Viernes. Ryan había desaparecido el miércoles. No se había dejado ver más ni había llamado.
Nora no volvió al trabajo en toda la semana. Se encontraba tan mal y estaba tan desesperada que no podía. Fue al médico, que se dispuso a darle la baja con solo verla. Le dijo que no tenía ninguna dolencia física, pero estaba extenuada, destrozada, al límite de sus fuerzas.
—Le hace falta una cura de reposo —dijo—. En mi opinión, está quemada de tanto trabajo, y eso no hay que tomárselo a broma.
No necesitaba una cura de reposo, pero no podía decírselo. Necesitaba clarificar su vida. Necesitaba desahogarse de lo que sabía. Desde que Ryan le había contado lo de Vanessa Willard, cargaba con una culpa que la abrumaba. Y desde que se había enterado de la extraña conducta de Ryan, de que pasaba horas rondando casas ajenas, tenía el horrible temor de que estuviera implicado en la desaparición de Alexia Reece. De que la hubiera encerrado en una caja. O en un sótano, en una cueva… ¡A saber! La madre de cuatro hijos; el menor, de año y medio. La inspectora Morgan le hizo otra visita. Le habló de los niños desesperados. Del marido desesperado. Del miedo que pasaba la familia, de la incertidumbre insoportable.
También fue a verla Melvin Cox, el agente de la condicional de Ryan.
—Por favor, Nora, encubriéndolo no lo ayuda. A eso se le llama «lealtad mal entendida». Es posible que no haya hecho nada malo y que solo se llevara un susto de muerte al ver a la policía hablando con su jefe. Seguro que podrá aclararlo todo fácilmente, pero para eso tiene que hablar con la policía. Huir solo empeora las cosas. Sea una auténtica amiga y dígame dónde está.
Era cierto que no lo sabía. Sin embargo, sabía otras cosas que habría tenido que contar urgentemente. Pero sería una traición. ¡Deseaba tanto que Ryan diera señales de vida…! Habría hecho todo lo posible para convencerlo de que confesara.
«Cuéntale a la policía lo de Vanessa Willard. Libera de la incertidumbre a su marido. Y si sabes dónde está Alexia Reece, por favor, ¡dilo!»
Pero Ryan no apareció, no llamó. Suponía que lo estaría pasando fatal. No tenía dinero ni dónde alojarse. Tenía que esconderse continuamente, pero no existía ningún lugar seguro. Sabía que no había recurrido a su antigua novia, Debbie, porque se lo había dicho la inspectora Morgan: la policía había estado allí varias veces. ¿Intentaría refugiarse en casa de su madre? La policía había puesto a los Beecroft al corriente de todo y los vigilaba. Nora también había visto a un policía apostado delante del portal de su casa, pero Ryan podía haber llamado por teléfono al menos. El hecho de que no lo hiciera le demostraba que no confiaba en ella, y eso era lo que más le dolía. Ryan nunca había correspondido a sus sentimientos, pero en los últimos meses le había parecido que la consideraba una amiga que lo apoyaría en todo. Pero luego, llorando y temblando, le contó lo de Vanessa Willard, y por mucho que ella se esforzó en ocultar la consternación, un espanto que casi la dejó sin aliento, quedó muy claro que la había sacudido de raíz. Que no era firme como una roca. Empezaría a sospechar que podía cambiar de bando. Es posible que incluso creyera que había sido ella la que avisó a la policía el miércoles, que le atribuyera la iniciativa de que los agentes se presentaran en la copistería sin previo aviso.
Y no se pondría en contacto con ella por nada del mundo.
