Parecía que ya no podía hacer más calor, pero lo hizo. Esa noche fue tan tórrida que ni siquiera me cubrí con una sábana. Me quedé tirado encima de la cama en calzoncillos, con un trapo mojado en el estómago y un vaso de agua helada en la mesilla de al lado. Pensé que igual mi madre y Frank se tomaban un descanso de sus habituales actividades nocturnas, pero me temo que el calor sólo sirvió para volverles más locos que nunca.
Otras noches, parecía que esperaban a que me durmiese antes de empezar, pero puede que como ya me habían hablado de casarse y de lo de irnos todos juntos al Canadá —o sea, dado que les había dado mi bendición, como si dijéramos—, pues se pusieron a la labor antes incluso de que yo apagara la luz.
Adele. Adele. Adele.
Frank.
La voz de él, profunda, a lo Johnny Cash. La de ella, suave y sin aliento. Primero discreta, luego más fuerte. Después vino lo del cabezal contra la pared. Y los grititos de pájaro de mamá. Frank parecía un perro que sueña con un hueso que le dieron tiempo atrás, reviviendo el sabor, sacándole juego.
Tumbado allí, entre aquel calor húmedo, sin aire alguno que moviera las cortinas, pensé en Eleanor para pasar el rato. Exceptuando lo flaca que estaba, la verdad es que era guapa. O igual no, pero había a su alrededor una especie de campo energético. Podías pensar que sólo con tocarla te iba a pasar la electricidad, pero no necesariamente de una manera desagradable. Cuando me besó, sabía a Vicks Vaporub. A eucalipto. Me había metido la lengua en la oreja.
También estaba un poco loca, pero eso igual era bueno. Si fuese una chica normal, comprendería —o acabaría comprendiendo pronto, si no lo había hecho ya— que hacerse amiga mía no sería lo más adecuado a la hora de enfocar su vida social en la escuela. Yo ya se lo había advertido en la biblioteca, pero ella se limitó a mirarme.
Igual no te conviene que te vean hablando conmigo cuando empiece el cole, le dije. Los chavales más populares te considerarán una pringada.
Y ella repuso: ¿y para qué iba a querer yo hacerme amiga de esa gente?
Ahora me imaginaba a los dos besándonos un poco más, sólo que esta vez no estábamos de pie, sino tumbados. Ella tenía las manos en mi cabeza y me recorría el pelo con los dedos. Era como un gato callejero, flacucho y mal alimentado, con un punto silvestre. Podía salir corriendo. O podía lanzarse al ataque. Nunca sabías si te iba a lamer la cara o si te iba a arañar hasta hacerte sangre.
Me la imaginé quitándose la camisa. Ni siquiera llevaba sujetador. No lo necesitaba. Pero sus pechos, que yo pensaba que serían totalmente planos, se curvaban un poquito al final, y tenía unos pezones pequeños y rosaditos que destacaban más de lo previsto.
Puedes besarlos, me dijo.
Que es lo que le estaba haciendo Frank a mi madre en la habitación de al lado, con toda probabilidad, pero yo no quería pensar en eso, así que volví a conectarme al canal Eleanor.
¿Dónde quieres que te ponga la boca?, me preguntó.
Es de día y huele a café. Frank había encontrado algunos arándanos en los matojos del final del jardín y los había utilizado para hacer tortitas. Qué pena que no tengamos jarabe de arce, comentó. Allá en la granja, con sus abuelos, cada mes de marzo rascaban la corteza de los árboles y luego ponían a hervir la sustancia extraída. También hacían crema de arce, que untaban en las galletas.
Voy a trabajar como una fiera cuando lleguemos a Canadá, anunció. Quiero que tengas de todo. Una bonita cocina. Un porche. Una cama alta en una habitación con vistas al campo. El verano que viene, plantaré un jardín.
Y tú y yo, chavalote, vamos a jugar al béisbol en serio, añadió. Cuando llegue la primavera, conseguiré que atrapes con el guante lo que te echen.
En las películas suele haber un tipo de escena en la que se muestra a la gente enamorándose. Dos hombres y un destino sería un buen ejemplo, pero hay muchos más. En vez de explicarlo todo de pe a pa, se limitan a poner una canción romántica y pegadiza y, mientras suena esa melodía, ves a dos personas pasándoselo de miedo juntas: yendo en bicicleta, atravesando un campo cogidas de la mano, comiéndose un helado o dando vueltas en un tiovivo. Están en un restaurante y él le mete a ella los espaguetis de su tenedor en la boca. Van en barca y la barca vuelca, pero cuando sacan la cabeza del agua, los dos se están tronchando de risa. Nadie se ahoga. Todo es perfecto, y aunque algo se tuerza, como lo de la barca volcada, también acaba resultando perfecto.
Ese día, se podría haber rodado una de esas secuencias con nosotros, sólo que en vez de dos personas enamorándose, habría tres a punto de convertirse en una familia. Cursi pero cierto, empezando por las tortitas y rodando a partir de ahí.
