«Ufff, pero qué horror. Me va a dar algo. No puedo más. A mí ¿quién me manda correr? A mis treinta y dos años, ¿qué necesidad tengo de hacerme esto a mí misma? Si es como un castigo divino. Nada, en cuanto no me vean, doblo la esquina y vuelvo para mi casa. Andando, por supuesto. Igual el resto del grupo no se da ni cuenta.
¿Cuánto llevaré? Seguro que por lo menos 2 kilómetros. Madre mía, pero si solo han pasado ¡5 minutos! Nunca pensé que el camino a la M-50 estuviese tan lejos. ¡Este tío está loco! Correr por estos secarrales, en pleno mes de septiembre, sin agua y encima a las siete de la tarde. Y luego cuestas. Yo paso, que corra otra. Es que, ¿a quién se le ocurre?
¿Y este picor de piernas? Es horrible. No puedo parar de rascarme. Me pica todo. ¡Me arde hasta el culo!
Me voy a morir de sed. Tengo la lengua seca.
¡Qué calor! La cara me echa humo. Seguro que estoy más roja que un tomate. El corazón me sale por la boca. Si hasta puedo notar mis pulsaciones en la garganta. Estoy a punto de fibrilar. Lo veo venir. Ya verás, ¿a que me da una lipotimia? Me muero. ¿Te imaginas? ¡Qué vergüenza!
¿Dónde están las famosas endorfinas? ¿No se suponía que correr te relajaba? Pues menudo estrés. Esto es un infierno.
No puedo más. Me paro. Eso, me paro y camino. A paso rápido, en plan power walking, igual cuela. Venga, camino. No, no, ¿cómo voy a caminar si ninguna de estas chicas lo hace? A ver si alguna hace el amago. No voy a ser yo la única del grupo.
Venga Mitre, con dignidad hasta el final. Pase lo que pase. Cueste lo que cueste. Aunque dejes el hígado. ¡Tú puedes! ¡Vamos!
¡No, no puedo! ¡Ni de coña! Que le den al running. No es lo mío. Yo paso, ¿para qué?
De verdad, ¿por qué me esfuerzo?, ¿por qué lo hago?, ¿por qué me empeño? Nunca he dado el perfil de deportista. Si de niña hasta llegué a fingir estar mala para no ir a clase de gimnasia, porque había que colgarse de las espalderas bocabajo y hacer el dichoso murciélago, ¿qué hago ahora corriendo?
Sí, está claro, tengo que asumirlo: no fui hecha para ser atleta. De las Spice Girls yo podría haber sido cualquiera de ellas. Todas menos la deportista.
De verdad, qué sufrimiento más absurdo. ¡Me falta el aire! ¡Me ahogo!
Esto de correr no puede ser bueno».
Así me sentía el 4 de septiembre de 2009, el día que empecé a correr.
No, con el running no tuve ninguna revelación. Ni en aquel momento vivía su boom actual ni era cool. En mi entorno no corría nadie, nunca me había interesado el atletismo y en la carrera que organizaban en el colegio siempre hacía trampas. Empezar a correr fue una decisión práctica: llevaba un año sin hacer ejercicio y quería perder esos dos kilos que se habían pegado a mis muslos y caderas. Y, además, era septiembre, el mes de los buenos propósitos, y entre los míos estaba ponerme en forma.
Sentía la necesidad de hacer algo, de moverme y, como tampoco tenía un gimnasio cerca del trabajo, acudí al polideportivo municipal a preguntar por las clases colectivas. ¡Sorpresa! Llegaba tarde, como siempre. En lo único que quedaban plazas disponibles era en una actividad llamada Corredores populares, y ahí me apunté. Cuando fui a pagar me comentaron que el entrenador primero te dejaba probar para que luego decidieses si te gustaba o no la actividad. Se mascaba la tragedia…
Logré convencer a mi vecina Celia para que viniese conmigo y allí nos presentamos las dos, con más fuerza de voluntad que ganas, ese inolvidable 4 de septiembre.
