En materia deportiva siempre lo he hecho todo tarde y siempre con un pero. Empecé a esquiar de mayor, pero me mareo y tengo que doparme para soportar el vaivén de los remontes; más adelante, me entró la vena aventurera y me saqué la licencia para bucear, pero a día de hoy me sigue dando un miedo horrible, con ataque de pánico y llanto incluido, cada vez que veo un regulador. Por supuesto, también era la cliente chollo de los gimnasios: pagaba religiosamente todos los meses, pero no me veían el pelo.
Otro desencuentro en el ámbito de la actividad física lo tuve con el golf. Quise darle una oportunidad y, en pleno boom (cuando Tiger Woods todavía no había roto un plato), me apunté a un cursillo. Recuerdo que para conseguir plaza tuve que hacer cola desde las 6.00 de la mañana a las puertas del club —es lo que tiene ser de la generación del baby boom, que todo lo hacemos en plan manada y siempre terminamos a la cola—. Al principio me gustaba mucho y, presa de la emoción, me hice con el estilismo completo: polo, bermuda, calcetines y zapatos. Ni idea de darle a la bola, pero, para meterse en el papel, había que ponerse el total look, aunque no pisase el campo y mi juego se limitase a pegar hachazos en el aire intentando levantar la bola del tapiz. Incluso, en un acto de amor, fui capaz de ver parte del Masters de Augusta. Pese a todo, a los pocos meses, con el cursillo hecho y el handicap en la mano, si te he visto no me acuerdo. Hoy, mis palos de golf acumulan polvo en el garaje a la espera de que algún día les dé una nueva oportunidad.
Con el running tenía que conseguirlo, o al menos intentarlo. Todo el mundo me decía que lo lograría, así que tuve más fe en sus palabras que en mí misma y seguí corriendo. Ahora, correr es para mí como ese noviazgo que, cuando supera la barrera de los tres años, ya tienes claro que es el amor de tu vida. Aun así, es posible que, como en cualquier love story, empieces con mucha energía y a los pocos meses tus ganas se precipiten cuesta abajo y sin frenos, por eso la motivación es la chispa que te ayudará a empezar y el hábito lo que te mantendrá.
Aunque en mi caso la razón para empezar a correr fue la pura necesidad de perder peso, hay quien corre para liberar estrés, por prescripción médica o porque quiere dejar de ser sedentaria. Existen mil razones para hacerlo. Aquí te dejo la de Loli, conmovedora e inspiradora a partes iguales.
Hola, me llamo Loli y me declaro fiel apasionada de esta fiebre runner que nos invade y seguidora al cien por cien del movimiento Mujeres que Corren. Si me lo cuentan hace seis años, hubiera dicho que no estaban hablando de mí. Con esto que llaman la crisis de los cuarenta, cuando el cuerpo parece no obedecer a tus órdenes y, sin embargo, la gente mayor aún te ve joven «a su lado», decidí que había llegado el momento de poner más atención en mí.
Atrás quedaban los años de partos, postpartos y lactancias, en que yo no era la protagonista de mis cuidados, lógicamente. Y así, coincidiendo con el tremendo golpe de saber que mi tercer hijo sufría autismo severo, decidí que correr era la otra alternativa a encerrarme en mi pena, medicarme y no saber encajar las cosas que venían del revés.
Así empecé. Poco a poco, con pequeños tramos, literalmente ahogada, como no podía ser de otra manera. Pero descubrí los beneficios que reporta este ejercicio: te sientes viva, llena de salud, la autoestima mejora y te ves capaz de enfrentarte a los retos más duros.
Mientras corres no puedes estar triste, ni preocupada, ni pensando en los problemas. Está prohibido, porque es tu «hora», tu happy hour.
Solo recuerdo haber corrido una vez llorando. Iba sola y escuchaba Somewhere Over The Rainbow. Resultó bastante incómodo, así que dije: «nunca más».
Lo cierto es que ahora prefiero correr acompañada; cuantos más, mejor. No sé si es casualidad, pero se trata de una gente maravillosa. Claro, no debe serlo tanto: compartimos una afición, un punto común en nuestro carácter, somos una especie diferente. Estoy convencida. Ellos me han dado la oportunidad de conocer lugares en los alrededores de mi hermosa ciudad que de otra forma no hubiera pisado jamás, y compartimos entrenamientos e ilusiones. Hace unos meses, me estrené con mi primer medio maratón y ha sido una gran experiencia.
