7. Soy Una Entre Cien Mil

Hasta diciembre de 2012, no sabía absolutamente nada de la leucemia infantil. De hecho, no conocía ningún caso. Pero un día, mi amiga Amaya me dijo: «Mitre, tengo una cosa para ti que te va a gustar. Un proyecto solidario para los que corréis». Aunque no lo dijo, sé que pensó «para esos locos que corréis». Así que, una vez más, Amaya fue la mecha que hizo prender la llama. Me metí en la web de Uno Entre Cien Mil (www.unoentrecienmil.org) y eché un ojo a su Proyecto Corre (www.unoentrecienmil.org/proyecto-corre).

Desde el principio, la idea me entusiasmó. Podías hacer que tu entrenamiento diario fuese como una carrera luciendo uno de sus dorsales solidarios para la investigación de la leucemia infantil. Era muy sencillo, a través de su web o por SMS (enviando las palabras Ayuda Corre al 28099), y por tan solo un euro, te enviaban uno de sus dorsales para que lo lucieses en tu brazo.

Decidí que ese año participaría en la carrera de Paracuellos ayudando a la causa. Ese primer dorsal era el número 1208 y, desde entonces, a todas las pruebas a las que he ido siempre he llevado en mi brazo un dorsal de Uno Entre Cien Mil (lo renuevo cada vez que corro una prueba o para cada quedada de Mujeres que Corren).

El 10 de noviembre de 2010, Guzmán Carnero, con tan solo tres años, fue diagnosticado con leucemia linfoblástica aguda, una enfermedad que afecta solo a tres de cada cien mil niños. En el 80 por ciento de los casos la enfermedad se cura, pero el tratamiento es muy agresivo. Al día siguiente del diagnóstico, Jose, padre de Guzmán, decidió abrir un blog contando el día a día de la enfermedad de su hijo, con la vocación de que fuese «un motor de ilusión, esperanza y fe». El blog se llama Uno Entre Cien Mil y fue el germen de lo que hoy es la fundación.

Cuando empecé a correr abanderando la leucemia infantil, no conocía a Jose ni a Guzmán, no sabía absolutamente nada de sus vidas, no nos habíamos visto, ni tan siquiera habíamos hablado por teléfono o intercambiado un correo electrónico. No conocía sus caras ni sus voces. Solo había escuchado la cantarina risa de Guzmán a través de un vídeo que había colgado su padre en el blog. Me conmovió esa risa, pero, sobre todo, el poderoso mensaje de Jose. Él no se paró a pensar en el porqué de la enfermedad de Guzmán. Lo que hizo fue buscar un para qué. Demostró, además de una generosidad increíble, que el dolor no siempre implica algo malo y que el sufrimiento se puede convertir en una poderosa fuerza catalizadora que transforme el mundo. Y yo quería formar parte de aquello y acompañarlos en el camino.

Admiro a Jose Carnero porque fue capaz de trascender su propio dolor, porque dio un paso más allá y quiso encontrarle un sentido a la enfermedad (algo muy difícil); y lo hizo mientras la combatía y sin saber cómo sería el desenlace. Le movía una fuerza poderosa llamada esperanza. Afortunadamente, Guzmán ha superado la enfermedad, pero Jose, desde la fundación Uno Entre Cien Mil, sigue en la batalla e incluso saca tiempo para dar apoyo a aquellos padres que acaban de recibir el fatídico diagnóstico. Tiene claro que sin investigación no habrá cura y ahí está la lucha: lograr un estudio que pueda erradicar la enfermedad.

No conocí a Guzmán hasta la segunda quedada de Mujeres que Corren en el mes de marzo de 2013. Le di un beso y le conté un secreto: «Cuando seas mayor y les digas a las chicas que un día trescientas mujeres corrieron por ti en el parque del Retiro, no sé si te van a creer».

De esa segunda quedada hay una foto que me emociona mucho. En ella se ve a Guzmán montado en su bici y detrás de él una marea de mujeres corriendo. Solo por ese recuerdo todo este esfuerzo habrá merecido la pena.

Hoy, acompaño a la fundación como cualquiera de mis Mujeres que Corren. Como todas ellas, soy Una Entre Cien Mil y hago que mis kilómetros cuenten en la investigación de la leucemia infantil. Sé que uno solo no puede luchar contra la leucemia, pero cien mil mujeres juntas sí y vamos camino de lograrlo.

