Cierra las puertas, echa la aldaba, carcelero. Ata duro a ese hombre: no le atarás el alma.
Miguel Hernández
¿Vivía? ¿Estaba muerto? ¿Qué me ocurría? Dios, ¿qué es esto, dónde estoy, qué has hecho de mí? Pero Dios permaneció inaccesible y mudo. Estaba, pues, definitivamente solo en medio de lo desconocido, en el fondo de una noche sin riberas, solo, solo, solo.
Federico Olivares