La señorita Marple subió la escalera y golpeó con los nudillos en la puerta del dormitorio de la señora Serrocold.
—¿Puedo pasar, Carrie Louise?
—Pues claro, Juana querida.
Carrie Louise se hallaba sentada ante su tocador, cepillando sus plateados cabellos. Volvió la cabeza para mirarla.
—¿Es que me necesita la policía? Estaré lista en seguida.
—¿Te encuentras bien?
—Pues claro que sí. Jolly se ha empeñado en que tomara el desayuno en la cama. ¡Y Gina ha entrado de puntillas como si estuviera a las puertas de la muerte! No creo que la gente comprenda que las tragedias como la muerte de Christian sorprenden menos a los viejos. Porque a nuestra edad sabemos que puede ocurrir cualquier cosa… y cuan poco importa lo que ocurre en este mundo.
—Si —repuso la señorita Marple, dudosa.
—¿Es que no opinas como yo, Juana? Yo hubiera asegurado que sí.
La señorita Marple murmuró despacio:
—Christian ha sido asesinado.
—Sí…, comprendo lo que quiere decir. ¿Tú crees que eso importa?
—¿Y tú no?
—A Christian desde luego que no le importa —dijo Carrie Louise con sencillez—. Importa a quien le asesinó.
—¿Tienes alguna idea de quién pudo ser?
—No, no tengo la menor idea. Ni siquiera puedo encontrar una razón. Debe haber sido por algo relacionado con su última visita… ya hará cosa de un mes. Porque de otro modo no creo que hubiera vuelto tan de repente sin un motivo especial. Sea lo que fuere, debió comenzar entonces. He estado pensando y pensando, pero no recuerdo nada anormal.
—¿Quiénes estaban en la casa?
—¡Oh! Los mismos que ahora…, sí, Alex acababa de llegar de Londres. Y… ah, sí, Ruth también estaba aquí.
—¿Ruth?
—Sí, nos hizo su acostumbrada visita relámpago.
—Ruth —repitió la solterona, mientras su mente trabajaba con gran actividad. ¿Christian Gulbrandsen y Ruth? Ruth se había marchado preocupada y recelosa, pero sin saber por qué. Algo extraño ocurría, según ella Christian Gulbrandsen también estuvo preocupado y receloso, pero él debió saber que alguien intentaba envenenar a Carrie Louise. ¿Cómo había llegado a abrigar sospechas? ¿Qué es lo que oiría o vería? ¿Fue algo que Ruth no supo apreciar en su exacto significado? La señorita Marple hubiera deseado saber qué pudo haber sido. Una ligera corazonada (fuera la que fuese) parecía poco probable que tuviera relación con Edgar Lawson, puesto que Ruth ni siquiera le había mencionado. Suspiró.
—Me ocultáis algo, ¿no es verdad? —preguntó Carrie Louise.
La señorita Marple pegó un respingo al oír su voz.
—¿Por qué dices eso?
—Porque es cierto. Jolly no, pero todos los demás sí. Incluso Lewis. Entró mientras estaba tomando el desayuno, y se comportó de un modo extraño. Bebió parte de mi café e incluso mordisqueó una de mis tostadas con mermelada. Eso es muy raro, porque siempre toma té, y no le gusta la mermelada; debía de estar pensando en otra cosa… y supongo que olvidaría de desayunarse. Siempre se olvida de las comidas, y me pareció tan preocupado…
—Un asesinato… —empezó a decir la señorita Marple.
Carrie Louise replicó en el acto.
—Oh, lo sé. Es algo terrible. Nunca me vi mezclada en ninguno hasta ahora. ¿Y tú, Juana? ¿Tú sí?
—Pues…, sí…, en efecto —admitió la solterona.
—Eso me dijo Ruth.
—¿Te lo contó la última vez que estuvo aquí? —quiso averiguar la señorita Marple.
—No, no creo que fuese entonces. La verdad, no lo recuerdo.
Carrie Louise hablaba vagamente, como si estuviera distraída.
—¿Qué estás pensando, Carrie Louise?
La señora Serrocold sonrió, pareciendo que volvía de muy lejos.
—Pensaba en Gina, y en lo que tú dijiste de Esteban Restarick. Gina es buena chica, ya sabes, y está verdaderamente enamorada de Wally. Estoy segura de esto.