No tengo hijos, pero en su día fui una hija enferma (con veinticinco años tuve cáncer de ovarios) y sé el inmenso dolor que sintieron mis padres y mi familia el día que la palabra cáncer apareció en nuestras vidas. Han pasado más de once años de aquel 12 de diciembre, el día que recibí mi diagnóstico, y aunque la enfermedad está más que superada, sé el angustioso miedo que sigue atenazando a mis padres cada vez que paso una revisión.

Quizá lo lógico hubiese sido unirme a una causa relacionada con el cáncer ginecológico, pero nunca he encontrado la energía para hacerlo. Sin embargo, siempre cuento mi historia y hablo sin tapujos sobre la enfermedad. Para mí funciona como un ejercicio catártico, me ayuda a quitarle drama y de paso hago campaña a favor de la detección precoz. Todas las mujeres debemos hacernos revisiones periódicas con nuestro ginecólogo y tomar nota de que el ejercicio y la alimentación sana son potentes armas de prevención. No oculto la experiencia porque, aunque fue duro y hay veces que preferiría no recordarlo, también espero poder inspirar a aquellas mujeres que ahora mismo pasan por el trago.

Tras mi operación, cuando apenas tenía energía y era imposible caminar recta por los puntos, me hubiese parecido de ciencia ficción correr, aunque fuese 5 minutos. Ahora soy esa superwoman, una superviviente feliz que ha descubierto en el ejercicio el remedio a todos sus males. Cuando estoy triste, agobiada por el día a día, cuando ese pensamiento recurrente no abandona mi cabeza o cuando, de repente, ese miedo tenaz a volver a enfermar se apodera de mi mente y de mi cuerpo, las zapatillas me devuelven a la realidad, son como esa nana que logra serenarme.

Hay que hablar de cáncer y dejar de estigmatizar la enfermedad. Las estadísticas apuntan a que una de cada diez europeas va a desarrollar un cáncer en su vida. Debemos hablar de él como una enfermedad más y, sobre todo, encaminar la lucha hacia la prevención.

Hay cosas, como nuestro ADN, que no podemos cambiar, pero está en nuestras piernas el dejar de ser sedentarias. Esa es la otra causa que promueve el movimiento Mujeres que Corren: no importa cómo te muevas, sino que te muevas. En nuestras quedadas aceptamos todos los niveles: desde las que no han corrido nunca, pero quieren intentarlo, hasta las que son capaces de correr 10 kilómetros y «son unas máquinas». No organizamos carreras, sino quedadas.

Sé que muchas chicas se sienten intimidadas por las pruebas populares, tienen miedo de llegar las últimas y les da vergüenza correr. Por eso nuestras reuniones son una estupenda oportunidad para todas ellas. Además, el ejemplo de las que ya corren les sirve de espejo en el que mirarse. Las anima porque las otras son la prueba de que, si quieres, puedes. Como dice mi madre: «Hija, es que terminan de correr superestimuladas». Esa es la clave del éxito. Corremos juntas para superar barreras y pasar un buen rato. No hay meta, ni crono, ni ritmos, y eso para muchas mujeres supone una liberación enorme.

Si el objetivo era animar a las mujeres a hacer deporte, soy consciente de que podría haber elegido cualquier otra actividad, desde la zumba, pasando por el yoga, pero personalmente he encontrado en el running una actividad física que no solo me ayuda a estar más sana, sino que me da energía y, sobre todo, me produce una satisfacción enorme. Hace que me sienta poderosa. Ser capaz de lograr algo que creías imposible, como correr 5 kilómetros o un maratón, hace que la confianza en ti misma crezca sin límites.

Sí, no cabe duda, darle a la zapatilla ahora es cool, pero no creo que estemos ante una moda pasajera. La actividad física debe ser asignatura obligatoria en nuestro día a día. My ladies, hay que moverse. Como explican desde la Asociación Española Contra el Cáncer (www.aecc.es), el 75 u 80 por ciento de los cánceres pueden atribuirse a factores externos que, por lo general, podemos modificar haciendo que disminuya el riesgo de desarrollar la enfermedad. ¿Cómo? Dejando de fumar si todavía lo haces y adquiriendo hábitos de vida saludables, es decir, dieta sana y ejercicio.