Pablo, el entrenador, nos dijo que íbamos a trotar hasta un campo cercano a la M-50, donde luego haríamos unas ¡cuestas! Ese sería el postre para completar la megapaliza anterior. Creo que logré correr durante 15 minutos y en muchos momentos me sentí como la protagonista de aquellos famosos episodios de Érase una vez la vida. Era tal el esfuerzo que podía ver en dibujos animados cómo el supervisor de mi corazón debía estar pidiendo a los obreros de mi sangre que bombeasen más oxígeno a mis maltrechos músculos.
Mientras corríamos, Celia decía que le subía sangre por la garganta, y yo le repetía como un mantra: «Venga, podemos. Si te sacaste el título de matrona con dos niños pequeños, cómo no vas a poder con esto». En el fondo, yo tampoco me veía capaz, pero, como diría mi madre, o nos iluminó la Virgen o nuestra voluntad fue más fuerte que nuestras ganas de abandonar. Ese primer día lo conseguimos.
Y sí, después de ese trote infernal, tuvimos el valor (o la inconsciencia) de hacer las cuestas. En ese punto, yo ya estaba tan roja, tan sofocada, tan congestionada que más de un compañero me preguntó si estaba bien. Cuando logré recuperar el aliento, pregunté a las corredoras más experimentadas del grupo si aquello sería siempre así, si en algún momento mejoraría y lograría correr sin la sensación de estar a punto del paro cardiaco. La respuesta fue unánime: «Todas hemos empezado como tú». Así que decidí que el jueves siguiente volvería a intentarlo. Me aseguraron que, pese al dolor, el sufrimiento y las inmensas ganas de vomitar que tenía, podría hacerlo.
Hoy, cuando se cumplen cuatro años de mi aventura runner, escribo este libro mientras preparo el que será mi primer maratón. ¿Quién lo hubiese pensado?
Correr es como el wasabi en el sushi. La primera vez piensas que es horrible, pero le coges el gusto a que te pique la nariz y los ojos se te llenen de lágrimas. Con el tiempo, ya no puedes comerte los nigiris sin él porque te engancha, es casi adictivo. Con el running pasa algo muy parecido. El día que empiezas a correr, pese al dolor y el sofoco, ya no puedes parar.
Jamás pensé que unas zapatillas me llevarían tan lejos, ni que un día trescientas mujeres correrían conmigo por el parque del Retiro, y mucho menos que Temas de Hoy me propondría escribir un libro sobre mi particular aventura con este deporte. Al final, sin esperarlo, correr me ha dado una lección de vida. Es la demostración empírica de que, si uno quiere, puede.
Correr muscula tu cuerpo, desde tus piernas hasta el corazón, pero sobre todo tu fuerza de voluntad. ¿Levantarse a las seis y media de la mañana para hacer series? ¿Llegar tarde de la oficina y calzarse las zapatillas pese al frío y la lluvia? ¿Madrugar un domingo para hacer la tirada larga? Sí, serás capaz de eso y mucho más. Aunque al principio, cuando me dolían hasta las pestañas con cada zancada, yo también lo dudaba.
Debemos admitirlo: correr tiene cierto punto masoquista. Duele, cuesta, se sufre, pero también proporciona un placer inigualable. Cuando corro, no noto que las endorfinas fluyan por mis venas ni nada parecido. No oigo música de violines, ni me muevo tan ligera como una gacela (muchas veces todo lo contrario). Me cuesta, siempre me duele algo (cuando no es el peroneo son los isquiotibiales), sudo (¡mucho!) y siempre tengo la sensación de no poder más. Pero al terminar, cuando aprieto la tecla de stop del reloj y me descalzo para estirar, me siento capaz de todo. Correr me hace poderosa, porque he vencido la pereza y he sacado fuerzas cuando creía que mi cuerpo no podía dar más de sí. Lo fácil hubiese sido ponerme una excusa para no hacerlo, quedarme en casa dormitando bajo el calor de las sábanas o estar tirada en el sofá contemplando el blanco infinito del techo. Sin embargo, he sido capaz de decirle a mi cerebro que les diga a mis piernas que corran. Incluso sin tener ganas.