Hoy, superada la fase de duelo, que llaman, y encantada de «lucir autismo» allá por donde vaya con mi pequeño, no pido más que poder seguir corriendo, hacer que otros también lo experimenten o que, al menos, lo prueben (doy fe de que en alguna ocasión lo he conseguido y con mucho éxito). Y, en especial, quiero animar a las mamás que sufren a que salgan del hoyo «corriendo». Mi hijo Odón tiene discapacidad intelectual, no tiene mecanismos de expresión, apenas maneja el lenguaje y, sin embargo, sabe que mamá corre y le gusta que lo haga, porque la ve más feliz, más fuerte y más relajada. Su movilidad es reducida, pero, quién sabe, quizá algún día nos veamos corriendo juntos, como juntos ya corremos nuestra particular carrera en la vida.
Los comienzos con el running no son un camino de rosas. Cuando empecé, pasé por días en los que me ponía mil excusas para no salir a correr. A la pereza se sumaba el frío, también la falta de motivación, las mil tareas pendientes… Lo sé, en ocasiones es difícil encontrar una razón de peso para entrenar. Muchas veces me he ido a la cama con este pensamiento: «Mañana corre Rita». Sin embargo, a las 8.00 del día siguiente hay un resorte en mi interior que me hace levantarme y, en modo autómata, ponerme mi ropa de correr y salir a quemar zapatilla. Dicen que el hábito hace al monje, y te aseguro que llegará un punto en que ni lo pensarás, simplemente correrás. Hasta que lo logres, te dejo algunos tips que a mí me han funcionado cuando no encontraba las ganas de correr.
Tal como hice yo, al principio, lo mejor es convencer a alguien: la amiga, la prima o la vecina, una víctima que se comprometa contigo, con la que firmes una especie de pacto para ayudaros mutuamente en la consecución de un objetivo.
Creo que pruebas como la Carrera de la Mujer funcionan tan bien porque tienen ese componente social. Para nosotras es importante hacerlo todo acompañadas, y si no, ¿por qué tenemos esa manía de ir siempre juntas hasta al baño?
En los meses de primavera y comienzos de verano, muchas chicas se animan a darle una oportunidad al running, pero, en cuanto cambia la hora, empieza a anochecer antes y baja la temperatura del termómetro, es más difícil encontrar las ganas (te entiendo). Si este es tu caso, la solución está en entrenar en grupo. Puedes montar el tuyo propio con compañeras de la oficina, vecinas y amigas. Además, muchos polideportivos municipales cuentan con grupos de corredores y el precio es muy económico. Estoy segura de que si no hubiese sido por mis compañeras del Club de Atletismo Paracuellos, y en especial por mi querida Eva, hoy no estaría aquí escribiendo este libro. Confié en sus palabras: podrás hacerlo. Y voilá, en breve me enfrento al maratón. ¿Quién lo hubiese pensado?
También hay clubes de atletismo para runners populares, y en las tiendas de deporte especializadas y en los gimnasios se organizan grupos de entrenamiento. Formar parte de este tipo de colectivos tiene muchas ventajas, porque los entrenamientos son más específicos. Se hacen series en pista, intervalos, sesiones de fuerza, estiramientos, etc. Además, muchos tienen descuentos en material deportivo, se organizan para ir juntos a las carreras y el intercambio de información es constante. ¡Siempre hay alguien dispuesto a darte un consejo!
No hay que ser una atleta profesional para formar parte de un club. La inmensa mayoría busca la promoción del deporte y admiten todos los niveles, desde las que empiezan caminando hasta las que son capaces de enfrentarse a un maratón. Créeme, te sentirás muy a gusto corriendo con otras chicas y, además, es una forma estupenda de ampliar tu círculo de amistades y conocer de verdad la zona en la que vives.