Lo reconozco, con el tabaco me he vuelto muy intransigente (palabra de exfumadora), pero es que los datos son contundentes: el 30 por ciento de los cánceres, el 20 por ciento de las enfermedades cardiovasculares y el 80 por ciento de las enfermedades pulmonares obstructivas crónicas (EPOC) están producidas por el consumo de tabaco. Y no lo digo yo, son datos de la Asociación Española Contra el Cáncer.

Como explica el doctor Antonio Martín González, jefe del Servicio de Oncología Médica del MD Anderson Cancer Center de Madrid, «el tabaco es una droga. La nicotina tiene un poder de adicción igual que el de la heroína. Además, contiene hasta 40 000 sustancias que son tóxicas y hasta 62 que provocan cáncer. Hay que dejar de fumar, no hay vuelta atrás». Y un último dato: una persona que consume un paquete de cigarrillos al día se gasta al año alrededor de 1460 €. Aparte de insano, es un vicio caro; la de productos de belleza y zapatillas que da para comprarse al abandonar el hábito.

Sé que los datos y las estadísticas parecen no funcionar con muchas mujeres que tienen apego al cigarrillo y, en el fondo, seamos honestas, muchas no fuman por placer, sino por miedo a engordar. Pues a todas ellas quiero pedirles que apuesten por el ejercicio y experimenten la tremenda liberación que supone no ser esclava de la nicotina. La actividad física genera endorfinas, te ayudará a controlar la ansiedad y, además, cuando seas capaz de correr no querrás contaminar tus pulmones.

Además de dejar de fumar y activarnos a través del ejercicio, hay un tercer caballo de batalla: evitar la obesidad. Como explica el doctor Antonio Martín González, «está relacionada con el desarrollo de casi todos los tipos de cáncer. En el caso de la mujer, especialmente, en el de endometrio y mama. Hacer deporte de forma regular reduce el cáncer de mama entre un 14 y un 29 por ciento y, en mujeres que ya han tenido la enfermedad, solo caminar ligero, tres horas a la semana, reduce el riesgo de recaída prácticamente a la mitad».

Hay quien piensa que el cáncer te cambia o te da una lección de vida. A mí quizá me enseñó a ser agradecida, a exprimir el presente y, sobre todo, a disfrutar de mi cuerpo. Una vez superada la enfermedad, tardé casi cinco años en descubrir el running, pero espero que me acompañe el resto de mis días. Cada carrera, cada entrenamiento, para mí es un festejo de vitalidad. Cuando corro pongo mi corazón a prueba, exijo a mis pulmones y músculos que hagan un trabajo extra y, además, obligo a mi mente a ignorar la sensación de dolor y sufrimiento. Sí, mis marcas son modestas, pero cada paso por meta para mí es una victoria, en el fondo, es una celebración de la vida.

No voy a decir que vivo sin miedo, porque mentiría. En estos once años en varias ocasiones he vuelto a experimentar esa angustia irracional que te paraliza y te atenaza el alma, pero estoy convencida de que, si algún día la enfermedad vuelve a llamar de nuevo a mi puerta, me tendrá bien pertrechada para hacerle frente. El cáncer de mama va íntimamente ligado al de ovarios y es una posibilidad con la que convivo día a día. Aunque no puedo luchar contra mi propio ADN, puedo optar por la prevención. No fumo, hago ejercicio e intento llevar una vida sana. Aún así, quizá no me libre de estar en la estadística, pero, mientras lo intento, disfruto de la vida y me siento bien. ¿Te unes a mi banda?

Running solidario

Siempre tuve la inquietud de colaborar con alguna ONG, pero al final parece que todos tenemos el mismo problema: creemos que no tenemos tiempo. Sin embargo, mientras corres y haces ejercicio puedes colaborar con una buena causa. Siempre digo que correr te hace el corazón más grande en todos los sentidos.

Con mi dorsal[1] de Uno Entre Cien Mil no solo ayudo económicamente a la fundación, también hago visible un problema: la falta de investigación. En España no se investiga la leucemia infantil desde 2010, y si se quiere erradicar la enfermedad, lo primero que hay que hacer es conocer bien al monstruo para luego aniquilarlo. En esos 5, 10 o 21 kilómetros de carrera todo el que pasa a mi lado puede ver mi dorsal de Uno Entre Cien Mil y, a la mínima oportunidad, hago proselitismo de mi causa y cuento mi historia para que luego otros la cuenten por mí. Aunque a veces parezco un disco rayado, es la campaña de comunicación más eficaz y más barata que existe.