La señorita Marple guardó silencio.
—A las chicas como Gina les gusta presumir un poco. Son jóvenes y les agrada demostrar su poder. Es natural. Ya sé que Hudd no es la clase de marido que había imaginado para Gina. En circunstancias normales no le hubiera conocido nunca. Pero le encontró y se enamoró de él… y es de presumir que sepa lo que le conviene.
—Es probable —repuso la señorita Marple.
—Pero es muy importante que Gina sea feliz.
La solterona la miró extrañada.
—Me figuro que es importante que todo el mundo lo sea.
—Oh, sí, pero Gina es un caso especial. Cuando recogimos a su madre… cuando adoptamos a Pippa…, nos dimos cuenta de que era un experimento que tenía que tener éxito a la fuerza. Sabes, la madre de Pippa…
Carrie Louise se interrumpió.
—¿Quién era la madre de Pippa? —quiso saber la señorita Marple.
La señora Serrocold la miraba vacilando.
—No es simple curiosidad. La verdad… bueno… necesito saber. Ya sabes que sé frenar mi lengua.
—Siempre supiste guardar un secreto. Juana. El doctor Galbraith… ahora es obispo de Cromer… lo sabe. Pero nadie más. La madre de Pippa fue Catalina Elsworth.
—¿Elsworth? ¿No era una mujer que administraba arsénico a su marido? Fue un caso muy famoso.
—Sí.
—¿La. mataron?
—Sí, pero sin la certeza de que le hubiera envenenado ella. El marido acostumbraba tomar arsénico…, entonces no se sabía mucho de estas cosas.
—Siempre pensamos que las declaraciones de la doncella fueron malintencionadas.
—¿Y Pippa era hija suya?
—Sí. Eric y yo decidimos ofrecer a la niña una nueva vida… con cariño, cuidados y todo lo que precisan los niños. Tuvimos éxito. Pippa fue… ella misma. La criatura más dulce y alegre que puedas imaginar.
La señorita Marple permaneció un buen rato en silencio. Carrie Louise se levantó del tocador.
—Ya estoy lista. Quisiera que pidieras al inspector, o a quien sea, que suba a mi salita. Estoy segura de que no le importará.
Al inspector Curry no le importó. Casi agradecía la oportunidad de ver a la señora Serrocold en sus dominios.
Mientras la esperaba, miró a su alrededor con curiosidad. Aquella habitación no respondía a la idea de que él tenía del boudoir de una mujer rica.
Había en ella un sofá anticuado y algunas sillas poco cómodas, estilo Victoriano, con los respaldos de madera trabajados. El tapizado muy viejo y descolorido, pero de diseño atractivo. Era una de las estancias más pequeñas de la casa, aunque con todo era mayor que cualquier salón de las modernas residencias, y tenía un aspecto cómodo y abigarrado con sus mesitas, sus chucherías y retratos. Curry contempló una antigua instantánea de dos niñas, una morena y avivada, y la otra feúcha y con la mirada ausente bajo un pesado flequillo. Había visto la misma expresión aquella mañana: «Pippa y Mildred», estaba escrito en la fotografía. Vio también un retrato de Eric Gulbrandsen colgado de la pared con un marco de ébano. Acababa de descubrir la efigie de un hombre bien parecido y ojos reidores que tomó por Juan Restarick, cuando se abrió la puerta dando paso a la señora Serrocold.
Vestía de negro, pero un negro etéreo y vaporoso. Su rostro blanco y sonrosado parecía inusitadamente pequeño bajo la corona de plata de sus cabellos, y había tal fragilidad en ella, que en seguida cautivó el corazón del inspector. En aquel momento comprendió muchas cosas que aquella mañana le dejaron perplejo. Ahora se daba cuenta de por qué todos querían evitar a Carolina Louise Serrocold cualquier preocupación.
«Y, no obstante —pensó—, no es de esas mujeres que arman un alboroto por nada…»
La señora Serrocold le saludó, y tras rogarle que se sentara, tomó asiento en una butaca muy próxima. Fue más bien ella quien procuró tranquilizarle. Al comenzar a interrogarla fue respondiendo a sus preguntas con presteza y sin la menor vacilación. El corte de la, luz, la disputa entre Lawson y su esposo, el disparo que oyeron…
—¿No le pareció que aquella explosión tuvo lugar en la casa?