Al comienzo, correr en grupo a mí me ayudó muchísimo. Tener la sensación de pertenecer a un colectivo me motivaba. Además, contar con el consejo de otros corredores expertos me ayudó a resolver dudas; muchos de ellos eran el espejo en el que mirarme porque la mayoría había empezado como yo (sí, incluso los que parecían más profesionales).
Las carreras son también una muy buena oportunidad para entrar en contacto con otros grupos de corredores. Vence tu timidez y pregúntales si puedes unirte a ellos. Yo lo he hecho. Recuerdo que hace un par de años, en la Gambia Race en la Casa de Campo (Madrid), Clara conoció a un grupo de runners, Las Gacelas de Madrid (www.gacelasdemadrid.es). Le pidieron que se pusiese detrás del objetivo y les hiciese una foto, y enseguida conectaron. Aquel día Clara volvió a casa convertida en gacela. Cuando me lo contó, yo también quise unirme a la manada. «Si tu gacelas, yo también», le dije. Así que ella se convirtió en la Gacela de Park Avenue y yo en la de Gijón.
Ellos suelen quedar a entrenar para acompañarse en las tiradas largas. Nosotras lo tenemos un poco más complicado, pero lo que nunca falla es nuestra mítica quedada para hacernos una foto el día que hay prueba. Da igual dónde sea la carrera, siempre se busca una papelera para inmortalizarnos junto a ella. Además, este rebaño es muy solidario y todos sus miembros hacen alguna aportación económica que luego se dona a distintas fundaciones y otras organizaciones no gubernamentales. Quizá no nos veamos a menudo, pero siempre hay una gacela lista para acompañarte en un rodaje largo o hacerte de liebre en una carrera y que así cumplas tu objetivo de rascarle unos segundos al crono.
También hay grupos que, además de entrenar en equipo, apuestan por las iniciativas solidarias alrededor del running. Son el más claro ejemplo del #runforfun (correr por diversión), como mis amigos los Drinking Runners (www.drinkingrunners.com) y su exitoso proyecto #kmsXalimentos. Mientras se preparan para correr un maratón (este año les tocaba el de Sevilla), van recogiendo alimentos en quedadas que organizan ad hoc y también en distintas carreras de la Comunidad de Madrid. En su anterior proyecto, Mapoma 2013 (maratón de Madrid), lograron reunir más de 7000 kilos que luego donaron al Banco de alimentos. Hacen salidas en grupo para preparar la prueba y todo el mundo es bienvenido a entrenar con ellos.
El mundo runner está lleno de gente muy sana, maravillosa y solidaria, con ganas de compartir experiencias. No seas tímida y únete a la banda.
Por Paracuellos cada vez me encuentro con más runners que, como yo, aprovechan sus tiradas para salir a correr con sus mascotas. Así matamos dos pájaros de un tiro: sacamos a nuestro best friend y, además, la tirada es más amena porque vamos acompañados. Pero ¿es bueno que los perros corran?
«Es muy bueno que hagan actividades físicas con sus dueños, porque así se evita el sobrepeso, un problema que sufren muchos de ellos. Además, liberan energía y así no destrozan la casa. Todos los perros, independientemente de su tamaño, deben hacer algún tipo de actividad física, pero siempre con sentido común y sabiendo el tipo de perro que tenemos», explica la veterinaria Cintia Costas.
Sentido común, una buena «garcillada», que diría mi madre, fue lo que me faltó a mí hace dos años cuando cometí el grave error de someter a mi pobre labradora a más kilómetros de los que sus cuatro patas podían aguantar. Pixie, alias la perra santa, me siguió sin rechistar durante 18 kilómetros de tirada. Resultado: al llegar a casa la perra estaba coja, y fue tal el remordimiento que, en un ataque de estupidez supina, le di medio ibuprofeno. ¡Nunca, nunca mediques a tu perro! Y menos con un antiinflamatorio como el ibuprofeno, porque el animal no es capaz de metabolizarlo y puede tener un fallo renal y morir.