Cuando empecé a correr no me movía ninguna causa solidaria, pero ahora me produce mucha satisfacción dedicarle mis kilómetros a alguien que quizá no puede hacerlo. En una de las quedadas de Mujeres que Corren en Gijón, una madre me dijo algo que me conmovió. Me dio las gracias por llevar el movimiento a su ciudad (que también es la mía) y hablar sobre la leucemia infantil. Esa madre no tenía un hijo enfermo de cáncer, pero sí una hija con una parálisis cerebral. Me estaba dando las gracias por hacer visibles a todas esas mamás que sufren la enfermedad de un hijo, por estar allí corriendo con ellas y diciéndole al mundo entero que sí nos importa por lo que están pasando.

Hay muchas madres con niños enfermos de leucemia que no saben quién soy, ni que corro por sus hijos, pero me da mucha fuerza acordarme de ellos en el arco de salida de una carrera. Pienso en Guzmán, en Miguel (compañero de fatigas de Guzmán, cuya mamá, Sonia, es una de las nuestras) y en todos esos niños enfermos y les envío un poco de fuerza. No puedo aliviar su dolor ni el de sus familias, pero sí correr por ellos.

En países como Reino Unido correr por una charity (una ONG o fundación) es práctica habitual y hay muchas webs que gestionan las donaciones. De hecho, el nombre del famoso maratón de Londres (Virgin Money London Marathon) ya deja claro su vocación solidaria. Es el evento anual más grande del planeta para recaudar fondos y, de hecho, es sin ánimo de lucro. Para poder participar en la prueba lo habitual es que el corredor se comprometa a recaudar fondos para una causa solidaria, desde el cáncer de próstata hasta la distrofia muscular. Yo lo corro este año a favor de Uno Entre Cien Mil.

En España, todavía nos queda un largo camino por recorrer porque los esfuerzos suelen partir de iniciativas personales, pero quién sabe, quizá este sea el comienzo del cambio.

El doctor Valentín Fuster, en su libro El círculo de la motivación, habla del altruismo y dice que «cuando somos solidarios y nos unimos a un equipo para mejorar las vidas de los otros, nuestra motivación y energía aumentan, la tristeza y la depresión disminuyen y nuestros problemas se ven desde una perspectiva muy distinta». Poco después añade: «Soy altruista por conveniencia, no hay nada más conveniente que dar y recibir». No puedo estar más de acuerdo, hacer algo por el otro te ayuda a ver más allá de tu propio ombligo, a ser consciente de lo afortunado que eres y a dejar de vivir en la queja perpetua.

En definitiva, ser altruista nos sienta bien porque mejora la imagen que tenemos de nosotros mismos.

Si yo corro, tú también puedes

No sé a cuántas mujeres habrá contagiado mi fiebre runner. Primero fue mi amiga Clara, luego mi hermana María, más tarde algunas compañeras de trabajo, hasta llegar a miles de mujeres a través de las redes sociales.

Aunque mi madre me dice que con tanto Internet cualquier día me secuestran, lo cierto es que sin el poder movilizador de Twitter, Facebook, Instagram y mi propio blog (thebeautymail.blogs.elle.es), Mujeres que Corren jamás hubiese existido.

Tras convencer a mi entorno más cercano de los beneficios de correr, llegó un momento en que me planteé un reto: si convoco a todas las mujeres de Madrid a correr conmigo, ¿cuántas vendrían? Así que, como la unión hace la fuerza, les propuse a tres amigas que me acompañasen en la aventura.

Eva María Tomé es editora gráfica y nos conocimos a través de un concurso para corredoras que convocamos en la revista ELLE. El premio era el siguiente: una afortunada lectora conseguiría un plan de entrenamiento más una estupenda equipación deportiva para enfrentarse a la Jean Bouin, una carrera de 10 kilómetros en Barcelona y todo un clásico en el calendario runner popular. Para la mayor parte de la redacción aquel premio era lo más parecido a la tortura china, pero a cientos de decididas lectoras les pareció el superplán y, entre todas las chicas que se presentaron, Eva fue la ganadora.

