Cuando Enerech recuperó el conocimiento, todo había terminado. El trozo de ladrillo le había hecho un corte en el arco superciliar y sobre la cara le había corrido un chorro de sangre que tras coagularse le impedía abrir el ojo izquierdo. Con una reacción colérica, rechazó a los guardias que pretendían ayudarlo. Cuando se puso de pie sufrió un breve acceso de vértigo, que repelió con un simple esfuerzo de voluntad, para adelantarse hasta el borde del agujero abierto a través de la calle.
Al otro lado del pozo la muchedumbre se había dispersado. Algunos soldados que llegaban desde la parte posterior del cortejo trepaban por la barricada que conformaba el montículo de escombros de la fachada caída, con el objeto de llegar a la litera real que el En sabía desocupada. En el fondo de la fosa, los dos asnos no paraban de rebuznar de dolor y de espanto. Uno de los sacerdotes gemía suavemente, el otro, el del pecho aplastado, ya no se movía.
El sumo sacerdote soltó una furiosa maldición.
—¡Escoltadme hasta el Eanna! —ordenó a los soldados que lo rodeaban, antes de arrancar calle abajo enfurecido.
Debía alegrarse de su capacidad adivinatoria: se había inventado unos magos, y he aquí que los magos se manifestaban. El incidente serviría para acreditar su tesis ante Lugalzaggizi, pero sin duda ése sería el único aspecto positivo de los acontecimientos. No necesitaba esperar el resultado de las búsquedas entre los escombros para saber que los sustitutos habían desaparecido; que los habían secuestrado.
Era sobre todo esa última circunstancia el motivo de su cólera. Inanna había intentado prevenirlo y él no la había escuchado o, más bien, no la había comprendido. ¡Imbécil! El más pequeño era un bastardo. Aún podía oír a Gurunkach decírselo después del combate de los perros. Pero él, el En, el sumo sacerdote, el protegido de Inanna que interpretaba los signos desde hacía más tiempo que nadie, se había negado a considerar esa explicación, y prefirió ver en dicho augurio una amenaza contra el rey. Amenaza que también existía, como probaba el sueño de Pirig, pero en lo concerniente a los dos perros…
Alad había sobrevivido. Alad regresaba. No para quitarle la vida a su hermano —pues, de haberlo querido, habría podido matarlo igual que lo había dejado inconsciente sólo con elegir un trozo de ladrillo más afilado, lanzándolo con mayor fuerza o apuntándole a un ojo—, sino para golpearlo allí donde sabía que podía hacerle más daño: en sus proyectos. Todos creerían que obraba a las órdenes de Sargón —y la diosa sea loada por esa evidencia que le ahorraría tener que dar explicaciones—, pero si tomaba partido por Acadia era sólo porque los proyectos de Enerech exigían la victoria de Sumer.
Tampoco él había perdido el tiempo, como había podido comprobar. Había demostrado que detentaba grandes poderes y que no dudaba en emplearlos. Enerech tuvo de pronto la certeza de que si no conseguía restablecer el orden, esa situación se repetiría una y otra vez, y que volvería a encontrarse con Alad en su camino cada vez que sus proyectos estuviesen a punto de realizarse. Una visión que amenazaba con convertirse en su pesadilla y que sólo podía disiparse con un remedio: Alad debía morir de veras.
El En casi lamentaba haber enviado a Gurunkach fuera de la ciudad. Sólo él reconocería a su hermano a la primera ojeada, y sólo él no se dejaría impresionar por su magia. No obstante, si el rey aceptaba que se registrase la ciudad entera quedaba alguna esperanza. A menos que tuviesen alas, los fugitivos no habían podido llegar muy lejos.
En el Eanna, Enerech se hizo curar la herida, se cambió la ropa y fue a buscar a Lugalzaggizi. Entretanto Charil también había llegado, sin demorarse más que el tiempo que le llevó acompañar al palacio a Erchemma, que estaba conmocionada. El general, impresionado por lo que acababa de ocurrir, olvidó las últimas dudas que tenía sobre que existieran magos abocados a la destrucción del reino, y sugirió incluso antes que el En que se registrara a fondo toda la ciudad y que se reforzaran los puestos de guardia en las puertas, además de ordenar que la guarnición urbana de seguridad recibiera el respaldo de algunas divisiones del ejército.
Al ver el perfecto acuerdo de sus consejeros, un hecho nada frecuente, Lugalzaggizi no pudo hacer otra cosa que ceder a sus demandas. Sin embargo, después de haber aceptado las acciones propuestas, agregó:
—Os concedo de plazo hasta mañana por la noche. Si para entonces los sustitutos no han aparecido, retomaré mi lugar en el trono: Sumer no puede prescindir de un rey.
—Si vuestra altísima señoría hace tal cosa, será inútil que los busquemos —razonó el sumo sacerdote—, porque el ritual se habrá interrumpido a causa de esa voluntad, y a los dioses no les gusta que se cambie de idea continuamente.
—Que así sea —concluyó el soberano.
Detrás de su aspecto sombrío, el En pudo sentir un cierto alivio, y hasta una cierta esperanza de que las cosas pudieran llegar hasta allí. Además de enfrentarse a la cólera de los dioses, Lugalzaggizi tenía demasiado orgullo como para eludir sus responsabilidades, lo cual resultaba tan admirable como estúpido. Por otro lado, no había ninguna necesidad de ser adivino para comprender que la primera decisión del rey, tan pronto como estuviese de nuevo en el trono, sería un ataque inmediato contra Sargón. Años antes, apremiando a la suerte, había conseguido la victoria.
—Ruego a vuestra altísima señoría esperar al menos un día más —insistió Enerech—. Entretanto Gurunkach habrá tenido tiempo de actuar.
El rey lo miró con expresión de asombro.
—¿Ya habrá llegado a Acadia, por lo menos?
—El descansa poco y viaja rápido. Salvo que ocurra algún imprevisto, estará allí esta noche o mañana por la mañana. A continuación actuará tan rápido como le sea posible, pero no podemos pedirle un prodigio.
—Muy bien —suspiró Lugalzaggizi con desgana—. Un día más, pero ése es mi último plazo, y no quiero seguir hablando ni oír nada más acerca de este asunto.
Enerech se inclinó con respeto. Y pensó que cuando ese altivo guerrero hubiera acabado de construir su imperio, él tendría el enorme placer de quitárselo.