9 de febrero de 1972. Carta de Alfonso Canales a C. J. C.

Querido Camilo José:

Gracias a cartas como la tuya del 7, mi correspondencia se venderá, cuando ya estemos tranquilos, a tan buen precio como hoy se vende la de Valera y mi tío–abuelo Serafín Estébanez. Eso saldrán ganando los Bancos, que no nuestra descendencia, de la que, por otra parte, ya se ocupará el Instituto Nacional de Previsión.

Acojo con entusiasmo tus sabias sugerencias en torno al prodigioso carajo de Archidona, que tanto de sí supo dar, «dulcemente meneado». Aún creo que podrían añadirse algunas, muy aprovechables, si la Excelentísima Diputación desea «promocionar» los soterrados atractivos de los enclaves provinciales más apartados de la costa: las agencias de turismo han de organizar excursiones al lugar del suceso, donde se montarían —eso surge siempre de modo espontáneo— comercios de artesanía local, en los que se podrían adquirir, en diversos materiales, veras reproducciones del falo protagonista o de la mano que suscitó su explosión; y los más avisados, si llegan a un acuerdo con los mayoristas, expenderían reliquias —de colgar, de mesa, de pared—, con porcioncitas del traje mancillado del señor de la fila trasera o con mechoncitos de pelo almidonado de la señora que hubo de purificarse, veinticuatro horas más tarde de la regada de litis, con champú al huevo. Mas luego, vendrían las falsificaciones e incluso los cipotes en oro alemán, con un termómetro a lo largo del balano y una brújula haciéndose sitio sobre el rafe de los cojones. Si la villa de Archidona no prospera, no será porque no se lo han puesto en bandeja de plata. Que no se queje después. Pienso incluso que deberíamos elevar una moción al afortunado cabildo, para que luego no digan que los intelectuales no avisan cuando advierten vías de prosperidad en los cada vez más despoblados medios agricultores.

Pepe Luis Estrada se resiste a publicar el soneto argensólicocelesco en Caracola. Le sigue teniendo miedo al espectro de Arias Salgado. Pero Archidona celebra cada año unos juegos florales, en los que los asiduos del género han cantado sus recoletos encantos. El trofeo es un pisapapeles que representa la archidonense plaza ochavada. Podríamos proponer que el premio consistiera, desde ahora, en un consolador trabajado en material noble. Si tú no quieres ser el mantenedor, podrías optar, raro galardón, con tu emotivo poema y rifar luego el olisbo, con la seguridad de que media nómina de los vates españoles —quizás me quede corto— tomaría papeleta.

Un fuerte abrazo de tu buen amigo,