A Dan se le metió en la cabeza montar un estudio fotográfico en un pequeño espacio contiguo a la copistería y ese lunes le ordenó a Ryan que pintara las paredes. Un trabajo que no le pareció mal, puesto que le permitía ensimismarse en sus pensamientos, no tener que hablar con nadie y, sobre todo, no ver la cara avinagrada de Dan. No creía que el estudio fotográfico fuera a tener éxito; por lo que sabía, Dan no había estudiado nada de fotografía, solo las hacía en plan aficionado, como todo el mundo, y probablemente se trataba de otra de las múltiples quimeras que rondaban por su mente. Pero a él le daba igual. Ryan esperaba de todo corazón encontrar otro trabajo, largarse y, como mucho, enseñarle el dedo corazón levantado a su jefe, cosa que ya hacía en pensamientos veinte veces al día.
Los acontecimientos empezaron a precipitarse la tarde anterior. Bradley llamó por teléfono hacia las seis de la tarde.
—La tenemos. ¡Tenemos a Corinne!
Ryan, que se había tumbado en la cama antes de que sonara el teléfono, cansado por el viaje de vuelta, anímicamente exhausto y abatido por lo sucedido, se emocionó.
—¿Mi madre? ¿Mi madre ha vuelto?
—Unos hippies trasnochados y borrachos la tenían retenida en una casa aislada. Por suerte, una de las chicas avisó al final a la policía. Ahora está en el hospital.
—¿Está… está herida?
—No, pero se encuentra muy mal. Al límite de sus fuerzas. Aún no han podido interrogarla. A mí solo me han dejado verla un momento.
—¿Y ha dicho algo?
—No. Tenía los ojos cerrados y no ha reaccionado. Ni idea de qué han podido hacerle…
Los dos callaron, angustiados. Ryan notó que Nora se había acercado. Se volvió hacia ella.
—¡Han encontrado a Corinne!
—¡Gracias a Dios! —exclamó Nora.
—¿Se sabe algo de esa gente? —preguntó Ryan de nuevo al teléfono.
Bradley emitió un sonido de asco.
—Se sabe lo suficiente para que cualquier ciudadano normal de este país se pregunte por qué se les permite andar por ahí sueltos. Una pandilla de vagos que malviven en condiciones antisociales en una granja medio en ruinas, despilfarrando las ayudas sociales. Drogas, alcohol y todo eso. Pero, claro, ¡nosotros cada vez pagamos más impuestos para que el Estado mantenga a esa gentuza!
—¿Por qué fueron a por mi madre? —preguntó Ryan.
—Ni idea. Las circunstancias aún no están claras. Corinne no ha podido declarar y a la gente que vive en esa granja todavía se le tiene que pasar la borrachera. La policía está hablando con la chica que les avisó, pero no sé nada más.
—Puedo tomarme el día libre y pasarme a veros —se ofreció Ryan.
Ese mismo día había recorrido el trayecto desde Yorkshire hasta Gales, pero habría cogido el coche otra vez sin dudarlo un momento. Después de tantos años sin tener contacto con su madre, lo asaltó el repentino deseo de abrazarla. De estrecharla y consolarla, de asegurarle que todo iría bien.
Sin embargo, Bradley declinó el ofrecimiento.
—De momento no puede entrar nadie a verla. Luego tendrá que hablar con la policía… Necesita tranquilidad y después de todo este tiempo… Podría ponerse nerviosa al verte. Además… —Bradley se interrumpió.
—¿Sí?
—No sé qué le dirá la policía. Es posible que se entere de que has estado en la cárcel. Creo que es preferible darle tiempo para que se haga a la idea antes de que te presentes.
Ryan comprendió. Bradley no perdía los modales ni en situaciones extremas, pero lo que realmente había querido decir era: «¡Ni se te ocurra venir! ¡Ya le has complicado bastante la vida a tu madre! La última persona a la que ahora necesita es a su hijo malogrado, que no se lo monta mucho mejor en la vida que los que la han atacado y secuestrado».
—Me gustaría hablar con ella al menos por teléfono —dijo Ryan.
—Supongo que eso no puedo impedírtelo —replicó Bradley con frialdad, se despidió por puro formulismo y colgó antes de que Ryan pudiera decir nada.