El viernes por la tarde, Nora estaba al borde de un ataque de nervios y le daba la sensación de que las cosas empeorarían si seguía encerrada en casa sin hacer nada. No podía dejar de pensar en Alexia Reece. Si no actuaba pronto, se volvería loca. Pero no sabía si Ryan había tenido algo que ver. No lo sabía. Sin embargo, la policía se convencería tan pronto como ella contara lo que sabía y, tanto si era culpable como si no, Ryan estaría atrapado. Bueno, sí, era culpable en lo relativo a Vanessa Willard, pero si había conseguido liberarse, la cosa era distinta, al menos no sería un asesino. ¿Tenía que llevar a Ryan a la cárcel por un suceso que se le había escapado de las manos? Pensaba continuamente en alguien con quien poder hablar, necesitaba consejo, otra opinión. Quizá solo necesitaba que le quitaran una parte del peso que la abrumaba. Tenía que haber alguien a quien poder contarle la terrible historia sin que echara a correr de inmediato para avisar a la policía. Alguien que tuviera algún vínculo con Ryan.
Pensó en llamar a la madre, pero le dio miedo. Corinne tenía un vínculo con él, pero era un vínculo demasiado fuerte. ¿Qué le pasaría a una madre si se enterase de que su único hijo había cometido un crimen tan atroz? Era una mujer mayor que recientemente había pasado por una terrible experiencia. ¿Estaría en condiciones de hablarlo con cierta objetividad y de dar consejos? ¿O se derrumbaría y Nora tendría la sensación de haber cometido otro grave error?
Otra persona empezó a rondarle por la mente, una persona a la que no habría querido conocer nunca: Debbie, la antigua novia de Ryan. Lo conocía mejor que nadie. Habían tenido una relación de años, habían vivido juntos y, después de separarse, siguieron siendo amigos íntimos. Nora no consiguió, ni siquiera en esos días, pensar en ella sin sentir celos y mucha antipatía. No la había visto nunca, pero hacía tiempo que se le aparecía en pensamientos y, a veces, incluso en sueños. Dolorosamente. No eran pensamientos ni sueños agradables.
No obstante, Debbie era la única persona a quien podía recurrir si no quería seguir dándole vueltas al problema y perder la razón. Debbie también sabía que Ryan no era malo. Sabría afrontar el asunto de Vanessa Willard. Cualquier otra persona lo consideraría un monstruo.
Al cabo de unas horas de dudas y cavilaciones, tomó una decisión firme. Iría a Swansea a ver a Debbie. Por suerte, encontró la dirección en una guía de teléfonos antigua, puesto que suponía que, después del asalto, habría pedido que borraran su nombre y dirección.
El agente que vigilaba fuera en un coche seguramente la seguiría, pero le daba igual. Lo único que descubriría era que había ido a ver a Debbie. Tal vez despertaría las sospechas de la inspectora Morgan, pero nunca sabría de qué hablaría con ella. Si la interrogaba, contestaría que quería preguntarle a Debbie si había algún modo de ponerse en contacto con Ryan… para aconsejarle que fuera a la policía.
Sabía que Debbie trabajaba en una empresa de limpieza; no tenía ni idea de en qué turno, pero confió en que tendría suerte y la encontraría en casa ese viernes por la noche. Sabía por Ryan que, desde que la atacaron en marzo, se había vuelto muy casera y casi no salía, ni siquiera con amigos o compañeros de trabajo. Cuando no trabajaba, se encerraba en casa y no hacía otra cosa que darle vueltas.
Nora salió a las seis. Se fijó en que el agente la seguía, pero cuando dejó atrás Pembroke Dock, no lo vio más. No supo si él también la había perdido de vista o si la vigilaba de un modo más sofisticado. Llegó a Swansea sin problemas, pero luego se perdió, cosa que debió de despistar a un posible perseguidor. Cuando aparcó delante del edificio en el que vivía Deborah Dobson eran casi las ocho y estaba agotada. Bajó del coche y echó un vistazo. No vio a nadie.
Elevó una jaculatoria al cielo: «Por favor, Dios mío, ¡haz que esté en casa! ¡Y sola!».
A Debbie se le veía que había sufrido un trauma. Nora no la conocía en persona, pero Ryan le había hablado de ella y se había formado la imagen de una mujer resuelta, enérgica, segura de sí misma y muy independiente. En ese momento se le notaba muy poco todo eso, por mucho que se esforzara en ocultar el miedo y el nerviosismo. También se notaba que se esforzaba por mejorar. Los criminales no habían llegado a lo más profundo de su ser, donde nacía la determinación, o al menos no se la habían destruido por completo. Se había propuesto salir a flote y no dejarse dominar toda la vida por la barbaridad de que había sido objeto. Sin embargo, lo hecho, hecho está, y los temores no se doblegan con la simple fuerza de la voluntad. Por lo menos no tan deprisa como habría querido. A Nora le pareció que empezaba a aceptar a regañadientes que, le gustara o no, necesitaba tiempo.
—Así que usted es Nora —dijo, después de desenganchar la cadena de la puerta e invitarla a pasar—. Ryan me ha hablado de usted. La policía me ha preguntado por él. Es por el caso de los periódicos, ¿verdad? Las dos mujeres desaparecidas…
—De eso precisamente he venido a hablar con usted —declaró Nora.
Comprobó que Debbie no le tenía ojeriza, ni siquiera estaba celosa. Al contrario, parecía que le hacía gracia, quizá incluso agradecía que se preocupara por Ryan, el eterno niño problemático. Probablemente solo lo consideraba un amigo. Era una mujer muy atractiva, rubia, de facciones delicadas, ojos grandes y unos preciosos labios carnosos. A Nora le dolió constatar que era más guapa, mucho más seductora, expresiva y sensual que ella. También le pareció muy simpática, pero los celos seguían reconcomiéndola.
—Ryan está metido en un lío muchísimo más grave de lo que la policía puede llegar a imaginar —prosiguió Nora—. Antes de desaparecer, y por mucho que digan no sé dónde está, me confió un secreto. Desde entonces estoy… enferma. Tengo que contárselo a alguien o me volveré loca.
Fueron a la sala de estar.
—Siéntese —dijo Debbie.
Nora se sentó en una butaca.
—Es mejor que primero se tome una copa —le advirtió.
—No hace falta. Empiece.
Debbie también se sentó.
Y Nora empezó.
Cuando acabó, Debbie estaba pálida. Se levantó y Nora vio que le temblaban las rodillas.
—Tenía razón, Nora —declaró—. ¡Necesito una copa!
Sirvió una para cada una, fue a la cocina y puso agua a calentar para hacer té. Estaba tan conmocionada que Nora pensó sin querer: «Espero que no se desmaye. Espero no haber cometido un error descomunal».
Cuando Debbie volvió de la cocina, todavía no había recuperado el color, pero ya no daba la impresión de que fuera a desmayarse en cualquier momento.
—Nora —dijo—, ¿sabe lo que tiene que hacer? ¿Lo que tenemos que hacer?
—¿Va a delatarlo a la policía?
—El marido de Vanessa Willard tiene que saber lo que ocurrió. Y hay que avisar a la policía de lo que podría pasarle a Alexia Reece. A lo mejor aún están a tiempo de salvarla.
—Ryan juró que no tenía nada ver con lo de Alexia Reece.
—Estuvo vigilando a la mujer que tenía que coger el coche aquel día, en vez de Alexia Reece. Es posible que haya una explicación inocente para eso, aunque ahora mismo no se me ocurre nada.
Nora se quedó mirando fijamente la copa que tenía en las manos. El simple olor a alcohol la embotó. Fue consciente de que apenas había comido en los últimos días.
—¿Conoce usted a Damon?
—No personalmente. Pero sé quién es. Le insistí mucho a Ryan para que… Bah, ¡qué más da! Típico de Ryan, ¿sabe? Lo de Damon. Esa forma de enredarse en algo cada vez más y sin remedio. Por eso lo dejé. Sabía que acabaría hundiéndome. Y seguro que acerté. Si los hombres que me violaron trabajan para Damon, como sospecha Ryan, entonces ha pasado justamente lo que me temía. Y si tuvo algo que ver con Willard, otro tanto de lo mismo. Probablemente me retiré demasiado tarde. Por Dios, Nora, ¡no cometa usted el mismo error!
—Yo quiero ayudar a Ryan —dijo Nora.
Debbie la miró.
—No puede ayudarlo. Yo tampoco pude y, créame, también abordé el tema con bastante idealismo. Pero no vale la pena.
Se oyó el silbido del hervidor de agua. Debbie fue a la cocina y volvió con una tetera y dos tazas.
—Tómeselo. Este té me tranquiliza mucho. Últimamente me lo bebo a litros. —Se dejó caer en el sofá—. Dios mío, ¡no me lo puedo creer! ¿Qué vamos a hacer ahora?
Nora dudó. Debbie se llevaría otro susto, pero era inevitable.
—Tenemos que ir a la cueva —declaró— y comprobar si Vanessa Willard consiguió liberarse.
Por la cara que puso Debbie, seguramente pensaba que había perdido el juicio.
—¿Qué?
—Lo he estado pensando —dijo Nora. Habló más deprisa que de costumbre para no darle a Debbie la oportunidad de interrumpirla, para que no rechazara tajantemente la idea tachándola de absurda—. Si Vanessa Willard se liberó y en tres años no ha vuelto con su marido por voluntad propia, no hará falta que nos encarguemos nosotras de darle la noticia a su marido. En ese caso, se trataría de un problema entre ellos dos que quizá ya existía antes del secuestro y del que Ryan no tiene la culpa. Y nosotras tampoco.
—Me parece una idea bastante aventurada —replicó Debbie.
—Pero no podemos descartarla. Evidentemente, si Vanessa Willard murió… en esa cueva, su familia tiene que saberlo, pero si no… Es posible que huyera y se escondiera. Es posible que su marido sea un cerdo y aprovechara la ocasión para escapar de él y, en ese caso, no merece saber qué fue de ella.
—Nosotros no podemos juzgar si lo merece o no, Nora. No nos corresponde. El hecho es que, si Ryan no la hubiera secuestrado, ella no habría iniciado una campaña de venganza contra él. Porque él está obsesionado con que es así. Y a Alexia Reece no le habría pasado nada.
—¿Y si Alexia Reece ha sido víctima de un imitador que intenta desviar las pesquisas hacia otro lado?
Debbie suspiró.
—Puras especulaciones. Y si… quizá… tal vez… probablemente… ¡Ryan hizo algo terrible! Esa es la única certeza que tenemos y no hay dudas que valgan: tenemos que contárselo a la policía. En el fondo, ¡usted lo tiene tan claro como yo!
—Le destrozaremos la vida. Pasará muchos años en la cárcel. Cuando salga, será un viejo acabado.
Debbie se acercó a Nora y le dirigió una mirada penetrante.
—¡Nora, no me venga ahora con el cuento de la compasión! Él no tuvo ninguna cuando asumió que una mujer sufriría una muerte increíblemente atroz solo porque su cobardía sin límites no le permitió evitarlo.
—No, Debbie. Lo sintió mucho. Y aún lo corroen los remordimientos de conciencia. Tendría que haberlo visto cuando me lo contaba. Ese episodio casi lo consume. Es consciente de lo que hizo y eso lo destroza. Usted no lo conoce. No es malo. No es un asesino.
—Pero tiene un talento admirable para salir de una situación desesperada y meterse en otra peor, y ese es el motivo por el que no se le puede ayudar. No podemos descartar que, angustiado como está, no haya vuelto a probar suerte con un secuestro para conseguir el dinero que le debe a Damon.
—A los Reece no les han exigido ningún rescate. La policía me lo habría dicho. Siguen sin poder aclarar por qué ha desaparecido esa mujer, pero nadie ha movido ficha.
—Puede que los Reece no tengan dinero —señaló Debbie—. Y a Alexia probablemente la confundieron. Ryan quería secuestrar a la pareja de Willard, que al parecer tiene mucha pasta. Las cosas se le torcieron de nuevo. ¡Típico de Ryan, se lo aseguro!
Nora cerró los ojos un momento. Cuando volvió a abrirlos, puso en su voz y en su mirada todas las fuerzas y la energía que le quedaban:
—Por favor, Debbie. Denos una pequeña oportunidad a Ryan y a mí. Comprobemos si Vanessa Willard logró escapar y hay posibilidades de que esté viva. Y luego ya hablaremos de lo que hay que hacer. Es posible que entonces tampoco podamos salvar a Ryan, pero tal vez encontremos el modo de sacarlo de este lío. Por favor, ¡solo una oportunidad!
—Si Vanessa está viva y sabe que fue Ryan, también puede ir a la policía en cualquier momento —replicó Debbie.
Nora hizo un gesto negativo con la cabeza.
—Debbie, si lo que le ocurrió a usted forma parte de su campaña de venganza, no puede acudir a la policía. Ella también ha cometido un delito.
—Cierto —dijo Debbie. Se levantó, se acercó a la ventana y se volvió de nuevo a Nora. Agarraba con fuerza la taza de té—. ¿Por qué me ha metido en esto, Nora? ¡Lo tenía todo previsto! Quiere salvar a Ryan y fracasará. Bueno, es posible que necesite experimentarlo por sí misma. Pero ¿por qué ha tenido que implicarme a mí?
—Porque yo sola no lo conseguiré —contestó Nora con voz queda—. Por cuestiones de conciencia, pero también prácticas. No puedo ir sola al valle, buscar la cueva, entrar arrastrándome y comprobar si en la caja…
No continuó.
Dio la impresión de que Debbie se pondría a soltar acaloradamente una ristra de tacos.
—Mierda —dijo simplemente al final—, ¡podría haberme imaginado algo más agradable para el fin de semana! ¿Sabe dónde está exactamente esa cueva?
—Ryan me lo describió con bastante exactitud. Creo que tenía intención de ir a echar un vistazo, pero no lo hará en la vida. Solo de pensarlo se le ponen los nervios de punta.
—Sí, claro, Ryan no lo hará. Pero por suerte hay dos mujeres en su vida que están dispuestas a sacarle las castañas del fuego. —Debbie se pasó las manos por la cabeza—. ¡Soy una verdadera idiota por dejarme liar!
Las mujeres se miraron. Estaba decidido. Nora notó que, a pesar de sus duras palabras, Debbie aún lo quería. Tal vez se odiaba por ello, pero Ryan era un buen amigo y ella lo sabía. Había estado a su lado cuando ella se encontraba muy mal después de que la atacaran. Había ido a verla muchas veces, la había consolado, la había abrazado, había escuchado sus llantos. Le había hecho la comida y la había animado pacientemente para que se alimentara. Había contribuido a que sobreviviera anímicamente. Podía cometer los peores errores del mundo, pero siempre estaría a su lado si lo necesitaba. Esa era su otra cara.
—Entonces ¿qué? ¿Mañana?
Debbie asintió.
—Tengo turno de mañana y no quiero despertar sospechas faltando al trabajo. Acabo a las doce. Supongo que, ahora que Ryan ha huido, la vigilarán, y también vigilarán su casa, ¿no?
—Sí, es una complicación. Creo que esta noche me han seguido. Pero diría que me han perdido la pista.
—No podemos confiar en que mañana también la pierdan de vista. Por aquí también pasa una patrulla a intervalos regulares. Por lo visto, creen que Ryan podría presentarse. Preste atención, será complicado, pero no veo otra posibilidad: vuelva mañana a mediodía. Venga a mi casa hacia las doce y media. Saldremos por la ventana y cruzaremos los jardines que hay en la parte de atrás del bloque. Tendré el coche aparcado allí. Mientras el policía que la vigila piensa que estamos en casa comiendo, nosotras nos dirigiremos a la costa oeste. Usted viene de allí y hará una parte del recorrido dos veces, pero cualquier otra opción sería muy arriesgada.
—Es un buen plan —reconoció Nora, aliviada.
Debbie dejó la taza y fue a la cocina. Volvió con un manojo de bolsitas de té y se las dio a Nora.
—Tome. Hágase otra infusión al llegar a casa, y también mañana por la mañana. Me da la impresión de que no ha dormido nada desde hace muchas noches y mañana no puede derrumbarse. Necesitamos tener los nervios templados. Seguramente más que nunca en la vida.
—Gracias —dijo Nora.
Esa palabra nunca le había salido tan del fondo de su alma.