Durante varios meses, Eva contó con la ayuda de la atleta Tamara Sanfabio (campeona de España de maratón en 2011 y récord de España en 2000 obstáculos) para preparar la prueba. Me uní a uno de sus entrenamientos en el parque del Retiro y Amaya Sanfabio —melliza de Tamara—, que también le pega a la zapatilla con mucho brío, se unió a nosotras.

Pasaron los meses desde aquel primer encuentro en el que prometimos repetir entrenamiento. Un día, a través de WhatsApp, les propuse quedar las cuatro a entrenar en el Retiro, pero no solas: quería convocar a todas las mujeres de Madrid a que se uniesen a nosotras. Sinceramente, pensé que me iban a decir que estaba loca, pero a todas les gustó la idea y la verdad es que se emocionaron tanto o más que yo.

Después de cientos de mensajes, montamos la primera quedada para el 1 de febrero de 2013 en el parque del Retiro en Madrid. Era un viernes por la tarde a las cuatro y media, una hora malísima porque las mamás tienen que recoger a los niños del cole (luego rectificamos y la siguiente decidimos celebrarla un sábado por la mañana). Acordamos que deberíamos admitir todos los niveles, desde las que no corrían desde COU hasta las que eran capaces de hacer un maratón. Por eso montamos tres grupos:

Eva estaría siempre detrás del objetivo capturando con su buen ojo los mejores momentos.

Además, les enseñaríamos a estirar y algo de técnica de carrera y, como traca final, organizaríamos un sorteo solidario. En la primera quedada, para participar en la tómbola les dimos una papeleta con un número, pero a partir de la segunda, para poder participar en el sorteo deberían venir con el dorsal de Uno Entre Cien Mil, para la investigación de la leucemia infantil, y entregarlo. Nos harían entrega del dorsal y con ese número entrarían en el sorteo de material deportivo, productos de belleza, etc. Después de diez quedadas, el planteamiento sigue siendo el mismo.

Para dar difusión al evento tiramos de contactos para viralizar nuestro mensaje, de mi blog y de varias webs. Periodistas conocidos, como Carme Chaparro, se hicieron eco de la iniciativa y las redes sociales obraron el milagro. A esa primera quedada vinieron 75 mujeres. Un mes más tarde, convocamos la segunda y asistieron más de trescientas runners. Literalmente, colapsamos el parque del Retiro.

Después de la primera quedada, abrí una cuenta en Twitter (@MQCbycrismitre), una página en Facebook (Facebook/mujeresquecorren) que reúne a diario a más de 10 000 mujeres (probablemente, cuando estés leyendo este libro ya hayamos rebasado con mucho esa cifra) y, recientemente, una web (www.mujeres-que-corren.com). Han pasado ya muchos meses desde aquel mágico 1 de febrero. De media, a nuestras quedadas suelen venir más de 200 mujeres; hemos celebrado el primer Chotis Run de la Comunidad de Madrid (con baile, rosquillas y barquillero incluido); y contamos con el inestimable apoyo de la Dirección de la Mujer de la Comunidad de Madrid y el programa Dona en Barcelona. Incluso nos hemos ido de running tour; nuestra primera parada fue Gijón, luego vino Bilbao y más tarde Barcelona.

Han sido meses muy intensos, porque organizar semejante logística no es fácil. Seguimos siendo un movimiento que se nutre solo de la energía y la pasión de sus integrantes, por lo que, cuando nos desplazamos, hay que pedir muchos favores y convencer a organismos públicos y otras entidades para que apoyen nuestra causa y nos ayuden a hacer llegar el mensaje. Sin la ayuda de nuestras mujeres que corren, el running tour hubiese sido inviable. Loli, Marian, Carmen, Bego, Carol, Esther, Antonia y también nuestros chicos David, Sergio, Santi, Rafa, quienes creyeron en el mensaje, y con empeño, y de forma totalmente altruista, pusieron toda su energía para que pudiésemos desplazarnos del norte al sur pasando por el este de España.

Es maravilloso comprobar cómo una buena causa provoca que la gente se mueva y eche una mano de forma totalmente desinteresada, sin esperar nunca nada a cambio. Sí, lleva tiempo, pero es mucho lo que recibimos, sobre todo yo, porque todos los martes y los jueves, desde ese pequeño rincón virtual que es mi blog, con el café en mano, me comunico con muchas de esas mujeres.