No sé si fue el empanamiento propio de un domingo por la tarde o mi inconsciente conciencia, pero le di la maldita pastilla y luego miré en Internet. Y ¿por qué no lo hice al revés? Hoy por hoy todavía no me lo explico. En fin, si metes en Google ibuprofeno y perro se te ponen los pelos como escarpias, porque la conclusión es que tu mascota se va a morir. Actué rápido (menos mal) y llevé a la perra a un veterinario de urgencia, quien logró que la pobre vomitase, previo chute por la boca de tres jeringuillas de agua oxigenada. Pixie es tan buena que hasta movía el rabo pensando que le iban a dar una chuche.
En Internet hay un montón de páginas dedicadas al canicross (como canicross.es), una disciplina deportiva que consiste en correr atado a tu perro. En todas ellas te informan sobre carreras, clubes, material y otros eventos. Para tener una idea clara de cómo correr con tu mascota, la veterinaria Cintia Costas nos da estas pautas:
Buscarse un entrenador personal también es una muy buena opción para no perder las ganas de correr o ir un poco más allá, pero hay quien piensa que es muy caro o que hay que tomarse muy en serio esto del running para contar con su ayuda. Nada más lejos de la realidad. En muchos casos es bastante más barato que las cuotas de los gimnasios, porque puedes optar por un servicio más económico, como la planificación mensual de entrenamiento. Es algo así como un entrenador virtual. Sales a correr por tu cuenta, pero bajo las directrices del entrenador, que te envía el plan por correo electrónico.
En mi caso, llegó un punto en que era inviable estar en el polideportivo a las 7.00 de la tarde todos los martes y jueves, así que me busqué un preparador físico para que me diseñase mi propio plan. Chus Fernández (www.entrenos.net) es triatleta y, aunque él está en Gijón y yo en Madrid, me ayuda (y mucho) a correr con cabeza. Tenemos fijadas cuatro sesiones a la semana: martes, jueves, sábados y domingos. Todos los domingos, a última hora de la tarde, me manda un mail con un PDF en el que viene detallado todo el entrenamiento de la semana: las series, los pulsos, los ritmos, los tiempos, las recuperaciones… Al principio, aquello era como un jeroglífico y siempre terminaba «customizando» el entrenamiento a mi manera, pero ahora ya estoy superacostumbrada a ese nuevo lenguaje a base de minutos y números, que a simple vista parecen no tener ningún sentido.
Corro con un reloj con GPS y cuando llego a casa me descargo todos los datos en el ordenador y el mismo programa elabora un informe que le mando por correo electrónico. De esta forma, él puede ver cómo he corrido al segundo y con todo lujo de detalles. Al día siguiente, me da la enhorabuena o me mete en cintura por haberme pasado de ritmo. Con los datos que le envío (frecuencia cardiaca, ritmo, intervalos, etc.) él puede saber si las cargas de trabajo son o no las adecuadas para así ajustarlas. Además, muchas veces le adelanto que voy a estar de viaje y entonces me ofrece alternativas para hacer, por ejemplo, cambios de ritmo en la elíptica.
Chus me ha ayudado muchísimo. Ahora, no solo corro más rápido, sino que me lesiono mucho menos y estoy más motivada, porque voy notando cómo poco a poco voy progresando. Por otra parte, contar con una programación me ayuda a planificar y organizar la semana, porque ya sé cuántos kilómetros me tocan cada día y, normalmente, las sesiones más largas están fijadas para el fin de semana. Si estoy fuera de Madrid, no importa, no pierdo la sesión porque llevo la planificación conmigo y sé qué tengo que hacer. Además, si surge alguna duda o si no soy capaz de sacar el entrenamiento, él siempre está disponible a golpe de clic.
Si quieres tener tu propio plan, no dudes en consultar a expertos como Easyrunning.es, coentrena.com, yeswerun-alba-garcia.es y también hermanassanfabio.wordpress.com.
Desde el primer día que empecé a correr tenía claro que debía apuntarme a una carrera. Competir era lo único que me motivaría a correr en esos días en los que no entrenas tu cuerpo, sino más bien tu fuerza de voluntad. Sin embargo, he escuchado decir más de una vez: «No quiero ir a una carrera porque no soy competitiva». Personalmente creo que es un concepto equivocado. El reto está en ti y no en el otro. Quizá se deba a que el sentido de la competitividad en una mujer sea muy distinto al de un hombre, porque por naturaleza solemos ser más cautas. A diferencia de ellos, es poco probable que una chica que no ha corrido ni cinco kilómetros se plantee hacer un maratón (aunque las hay y conozco a alguna). Después de correr cinco kilómetros, muchas mujeres desearían poder correr ocho antes de plantearse un diez mil para ver que pueden hacerlo.
