4

Ryan se arrepintió de haberse dejado convencer para acompañar a Nora a la fiesta. Una compañera de trabajo celebraba su cumpleaños y había organizado una reunión en su casa, en la otra punta de Pembroke. La casa era un antiguo granero no muy grande, que ella y su marido habían remodelado dedicándole años de trabajo. Y estaban orgullosísimos de ello, aunque a Ryan le parecía que los suelos desiguales, las paredes torcidas y las minúsculas ventanas no estaban muy logrados. Habían invitado a cincuenta personas, demasiadas para esos espacios que, después de las reformas, habían quedado pequeños y con el techo bajo. Había llovido todo el día, pero la lluvia había cesado y por la tarde incluso asomó el sol. Las puertas del comedor que daban al jardín estaban abiertas de par en par, pero la hierba y los arbustos seguían chorreando agua y en la terraza, pavimentada chapuceramente con baldosas, se formaban charcos, por lo que nadie salía fuera. Todos se repartían, apretujados como sardinas en lata, entre las distintas salas. No obstante, Ryan oía asegurar todo el rato a los demás que aquello era fantástico, acogedor, íntimo, cómodo y blablablá. Y todos se conocían. Lógicamente, Ryan no conocía a nadie.

Nora le había rogado con tanta insistencia que la acompañara que al final se dejó persuadir, aunque en el fondo aceptó únicamente para que dejara de incordiarlo con el tema. A él no le apetecía en absoluto una reunión social, y menos aún con los amigos de Nora. Ese viernes por la noche habría preferido ir a Swansea a ver a Debbie. Estaba muy preocupado por ella, porque no conseguía recuperar el equilibrio mental. Seguía de baja, se pasaba el día encerrada en su piso y, como mucho, iba a comprar al Tesco; pero luego se apresuraba a volver a casa lo antes posible y cerraba la puerta a cal y canto. Era como si el mundo exterior le pareciera peligroso y hostil, lo cual no era de extrañar. A Ryan le habría gustado hacerle la comida, y luego la habría convencido para salir a dar un paseo. En vez de eso, ahora se encontraba en medio de un montón de gente ruidosa y antipática, agarrado a un vaso de cerveza que ya estaba casi caliente. Nora había desaparecido. Le había prometido que no se apartaría de su lado, pero la multitud los había separado y no habían vuelto a verse. Nora estaba radiante cuando entraron en casa de su amiga, más aún, casi ardía de orgullo y felicidad. Ryan comprendió entonces, por fin, lo que significaba él para ella. No solo lo veía como un punto de referencia emocional en su vida cotidiana, la persona que estaba en casa cuando llegaba ella, a la que podía cuidar y hacer de madre. También era un símbolo de estatus. La pena de Nora por su condición de soltera había ido en aumento, sobre todo el desprestigio que, a sus ojos, iba aparejado con ello. La mujer que no encuentra a nadie… Seguramente aborrecía las preguntas compasivas y los buenos consejos con que le salían al paso. Tenía una edad en la que las personas de su entorno se enamoraban, se casaban o incluso tenían hijos. Esa noche, Ryan había visto por lo menos a tres mujeres paseando sus grandes barrigas con una despreocupación sorprendente entre la multitud que empujaba sin piedad. Sabía que Nora ansiaba casarse y tener hijos. Era una cuestión que había salido a la luz durante las largas conversaciones que mantenían durante sus visitas regulares a la cárcel. Curiosamente, nunca había caído en la cuenta de que le estaba lanzando indirectas, de que le había echado el ojo para que la ayudara a cumplir sus deseos. Cuando lo excarcelaron y ella lo acogió en su casa, Ryan siguió pensando que a lo sumo lo hacía por amistad, pero que realmente y sobre todo lo hacía por su compromiso social. Sin embargo, en las últimas semanas había ido comprendiendo poco a poco que lo tenía todo calculado: las cartas que le escribía a la cárcel, las visitas a la prisión, el haberle dado alojamiento en su casa. Y esa noche ya no le quedó ninguna duda: le hacía oficialmente las veces de novio. De compañero. Y por eso había tenido que acompañarla sin falta. Era un trofeo que quería exhibir.