Jamás me he arrepentido de salir a correr (ni cuando me he lesionado, porque he aprendido la lección), pero sí he tenido remordimientos por no haberlo hecho, por perderme la oportunidad de disfrutar de mi cuerpo. Correr es un privilegio que no debemos desaprovechar. Así que, mientras me queden fuerzas, me ataré los cordones de las zapatillas para demostrarme a mí misma que sí, que puedo.
Todavía no le he encontrado la explicación, pero muchas veces, cuando menciono que corro, siempre hay alguien que me predice una vejez apocalíptica, que invariablemente incluye prótesis de cadera o rodillas hechas polvo. No sé por qué el mundo se empeña en quitarnos el mérito y no reconocernos el esfuerzo. En lugar de darnos la enhorabuena por ser activas, por optar por un estilo de vida saludable y poner freno al sedentarismo, quieren sembrar la duda en nuestras cabezas.
Después de cuatro años quemando zapatilla, antes de las carreras mi madre me sigue dando dos consejos: «Hija, no te pases y no dejes el hígado». Y no es solo cosa de mi madre. En mi casa mi decisión de correr una maratón ha causado, por decirlo de algún modo, cierta controversia. En la sobremesa, mi fiebre runner es el monotema, y la frase lapidaria que más escucho es la siguiente: «Una cosa es correr y otra pasarse». Aunque después de mucha terapia familiar he conseguido que ahora cambien el discurso y me digan: «Bueno, pues haz una para probar». Me he salido con la mía. Lo que no saben es que la consecución de un reto viene acompañada siempre de otro sueño por cumplir.
Creo que alrededor del running hay mucha leyenda urbana. Si corres con cabeza (y en este libro espero despejar algunas dudas), te durará toda la vida y te acompañará en distintas épocas vitales, de la adolescencia, pasando por la maternidad, hasta la menopausia.
Correr es muy beneficioso para las mujeres tanto desde el punto de vista físico como psicológico. Correr no solo refuerza las articulaciones, sino que las hace más flexibles, mejorando su rango de movimiento. Ayuda a prevenir la osteoporosis, al reforzar los huesos de las piernas y la columna, y también incrementa nuestro metabolismo basal. Y esto os va a gustar mucho, porque significa que quemarás más calorías incluso en reposo. El ejercicio cardiovascular es un arma superpotente para reducir la grasa corporal, algo vital en la prevención de enfermedades cardiovasculares, diabetes y cáncer de mama.
Y no hay que hacerse maratoniana para disfrutar de todos sus beneficios. Con practicarlo 20 minutos, de tres a cuatro veces por semana, es suficiente, pero te sabrá a poco y querrás más. ¡Quedas advertida!
Pero más allá de que correr me haga más fuerte o me permita subir las escaleras del metro sin ahogarme, para mí su mayor beneficio es que me da una energía increíble.
Cuando corro por las mañanas, entro en la redacción de ELLE con tanto ímpetu que hay quien me pregunta qué he tomado con el desayuno. Mi respuesta: «Ocho series de 1000 metros». Y puede que ese día no las haya hecho a tope, o no me haya sentido al cien por cien, pero no importa, porque la satisfacción es enorme al haber cumplido mi objetivo. Y ahí, my ladies, reside la magia de correr, porque es la consecución de un reto, por pequeño que te pueda parecer. Es hacer posible lo imposible.
En una revista femenina todos los meses hay que estrujarse la cabeza para sorprender a nuestras lectoras con historias nuevas. Además, tengo un blog (thebeautymail.blogs.elle.es) que actualizo dos veces por semana y varias redes sociales que alimento a diario. Así que me paso la vida en constante modo on, discurriendo, imaginando, pensando, hilvanando nuevas historias, que la mayoría de las veces se me ocurren en la ducha o mientras corro.
Correr estimula la imaginación, quizá porque mejora la oxigenación del cerebro y, además, otro beneficio colateral es que ayuda a organizarse, porque hay que buscar hueco para poder salir a correr. Además, en mi caso es de los pocos ratos en los que estoy sola (¡por fin!), no suena el teléfono, ni las notificaciones de las 50 apps que tengo en el móvil, ni nadie me reclama. Soy yo con mis pensamientos y puedo organizarlos. Mientras corro hago desde cosas tan básicas como la lista de la compra hasta solucionar situaciones conflictivas, porque me permite verlas con cierta distancia.