Después de fregar los platos, Frank y yo jugamos a la pelota un rato, y me dijo que había mejorado mucho, lo cual era cierto. Luego apareció mi madre y lavamos juntos el coche, y justo cuando estábamos terminando, nos roció con la manguera a Frank y a mí, que acabamos empapados, pero como hacía tanto calor, la cosa nos sentó bien. Luego Frank le arrebató la manguera a mi madre y le echó agua encima, dejándola tan mojada que tuvo que ir a cambiarse de ropa. Nos dijo que la esperáramos abajo, que ella se encargaba del pase de modelitos. La verdad es que el espectáculo era para Frank, pero a mí también me gustó: había que verla dando vueltas por el salón, luciendo un atuendo tras otro, como una modelo en la pasarela o una concursante de Miss América.
Muchas de las prendas que se puso eran cosas que yo no le había visto nunca, probablemente porque jamás se le presentó la ocasión de lucirlas. Se notaba que a Frank le encantaba el espectáculo, y a mí también, aunque de una manera diferente. Estaba tan guapa que me sentí muy orgulloso de ella. Y también me gustaba verla tan feliz. No tan sólo porque deseara verla contenta, que también, sino porque viéndola así me sentía fuera de peligro. Ya no tenía que preocuparme todo el rato ni tratar de inventar maneras de alegrarla.
A la hora de comer, Frank preparó otra de sus asombrosas sopas, a base de puerros y patatas esta vez, que era perfecta para un día así. Después, mi madre decidió cortarle el pelo. Acto seguido, Frank dijo que yo también lo necesitaba y se puso a ello. La verdad es que lo hacía muy bien. Me dijo que en la cárcel le cortaba el pelo a todo el mundo. No se les permitía tener tijeras, pero había un tío en su pabellón que tenía un par y lo escondía bajo un trozo de cemento suelto que había en el patio.
Frank apenas decía nada de donde había pasado los últimos dieciocho años, pero nos explicó lo de cuando uno de los guardianes encontró las tijeras y todos tuvieron que volver al corte de pelo carcelario, y cómo todos echaban de menos los buenos viejos tiempos en que Frank les cortaba el cabello.
Mi madre le enseñó un baile típico de Texas, aunque él no podía bailar muy bien a causa de la pierna.
En cuanto me recupere del todo, Adele, le dijo, te llevo de marcha.
Eso sería en Canadá.
Hacía tanto calor que ni teníamos ganas de cenar, pero mi madre hizo palomitas con mantequilla derretida, pusimos almohadones en el suelo y vimos una película, Tootsie.
Esto es lo que deberíamos hacer para cruzar la frontera, le dijo mi madre a Frank. Vestirte de mujer. Podrías llevar uno de mis modelitos.
Ese comentario nos recordó cómo estaba el patio. Durante un día, habíamos conseguido comportarnos como si fuésemos tres personas normales, sin más problemas que desatascar el triturador de basura, pero cuando nos vino a la mente la imagen de cruzar la frontera hacia un país distinto, cargados con todas nuestras pertenencias procedentes de vidas anteriores y sin la más remota idea de adónde íbamos, sólo que lejos, el silencio se impuso sobre nosotros.
Intentando romperlo, mi madre dijo que Dustin Hoffman quedaba muy mono vestido de mujer.
Yo soy más bien del modelo Jessica Lange, dije.
Pues yo del modelo Adele, dijo Frank.
Cuando acabó la peli, les dije que estaba cansado y me fui escaleras arriba, aunque no a la cama, en realidad. Me senté un ratito ante mi escritorio. Estaba pensando en que debería escribirle una carta a mi padre. Suponía que no iba a verle en mucho tiempo, y aunque cuando lo veía tampoco me lo pasaba muy bien, no dejaba de sentirme algo triste.
Querido papá, escribí. Ahora me voy a ir, pero no quiero que te preocupes.
Querido papá, volví a empezar. Puede que no sepas nada de mí durante un tiempo.
Quiero que sepas que te agradezco mucho todas esas veces que me llevaste a cenar.
Quiero que sepas que te lo agradecí cuando me ayudaste con el proyecto científico.
Ya sé que tuviste que trabajar mucho para llevarnos a Disneylandia. Me alegra que tengas otros críos por ahí que te mantengan ocupado.
No te echo la culpa de nada.
A veces, a la gente le sienta bien no verse durante un tiempo. Así, cuando se vuelven a ver, tienen un montón de cosas que contarse.
No te preocupes por mí, escribí, que voy a estar muy bien.
Despídeme de Richard y de Chloe. Y también de Marjorie.
Me había quedado dudando un buen rato al llegar al final de la página. Finalmente, me decidí por Sinceramente tuyo. Luego lo dejé en sinceramente, a secas. Acto seguido, lo taché todo. Después pensé en lo estúpida que parecería la carta con un tachón y que, además, si mi padre la estudiaba atentamente, podría ver lo que había escrito al principio, así que puse Tuyo afectísimo. Que siempre era preferible a la alternativa prevista, que había sido: Con amor.