Creyó que tendría que cabrearse, pero no, porque a Nora se la veía radiante y él no conseguía enfadarse con una mujer que parecía feliz y aliviada solo por tenerlo a su lado.

Mientras pensaba si conseguiría abrirse paso hasta la cocina para coger una cerveza fría, le dirigieron la palabra por primera vez desde que había llegado. El tío debía de tener su misma edad, llevaba tejanos y un polo y parecía bastante agobiado.

—Hola. Soy Harry Vince.

—Ryan Lee.

—Hola, Ryan. Eres el nuevo de Nora, ¿verdad?

—Esto… yo… —titubeó Ryan, pero Harry siguió hablando, por suerte.

—Antes trabajaba con Nora. En el hospital de South Pembrokeshire. Hace un año me establecí por mi cuenta. Una consulta de fisioterapeuta. En Swansea.

—Enhorabuena —dijo Ryan, ya que no se le ocurrió otra cosa.

—Es muy duro —reconoció Harry—. Hasta que un consultorio empieza a rendir… solo tienes gastos y… Bueno, también hay que vivir…

Ryan se fijó en que al tipo le temblaban las manos, con las que sujetaba un vaso de cerveza. Y tenía aspecto de no dormir mucho, comer poco y no tomar nunca el aire.

«Lucha por el sustento —pensó Ryan—. Se ha establecido por su cuenta y el negocio no va muy bien.»

Harry sacó una tarjeta del bolsillo del pantalón y se la dio a Ryan.

—Toma. Si algún día tienes un problema… Me refiero a que… Bueno, tú tienes a Nora muy a mano, pero ella está obligada a cumplir un horario y, si es urgente…

Lo miró esperanzado, como si esperase que Ryan le confesara que hacía mucho que buscaba a alguien como él. Pero, al fin y al cabo, podría necesitarlo antes de lo que se imaginaba. Ryan sabía que vivía en la calma que precede a la tormenta y que Debbie era probablemente un aviso del huracán que se avecinaba. Damon golpearía. No se sabía cuándo, dónde ni cómo, pero lo haría con maldad, perversamente y con sadismo. Lo habían condenado a dos años de inactividad porque habían encerrado a su víctima en la cárcel. Y ahora se desfogaría con mucha crueldad. Cuando acabara con él, quizá ya no necesitaría a nadie. Aunque tal vez le hiciera falta un fisioterapeuta. Porque no le quedaría un solo hueso en su sitio.

—Gracias —dijo, y se guardó la tarjeta en el bolsillo de los tejanos—. Te llamaré si te necesito.

Vio a Nora. Acababa de entrar en la sala y lo buscaba con la mirada. Llevaba a remolque a una morena atractiva, que también parecía buscar a alguien.

«A mí, seguramente —pensó Ryan—. La morena es amiga de Nora y quiere presentármela.»

Se sentía fatal. Habría echado a correr hacia el jardín mojado y se habría largado de allí lo más deprisa posible. Pero, aparte de que eso habría provocado una nueva trifulca con Nora, también era técnicamente imposible: la gente que lo rodeaba formaba un muro denso junto a la puerta de la terraza, porque allí se respiraba mejor. Una salida «rápida» era impensable.

Nora lo vio y empezó a abrirse paso hacia él con determinación, seguida por la otra mujer. Llegaron justo cuando Harry preguntaba:

—¿Y tú también trabajas en el hospital?

—No —contestó Ryan. Había decidido ceñirse a la verdad aunque no fuera precisamente un honor—. Trabajo en una copistería.

—¿Confitería? —preguntó Harry.

—Ryan, me gustaría presentarte a mi amiga Vivian —dijo Nora—. Vivian, este es Ryan Lee. Ryan, te presento a Vivian Cole.

—Copistería —corrigió Ryan, y saludó a Vivian—. Hola.

—Hola —respondió Vivian.