«¿Nunca has pensado que corriendo te podría dar un ataque al corazón?», me soltó un día mi amiga Amaya mientras nos tomábamos nuestro café mañanero en la redacción. Mi respuesta me salió del alma o quizá del corazón: «Pero qué dices. Pues claro que no». Sin embargo, si te hacen la pregunta cuando vas de público a una carrera, sobre todo si te sitúas en los últimos kilómetros de un maratón, quizá te replanteas la respuesta.
Para aclarar dudas y saber qué pruebas es necesario hacerse antes de iniciarse con el running le he preguntado al doctor Carlos Mascías Cadavid, runner convencido y director médico del hospital HM Universitario Sanchinarro.
«Antes de iniciarse tanto en el running como en cualquier otra actividad deportiva, se recomienda acudir al médico de cabecera para contarle «nuestros planes». Lo recomendable es hacer una buena historia clínica que incluya no solo los antecedentes médicos propiamente dichos, sino también los deportivos (historia de práctica de deportes en la infancia y juventud, tipo de deporte practicado, lesiones importantes, etc.), centrada en los objetivos que nos hayamos marcado.
»Es muy importante recalcar que estos han de ser asumibles y ajustados a nuestro nivel, ya que la principal fuente no solo de desánimo, sino también de lesiones y problemas mayores es un inicio demasiado rápido en el running, queriendo estar en pocos meses en tiempos de carrera y en distancias propias de corredoras con años de kilómetros en las piernas.
»Además, el médico ha de realizar una completa exploración física, centrada en el sistema cardiovascular (auscultación cardiaca, palpación de los pulsos periféricos) y pulmonar (auscultación de los pulmones), al mismo tiempo que evalúa el sistema locomotor, tanto el tren inferior (caderas, rodillas, tobillos y pies) como el superior (escápulas, hombros, cuello), fundamentales en el running, en busca de deformidades, disimetrías (tener una extremidad más larga que la otra) o dolor con ciertas maniobras que pueden darnos pistas sobre lesiones actuales o antiguas. También se debe comprobar siempre la alineación de la columna vertebral por si hubiese desviaciones (escoliosis) y contracturas de los músculos que le dan soporte.
»Las exploraciones complementarias básicas que debemos hacernos en la consulta del médico de cabecera son dos: un electrocardiograma y una analítica sanguínea. Dependiendo de los hallazgos de la historia, de la exploración y de estas dos pruebas, el médico decidirá si hay que realizar otras adicionales o bien derivar a un especialista».
«La analítica básica se consigue al extraer una muestra de sangre venosa del antebrazo tras un ayuno de seis horas como mínimo. Esto, que puede parecer mucho menos complicado que un entrenamiento de series o sesiones de fuerza en el gimnasio, en ocasiones, representa un obstáculo gigante para muchos, pero si pensamos que es una parte básica de nuestra preparación, seguro que nos ayuda a superar el poco agradable momento del pinchazo.
»Los parámetros a los que debemos prestar atención en los análisis son aquellos que hacen referencia a nuestros niveles de hemoglobina (esa molécula que se encarga de transportar el oxígeno en la sangre desde los pulmones hasta el resto del cuerpo), glóbulos blancos (los encargados de la «defensa» del organismo ante infecciones y otras agresiones…), la glucosa (cifras elevadas obligan a buscar una diabetes), indicadores de función del riñón (creatinina), hígado (las transaminasas) y tiroides, así como los niveles de hierro (fundamentales en mujeres en edad fértil y cuyo déficit puede provocar anemia). Existen muchos más parámetros que se pueden obtener, pero, simplificando mucho, estos serían los básicos.
