Puesto que empezamos con nada —una hoja de papel en blanco— y terminamos con algo objetivo —un libro—, nuestra semilla es la dialéctica misma, el venerable yin/yang, afirmación bajo negación. Cuando nos miramos a nosotros mismos, vemos vida bajo muerte. Cuando buscamos la salvación, podemos hallarla sólo bajo la perdición. No hay justicia sin pecado. Esta alta tensión dialéctica hace que todo sea simbólico: todo apunta a algo más. Todo es secreta hierofanía, porque todo es aparentemente trivial. Y por esta vía de opuestos, hallamos nuestra mejor semilla en lo que es ambivalente y accidental.
Vivimos siempre en nuestra imaginación, y la locura es la penumbrosa comprensión de la ficción de nuestra identidad. La penumbrosa comprensión de que todo es imaginación. Una vez hemos iluminado esa penumbra, la locura se convierte simplemente en historia y, cuando obramos en ella, la historia acaba por ser nuestra participación consciente en las complejas negociaciones entre carne y fantasía…