Les cuento mis historias, intento motivarlas y darles ese pequeño empujoncito que a veces les falta para limpiarse la cara antes de irse a dormir o coger un par de bayetas y ponerse a hacer gimnasia en la cocina. También ellas me han contado sus historias (y muchas me han emocionado hasta las lágrimas), me han confesado sus inquietudes, miedos y algunas de sus dudas, que no difieren demasiado de las que yo tenía cuando empecé con esto del running.

Aunque no siempre puedo contestar a todos los mensajes que me llegan a través del blog y redes sociales (es lo que tiene ser tu propia community manager), quiero que mis queridas lectoras sepan que las escucho, que son fuente inagotable de inspiración y que sus ánimos, y también las críticas, son el motor que mueve mi aventura 2.0 y este movimiento.

Mujeres que Corren me ha dado mucho más de lo que yo jamás podré devolver a esas miles de chicas. Mi grupo de amigas se ha multiplicado. Hay muchas que me acompañan fielmente desde la primera quedada y que nunca fallan, llueva o haga sol, incluso no han dudado en unirse a la troupe cuando hemos visitado otras ciudades. Sienten que forman parte del movimiento y se identifican con los valores que representa (amistad, solidaridad, vida sana…).

En todas las fotos veo mujeres con los brazos en alto, riendo y celebrando el poder disfrutar de sus cuerpos y de su tiempo en compañía de otras chicas, sudadas pero siempre felices. Todas somos mujeres que un día decidimos demostrarnos a nosotras mismas que querer es poder y que no necesitamos más que unas zapatillas para vivir la vida sin miedo. Subidas a las alas no conocemos límites porque correr muscula nuestro cuerpo y nuestro corazón, pero, sobre todo, nuestra fuerza de voluntad. Es cierto que no hay más límite que el que una misma quiera ponerse, y nosotras corriendo somos libres.

No sé qué nos deparará el futuro, ni el devenir de Mujeres que Corren. Surgió de forma tan inesperada y espontánea que vivo el presente y mi objetivo no es otro que lograr que mi mensaje llegue a cada rincón de España. Quizá, sin proponérmelo, me he convertido en la Juana de Arco del running en versión 2.0.

Pase lo que pase en el futuro, siempre recordaré las palabras de muchas de esas chicas que se enamoraron del running a través de mi blog, como Loli, quien me ha confesado que la primera quedada de Mujeres que Corren le cambió la vida, o Almudena, que a punto estuvo de hacerme llorar cuando aquel viernes 1 de febrero me dijo que gracias a mí había descubierto el running y le había ayudado a superar un problema personal. Son muchas las historias, los buenos momentos, las risas. No podré olvidarlo nunca.

Mujeres que me inspiran. La historia de Kathrine Switzer

La primera vez que oí hablar de Kathrine Switzer fue a través de Facebook. Alguno de mis amigos había colgado en mi muro la foto de una mujer intentando correr en chándal con un dorsal, el número 261, sobre el pecho. Digo que intentaba correr porque en la foto aparecía un energúmeno vestido de traje y corbata que a fuerza de puro empujón se empeñaba en sacarla de lo que parecía una carrera.

Tiré de Wikipedia y averigüé que la de la imagen era Kathrine Switzer, la primera mujer en correr oficialmente el maratón de Boston en 1967. Hasta ahí la anécdota. También averigüé que hasta 1960 no se permitía que las mujeres participasen en carreras de más de 800 metros. Meses más tarde, mi amigo Rafa Vega me volvió a hablar de ella y me recomendó su libro: Marathon Woman. Me lo compré y su historia me fascinó desde la primera página.

Al poco tiempo, una empresa dedicada a los eventos deportivos vino a la redacción de ELLE para hablarme de un proyecto fascinante: el primer maratón femenino europeo en Mallorca, el 261 Women’s Marathon. Y ¿quién era promotora e imagen de la prueba? Exacto, la mismísima Kathrine Switzer. Me cuesta creer en la magia y en la alineación de los planetas, pero de alguna forma estaba destinada a encontrarme con Kathrine. Pese a todo lo que nos separa —un continente y un bache generacional de más de treinta años—, hay algo muy profundo e intenso que nos une: la convicción de que para las mujeres correr es algo más que correr.