»El electrocardiograma es el registro gráfico de la función del corazón. Se consigue colocando unas pegatinas (electrodos) sobre la piel del pecho y conectándolos mediante unos cables a un aparato que «traduce» los impulsos eléctricos en unas complejas líneas dibujadas sobre un papel milimetrado. El electrocardiograma (también denominado ECG, EKG en el mundo anglosajón, o simplemente electro) es básico para descartar arritmias y otros trastornos del ritmo, al mismo tiempo que nos informa del tamaño de los ventrículos (hipertrofia) y de un montón de cosas más. Es habitual que aquellas de vosotras que normalmente hacéis deporte tengáis una frecuencia cardiaca (las «pulsaciones») baja».
«Sí, lo es. Sin duda. Dice el gran doctor Valentín Fuster que «vivimos en una sociedad que se cree que no es vulnerable». Cada día vemos en las consultas más casos de situaciones médicas que hubieran sido evitables gracias a una consulta previa al inicio de la actividad deportiva, y no me refiero solo a las más temidas (las que tienen que ver con temas cardiacos o muerte súbita), sino también a problemas menores, lesiones traumatológicas, anemias, etc. Si a nuestros coches les hacemos la ITV y les miramos el dibujo y presión de los neumáticos antes de un largo viaje, ¿cómo no vamos a hacer eso mismo con nuestro cuerpo? Pensar así y ser conscientes de que todos somos vulnerables nos ayudará a acudir a nuestro médico antes de ponernos seriamente a correr. Y digo esto y no «a correr en serio», porque correr seriamente significa ser riguroso y no saltarse pasos. Y este ha de ser el primero».
«En la gran mayoría de los casos, sí. En un pequeño porcentaje, será necesaria la intervención de un especialista y la realización de pruebas complementarias que no están al alcance de la mayoría de los servicios de Atención Primaria. Lo más habitual es derivar al cardiólogo ante la presencia de alguna anomalía en la auscultación (soplos) o en el electrocardiograma (arritmias, bloqueos), o al traumatólogo si vemos indicios de lesiones. También los endocrinólogos y los hematólogos son con frecuencia requeridos cuando detectamos alteraciones en los análisis. Habitualmente son estos especialistas los que nos pueden pedir pruebas más complejas, como análisis más extensos, ecocardiogramas (una ecografía del corazón), resonancias magnéticas, etc».
«En Medicina, la suposición es la madre del error. Y con la salud no podemos permitirnos esto. Es cierto que aquellas mujeres que han realizado deporte anteriormente o que lo hacen de forma más o menos regular pensarán que estamos exagerando, pero, y vuelvo al ejemplo de la ITV, ¿cómo no vamos a pasar una inspección periódica de nuestro propio cuerpo cada cierto tiempo y más teniendo en cuenta que a veces lo sometemos a un esfuerzo bastante exigente? No podemos dar por supuesto en todos los casos que «todo está perfecto» y que las que tienen problemas «son las otras». En este caso, prevenir no solo es vivir, sino que es garantizarse que podremos correr con seguridad y obteniendo el máximo rendimiento».
«La ergometría o prueba de esfuerzo consiste en someter al sujeto a un esfuerzo mensurable y controlado al mismo tiempo que se registra su ritmo cardiaco y su presión arterial. En casi todos los casos se hace sobre un tapiz rodante (la clásica cinta de correr de los gimnasios), cuya velocidad e inclinación se manejan por el especialista que realiza la prueba. Dependiendo del tiempo de ejercicio conseguido (existen diversos protocolos en función de lo que se quiera «exprimir» al paciente), podremos saber nuestro estado de forma, al mismo tiempo que observamos la respuesta del corazón en cuanto a la frecuencia cardiaca que consigue en respuesta al esfuerzo, alteraciones del ritmo, signos de «sufrimiento» del músculo cardiaco y tensión arterial con el ejercicio. Aunque existen modalidades complejas, con protocolos avanzados y con medición del consumo de oxígeno (para esto se ha de colocar una incómoda mascarilla) y de ácido láctico (se van obteniendo muestras de sangre del lóbulo de la oreja en diferentes momentos de la prueba), para las corredoras populares y para aquellas que se inician la ergometría básica es suficiente».
«No es una prueba de las básicas, pero sí que es muy recomendable hacerla, y más en los casos en los que por indicación médica sea necesario, o en aquellas mujeres que ya corren y quieren progresar en su entrenamiento, o si, tras una larga inactividad o reducción del volumen de entrenamientos, queremos saber en qué estado de forma nos encontramos. Es muy recomendable hacérsela y repetirla cada dos años en caso de corredoras populares (anualmente en aquellas más «pro»).»