No había dormido en toda la noche y ahora, mientras pintaba de blanco las paredes del estudio fotográfico de Dan, las ideas bullían en su cabeza. La tarde anterior, al principio sintió alivio, naturalmente: Corinne había vuelto, estaba viva. Entonces se dio cuenta de que era imposible que el secuestro hubiera sido por iniciativa de Damon. Un grupo de inadaptados alcohólicos y fumetas, que vivían en medio de la soledad de Yorkshire, seguro que no figuraba entre la gente de Damon. Él no trataba con esa clase de individuos. Había oído el rumor de que los que trabajaban para Damon nunca podían beber alcohol, y de drogas, ni hablar, por supuesto. Aunque Damon traficara con ellas, eran cosas muy diferentes.
También excluyó con bastante seguridad que existiera una relación con Vanessa Willard. Si Vanessa seguía viva y había puesto en marcha una campaña de venganza, habría mandado contra Corinne a los mismos hombres que habían atacado a Debbie: criminales fríos que cumplían cualquier encargo a cambio de dinero, pero no a un montón de alelados que se pasaban el día colgados. Había muchos factores que apoyaban la teoría de Bradley, a saber, que Corinne estaba en el momento equivocado en el lugar equivocado y fue una víctima fácil. Terrible, pero no tenía nada que ver con Ryan. Solo se debía a una casualidad que, poco después de la desgracia de su ex novia, le hubiera tocado recibir a su madre.
Las casualidades se daban, a pesar del famoso dicho de que las casualidades no existen.
Por supuesto que existían.
A pesar de todo, al día siguiente Ryan advirtió las incongruencias que contenía la historia. Por ejemplo, ¿qué pasaba con la chica a la que su madre esperaba en el punto de encuentro? Había indicios de que habían manipulado a propósito el coche de la familia. Eso parecía indicar que alguien había llevado a cabo una investigación muy exhaustiva de las circunstancias y una planificación perfecta.
Cuando llegó la hora de comer, Ryan bajó de la escalera de mano y cruzó la copistería para sentarse un momento fuera, al sol. Hacía un día cálido y despejado. Magnífico, después de tanta lluvia.
Dan lo siguió con la mirada, poniendo mala cara. Odiaba que Ryan hiciera pausas.
«Pues él no hace otra cosa», pensó Ryan.
Anduvo un poco por la calle, se sentó en un murete y sacó el bocadillo que, como todas las mañanas, Nora le había preparado. Pavo, lechuga, mayonesa… Hacía unos bocadillos fantásticos. A Ryan le gustaría evitar de cuando en cuando tantas atenciones, pero a la vez le parecía bien no tener que ocuparse de algunas cosas. Y estar… cuidado. Era una cosa que no le pasaba desde niño, cuando Corinne le preparaba panecillos para ir a la escuela y le llenaba la cantimplora de zumo de frambuesa.
¡Corinne! Ahora mismo intentaría hablar con ella por teléfono. Al diablo con Bradley, que le había prohibido ponerse en contacto con ella. ¡Que lo olvidara!
Por la mañana le había pedido el móvil a Nora para estar localizable en caso de que hubiera novedades en relación con Corinne. Y, típico de Nora, se lo había dejado sin dudarlo.
—Pues claro que te lo dejo. Y tú intenta llamar a tu madre. ¡Creo que le sentará bien!
Marcó el número del móvil de Corinne, pero no contestó nadie. El bolso lo tenía la policía, y también el teléfono, y tal vez aún no se lo habían devuelto. Aunque no le apetecía hablar con Bradley, marcó el número de los Beecroft. Bradley contestó al segundo tono.
—¿Sí? —Su voz sonaba agotada, pero no tan impregnada de pánico como el viernes.
—Soy yo, Ryan. ¿Está mi madre?
—Sí, está aquí, pero creo que no le hará ningún bien…
Ryan oyó la voz de Corinne al fondo.
—¿Quién es?
—Ryan —contestó Bradley suspirando.
Corinne se puso inmediatamente al aparato.
—¡Ryan! ¡Qué alegría que hayas llamado!
Para su espanto, las lágrimas le asomaron a los ojos. Hacía mucho que no hablaba con ella. Había estado a punto de perderla sin poder decirle nada antes. ¡Mierda! Era un adulto, no podía ser que estuviera sentado en una calle de Pembroke Dock, con un bocadillo en una mano y un móvil en la otra, y llorando como un niño pequeño.
Se sorbió los mocos.
—¡Hola, mamá! ¿Qué tal estás?
«Qué pregunta más tonta», pensó acto seguido.
