La policía había encontrado el coche de Alexia. Para ser exactos, les habían avisado. Una familia a la que le pareció raro ver un coche con la puerta abierta en un área de descanso. Las llaves estaban puestas. En el asiento del copiloto había un bolso y una cámara fotográfica con funda, además de un bloc de espiral grueso y varios bolígrafos. Sobre la alfombrilla había unas gafas de sol. Ni rastro de Alexia por ningún lado.
No me atreví a mirar a Matthew mientras la inspectora relataba la situación. Debía de parecerle un chiste malo.
Nos sentamos en el comedor. Ken consiguió que los niños se quedaran arriba enchufándoles el televisor y poniéndoles un DVD en el dormitorio del matrimonio. A Siana la metió en la cama y, por suerte, estaba tan cansada que se durmió enseguida.
—¿Dónde han encontrado el coche? —preguntó Ken.
Morgan volvió a apartarse un mechón de pelo mojado de la frente. Pensé que seguramente tampoco se las arreglaba bien con el pelo cuando lo tenía seco. Al mismo tiempo me asombré. ¿Importaba eso ahora? Quizá las personas nos refugiamos en pensamientos banales cuando ocurren sucesos que nos dejan sin habla.
—En un área de descanso del parque nacional de la costa de Pembrokeshire —dijo la inspectora—, un lugar bastante solitario. La localidad más cercana es Fishguard, pero está a mucha distancia. En realidad este caso es competencia de la policía de Dyfed Powys, pero… hace tres años hubo un caso prácticamente idéntico. En el mismo sitio. Una mujer desapareció sin dejar rastro y lo único que quedó fue un coche con sus pertenencias. La mujer era de Mumbles y se investigó su vida, por eso la policía del sur de Gales acabó haciéndose cargo de las diligencias. Ahora también se trata de una mujer de esta zona; ambos casos guardan unos paralelismos sorprendentes, por eso nos han avisado a nosotros.
Nadie se movió. En la sala reinaba un silencio expectante. Miré a Matthew. Parecía más tranquilo de lo que me figuraba.
—Lo sé —dijo—, soy el marido de la mujer que desapareció hace tres años. Matthew Willard.
La inspectora Morgan puso cara de perplejidad.
—Usted es… ¡No puede ser! —exclamó, desconcertada.
—Usted no participó en las investigaciones, inspectora —comentó Matthew—. La recordaría. Me pasé medio año hablando con la policía casi a diario.
—No, me destinaron a esta unidad a principios de año —dijo la inspectora Morgan—. Pero estoy al tanto de la historia. —Nos miró uno a uno y su mirada se detuvo al llegar a mí—. ¿Y usted es…?
—Jenna Robinson —contesté—. Soy…
—Jenna Robinson está conmigo —explicó Matthew.
—Comprendo.
Sin embargo, saltaba a la vista que la inspectora Morgan apenas entendía nada en ese momento. Casi podía oírse cómo se movían los engranajes de su mente.
—¿Son amigos? —preguntó finalmente—. Quiero decir que si usted, señor Willard, es amigo de los Reece.
—Sí —respondió Matthew.
—Yo también —dije—. Además, trabajo con Alexia. Ella es la redactora jefe de la revista Healthcare y yo formo parte de la plantilla.
—Comprendo —repitió Morgan.
Tomó algunas notas rápidas en una libreta pequeña que sacó del bolso.
—Entonces todo esto no puede ser casualidad —señaló—. Señor Willard, ¿por qué está usted aquí? ¿Conoce bien a la señora Reece? ¿Qué ha ocurrido exactamente?
Matthew hizo un resumen rápido. Contó que hacía mucho que conocía a los Reece y que Vanessa y Alexia eran buenas amigas. Que Alexia y Ken le dieron apoyo y consuelo cuando Vanessa desapareció sin dejar rastro. Que Alexia nos presentó a él y a mí en una cena en marzo. Y que ahora estábamos allí para ayudar a Ken, que no sabía nada de su mujer desde el sábado por la mañana y estaba muy preocupado.
Al llegar a ese punto, tomé la palabra y expliqué la tarea que Alexia me había encargado y que tenía que haber hecho el sábado. Que me fue imposible porque el viernes enterraban a la suegra de Matthew y que por eso le mandé un SMS a Alexia, para avisarle de que iría a buscar temas para el reportaje al día siguiente.
