«En el más remoto confín de la China vive un mandarín inmensamente rico, al que nunca hemos visto y del cual ni siquiera hemos oído hablar. Si pudiéramos heredar su fortuna, y para hacerle morir bastara con apretar un botón sin que nadie lo supiese, ¿quién de nosotros no apretaría ese botón?».

Chateaubriand, El genio del Cristianismo

«Después me asaltó una amargura mayor. Empecé a pensar que el mandarín tendría una numerosa familia que, despojada de la herencia que yo consumía en platos de Sèvres, iría atravesando todos los infiernos tradicionales de la miseria humana: los días sin arroz, el cuerpo sin abrigo, la limosna negada…».

Chateaubriand, El genio del Cristianismo[1]