Yo lo tengo claro: no corro «contra», sino «con». El ejemplo más claro lo encuentro en las carreras en las que participo junto a mi amiga Clara; competimos juntas, no enfrentadas. Esto no quiere decir que baje el pistón para acoplarme a su ritmo si veo que soy capaz de ir más fuerte. Cuando estoy bajo el arco de salida con Clara siempre nos decimos lo mismo: «No me esperes, haz tu carrera». Y así es. Ha habido pruebas en las que no he sido capaz ni de olerle la coleta y otras en las que he sido yo quien marcaba el ritmo. Y, aunque ella pase por meta antes (que ocurre la mayoría de las veces), aunque me gane, con la mano en el corazón puedo decir que nunca me he sentido mal. Estoy feliz porque cada una ha logrado su objetivo y porque, si mi amiga no fuese delante de mí o a mi lado, hubiese resultado difícil encontrar la motivación para seguir corriendo. Ella me empuja a llegar más lejos. Correr con una amiga es como un regalo, porque sé que gracias a ella voy a dar lo mejor de mí. Es una oportunidad para esforzarme. Si no fuese detrás, es probable que no tuviese la suficiente fuerza para seguir tirando. Sin duda, correr te enseña mucho sobre ti misma, pero sobre todo a ir más allá de tus propias limitaciones.
Recuerdo que el año pasado, en la Carrera de Paracuellos de Jarama (Madrid), había muy pocas chicas. Clara iba en tercera posición y yo en cuarta (si nosotras íbamos a la cabeza, os podéis imaginar que los estrógenos escaseaban aquel día). El caso es que Clara me sacaba como unos 20 segundos, la tenía delante de mí, a pocos metros, pero no podía llegar a su altura (cuando corres hay veces que los segundos parecen horas y los metros kilómetros), y el público (muchos de ellos amigos) no paraba de decirme: «Venga, que ya la tienes, que la alcanzas». De corazón, les agradecía los ánimos, pero llegó un punto en el que, con el poco aliento que me quedaba, solo podía decirles: «No os preocupéis, somos amigas».
No mires con recelo las carreras porque proponerse un reto es la única forma de ir mejorando y, sobre todo, de no abandonar. Si no supiese que en un par de meses me voy a enfrentar a una distancia, difícilmente sacaría ganas para salir a correr, porque siempre hay algo mucho más tentador. Además, pueden proporcionarte experiencias de lo más gratificantes.
Cuando empecé a correr jamás hubiese imaginado que me atrevería a apuntarme a un medio maratón justo a la vuelta de las vacaciones, en plena reentré, pero lo he hecho y, sin duda alguna, ha sido una de las mejores experiencias de mi corta vida como runner.
En un viaje de prensa a Estocolmo, la gente de Nike me habló de un medio maratón en Londres, Run To The Beat (corre al ritmo), 21 kilómetros amenizados por varios Dj’s. Aquello me parecía el planazo, una carrera con la mejor música por las calles londinenses. Ya había hecho un medio maratón en París y otro en San Francisco, así que me parecía una buena oportunidad poder descubrir cómo era el ambiente runner en Inglaterra. Además, la prueba salía del parque de Greenwich, de donde también arranca el maratón de Londres, así que podía hacerme una buena composición previa a mi próximo reto. Nos regalaban los dorsales, así que tardé dos minutos en idear un plan. Llamé a Clara por FaceTime y le dije: «No me puedes decir que no. Nos vamos juntas a Londres. Te invito al vuelo». Y dicho y hecho, Clara organizó la logística en su casa y se sumó al plan.
Encuentro muy complicado entrenar en verano; el calor me mata y madrugar en vacaciones para salir a correr muchas veces no es lo más apetecible, sobre todo si has trasnochado. Pero el reto estaba encima de la mesa: el 9 de septiembre teníamos una meta a 21 kilómetros con 95 metros. Clara en Fuengirola y yo en Gijón logramos cuadrar rodajes y series para llegar a septiembre en la mejor forma posible. Nuestro objetivo era el clásico «vamos a disfrutar y a terminarla», y vaya que si lo logramos.