—Hoy pensaba venir a su casa a primera hora de la mañana —relaté— para que me dejara el coche. Yo no tengo. Pero… Ken me telefoneó ayer por la noche y me dijo que ya había ido Alexia. El sábado. Como estaba planeado en un principio.
Morgan frunció el ceño.
—A ver si lo he entendido bien. La señorita Robinson tenía que haber salido ayer con el coche de los Reece.
—Sí —dijo Ken.
—¿Cuándo descubrió esa familia el coche de Alexia? —preguntó Matthew. Él había comprendido antes que nosotros la idea que rondaba por la cabeza de la inspectora.
—Ayer a última hora de la tarde —contestó Morgan—. Aparcaron allí su coche y se adentraron en el parque. Querían andar hasta el anochecer, luego dormir en una pensión y regresar al día siguiente. Se fijaron en el coche de la señora Reece porque tenía la puerta abierta, pero pensaron que el conductor estaría cerca. Esta tarde, al ver que el coche seguía igual cuando volvieron de la excursión, empezaron a preocuparse. Entonces vieron el bolso y la llave puesta. Acto seguido, llamaron a la policía. Los agentes comprobaron la documentación de Alexia Reece y enseguida salió a la luz que se trataba de una mujer de Swansea, cuyo marido acababa de denunciar su desaparición unas horas antes. Bueno, y luego, la extraña coincidencia con un caso que ocurrió hace tres años… Eso ha hecho saltar las alarmas.
—Eso significa —dijo Matthew— que lo que haya podido ocurrirle a Alexia sucedió ayer. En algún momento entre la mañana, cuando salió de casa, y la hora de la tarde en que una familia se fijó en su coche en el área de descanso.
—Sí, probablemente —coincidió la inspectora Morgan.
—Y ocurrió el día en que Jenna tenía que haber salido en ese coche.
Matthew y la policía se miraron.
—Otra vez —declaró Matthew—, otra vez podría haberle tocado a una mujer estrechamente relacionada conmigo.
En ese momento Ken también lo comprendió.
—¿Quieres decir que lo ocurrido está relacionado con Jenna?
—¿Conmigo? —pregunté, perpleja.
—O, en última instancia, con Matthew Willard —dijo la inspectora—. Probablemente sea él la clave del suceso, pero tengo que reconocer… que es un misterio totalmente impenetrable. No hay que perder de vista la circunstancia de que, si todo hubiera transcurrido como estaba planeado, Jenna Robinson habría ido ayer al parque nacional, pero tampoco podemos estancarnos en esa perspectiva.
Asentimos como si fuéramos sus alumnos y acabara de introducirnos en los fundamentos del trabajo policial. Aunque seguramente solo intentaba ordenar sus pensamientos. El caso evolucionaba sin duda de una forma más complicada de lo que se imaginaba.
—Los hechos son —prosiguió— que Alexia Reece ha desaparecido. Tenemos que descubrir lo que le ha ocurrido. —Se volvió hacia Ken y disparó la siguiente pregunta con una dureza inesperada en la voz—. En comisaría, usted ha declarado que su mujer salió ayer de casa a las siete de la mañana. Y que antes había discutido con ella.
Pensé en lo que Matthew había predicho: la discusión entre Ken y Alexia constituiría un motivo para la policía.
—Por mi parte, considero que no fue una verdadera discusión —puntualizó Ken—. Yo solo le dije que me parecía que se estaba excediendo al no confiar en que Jenna vendría al día siguiente para solucionar el tema y haciéndose cargo ella personalmente. Alexia me reprochó que no fuera más comprensivo con su situación. Luego se fue dando un portazo y puso en marcha el coche haciendo rugir el motor. Por eso me di cuenta de que estaba furiosa. Yo solo estaba… abatido.
—¿Con qué situación debería ser más compresivo, señor Reece? —preguntó la inspectora—. ¿A qué se refería su esposa?
Ken me lanzó una mirada desvalida. Intervine de inmediato.
—Alexia sufre mobbing —expliqué—. El propietario de la revista en la que trabaja de redactora jefe le hace mobbing. Está muy claro que quiere deshacerse de ella. No le gusta que las mujeres ocupen cargos directivos, por eso Alexia no tiene ninguna posibilidad. Él nunca reconocerá su trabajo. Healthcare ha perdido anunciantes y se han dado de baja unos cuantos suscriptores, pero eso también pasa en otras publicaciones. No es culpa de Alexia. Sin embargo, él la tiene en el punto de mira y por eso está desesperada.