Lo observaba sin disimular la curiosidad. Era la mejor amiga de Nora, ya le había hablado muchas veces de ella. Pasaba todas las mañanas a recogerla para ir al trabajo, y hasta entonces, Ryan siempre había conseguido salir de casa antes de que llegara ella. Era muy consciente de que Vivian conocía todos los detalles de su relación, desde la primera carta y el primer encuentro hasta el día en que él se instaló en su casa. Las ganas de huir aumentaron.

—¿En una copistería? —preguntó Harry enarcando las cejas. Ryan lo compadecía, pero de pronto le pareció antipático. Harry no conseguía salir a flote y buscaba gente a la que todavía le fueran peor las cosas—. ¿Es eso una profesión?

—A mí me gusta —mintió Ryan.

Harry movió la cabeza.

—Sí, bueno, pero uno no puede dedicarse toda la vida…

—La cuestión no es esa, Harry —lo interrumpió Vivian, y sonrió. A Ryan le dio la impresión de que nunca había visto una sonrisa más falsa—. Supongo que Ryan se alegraría de encontrar trabajo.

—Vivian —dijo Nora, incómoda.

—¿Por qué? —preguntó Harry.

—¿No lo sabes? —inquirió Vivian.

Su sorpresa era fingida, mal fingida, en opinión de Ryan. Mejor que no se dedicara al teatro.

—No, ¿qué tengo que saber? —replicó Harry, que ahora también esperaba una confidencia.

—Bueno, no es ningún secreto, ¿verdad, Nora? Tú lo tienes asumido. Ryan ha estado en la cárcel. Se conocieron allí.

—¿Tú has estado en la cárcel, Nora? —preguntó Harry, totalmente perplejo y levantando mucho la voz.

El murmullo de voces que los rodeaba enmudeció de golpe. Pronunciar tan alto la palabra «cárcel» había bastado para acabar bruscamente con el ruido, que poco antes parecía impenetrable.

Vivian se echó a reír.

—¡Claro que no! Conoció a Ryan a través de una asociación… que facilita el contacto con presos que no tienen familia y no reciben cartas ni visitas, y todo eso.

—¿En serio?

Harry parecía conmocionado. Saltaba a la vista que tenía una imagen de Nora muy distinta. Ryan notó que se le humedecían las manos. Faltó poco para que el vaso de cerveza le resbalara y cayera al suelo.

—¿Y por qué estabas en la cárcel? —preguntó una mujer.

—Por un delito de lesiones graves —contestó Vivian.

Silencio. Nadie retrocedió ni un paso porque estaban muy apretujados, pero a Ryan le dio la impresión de que todos se apartaban de él. Al menos interiormente. De repente, aún estaba más solo que antes.

—No fue intencionado —aclaró—. La verdad es que fue una desgracia.

¿Cómo podía explicar lo que había ocurrido? Observó las caras de la gente y tuvo la sensación de que se embrollaría si empezaba a dar explicaciones. Veía… Curiosidad. Regodeo ante el mal ajeno. Desprecio. Ganas de sensacionalismo. Y por encima de todo, una indiferencia brutal. Ojos de besugo sin sentimientos.

—Yo… Bueno, fue… —empezó a decir, pero entonces oyó la voz de Nora.

No se había dado cuenta de que ya no la tenía enfrente, sino a su lado. Se había posicionado, delante de sus amigos y compañeros de trabajo, clara y literalmente de su parte.

—La ley establece una gran diferencia entre actuar con premeditación y alevosía o no —explicó—. A Ryan lo condenaron a cuatro años de prisión y le han concedido la libertad provisional al cabo de dos y medio. Si el tribunal hubiera establecido que actuó con dolo, podrían haberle caído veinticinco.

Todos la miraban.

—Bueno, pero el caso es que alguien resultó gravemente herido —comentó Vivian, mordaz. Ya no sonreía—. ¡Con premeditación o sin ella!

—Si te doy una bofetada —dijo Nora—, no tengo intención de enviarte al hospital. Pero podrías tropezar, resbalar, golpearte contra el borde de una mesa y acabar con heridas de consideración. Nadie podría decir que esa era mi intención.