«La hipertensión arterial es una situación bastante más común de lo que parece, aunque solo en casos muy extremos la práctica de ejercicio está contraindicada. Es más, uno de los pilares de su tratamiento es la realización de ejercicio físico (las guías actuales de hipertensión recomiendan entre 3 y 4 sesiones semanales de unos 40 minutos de ejercicio de «moderado a vigoroso»), ya que está científicamente demostrado que ayuda a reducir las cifras de presión arterial (entre 4 y 9 mm de Hg), sobre todo cuando se asocia a otros cambios en los hábitos de vida (reducción de peso, dieta equilibrada con disminución de la ingesta de sal en las comidas, moderación en el consumo de alcohol, etc.).
»Las mujeres hipertensas, tanto si toman medicación específica para el control de la presión arterial como si no lo hacen, deben consultar con su médico de cabecera (y si lo considera, además con su cardiólogo) antes de comenzar a correr y también ante cualquier síntoma de aviso, como palpitaciones, mareos, dolor de cabeza, etc. Los riesgos reales de una «subida de tensión» provocada por el ejercicio, si este es moderado y la corredora tiene la presión arterial controlada, son realmente bajos, y no deben ser un impedimento para la práctica de ejercicio, incluso en intensidades algo más altas. En este grupo de mujeres es obligatorio realizar una ergometría para controlar la respuesta de la presión arterial ante el ejercicio y determinar los «umbrales» hasta los que es seguro llegar sin riesgo».
«La diabetes mellitus (la que todos conocemos simplemente por diabetes) es un trastorno metabólico que se traduce en un aumento de los niveles de glucosa en sangre. La diabetes de tipo uno se suele diagnosticar en edades tempranas y desde el inicio requiere tratamiento con insulina. Las corredoras que padecen este tipo de diabetes deben tener cuidado para evitar las «bajadas de azúcar» o hipoglucemias asociadas al ejercicio y, si no han hecho ejercicio antes, deben estar supervisadas por su médico, al menos al inicio. De todos modos, al ser una condición que muchas veces se diagnostica en la infancia o juventud temprana, y teniendo en cuenta que el ejercicio físico (¡cuidado! No cualquiera, pero el running sí que lo es) es muy beneficioso a la hora de controlar los niveles de glucosa, muchas de estas mujeres ya están acostumbradas a manejar tanto sus dosis de insulina en relación al ejercicio como las medidas para prevenir las hipoglucemias. De hecho, hay muchos deportistas profesionales que son diabéticos tipo 1 y que compiten al mismo nivel que los que no lo son.
»El grupo más numeroso de pacientes (nueve de cada diez, aproximadamente), sin embargo, es el formado por los que sufren la diabetes de tipo dos, que es aquella que aparece en edades más tardías y se asocia en gran medida a la obesidad y el sedentarismo. Es ahí donde el running es casi una medicina: la práctica regular de ejercicio físico reduce los niveles de glucosa en sangre y ayuda a bajar de peso, y es una recomendación de todos los endocrinólogos del mundo como base del tratamiento de la diabetes, independientemente de si se asocia luego medicación específica (pastillas o insulina).
»Luego, las corredoras diabéticas no solo pueden, sino que deben correr. Eso sí, siempre bajo control médico y siempre llevando consigo alguna fuente de azúcar de absorción rápida (caramelos, geles, etc.). Es, además, muy recomendable que, tanto si corren acompañadas como si no, se incluya algún tipo de identificación (existen infinidad de pulseras y colgantes) donde se informe de su condición de diabética y de algún teléfono de contacto. Lo sé, suena un poco alarmista, pero siempre es mejor prevenir que curar. Los inicios de las corredoras diabéticas en el running han de ser paulatinos, pero dando prioridad a la constancia; es decir, de nada sirve una paliza un día y cuatro descansando. Es mucho mejor tres o cuatro sesiones semanales de running, aunque al principio sea incluso alternando carrera con caminar. Conclusión: ladies diabéticas, ¡a correr!».