—Trabaja día y noche —añadió Ken—, y los fines de semana. Duerme mal y siempre está preocupada. Intenta hacer todo lo posible por contentar a su jefe y no se da cuenta de que no se trata de eso. Haga lo que haga, está en la lista negra.
—¿Cómo se llama el jefe? —preguntó la inspectora.
Le di el nombre y le dije que vivía en Londres.
—De todos modos, no creo que esté implicado —señalé—. Al menos, no lo considero posible.
—Si Alexia Reece estaba sometida a tanta presión —dijo Morgan—, sería posible que… —titubeó.
Ken adivinó lo que quería decir.
—¿Que podría haber cometido una… imprudencia?
—Sí. A eso me refería. Ustedes han hablado de mobbing. Si realmente lo sufre, la situación es muy grave. Se cometen muchos suicidios por ese motivo.
La palabra «suicidio» impregnó toda la sala como un olor desagradable, causando conmoción y desasosiego.
—Alexia tiene… Tenemos cuatro hijos —dijo finalmente Ken con voz queda—. No puedo creer que… haya hecho algo así.
—Además, ¿por qué habría ido precisamente al lugar donde su amiga desapareció hace tres años? —pregunté.
Morgan se encogió de hombros. Estaba otra vez tomando notas en su bloc.
—Señor Reece, tengo que hacerle una pregunta puramente rutinaria: ¿qué hizo usted durante el día de ayer? —inquirió—. ¿Estuvo en casa?
—Sí. Como ya le he dicho, tenemos cuatro hijos. No lo tengo fácil para salir. Por la mañana fuimos a comprar a la verdulería de la calle de abajo. Seguro que nos recuerdan. Debió de ser hacia las nueve, quizá un poco antes. Aparte de eso… —Levantó las manos en un gesto de desvalimiento—. Estuvimos en casa. Sobre todo en el jardín, puesto que hacía muy buen tiempo. Supongo que los vecinos nos vieron. Naturalmente, los niños pueden atestiguarlo, pero supongo que ellos no cuentan.
—El hecho de que sus hijos confirmen que estuvieron todo el día con usted tiene su importancia —dijo la inspectora.
Echó un vistazo al comedor, abarrotado de juguetes. Yo había recogido unas cuantas veces, pero el desorden continuaba reinando a nuestro alrededor.
—Su esposa es la redactora jefe de una revista, señor Reece. ¿Se ocupa usted de los niños?
—Sí. Ahora no tengo trabajo.
—Eso significa que si su esposa perdiese el suyo, ¿usted no podría compensar la falta de ingresos?
—No inmediatamente. Tengo en proyecto escribir un libro sobre la construcción de veleros, pero no he avanzado mucho. Ni siquiera tengo editor. En ese sentido… Sería un desastre. Con todo, le había aconsejado a mi mujer que se despidiera. No debe tolerar que la traten así.
—Por lo visto, es lo que pretende su jefe. Me refiero a que ella misma se despida —señaló Morgan.
—Pues claro. Se ahorraría el finiquito. ¡Ese es el único motivo por el que aún no la ha echado! —dije con rabia.
Morgan me miró con acritud.
—Y sabiendo que su amiga estaba tan desesperada, ¿usted no hizo todo lo posible por volver a tiempo del entierro? ¿Acaso le fue imposible?
Decidí ceñirme a la verdad. Cualquier otra cosa me habría causado problemas.
—Sí, habría podido. Pero… Hacía muy buen tiempo, estábamos muy contrariados por el entierro y pensamos…
—No queríamos volver todavía a casa —intervino Matthew— y fuimos a la bahía de Cardigan. Pasamos la noche en Newport y el sábado estuvimos por la costa. Yo sabía que Jenna tenía que preparar el reportaje fotográfico, pero, igual que a ella, no me pareció importante que lo aplazara un día. Por lo visto nos equivocamos los dos al valorar el estado anímico de Alexia.
—Newport —dijo la inspectora Morgan—. Eso no está muy lejos de donde encontraron abandonado el coche de la señora Reece.
—Cierto —confirmó Matthew.
