Avila, 6 de junio de 1976

Sr. D. Camilo José Cela

Real Academia de la Lengua

Madrid

Muy Sr. mío:

Estoy adquiriendo semanalmente los fascículos de su tan documentada como amena obra Enciclopedia del erotismo, en cuyo núm. 8 y en su página 152, se describe geométricamente «en planta y alzado» el descomunal tamaño de la polémica pija de Archidona.

Señala Vd. que tan singular pieza, erecta y en estado de descapullez, arroja una longitud de 42 cms. con un diámetro en base de 85 mms. y de 76 mms. en la cúspide. Permítame dudar de la exactitud de tales datos, pues aun a escala 2 : 1 podría hacer las delicias de más de una dama calurosa y exigente (Croquis 1 a 6[1], en «Documentos gráficos»).

Sospecho que, en cuanto a longitud se refiere «ha bailado» Vd. los guarismos y probablemente ha querido indicar 24 cms. o ¿quizá 22 cms.? que, ciertamente no están nada mal y aun podría afirmarse que peca de exagerada tan envidiable herramienta. Me honré años ha con la amistad de un probo caballero que calzaba 23 cms. y cuya extrovertida esposa, acaso con alguna copa de champagne de más, en ocasión de una boda, me confió que cuando yacía con «su funcionario» sentía como si la cosquilleasen en la espalda.

Parece haber confundido igualmente el concepto de diámetro; un diámetro (0) de 24 mms. corresponde a una circunferencia de 76 mms. y el 0 de 27 mms. a la circunferencia de 85 mms. Aun así, la esbeltez de la pieza de 240: [(244-27)72] = 9,2 queda muy lejos de la más racional de 5,2, al alcance de cualquier cristiano. Si me lo permite, creo poder asegurar que aceptando como buena la longitud de 24 cm., las proporciones nobles del carajo en cuestión podría aproximarse en su tamaño natural al que se describe en la fig. núm. 3.[2] La fig. núm. 2[3] se refiere al señalado grado de esbeltez 9,2.

Le ruego acepte este comentario, no como crítica a una obra tan instructiva, sino como argumento que podría recoger en la fe de erratas.

Terminaré informándole por lo que tiene de anecdótico que el bien dotado caballero a que antes me refería, muy amigo por otra parte de los placeres de la horizontalidad, nunca pudo, a ningún precio, sostener comercio carnal con mujer pública (entre las que era tan admirado como temido), a menos que se arrollara al pie del pene una toalla, a fin de reducir la carrera, cuyo insobornable condicionamiento le hacía decir: esto es como el afeitado en los toros; algo así como joder a distancia.

Quedo de Vd. att. y s. s.

A. R.