Lo mejor de todo era el fin de semana para running girls con escapada de shopping incluida. Escogimos un hotel no muy lejos de la salida del medio maratón («no muy lejos» para la capital británica es a 40 minutos con varios transbordos de metro y tren) que, además, tenía su propia cocina, así que podíamos hacernos los copos de avena para desayunar. Tengo un estómago bastante delicado y poder prepararme mi desayuno antes de correr es fundamental para no terminar la prueba buscando un baño en plan SOS.
El sábado el plan era hacer un poco de entrenamiento cruzado, unas series, unas cuestas por el Soho, Oxford Street y Covent Garden, comprando chaquetas y jerséis en Uniqlo y whey protein (proteína de suero de leche) en Whole Foods. Nuestra shopping bag es así de ecléctica. Después de doce horas deambulando por el centro volvimos al hotel y nos echamos unas buenas risas intentando cuadrar nuestras respectivas maletas. Si nos paraban en el control de seguridad, el guardia no iba a dar crédito. Parecía que íbamos de contrabando: semillas de chia, cereales de espelta crujiente, avena ecológica, sellos y papeles comprados en los almacenes Liberty & Co, alguna que otra camiseta y mucha bisutería absurda que a saber cuándo nos íbamos a poner, pero que allí nos parecía de lo más cool.
A la mañana siguiente, a las 7.00 en pie. Comenzaba el ritual previo a la carrera. Clara, que es la reina de Spotify, tenía una lista hecha para motivarnos a tope. Como somos previsoras, el día anterior habíamos calculado el tiempo que nos llevaría llegar hasta la salida de la carrera. Así que nos arreglamos sin prisa.
Hacía un día espectacular, sol radiante y ligeramente fresco. Se podía correr de corto sin problema. Salimos del tren y nos dirigimos al parque. La primera sorpresa nada más llegar: vimos el cartel de la última milla en una señora cuesta que se prolongaba durante casi dos kilómetros. En la parte final de la carrera íbamos a sufrir un poco. Tras recoger los dorsales, rápidamente hicimos el pis del miedo y a calentar. Con nuestros dorsales nos podíamos colocar en el primer cajón de la prueba, todo un lujo. La sorpresa fue mayúscula cuando un miembro de la organización se acercó a nosotras y nos preguntó si nos importaba colocarnos justo debajo del arco de salida para que hubiese más chicas. «Of course, not» (por supuesto que no), contestamos al unísono. Así que, sin saber muy bien cómo, dos españolas sujetaban la cinta de salida de un medio maratón en Londres.
En ese momento no podía dejar de pensar que en esta vida todo es posible. Quién hubiera pensado cuatro años antes que un día iría a la cabeza de un medio maratón, aunque fuese tan solo durante unos metros. Cuando dieron el pistoletazo de salida echamos a correr como alma que lleva el diablo, llevábamos 19 000 corredores a nuestras espaldas y de frente teníamos varias cámaras apuntándonos. Creo que hice los 300 metros más rápidos de mi vida, y al pasar las cámaras le dije a Clara: «O bajamos el ritmo o morimos en los 21 kilómetros que aún nos quedan por delante».
Estoy segura de que ese 9 de septiembre hicimos la carrera de nuestras vidas. No tanto por la marca, sino por las sensaciones tan increíbles que experimentamos. Fuimos a un ritmo muy cómodo, disfrutando del paisaje, escuchando los comentarios de otros runners, saludando a los espectadores como si fuésemos de la realeza, chocando palmas con los niños que nos animaban durante el camino. Los últimos dos kilómetros fueron los más sufridos, pero ya lo sabíamos y estábamos preparadas. Además, Clara tenía la receta para no desfallecer: «bracea a tope y sube las rodillas». Pasamos por meta en 1 hora y 44 minutos, agarradas de la mano y con los brazos en alto.
