterrador hallazgo del valle del Zorro. Nora estuvo un segundo tentada de justificarse. «Intenté impedir que acudiera a la policía, pensé si no había otro modo…» Pero no lo hizo. Porque Debbie había actuado correctamente y ella lo había asumido por fin.

—El marido de Vanessa Willard tenía que saberlo —dijo—. No podíamos permitir que siguiera viviendo en la incertidumbre. Ahora por fin ha podido enterrar a su mujer. Y puede intentar recuperar la normalidad.

—Pero ¡usted le dio el nombre de Ryan a la policía!

—Porque aún estaba pendiente el caso de la otra mujer. Alexia Reece. Cabía la posibilidad de que Ryan…

Corinne echaba chispas por los ojos, tristes y taciturnos.

—¿Cómo pudo creer eso? ¿Cómo pudo pensar que Ryan tenía algo que ver? Lo de… lo de Vanessa Willard fue una desgracia terrible. ¡Ryan nunca habría vuelto a hacerlo!

—Ryan estaba entre la espada y la pared. Necesitaba mucho dinero, y pronto.

—Aun así él nunca habría… y no lo hizo. Fue el marido, ya lo han demostrado. Ryan no fue el responsable ni de la desaparición ni de la muerte de Alexia Reece.

—Lo sé —dijo Nora, y se quedó mirando el vaso de café—. Pero en ese momento Debbie y yo pensamos… Oh, Dios mío, señora Beecroft, ¡no podíamos correr el riesgo! No podíamos guardar silencio y convertirnos en cómplices si otra mujer sufría el mismo destino que Vanessa Willard. ¡Usted no ha visto la cueva! ¡Usted no ha visto la caja! No puede imaginarse cómo…

—No quiero imaginármelo —la interrumpió Corinne secamente—. ¿Me ha oído? ¡No quiero que me cuente nada!

—De acuerdo —admitió Nora—, de acuerdo.

Probablemente todo aquello era excesivo para una madre. Corinne había sufrido mucho todos esos años, desde que su hijo se había descarriado. Y los últimos días estaba sufriendo un verdadero infierno. Peor de lo que podría haberse figurado nunca. Era comprensible que intentara protegerse de alguna manera.

Callaron las dos un rato y se bebieron el café. A su alrededor reinaba el ajetreo típico de las tardes en el hospital. Llegaba mucha gente después de salir del trabajo a visitar a algún familiar.

—¿Se sabe algo más de Damon? —preguntó Nora—. ¿Han podido demostrar que…?

—¿Que es el responsable de las agresiones a Debbie y a mí? —Corinne negó con un movimiento de cabeza—. A los tipos como él raras veces se les puede demostrar algo. La inspectora Morgan dice que está convencida de que tuvo algo que ver. Pero no tiene ninguna prueba. Tampoco de que extorsionara y amenazara a Ryan. Tienen que soltarlo. Me ha prometido que no lo perderá de vista, pero ¿quién sabe? —dijo, y se encogió de hombros—. Ese Damon quedará impune, Nora, estoy casi segura. Y en el fondo, él tiene la culpa de todo lo que ha ocurrido. Pero saldrá bien parado. Tiene testigos y coartadas para todo. Probablemente sobornados, pero el dinero no es problema para él. Y mi Ryan irá a la cárcel. Es terrible y muy injusto. —Las lágrimas que había contenido hasta el momento le brillaban ahora en los ojos.

—Algún día lo cogerán —afirmó Nora, aunque no lo creía.

Damon estaría siempre ahí. Probablemente también cuando Ryan saliera de la cárcel, al cabo de años interminables. Damon no era de los que renunciaba a una presa porque tuviera que invertir mucho tiempo. Lo esperaría para exigirle el pago de una deuda que habría alcanzado cifras astronómicas, se divertiría persiguiéndolo y aterrorizándolo, quizá incluso volvería a sus jueguecitos perversos y malvados y maltrataría y humillaría a personas cercanas a él. Todo empezaría de nuevo.

No obstante, habían conseguido una prórroga. Lo macabro de la situación era que, por segunda vez, la cárcel lo salvaba de Damon en el último minuto.

—Tenemos que reunir cincuenta mil libras —dijo Nora— lo antes posible. Para que Ryan tenga una oportunidad de disfrutar de una vida normal… cuando salga.

—Damon ha negado en comisaría que exista esa deuda —replicó Corinne.

Nora resopló.

—Existe, créame. Yo no tengo tanto dinero, pero haré todo lo que pueda, todo, para ayudar a reunirlo. Tal vez lo consigamos de algún modo.

Corinne la miró, pensativa.

—Quiere ayudarlo de verdad, ¿no es cierto?

Nora cerró un instante los ojos. Le diría a su madre lo que nunca había podido decirle a él.

—Lo amo, señora Beecroft. Y eso no cambiará aunque no quiera verme. Haría lo que fuera por él. Si me lo permite, iré a visitarlo a la cárcel. Y lo esperaré hasta que salga.

—Es usted muy joven. ¿Por qué lo hace?

—Ya se lo he dicho —contestó Nora.

Corinne asintió. Ya no parecía hostil. Ahora solo estaba cansada y triste.

—Hablaré con Ryan, Nora. Le explicaré su… traición. Intentaré que comprenda la situación en la que se encuentra. No puedo prometerle nada, pero haré lo que pueda.

—Gracias —dijo Nora—, muchas gracias.

Corinne se tomó el último sorbo de café y se levantó.

—Adiós, señorita Franklin.

Nora también se levantó.

—¿Está instalada en un hotel por aquí cerca? —le preguntó, y, después de que Corinne asintiera, añadió—: ¿Podríamos vernos? ¿El fin de semana? Solo para hablar.

—De acuerdo —aceptó Corinne.

Le hizo un gesto de despedida y se fue. Andaba arrastrando los pies. Una mujer mayor que tenía muy pocas esperanzas de que las cosas mejoraran.

Nora volvió a sentarse. Se quedaría un rato más. Allí, en el hospital, al menos estaba cerca de Ryan, y eso era mejor que nada. Lo próximo sería que Corinne se animara con la idea de que Bradley podía hipotecar la casita. No sería fácil, pero era optimista. Evidentemente sería una lástima darle tanto dinero a un criminal sin escrúpulos, pero si la policía no lograba echarle el guante, había que tomar ciertas medidas. Lo único que importaba era Ryan. El futuro de Ryan.

Corinne le allanaría el camino hacia él. Quizá no por ella, pero lo haría por Ryan. Porque sabía que su hijo necesitaba que alguien lo apoyara si quería superar psicológicamente los años de cárcel y el tiempo posterior, y Corinne no podía estar segura de cuánto le durarían las fuerzas para hacerlo ella misma. Comprendería que Nora era un regalo del cielo para Ryan y haría todo lo posible por reunir a los dos jóvenes.

Era un rayo de esperanza. Por fin luz al final del túnel.

Nora pensó en los años que estaban por venir. Sonrió.

Después de todo, tendría a Ryan para ella.

Para ella sola.