La inspectora anotó algo. Me pregunté si ahora nosotros también habíamos entrado en la lista de posibles sospechosos. El día en que Alexia desapareció nos encontrábamos relativamente cerca del lugar del crimen, si es que se podía designar de ese modo al área de descanso, y no podíamos presentar ninguna razón convincente para ello, excepto que hacía muy buen tiempo y no queríamos volver a casa. ¿Qué pensaría la inspectora de Matthew? Matthew había estado por segunda vez en las cercanías de un lugar donde había ocurrido un suceso misterioso. Conocía bien a las dos mujeres desaparecidas, se había casado con una y hacía años que era amigo de la otra. Pero ¿qué motivos tendría? ¿Qué motivos tendría yo?
No obstante, seguro que la inspectora Morgan tampoco veía el hilo conductor de la historia. Recopilaba información y deseaba encarecidamente que le llegara la inspiración, una ocurrencia, algo que arrojara luz sobre aquel galimatías.
—Señor Willard —dijo—, ¿usted y la señorita Robinson son pareja?
Matthew solo dudó una milésima de segundo.
—Sí.
—¿Es posible que haya alguien que tenga algo en contra? Al fin y al cabo, todavía no se ha aclarado la suerte que corrió su esposa desaparecida. ¿Es posible que su relación con la señorita Robinson provoque rechazo?
—Por supuesto —reconoció Matthew—, claro que es posible. Y también le diré abiertamente que los familiares de mi mujer con los que coincidimos en el entierro de mi suegra mostraron su disgusto sin disimulos. Sin embargo, es impensable que por eso quisieran actuar con violencia contra Jenna. No, no lo creo. Y que luego atacaran a Alexia por error. Además, ninguno sabía nada del reportaje fotográfico, del encargo de Jenna, y tampoco de que cogería el coche de Alexia. No, estoy seguro de que esa idea no conduce a ningún sitio.
De repente me vino una idea a la cabeza: Vanessa. Si aún vivía, ella tendría algo en contra de Matthew y de mí. Pero entonces ¿por qué había tardado tanto en reaparecer? Y además, ¿me confundiría con Alexia?
De todos modos, el tema de la confusión no se prestaba a excluir a determinadas personas. Alguien podía haber pensado que la mujer que conducía el coche era yo porque estaba seguro o segura de que tenía que ser yo. Luego, durante el ataque, quizá se dio cuenta enseguida del error, pero ya no podía dar marcha atrás y tenía que silenciar a Alexia.
—¿Quién sabía que usted iba a realizar ese encargo, señorita Robinson? —preguntó Morgan—. ¿Y que utilizaría el coche de la señora Reece?
Lo pensé un momento.
—Creo que solo algunos de la redacción —dije—. Y probablemente nadie sabía que cogería su coche. Era un acuerdo entre ella y yo. Por supuesto, no sé si ella se lo contó a alguien.
—Hablaremos con todos los empleados de Healthcare —anunció la inspectora—. ¿Quién lo sabía fuera del trabajo?
—Matthew y Ken —contesté—. No se me ocurre nadie más.
Sin embargo, había algo que me corroía por dentro. Tenía la vaga intuición de que se me olvidaba alguien, pero en ese momento no tenía ni idea de quién podía ser.
—Todo esto es francamente misterioso —comentó Morgan—. Tengo que pedirles a los tres que no se ausenten de la ciudad. Surgirán muchas preguntas.
—¿Qué supone que le ha pasado a mi mujer? —preguntó Ken.
La visita de la inspectora Morgan y todo lo que nos contó lo sumergió en una especie de aturdimiento confuso del que comenzaba a despertar lentamente. La pregunta sonó apremiante y desesperada. Seguramente intuía que lo más probable era que le esperara el mismo destino que había corrido Matthew: no saber nunca lo que había pasado en realidad.
—Si quiere que le diga la verdad, señor Reece, de momento no puedo contestarle —dijo la inspectora—. Comprendo que la situación es muy angustiosa para usted y me gustaría tener las cosas más claras, pero ahora mismo todo me parece sumamente misterioso y confuso. De todos modos, haremos todo lo posible por encontrar a su esposa, se lo prometo.
—¿Qué harán ahora? —preguntó Ken.