Después de devorar su libro, hace unos meses tuve la oportunidad de conocerla durante la presentación del maratón 261 del que es imagen. Tenía solo 15 minutos de entrevista y, como una ametralladora, disparé todas mis preguntas. Ocurrió la peor de las pesadillas para un periodista: la entrevista no se grabó. Casi me dio un síncope cuando me puse a transcribir la entrevista y la pista no aparecía en mi móvil. Tampoco había tomado notas, porque le hice las preguntas subida a un incómodo taburete, así que, mientras sujetaba la grabadora, los papeles, e intentaba no perder el equilibrio, no me quedaba mano libre con la que tomar notas.

Como Kathrine me había dejado su tarjeta para que nos mantuviésemos en contacto, le mandé un mail tipo SOS. Enseguida me respondió y fijamos una nueva cita para hacerle la entrevista por teléfono. Yo en Madrid y ella en su casa de Nueva York. A la segunda pregunta, de repente, el teléfono dejó de funcionar. Se cortó la comunicación, el aparato no daba ningún tipo de señal. Aporreé el maldito teléfono, pero no había tono. Salí de la sala de juntas de ELLE soltando improperios porque, llegados a ese punto, no me podía creer mi mala suerte tecnológica. ¿Qué iba a pensar Switzer?

Me fui hasta el cuarto de moda, donde tenemos un teléfono con manos libres, enchufé de nuevo las dos grabadoras (esta vez no dejaba nada en manos de la fortuna) y pensé que no me iba a contestar, pero todo lo contrario. Al segundo tono, al otro lado del teléfono oí la sonora voz de Kathrine. «Estas cosas pasan. Somos supervivientes. Seguimos», me dijo con su buen humor. Media hora de entrevista en la que hablamos de running y mujeres, y la promesa de seguir colaborando en varios proyectos.

Switzer es una de esas mujeres de vitalidad arrolladora. Es como Lauren Bacall, pero en versión runner, con sesenta y seis años tiene una energía contagiosa y sigue corriendo, abanderando el running femenino y dando ejemplo. Si a mí me gustan las mallas de colorinos, a ella le van las faldas con estampado tartán. No puedo escribir este libro y no contar su historia, porque ella me inspira a seguir adelante.

Todo comenzó la fría mañana del 19 de abril de 1967 en Boston (Massachussets, Estados Unidos). Kathrine Switzer, una estudiante de Periodismo de la universidad de Siracusa (Nueva York), iba a correr el maratón de Boston, la más antigua, la más prestigiosa y reservada solo a los hombres. No estaba bien visto que las mujeres corriesen, porque afirmaban literalmente que se les podía desprender el útero o salirles bigote. —No, no es una exageración, así lo creían en aquella época en la serie de los Mad Men.

Pero Kathrine estaba dispuesta a correr los 42 kilómetros con 195 metros. Se había entrenado durante meses y se registró con sus iniciales: K. V. Switzer. La normativa de la carrera no prohibía a las mujeres apuntarse, porque simplemente era impensable que ninguna se atreviese a hacerlo. Su dorsal era el 261. Como parte del entrenamiento previo, su tirada larga no fueron los clásicos 30 kilómetros, sino 50. Sabía que podría correr la distancia. Ya lo había hecho.

El día de la prueba no ocultó su condición de mujer, no escondió su feminidad e incluso se atrevió a pintarse los labios. «Dios, llevas la boca pintada», le dijo su novio Tom, atleta y lanzador de martillo, mientras calentaban de camino a la salida de la prueba. «Siempre me pinto los labios. ¿Qué hay de malo en eso?», respondió ella. «Alguien puede ver que eres una chica y no dejar que corras, quítatelo», insistió Tom. «No me voy a quitar la barra de labios», concluyó ella mientras buscaba un hueco bajo el arco de salida.

Los primeros kilómetros fueron tranquilos, muchos corredores se sorprendían al ver a una mujer en la prueba, pero le daban ánimos. Todo cambió cuando fue rebasada por el camión de prensa. Los periodistas se fijaron en ella y empezaron a disparar sus cámaras. «¡Una mujer corriendo con dorsal!», decían. Aquello había que inmortalizarlo.