No hay foto de nuestra llegada, pero tampoco la necesito porque difícilmente olvidaré el abrazo que nos dimos y la sensación de plenitud que experimenté al pasar por meta. Solo por momentos como este, todos esos días de dudas y el esfuerzo habrán merecido la pena. Durante esos 21 kilómetros en lo único que podía pensar era en las sorpresas y las alegrías que me ha dado este deporte. Sé que subida a las alas todo es posible.
Aunque hay quien las tacha de sectarias, a mí me parecen muy divertidas y especiales por el ambiente que se genera. Y, además, casi siempre son solidarias. En España, todavía hay pocas y la más popular es la Carrera de la Mujer, pero en Estados Unidos y en buena parte de Europa suelen ser muy habituales. He tenido la suerte de correr varias pruebas en Estados Unidos, y algunas han sido delirantes, como la Divas Half Marathon and 5K Series (http://www.runlikeadiva.com/), en Vail (Colorado, Estados Unidos).
No fui a Vail expresamente para correr esa carrera (todavía no llego a tanto), pero tuve la fortuna de que la prueba coincidiese con mi estancia en este resort, meca de los amantes del esquí y los deportes de invierno. Fui en verano, cuando la estación se reconvierte para acoger a todos los amantes del deporte al aire libre. Todos los remontes estaban en funcionamiento para que pudieses bajar en bici de montaña por las pistas o hacer excursiones. Me enteré de que había un grupo de corredores en un gimnasio local y, por supuesto, me apunté. Me levantaba a las 6.00 de la mañana, cogía mi bicicleta y me iba a la montaña a correr con un grupo de desconocidos.
Pero volvamos a la prueba. Todavía no me veía lista para el medio maratón y, además, no me veía capaz de hacer 21 kilómetros a 2496 metros de altitud. «Too much for my body», pensé, así que me apunté al recorrido de 5 kilómetros. El plan only girls me parecía divertidísimo. Todo el fin de semana giraba alrededor de la prueba y el ambiente era de lo más festivo, incluso desentonabas si no corrías disfrazada con un tutú o unas mallas de licra rosa chicle. Hice los 5 kilómetros sin problema y, al pasar por meta, después de nombrar a «Mary Anne, from Little Rock (Arkansas)», todo el mundo pudo escuchar que llegaba a meta «Cristina «Mitra», from Madrid (Spain)». Como broche final a mi momento de gloria: copa de champán, una boa de plumas fucsia, una corona y una medalla, para coronarme como la reina del baile. Veo las fotos y me da la risa. Vaya pinta.
Otra carrera que recuerdo con mucho cariño es la Nike Women’s Marathon de San Francisco (Estados Unidos). Yo participé en el medio maratón. Creo que nunca me he sentido más aliviada al cruzar un arco de meta. Primero, porque se terminaba aquella montaña rusa de 21 kilómetros y, segundo, porque por fin podría ir al cuarto de baño. Sin embargo, pese a lo duro del perfil, al insoportable desfase horario que arrastraba (había llegado un jueves para correr al domingo siguiente) y a la falta de horas de descanso, jamás olvidaré ese día, aquellos míticos 21 kilómetros.
A las 5.00 de la mañana ya estábamos desayunando, porque a las 7.00 arrancaba la prueba. Así que nos colocamos en la salida cuando aún era noche cerrada. Hacía fresco, pero la energía que había al comienzo de la prueba era electrizante. No sé si fue por efecto del desfase horario o por lo cansada que estaba, pero antes de comenzar a correr lloré, escuchando un himno que no era el mío, con la mano en el corazón mientras miraba una bandera. Y sí, lloré de la emoción al ver a grupos de mujeres abrazadas, de amigas chocando palmas, de madres e hijas que se besaban y que habían decidido unirse para correr juntas. Y entre aquella inmensidad de mujeres estaba yo, sola pero arropada por todas ellas. Nos mirábamos, nos sonreíamos, chocábamos palmas y nos deseábamos suerte con la mirada, sin despegar los labios.
Bajo el arco de salida, Joan Benoit Samuelson, la ganadora del primer maratón femenino olímpico —las mujeres tendríamos que esperar hasta los Juegos Olímpicos de Los Ángeles en 1984 para poder participar en un maratón—, nos dirigió unas palabras, pero no recuerdo lo que dijo. De hecho, no me di ni cuenta de quién era ella, porque yo parecía estar en otra galaxia.
