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Pasaron los años.

Tukulgal, desprovisto de inmortalidad decayó y acabó por apagarse. Quienes le sucedieron prosiguieron su obra sin ampliarla, y reemprendieron la tiranía de aquél por cuenta propia, frustrando cada vez más al consejo de notables, hasta el punto de que el más grande de los generales del ejército y el administrador del templo de Inanna acabaron por unirse para derrocar al último de los tiranos. Como sabían que cada uno de ellos no era nada sin el poder del otro, y que si se enfrentaban corrían el peligro de perderlo todo, esos dos hombres se repartieron el poder. Espiritual para el segundo, quien retomó el título de En, temporal para el primero, que se proclamó rey de Uruk y fundó una larga dinastía.

Más tarde, su biznieto, Gilgamesh, salió de viaje a su vez en busca de la inmortalidad, pero fracasó por haber ofendido a Inanna.

Más tarde todavía, mucho más tarde, después de numerosos viajes, cuando ya se había olvidado su nombre y obliterado la última tablilla de cerámica que recordaba su traición, el mago Enerech regresó a Uruk, con más poder que nunca.

Poco después le llegó la hora a Alad Yicheren.