De repente, Kathrine escuchó una voz atronadora que decía: «Sal de mi carrera y dame ese dorsal». Era Jock Semple, codirector de la carrera, quien intentaba arrancarle el dorsal del pecho y echarla a empujones. Su entrenador Arnie Briggs le pidió que los dejase en paz insistiendo en que él la había ayudado a preparar el maratón. Lo que Semple no esperaba era el placaje de Tom, novio de Kathrine. Perdió el equilibrio y se cayó. Kathrine, presa del miedo, continuó corriendo y, desde ese momento, supo que debía terminar aquella carrera, aunque fuese a gatas. «Si no lo hacía, la gente pensaría que las mujeres no podían hacerlo». Ese pensamiento logró llevarla hasta la meta en 4 horas y 20 minutos, convirtiéndose así en la primera mujer en correr oficialmente el maratón de Boston.

Aquello podría haberse quedado en mera anécdota, pero Kathrine se convirtió en la abanderada de los derechos de la mujer dentro y fuera de las pistas de atletismo. Aquella carrera cambió su vida porque, al cruzar la meta, Switzer ya tenía un nuevo objetivo: todas las mujeres deberían tener las mismas oportunidades. Estaba dispuesta a cambiar sus vidas.

«He visto cómo las mujeres que corren ahora se sienten poderosas, realizadas, y eso cambia su actitud hacia el trabajo y todo lo que pueden conseguir. Un ejemplo son las mujeres keniatas que empezaron a correr. Eran ciudadanas de tercera clase, pobres y poco valoradas, pero cuando comenzaron a correr y demostraron lo buenas que eran, empezaron a ganar dinero en las carreras. Luego, lo invirtieron en sus aldeas, construyendo casas, vacunando a los niños, desinfectando el agua. Lograron cambiar el tejido social de su comunidad. Esa es una transformación social enorme y es donde correr, el acto tan sencillo de poner un pie delante del otro, logra cambiar sus vidas de forma tan radical», me confesaba Kathrine durante nuestra charla.

Tras aquel maratón, Switzer continuó entrenando. Hasta cinco años más tarde las mujeres no pudieron correr de forma oficial el maratón de Boston. Ella había impulsado el cambio. En total ha participado en treinta y nueve maratones; en 1974 ganó el maratón de Nueva York y en 1975 logró correr el maratón de Boston en 2 horas y 51 minutos.

Después de su experiencia en Boston, Switzer buscó de forma activa oportunidades para que las mujeres pudiesen correr, y así, junto con la firma cosmética AVON, creó un circuito de running internacional. Durante más de treinta años, en estas pruebas participaron más de un millón de mujeres en veintisiete países distintos. Kathrine no paró de hacer campaña a favor de la incorporación de la mujer al deporte y en 1984 logró su sueño: el primer maratón olímpico femenino.

«Es el mayor reconocimiento para un maratoniano y, además, era muy importante para abrir la mente de todo el mundo acerca de lo que las mujeres eran capaces de hacer. Conseguir que el maratón femenino estuviese en unos Juegos Olímpicos y que, además, fueran televisados era muy importante porque todo el mundo se daría cuenta de que nosotras podíamos hacer todo lo que nos propusiésemos. Para mí, en cierto sentido, era tan importante como dar a las mujeres el derecho a voto, porque era el equivalente físico de la aceptación social de las mujeres. Ahora también seríamos aceptadas desde el punto de vista físico», me contó Switzer. Cuando la estadounidense Joan Benoit Samuelson cruzó la meta en el maratón femenino de las Olimpiadas de Los Ángeles en 1984, en 2 horas 24 minutos y 52 segundos, Switzer vio cumplido su sueño.

Aunque Benoit fue la primera mujer en lograrlo, quien de verdad se llevó la mayor ovación y el clamor del público fue la mujer que entró en meta en el puesto 37. Dando tumbos, totalmente retorcida por culpa de los calambres, exhausta, deshidratada y a punto del colapso debido al calor y la elevada humedad, la corredora suiza Gabrielle Andersen-Scheiss mantuvo al estadio y al mundo entero en vilo durante 5 minutos y 44 segundos, lo que tardó en recorrer la última vuelta en el interior del estadio, en uno de los grandes momentum de la televisión y el deporte femenino.

Sin dejar de tambalearse y haciendo verdaderos esfuerzos por no desfallecer, Gabrielle se negó a recibir la ayuda de los médicos (si no sería expulsada de la prueba) y, finalmente, retorcida por el esfuerzo logró cruzar la meta para caer en brazos de los jueces. Dos semanas más tarde competiría de nuevo. En Los Ángeles 84 quedó claro que las mujeres estaban dispuestas a correr y no iban a desaprovechar esa oportunidad histórica.