Conocí a Ángeles en abril del año pasado, en la tercera quedada de Mujeres que Corren. Me preguntó varias veces cuántos grupos había, cuántos kilómetros haría cada uno y a qué ritmo. La noté nerviosa y no sabía muy bien la razón. Intenté tranquilizarla y le propuse que simplemente disfrutase de la experiencia. Esa noche cuando llegué a casa tenía un mensaje suyo en el Facebook que me hizo comprender su inquietud. Su testimonio, tan sincero y real, me impactó. Por eso le he pedido que comparta aquí su historia. En los días de pereza, cuando no encuentro las ganas de correr, pienso en Ángeles y enseguida recupero la motivación que me falta, y recuerdo lo afortunada que soy de poder correr.
Me llamo Ángeles, tengo cuarenta y seis años y soy ingeniero industrial por formación, madre por vocación, enferma de esclerosis por azar y corredora por naturaleza. Que ¿por qué corro? Por puro placer. No sé hacer otra cosa.
Me metí, por casualidad, en el equipo de atletismo del cole. Empecé a correr, me gustaba y se me daba bien.
Pero ese fervor adolescente, que me trajo copas y medallas, fue la puerta hacia una relación más pausada e intensa a la vez: correr por placer.
Solo necesito un par de zapatillas y música. Mi otro gran amor. Corro cuando la rabia y la impotencia me aceleran, cuando la tristeza me ahoga.
Corro cuando la felicidad me desborda y me da alas más que pies, y así puedo dar salida a toda esa euforia. A veces he corrido llorando, a modo de catarsis, calmando y acunando mis tormentos, y también he corrido aguantando las ganas de cantar. He corrido preocupada, ansiosa, melancólica, culpable. Y siempre me ha hecho bien. Pocas veces me ha decepcionado.
He corrido en plenos exámenes para despejarme y he corrido para romper la rutina de mi vida; he corrido buscando inspiración y también cuando trabajaba más horas que vivía. He dejado de correr en mis embarazos y he vuelto a retomarlo con mis bebés. He corrido cuando me sentía gorda como una vaca y cuando me sentía más fuerte que Sansón.
He corrido a veces sin ganas también, poniéndome las zapatillas casi sin pensar lo que hacía, y ha habido veces en las que me he rebelado, en las que no he querido hacerlo, solo porque no me apetecía y, como una amante orgullosa, he dejado pasar días creyendo que no lo necesitaba, que estaba mejor así, para luego darme cuenta de que sin correr no soy ni la mitad de mi persona.
Corro y siento.
Corro y huelo.
Corro y estoy a solas con mi música.
Corro y planifico, reflexiono, me tranquilizo y me evado.
Siempre he pensado, además, que las personas que me quieren aparecen mientras corro.
Correr es parte de mí. No sé hacer otra cosa.
A principios del 2012, me diagnosticaron esclerosis sistémica progresiva. Es una enfermedad autoinmune que, por explicarlo de forma sencilla, «rigidiza» las células del tejido conectivo de cualquier parte del cuerpo: arterias, tendones y órganos internos. Yo he empezado por los tendones de manos y pies y parece que últimamente mi sistema pulmonar está fallando también. Estoy aprendiendo a vivir con dolor y con algunas limitaciones. Sin embargo, me niego a tirar la toalla.
Suelo correr 10 kilómetros en mi día a día, pero llevo tiempo con muchas paradas intermitentes por mi enfermedad. He tenido que aprender a caer con una pisada nueva para que no me duelan los dedos de los pies. También a evitar la tos que me produce la hipertensión pulmonar, porque eso además hace que se me escape el pis por el desastre de suelo pélvico que tengo. Hecha una piltrafa, pero contenta. Con ganas de luchar. Y yo que soy competitiva y estoy acostumbrada a luchar y ganar, ahora he tenido que aprender a luchar y seguir luchando, a seguir aunque pierda. Y me siento contenta y feliz.
Corriendo me siento libre.
Disfruto. No me pongo marcas ni metas. Puro placer. Es un amor a largo plazo. Un amor de fondo.