—Bueno, por lo que me has explicado, en el caso de Ryan no se trató de una simple bofetada. Por lo que sé, fue una pelea de bar. El otro estaba tan borracho que apenas pudo defenderse. Ryan le dio una paliza porque lo incordió en plena borrachera. El muchacho no sabía ni qué decía, pero al final tuvieron que ingresarlo en el hospital con una conmoción cerebral grave y fractura de cráneo.

—Ryan no quería que ocurriera eso —insistió Nora.

Le temblaba la voz. Ryan la miró de soslayo. Vio que echaba chispas. Creía que el temblor de la voz era porque estaba a punto de echarse a llorar, pero entonces se dio cuenta de que en realidad estaba muy lejos de deshacerse en lágrimas. Simplemente estaba fuera de sí.

—Entonces ¿cómo es que las consecuencias fueron tan graves? —preguntó Harry.

—Ocurrió como en el ejemplo que he explicado —dijo Nora—. El muchacho cayó mal y se golpeó la cabeza contra el borde de una mesa. Fue un caso de mala suerte terrible.

—Los jueces dictaminaron que yo no podía preverlo —agregó Ryan. No pretendía justificarse, pero de todos modos añadió—: En la cárcel seguí una terapia contra la agresividad. Ahora ya no me pasaría algo así. Ahora tengo… mecanismos de control.

—Vaya, ¡pues no sabes cuánto nos alegra! —dijo Vivian—. ¡Ahora ya no tendremos que preocuparnos por Nora!

—Como si tú te hubieras preocupado alguna vez por mí, Vivian —replicó Nora—. O hubieras hecho algo por mí. Todos estos años he pasado las noches sola en casa mientras tú te ibas de juerga con tus conquistas, y yo me sentía abandonada y necesitaba una amiga, pero tú solo te preocupabas por ti y por tus ligues fantásticos, emocionantes, deslumbrantes. ¡Yo te importaba un comino!

—No podía solucionar tus problemas de pareja. ¡Tampoco he sabido nunca por qué no salías con nadie! De todos modos…

—¿Sí? —preguntó Nora.

—De todos modos, empiezo a verlo claro —respondió Vivian—. Tú necesitas un tipo de hombre muy especial, un tipo de hombre que no se encuentra fácilmente. Necesitas sentirte superior. Tienes tantos complejos que no soportarías a un hombre que estuviera a tu nivel o por encima. De ahí esa idea absurda de conocer a alguien en la cárcel. Al fin y al cabo, un hombre no puede caer más bajo. Encerrado. Juzgado. Y aunque salga, seguirá aislado de la sociedad. Estará marcado para siempre. Un criminal. Nada más. Y por eso siempre dependerá de ti. Eres su única posibilidad de poner al menos un pie en la vida normal. Y eso es lo que te seduce. ¡A su lado te sientes fuerte y segura, Nora! Y puedes tener la esperanza de que se quede contigo. ¡A diferencia de los demás!

—¿Cómo he podido pensar que eras mi amiga, Vivian? —dijo Nora.

Ryan vio que se había puesto blanca como la cera. Ella lo sabía, él lo sabía y seguramente también lo sabían todos los que estaban en la sala: Vivian podía ser mala y odiosa, pero había dado en la diana. Había llevado la relación entre Ryan y Nora al punto decisivo.

—Tengo miedo por ti, Nora —aclaró Vivian.

—Bueno, yo creo que los delincuentes también merecen una segunda oportunidad —dijo Harry sintiéndose obligado a contribuir con algo—. Incluso un asesino…

—Yo no soy… —objetó Ryan, y se interrumpió.

Ya estaba harto. De todo. De la falsedad de Vivian. De los modales untuosos de Harry. De las caras que lo rodeaban. De la horrible fiesta. Y sintió algo que no había sentido en todo ese tiempo: que en ese momento, esa noche, era él quien tenía que proteger a Nora. Ella se había puesto de su parte y lo había apoyado, y a cambio había tenido que tragarse una profunda humillación por parte de los reunidos. Ahora le tocaba terminar con aquella situación insostenible.

Le puso el vaso de cerveza en la mano a Harry, que se quedó sorprendido, y cogió a Nora del brazo.

—Ven —dijo—, ¡nos vamos a casa!