—Peinaremos a fondo los alrededores del terreno en el que se encontró el coche —dijo Morgan— y examinaremos a fondo el vehículo con técnicas criminalísticas. Hablaré de su mujer con los compañeros de la redacción y seguramente también me entrevistaré con el propietario de la revista. Además, buscaremos la colaboración de la prensa. Es muy probable que se presenten testigos que ayer estuvieron por la zona y vieron algo importante. Esas declaraciones suelen ser las que aportan el indicio decisivo que conduce a la obtención de resultados.
—¿Y si nada de eso funciona? ¿Igual que con Vanessa? ¿Y si dentro de tres años sigo sin saber qué ha sido de mi mujer, igual que Matthew? —Un deje de pánico se deslizó en la voz de Ken. Estaba al límite de sus fuerzas y me dio muchísima lástima—. ¿Qué voy a decirles a mis hijos?
—Señor Reece, me hago cargo de su inquietud —dijo Morgan en tono tranquilizador—, pero es mejor que no piense en lo peor. Su esposa desapareció ayer y la investigación acaba de empezar. No hay ningún motivo para pensar que la policía tardará mucho en conseguir alguna pista. Es posible que pronto se aclare todo.
A Ken se le vio en la cara que no creía una palabra. ¿Quién podía tomárselo a mal, después de todo lo que había pasado su amigo Matthew?
La inspectora Morgan cerró el bloc de notas y se levantó. Se esforzó por parecer competente y desenvuelta, pero no lo consiguió del todo. La conversación con nosotros no había contribuido a aclarar nada; al contrario, había puesto en evidencia que los investigadores tenían por delante un camino muy escarpado.
—Mañana por la mañana iré a la redacción de Healthcare —me dijo—. Le agradecería que se ocupara de que todos los empleados estén presentes.
—Me encargaré de hacerlo —prometí, y en ese mismo instante recordé quién más estaba al tanto de mi excursión a Pembrokeshire. Y que, además, tenía información detallada sobre Matthew y la desaparición de Vanessa.
—Garrett —dije—. Garrett Wilder. ¡Mi ex!
Todos me miraron interrogativos.
—También se lo conté a él. Le hablé de la búsqueda que planeaba hacer en el parque y de que cogería prestado el coche de la familia Reece.
Recordé la larga conversación que habíamos tenido. Garrett había mostrado su lado dulce: se había interesado por mí y por mi vida, por mis proyectos. Empleándose a fondo y dispuesto a escucharme sin límite de tiempo.
Pero ¿por qué lo había dicho? Me arrepentí de haber hablado en el mismo instante en que acabé la frase. Seguro que le acarrearía problemas a Garrett, y sin razones fundadas. Porque la idea de que él tuviera algo que ver con la desaparición de Alexia era completamente absurda.
—¿Dónde vive su ex novio? —preguntó Morgan.
—En Brighton. Pero, inspectora, solo lo he mencionado para completar mi declaración. Garrett no tiene nada que ver con este asunto, ¡imposible!
—¿Cuándo se separaron?
—En septiembre del año pasado.
—¿Y quién decidió romper?
—Yo.
Me puse mala. Morgan hacía demasiadas preguntas y yo no quería que se encarnizara con Garrett.
—¿Por qué?
—Oiga, inspectora, en serio…
Me interrumpió.
—¿Sabe su ex novio que tiene usted otra relación?
En lo tocante a ese punto, tuve que reflexionar un momento. Hasta el viernes, ni yo misma sabía en realidad si tenía una relación o no. Pero sí, le había hablado a Garrett de Matthew. Y Garrett había reaccionado con una chispa de celos. Quería venir para mi cumpleaños. Hacía seis meses que se había olvidado de mí y de repente parecía muy interesado. Quizá no quería perderme definitivamente, y menos aún por otro hombre.
—Lo sabe —dije ciñéndome a la verdad. Garrett lo supo incluso antes que yo.
—¿Reaccionó con agresividad a la noticia? —preguntó Morgan.
—No.
Sin embargo, no había manera de saberlo. Nunca había manera de saber lo que ocurría en su interior. Nunca perdía los estribos. El hecho de que hubiera sentido celos, ¿significaba que en realidad hervía de rabia y odio? Había perdido la imperturbabilidad. ¿Significaba eso que podía haber estallado una bomba?
Al parecer, no conseguí disimular mis dudas delante de la policía. La inspectora Morgan volvió a abrir el bloc de notas.
—Deme la dirección y el número de teléfono del señor Wilder, por favor —dijo.