Aquella fue una prueba dura donde las haya, con un desnivel «destrozapiernas» y con la compañía de una pegajosa y húmeda niebla que no me dejó ver ni el Golden Gate ni Alcatraz. Pero durante 21 kilómetros fui feliz compartiendo una aventura con miles de desconocidas con las que tenía algo en común: nuestras tremendas ganas de correr.
Después de haberos contado estas experiencias no os vais a creer mis inicios en esto de las competiciones, pero, como a estas alturas de libro os veo decididas a engancharos a esto del running, que sirva de aviso para navegantes.
Aunque los comienzos fueron duros, poco a poco y con la motivación de correr con otras chicas me fui enganchando. Los martes y los jueves ya podía caerse el mundo que me presentaba en el polideportivo con las mallas puestas. En aquella época no llevaba reloj (ni mucho menos pulsómetro), así que corría hasta no poder más —cuando empecé en esto del running era bastante imprudente y me harté de hacer kilómetros; con los años aprendí la lección—. Mi marido siempre me dice que me puede mi impaciencia y que por eso muchas veces me equivoco. Correr, claro, no iba a ser una excepción, por eso, como veía que era capaz de aguantar, en octubre me apunté a una carrera de 10 kilómetros.
Para dicha carrera, en un parque de Sanchinarro (Madrid), encontré otra víctima. Esa vez engañé a Lidia, una compañera de trabajo, para que me acompañase. Como era domingo, tenía una comida con unos amigos y no era plan de anularla porque tenía una carrera, a ver si iban a pensar que me había vuelto vigoréxica. Nos fuimos a un teppanyaki e intenté comer ligero, pero fue misión imposible. Con el primer plato ya me quedó claro que no me iba a dar tiempo a hacer la digestión. Tras engullir el arroz con verduras, pollo y huevo, me metí en el baño del restaurante para transformarme en runner, al más puro estilo «Lluvia de Estrellas».
Aunque el termómetro rozaba los 25 grados, me puse mis flamantes mallas largas, la camiseta y el cortavientos, y de esa guisa me fui a la carrera. Cuando llegué a la salida comprobé que el recorrido se componía de diez vueltas a un parque y encima plagado de cuestas. ¡Horror! Por supuesto, yo no sabía qué era eso de la altimetría de la carrera y tampoco me había preocupado en mirar por dónde transcurría el recorrido, porque sencillamente iba a correr. Y eso hice durante 55 interminables minutos (estoy segura de que eran menos de 10 kilómetros). Tuve que tirar de orgullo, primero para no caminar y luego para no abandonar. Iba contando las vueltas y aquello era eterno. Parecía no terminar nunca. En el kilómetro 8 ya no podía más, pero me arrastré durante otros 2000 metros agónicos hasta llegar a meta. Roja, sofocada pero satisfecha. Al llegar a casa vomité del sobresfuerzo. Como diría mi amigo Jorge: «lógico». Quise testarme demasiado pronto y fallé. Me precipité. Me puse una meta demasiado ambiciosa para mi forma física. Por eso, aquí te dejo algunas recomendaciones, por si piensas iniciarte en esto de las competiciones.
Pese a aquel decepcionante estreno en 10 kilómetros, al llegar a meta pensé que debía volver a intentarlo… en unos meses, así que en diciembre me apunté a mi segunda carrera. Esta vez me preocupé de mirar el perfil: completamente llano, aunque era en diciembre y en Aranjuez, así que iba a hacer mucho frío. De nuevo cometí el clásico error de novata: ir a correr como si fuese a escalar el Everest. Me abrigué demasiado y en mitad de la carrera me hubiese quedado en bragas feliz de la vida. Era increíble el calor que tenía en pleno mes de diciembre. Menos mal que, en el autobús de camino a la prueba, le confesé a una compañera que debajo de las mallas llevaba unas medias térmicas de esquiar para no pasar frío. Me obligó a quitármelas. Gracias, María José. Ese día evitaste que me diese una lipotimia.
Si te enfrentas a tu primera carrera, lee con atención: