—Garrett Wilder ha desaparecido. ¡Ni siquiera sus compañeros de trabajo saben dónde está!
La inspectora Morgan se presentó en la redacción de Healthcare y, de pie delante de mi escritorio, me miraba acusadoramente o, por lo menos, con reproche. Como si fuera yo la responsable de un hombre del que me había separado hacía casi nueve meses.
—¿Tiene idea de dónde puede estar?
La inspectora Morgan y uno de sus colegas, el sargento Jenkins, ya habían estado el día antes en la redacción y habían hablado con todos los empleados de la revista. Supuse que no habían descubierto nada que les permitiera avanzar en la investigación. Nosotros no hablábamos de otro tema, pero a mí me había quedado claro que nadie sabía realmente nada de Alexia. Todos confirmaron que en las últimas semanas Alexia estaba sometida a mucho estrés, se la veía nerviosa, irritable y bastante desequilibrada, y eso fue lo único que pudieron averiguar. Todos conocían el proyecto del reportaje, pero la mayoría no tenía ni idea de que yo era la encargada de buscar los temas ni de que estaba previsto que lo hiciera el fin de semana anterior. Estaban todos muy alterados y confusos, pero nadie pudo aportar nada para aclarar el misterioso suceso. La redactora jefe suplente, que sabía que acababa de ponerse en la línea de fuego de Ronald Argilan por tiempo indefinido, no paraba de revolotear por los pasillos como una gallina decapitada. La tarea que le había caído encima de la noche a la mañana la superaba.
Y ahora, el martes por la mañana, la policía se presentaba otra vez para preguntarme dónde estaba Garrett.
—No tengo ni idea —contesté a la pregunta de Morgan—. ¿No estará de vacaciones?
—Si fuera así, ¿no habría avisado en el trabajo? —replicó la inspectora.
Garrett trabajaba en esos momentos o, para ser más exactos, desde hacía unos dos años en una agencia que organizaba actos. No tenía estudios, igual que yo, pero decía que era una persona muy creativa que tenía el impulso de plasmar ideas, imágenes y ocurrencias. Había trabajado de redactor publicitario, fotógrafo y diseñador y, como cautivaba a la gente con su aplomo, los que lo rodeaban siempre tardaban un tiempo en darse cuenta de que en el fondo tenía mucho cuento y no era nada extraordinario. Tenía muy buen olfato para detectar estados de ánimo y siempre dejaba el trabajo cuando se olía que iban a comenzar a exigirle resultados. Evidentemente, eso también lo falseaba.
—La rutina es mortal para la creatividad. Variación, cambios, nuevos retos, eso es lo que necesita un artista. Tenlo en cuenta, Jenna, nunca te quedes mucho tiempo en un mismo sitio. ¡Nunca te quedes mucho tiempo en un trabajo!
Al principio ese tipo de declaraciones me impresionaba mucho. Por suerte, incluso las personas como yo acaban madurando y volviéndose más sagaces. Ahora esbozaba una sonrisa cansada cuando pensaba en sus sentencias y teorías y, sobre todo, en su ego inmisericorde.
—Es posible que haya dejado ese trabajo —contesté a la pregunta de la inspectora—. Ya hace dos años que está en la misma agencia. Eso es mucho tiempo para él. Es muy posible que haya recogido los bártulos.
—Habría avisado.
—No necesariamente. A veces le gusta hacer las cosas de un modo muy poco convencional. Se considera un artista y las formalidades triviales, como sería despedirse, no tienen importancia para él.
—Ayer sus compañeros de trabajo de Brighton intentaron localizarlo varias veces en su casa, pero no estaba. Y sus caseros no lo han visto desde el jueves.
—No sé dónde puede haberse metido, de verdad, inspectora.
Morgan se acercó una silla y se sentó. Se me había pasado por alto pedirle que tomara asiento. Parecía crispada y el pelo le caía continuamente sobre los ojos. Yo guardaba unos cuantos pasadores en el cajón del escritorio y me sorprendí pensando en ofrecerle uno. Evidentemente, no lo hice.
—¿Qué clase de persona es Garrett Wilder? ¿Cuánto tiempo estuvieron juntos?
Suspiré con fuerza y claridad a propósito. Quería que se enterara de que la pista que seguía me parecía improcedente. ¡Ojalá no hubiera mencionado a Garrett! Ahora la inspectora Morgan malgastaba el tiempo con él y no avanzaba un solo paso en sus esfuerzos por encontrar a Alexia.
—Estuvimos juntos ocho años. Lo conocí a los veinticuatro años y cuando nos separamos tenía treinta y dos.
—Usted dijo que lo había dejado. O sea que no fue una separación de mutuo acuerdo, ¿verdad?
—No, pero tampoco nos peleamos. Hacía tiempo que las cosas no iban bien. Cuando le dije que lo dejaba, se lo tomó con bastante serenidad.
Con una serenidad ofensiva, tenía que haber dicho para ser sincera. Pero eso no le importaba a la inspectora Morgan.
—Sus compañeros de trabajo han contestado a las preguntas de la policía y afirman que es un hombre sumamente hermético. Que no hay manera de adivinar sus intenciones. Y que nunca se sabe qué se esconde detrás de esa fachada. También afirman que puede ser muy hiriente y agresivo, especialmente cuando no hay motivo y nadie lo ha atacado. ¿Usted también lo ve así?
—Sí. Eso lo describe con bastante acierto.
Todavía habría sido más acertado decir: «¡Y a veces es un idiota arrogante e insoportable!».
—¿Podría ser que la serenidad con que reaccionó a la separación fuera fingida? En ese tipo de situaciones, y después de ocho años juntos, la serenidad es muy poco habitual, ¿no cree?
—En el caso de Garrett, no. Está muy pagado de sí mismo. Seguro que pensó que yo volvería. Diría que es incapaz de imaginar que una mujer pueda abandonarlo. Al fin y al cabo, él está justo por debajo de Dios. O tal vez incluso por encima.
Me di cuenta demasiado tarde de que había cometido un error y que, en lo relativo a Garrett, le estaba haciendo el juego a Morgan y a su teoría.
—Si el señor Wilder ha creído durante todo este tiempo que usted volvería con él, enterarse de que tenía una relación con Matthew Willard debió de afectarle. ¿Cuándo se lo contó exactamente?
No tuve que pensarlo mucho. Fue pocos días antes del entierro de Lauren.
—El lunes de la semana pasada —dije—. Me llamó por teléfono. Fue la última vez que hablamos.
—¿La llamaba muy a menudo?
—Dos o tres veces en todo este tiempo.
—En esa conversación, ¿le contó usted algo de la señora Willard y de su desaparición?
—Sí.
—¿Y del trabajo de búsqueda que planeaba realizar en la zona del parque nacional de Pembrokeshire?
—Sí.
—¿Le contó que iría con el coche de Alexia Reece?
—Sí, pero…
No seguí hablando. Mis palabras daban una impresión equivocada. Como si aún informara a Garrett con todo detalle hasta del menor acontecimiento que tenía lugar en mi vida. Y eso no era cierto. Aquella noche me sentía un poco sola y tenía ganas de hablar, nada más. Y Garrett estaba cordial y encantador, y me escuchó como solo él sabía hacer cuando quería.
—Su ex pareja la llama por teléfono el 21 de mayo —recapituló la inspectora— y se entera de que hay otro hombre en su vida. Es decir, de que usted seguramente no dará su brazo a torcer y no volverá con él. Al mismo tiempo recibe la información que necesita para saber con exactitud todo lo que usted hará el fin de semana siguiente. Tanto en el trabajo como en casa, lo ven por última vez el jueves, antes de que Alexia Reece desaparezca. Desde entonces, parece que se lo haya tragado la tierra, nadie sabe dónde puede estar.
—Inspectora, ¿por qué iba a hacerle algo a Alexia en vez de a mí? ¡Él se habría dado cuenta enseguida de que se equivocaba de mujer!
—Quizá se dio cuenta demasiado tarde. Quizá ya había hecho algo y no podía venderle la moto a la señora Reece de que era algo inofensivo. Y tuvo que silenciarla.
—Está muy equivocada. En serio. Garrett no es así. A veces puede ser repulsivo, pero no es un criminal. Y no es violento. ¡Eso no va con él!
—Pensaba que podía ser agresivo.
—Pero con palabras. Únicamente con palabras.
Morgan se apartó el pelo de la frente por enésima vez durante la conversación.
—Me convendría hablar con él —dijo—. El hecho de que haya desaparecido tan repentinamente complica mucho las cosas.
Por un momento pensé si no sería mejor contarle que Garrett pensaba visitarme para mi cumpleaños, dentro de dos semanas, pero decidí que no. No tenía nada que ver con el asunto y solo reforzaría la imagen que se había formado la inspectora de que aún estaba colado por mí. Tendría que decirle a Garrett que no viniera. De todos modos, solo lo celebraría si Alexia reaparecía y, en lo más hondo de mi ser, intuía que no iba a ser así. Le había ocurrido algo terrible y daba la impresión de que la policía tardaría mucho en averiguar lo que había sucedido. Sobre todo si la inspectora Morgan continuaba obsesionada con Garrett Wilder, que era inofensivo.
—¿Han descubierto algo? —pregunté.
Morgan negó con un gesto de la cabeza.
—Nada que nos permita avanzar. Han registrado el coche en busca de pruebas, pero solo había huellas dactilares, principalmente de la familia. Las otras podían ser de amigos de los niños, que también solían ir en el vehículo. Aún no se han analizado los restos de ADN, pero supongo que pasará lo mismo: de los Reece y de amigos y conocidos de la familia. No hay señales de lucha dentro del coche. Aunque el vehículo parece un cubo de la basura ambulante, pero seguramente eso es normal en las familias numerosas.
Supe a qué se refería. El coche de los Reece, una especie de minibús, era una de esas cosas que hay que ver para creerlas. Dentro reinaba el mismo caos que en su casa, pero concentrado en un espacio mucho más pequeño. Envoltorios de caramelos, pasadores para el pelo, calcetines desparejados, crema solar, vasos de cartón, bolsas del McDonald’s vacías, pañales, vestiditos de muñeca, rotuladores sin tapón, Barbies sin ropa y con la cabeza vuelta hacia la espalda, todo revuelto y tirado, sobre todo en la parte de atrás del coche. Alexia anunciaba al menos una vez cada semana que limpiaría el coche y que le pegaría un tiro a quien volviera a llenarlo de porquería, pero las cosas nunca llegaron tan lejos. Ni en la limpieza ni en los disparos.
—Por lo que parece, la señora Reece dejó el coche voluntariamente en el aparcamiento. Lo que sucedió luego… —Morgan se encogió de hombros—. En el móvil había un montón de llamadas perdidas —prosiguió—, de usted y del señor Reece. Aparte de ustedes, nadie intentó hablar con ella. También he encontrado los SMS que le envió usted.
Noté que las mejillas me ardían al recordar el SMS del viernes por la noche. «Estoy con M. en un hotel. :)» Una mujer como la inspectora Morgan consideraría el emoticono del final propio de una adolescente. Y seguramente lo era.
—También tenía guardados otros mensajes antiguos —dijo Morgan—, pero todos parecen tratar de cuestiones profesionales. Nada que sirva para arrojar luz al caso.
—¿Ha hablado con Ronald Argilan? —pregunté.
—Sí, por teléfono. No supo decirme nada y se alteró mucho por el trabajo que ahora quedaría por hacer. El destino de Alexia Reece parecía interesarle muy poco. Fue bastante desagradable, pero lo que dijo fue muy creíble.
Yo no tragaba a Argilan, pero era inimaginable que hubiera viajado desde Londres hasta la costa oeste de Gales para liquidar a su aborrecida jefa de redacción en un área de descanso solitaria. No tenía sentido.
Morgan dudó antes de decirlo:
—También tenemos que observar muy de cerca a Kendal Reece. Espero que lo entienda.
Sí, al menos eso lo tenía muy claro. Sabía por Matthew que, en estos casos, el marido se convertía automáticamente en el principal sospechoso.
—Sus hijos han confirmado que estuvieron juntos todo el fin de semana y podemos fiarnos plenamente al menos de la mayor, que tiene siete años. Fueron juntos a comprar, como él dijo, y el tendero recuerda al ruidoso grupo. La verdad es que a mí me parece imposible que pudiera ir con su mujer a la zona de Fishguard, que le hiciera algo, dejara el coche allí y se las arreglase para regresar de algún modo a Swansea. Habría estado demasiado tiempo fuera. Entretanto, los niños habrían desmontado la casa entera y también se acordarían claramente de que no había nadie cuando se despertaron. Además, no habría podido ir a comprar a la verdulería. —Sacó del bolso el bloc de notas y lo hojeó—. Sí, aquí está. Una vecina ha declarado que vio salir a Alexia el sábado por la mañana. El coche pasó por delante de la ventana de su dormitorio. Casualmente en ese momento empezaban las noticias de las siete en la radio, por eso ha podido decirnos la hora exacta. Coincide con la declaración de Reece, que afirmó que su esposa se fue hacia las siete. Suponiendo que él hubiera ido con ella en el coche, por muy favorables que le hubieran sido las circunstancias, no habría conseguido volver antes de las diez de la mañana. Pero les preparó el desayuno a los niños con toda normalidad y luego salió con ellos y llegó a la verdulería poco antes de las nueve. En ese sentido, es difícil construir alguna hipótesis.
—Estoy segura de que él no ha tenido nada que ver —dije—. Me refiero a la desaparición de Alexia. De algún modo, todo esto está relacionado con Vanessa Willard. Dos mujeres que son amigas y desaparecen de la misma manera con una diferencia de apenas tres años… Tiene que haber algo que se nos escapa.
La inspectora asintió, aunque no parecía muy convencida. A sus ojos, la posibilidad que yo había señalado debía de ser la peor opción. Un caso ocurrido tres años antes, que aún no se había resuelto y que ahora parecía guardar una estrecha relación con otro caso misterioso. Una derrota seguida de otra, una idea seguramente insoportable para la inspectora Morgan. Era evidente que veía más posibilidades de resolver el caso si se trataba de un imitador que solo hubiera querido causar la impresión de que ambos casos estaban relacionados. Sus sospechosos favoritos eran Ken y Garrett, al menos eso creía yo. Ken por ser el marido de Alexia, puesto que, desde el punto de vista de las estadísticas, el primer candidato al papel de culpable era el marido, y también porque, al cabo de los años, los matrimonios podían acumular muchos disgustos y eso podía conducirlos a cometer actos irreflexivos. No obstante, la inspectora se decantaba más por Garrett: tenía un motivo evidente, los celos, y por si eso fuera poco, la tierra se lo había tragado de repente, cosa que en sí misma parecía sumamente sospechosa. Contra él podía construir una hipótesis, algo que, como ella misma había reconocido, resultaría muy difícil con Ken, puesto que había quedado demostrado que estaba en casa en el momento decisivo, cuidando de los niños. Evidentemente, la inspectora Morgan también investigaría en otras direcciones, y eso me inquietaba.
—El hecho de que usted y Matthew Willard estuvieran el sábado cerca del área de descanso fatídica, ¿fue una simple casualidad? —preguntó a bocajarro.
Eso podía afirmarlo con total sinceridad.
—Sí. Al principio teníamos la intención de volver a Swansea el viernes por la noche. De lo contrario, no me habría comprometido con Alexia a ir el sábado. Fue una decisión totalmente espontánea.
—Lo extraño de todo esto —dijo Morgan— es que Matthew Willard haya estado dos veces tan cerca del área de descanso solitaria en la que desapareció su esposa. La primera vez, justo en las inmediaciones, cuando sacó a pasear al perro no muy lejos de allí. Y si bien es cierto que en esta ocasión se encontraba a varias millas de distancia, en el fondo eso no es nada.
La miré fijamente. ¿Me equivocaba o acababa de apuntar al tercero de sus sospechosos favoritos? Ahora Matthew, quien apoyaba de manera evidente la teoría de que ambos casos estaban relacionados. ¿Estaba Morgan abierta a todo y no tenía ningún tipo de prejuicios, por muy rebuscadas y descabelladas que fueran las opciones? Comencé a caer en la cuenta de que había que ser prudente y no subestimar a esa policía con sobrepeso y un peinado desafortunado.
—Pongo las dos manos en el fuego por Matthew —dije—. Estuvo todo el día conmigo. En todo momento. ¿Y por qué iba a hacerle algo a Alexia? Además, ¿cómo iba a saber que iría a buscar temas para el reportaje? ¡Si no lo sabía ni yo!
La inspectora no contestó, solo garabateó unas notas en su libreta. ¿Por qué iba a creerme? Después de todo, Matthew y yo podíamos haber actuado de común acuerdo. Incluso con Vanessa. ¿Por qué? Quizá la experiencia le había enseñado que el «porqué» muchas veces no era en absoluto concluyente. Que el culpable no siempre era la persona que a simple vista parecía más probable. El marido. El ex novio celoso.
Quizá no sospechaba en realidad de Ken ni de Garrett.
Al final resultaría que sospechaba de Matthew y de mí.