—No. Creí que había sido en el exterior. Pensé que tal vez procediese del tubo de escape de algún auto.
—Durante el rato que su esposo y ese joven Lawson estuvieron en el despacho, ¿se fijó si alguien abandonaba el vestíbulo?
—Wally había ido a arreglar la luz. La señorita Bellever salió poco después… a buscar algo, pero no recuerdo qué.
—¿Quién más se marchó de allí?
—Nadie, que yo sepa.
—¿Y sin que usted lo supiera?
Reflexionó unos instantes.
—Pues…, es posible.
—¿Estaba completamente absorta en lo que oía, en las voces que llegaban del despacho?
—Sí.
—¿Y no sentía temor por lo que pudiera ocurrir allí dentro?
—No…, no, la verdad. No pensé que llegara a ocurrir nada.
—Pero Lawson tenía un revólver.
—Sí.
—¿Y amenazaba con él a su esposo?
—Sí, pero sin intención.
El inspector Curry sintióse invadir nuevamente por la exasperación. ¡Conque era como los demás!
—No es posible que pudiera tener esa seguridad, señora Serrocold.
—Pues estaba segura. Quiero decir en mi fuero interno. Como dice la gente joven… estaba representando una comedia. Eso es lo que yo pensé. Edgar es sólo un muchacho. Se puso a dramatizar como un tonto, imaginando que era un carácter valiente y desesperado. Viéndose como el héroe de una historia romántica. Estaba completamente segura de que nunca dispararía.
—Pero disparó, señora Serrocold.
Carrie Louise sonrió.
—Supongo que se dispararía el arma por casualidad.
El inspector Curry volvió a exasperarse.
—No fue casualidad. Lawson disparó dos veces… contra su esposo. Las balas debieron pasarle rozando.
Carrie Louise pareció sorprenderse y se puso seria.
—No puedo creerlo. Oh, sí… —se apresuró a decir ante el gesto de protesta del inspector—; claro que debo creerlo si usted me lo dice. Pero todavía sigo creyendo que debe de haber alguna sencilla explicación. Tal vez el doctor Maverick sepa explicármelo.
—Oh, sí, el doctor Maverick se lo explicará muy bien —dijo el inspector, sonriendo—. Él puede explicarlo todo. Estoy seguro.
Inesperadamente la señora Serrocold le dijo:
—Ya sé que mucho de lo que hacemos aquí le parecerá tonto y sin objeto, y pensará que los psiquíatras algunas veces son muy cargantes. Pero obtenemos buenos resultados, ¿sabe? Tenemos nuestros fracasos, pero también nuestros éxitos. Y lo que intentamos vale la pena. Y aunque probablemente no lo creerá, Edgar quiere mucho a mi esposo. Comenzó a decir todas estas tonterías de que Lewis era su padre, por lo mucho que desearía tener un padre como él. Pero lo que no puedo comprender es por qué se puso tan violento de repente. Estaba mucho mejor… prácticamente casi normal. Desde luego que a mí siempre me ha parecido una persona normal.
El inspector nunca quiso discutir este punto.
—El revólver con que Edgar Lawson amenazó a su esposo, pertenecía al marido de su nieta. Es de suponer que Lawson lo cogiera de la habitación de Walter Hudd. Ahora, dígame, ¿había visto antes este revólver?
Y él mostraba en la palma de la mano una pequeña pistola automática.
Carrie Louise la observó.
—La encontré en el taburete del piano. Ha sido disparada recientemente. No hemos tenido tiempo para comprobarlo con exactitud, pero me atrevería asegurar que es el arma con que mataron al señor Gulbrandsen.
—¿Y la encontró en el taburete del piano? —preguntó con el ceño fruncido.
—Bajo unas partituras de música… que yo diría no han sido tocadas hace años.
—¿Escondida entonces?
—Sí. ¿Recuerda quién se sentó al piano la noche pasada?
—Esteban Restarick.
—¿Estuvo tocando?
—Sí. Muy bajo. Una melodía extraña y melancólica.
—¿Cuándo dejó de tocar, señora Serrocold?
—¿Cuándo? No lo sé.
—¿Pero dejó de tocar? ¿No siguió tocando durante toda la pelea?