Sin embargo, su madre contestó con voz normal:
—Bien. Por ahora… todo bien. ¡Estoy tan contenta de hablar contigo! Y Bradley me ha contado que viniste enseguida a Sawdon cuando me pasó… eso. Me ha emocionado mucho, Ryan, ¡de verdad!
Corinne también parecía a punto de echarse a llorar. Ryan se imaginó en uno de esos programas de televisión donde personas que hace mucho que se perdieron de vista se reúnen por fin y lloran a moco tendido mientras se abrazan, para satisfacción del público indiscreto. Bueno, tampoco era tan grave. Ryan comprobó que nadie lo observaba.
—Pues claro —dijo con voz ronca—. ¡Por supuesto que fui enseguida, mamá!
—Bradley me ha dicho que tienes una novia muy maja. Una chica muy atractiva. ¿Trabaja de fisioterapeuta?
—Sí.
Ryan supuso que a Bradley no le había resultado fácil decir algo agradable sobre él, aunque se tratara de su novia, pero era evidente que, puesto que había que mantener psicológicamente estable a Corinne, había hecho un esfuerzo. Él también prefirió dejarlo así. Su madre parecía alegrarse tanto que para qué iba a desilusionarla aclarándole que Nora no era en realidad su novia.
—¡Y además tienes trabajo! —prosiguió Corinne—. En una copistería, ¿verdad?
Lo dijo como si le pareciera la mejor carrera que pudiera seguir un hombre. Ella siempre había sido así. Positiva, esforzándose por hacer felices a los demás y por demostrarles que los quería. Sobre todo cuando se trataba de su propio hijo.
—Sí, no es un trabajo fantástico, mamá, pero es mejor que nada. A ver si encuentro algo mejor.
Ryan pensó si Bradley habría mencionado su estancia en la cárcel, pero lo consideró bastante improbable. El bienestar de Corinne era para él lo primero, y una noticia como esa la habría alterado.
—Mamá, si quieres voy otra vez, y así te veo —prosiguió, pero Corinne se puso enseguida nerviosa porque temió que con eso pondría en peligro su puesto de trabajo.
—No, no, con Bradley estoy en buenas manos. Tú tienes que hacer tu trabajo y demostrar que eres cumplidor.
—De acuerdo. Mamá… —Tenía que preguntárselo. Necesitaba saberlo—. Mamá, esa gente que te secuestró… ¿Es verdad lo que la policía le dijo a Bradley? ¿Que eran unos drogadictos que te encontraron por casualidad y…?
Sí, ¿y qué? ¿Cuál era el objetivo del secuestro?
Las esperanzas de las últimas horas se desmoronaron cuando Corinne contestó.
—No —dijo—, no; esta mañana se lo he contado a la policía. Esa gente no tenía nada que ver con el secuestro. Me encontraron, bueno, una joven de ese grupo me encontró. Me salvó la vida. Pero esa gente vive de una forma muy… rara y probablemente hayan tenido algún tropiezo con la ley, por eso la policía enseguida supuso que… Y, claro, al principio yo no podía ni hablar. Estaba destrozada.
—Sí, pero…
Ryan estaba perplejo. Eso, por un lado. Y al mismo tiempo sabía que siempre lo había intuido. En todo ese lío todavía faltaba una pequeña pieza del rompecabezas.
—Me raptaron dos hombres y me abandonaron en la espesura del bosque —le explicó Corinne—, y todavía no sé quiénes son ni lo que querían. No volví a verlos.
—Eso significa…
—Eso significa que no hay ninguna explicación para lo que me ha ocurrido —dijo Corinne, y se echó a llorar.
Ryan oyó que Bradley le cogía el auricular de la mano y colgaba.
Se quedó sentado al sol en el murete, mirando fijamente el escaparate de una tienda que había enfrente sin ver los productos expuestos. El corazón le latía muy deprisa y con fuerza. Volvía a encontrarse exactamente en el mismo punto que en los últimos días: enfrentándose a la posibilidad de que el ataque a Debbie y el secuestro de su madre estuvieran relacionados con él. Cosa que volvía a llevarlo a Damon y sus hombres. O a Vanessa Willard.
Su situación solo había mejorado en tanto que habían encontrado a Corinne sana y salva. Eso lo libraba de la necesidad de actuar deprisa, de acudir a la policía, de denunciar a Damon o desembuchar lo de Vanessa.
Sin embargo, no se engañaba: fuera quien fuese la persona que se escondía detrás de todo aquello, golpearía de nuevo. Y pronto.
Había ganado un poco de tiempo. Nada más.