—No. La música cesó.
—¿Se levantó de su sitio?
—No lo sé. No tengo ni idea de lo que hizo hasta que se acercó a la puerta del despacho para probar una llave.
—¿Conoce alguna razón por la cual Esteban Restarick pudiera haber matado al señor Gulbrandsen.
—Ninguna —y agregó, pensativa—: No creo que le matara.
—Gulbrandsen pudo haber descubierto algo que le desacreditara.
—No lo creo probable.
El inspector Curry sintió un deseo irresistible de contestar:
—Cuando la rana críe pelo…, tampoco eso parece probable.
Era aquél un dicho de su abuela. Estaba seguro de que la señorita Marple debía de conocerlo.
Carrie Louise bajó la amplia escalera y tres personas salieron a su encuentro desde distintas direcciones. Gina venía del pasillo; la señorita Marple de la biblioteca y Julie Bellever del Gran Vestíbulo.
Gina fue la primera en hablar.
—¡Querida abuelita! —exclamó con cariño—. ¿Te encuentras bien? ¿Te han asustado o han empleado contigo el tercer grado, acaso?
—Claro que no, Gina. ¡Qué cosas se te ocurren! El inspector es muy amable y ha sido muy considerado.
—Como debía ser —repuso la señorita Bellever—. Ahora, Cara, acabo de recoger todas sus cartas y un paquete. Iba a subírselas en este momento.
—Llévalas a la biblioteca —le dijo Carrie Louise.
Y las cuatro fueron allí.
Carrie Louise tomó asiento y comenzó a abrir su correspondencia. Había lo menos veinte o treinta cartas.
Una vez abiertas, se las tendía a la señorita Bellever, que las colocaba en montoncitos, cuyo significado explicó a la señorita Marple.
—Hay tres categorías. Unas son… de los parientes de los muchachos. Ésas las entrego al doctor Maverick. Las que piden cosas, las despacho yo misma. Y el resto son personales… y Cara me dice cómo debe contestarlas.
Una vez hubo terminado de clasificar la correspondencia, la señora Serrocold dirigió su atención al paquete cuyo cordel cortó con unas tijeras.
Entre virutas, muy bien arreglada, apareció una caja de bombones atada con una cinta dorada.
—Alguien se ha creído que es mi cumpleaños —dijo la señora Serrocold con una sonrisa.
Quitó la cinta para abrir la caja. Dentro había una tarjeta, que Carrie Louise miró con ligera sorpresa.
—«De Alex, con cariño» —leyó—. Qué extraño que me enviara una caja de bombones el mismo día que iba a venir.
Una sospecha cruzó por la mente de la señorita Marple, quien se apresuró a decir:
—Espera, Carrie Louise. No los comas todavía.
La señora Serrocold pareció sorprenderse.
—Iba a daros a todas.
—Pues no lo hagas. Espera a que pregunte… ¿Sabes si Alex está en casa, Gina?
—Creo que ahora está en el vestíbulo —repuso ésta en seguida, yendo hasta la puerta para llamarle.
Alex Restarick apareció momentos después.
—¡Querida Madonna! ¿Ya estás levantada? ¿No ha sido nada?
Y acercándose a Carrie Louise, la besó cariñosamente en ambas mejillas.
La señorita Marple dijo:
—Carrie Louise quiere darle las gracias por los bombones.
Alex se sorprendió.
—¿Qué bombones?
—Éstos —repuso Carrie Louise.
—Pero si yo no te he enviado bombones, querida.
—La caja lleva su tarjeta —dijo la señorita Bellever.
Alex la miró.
—Pues es cierto. ¡Qué extraño! Es muy raro… Desde luego, yo no los he mandado.
—Qué cosa más extraordinaria —comentó la señorita Bellever.
—Parecen deliciosos —dijo Gina, mirando el contenido de la caja—. Mira, abuelita, los del centro son de licor. Tus preferidos.
La señorita Marple, con ademán resuelto, le arrebató la caja, y sin pronunciar palabra, salió de la estancia, yendo al encuentro de Lewis Serrocold. Le costó bastante encontrarle, porque se había ido al Colegio… y allí le encontró en la habitación del doctor Maverick. Puso la caja de bombones sobre la mesa. Lewis escuchó el breve resumen que le hizo de lo ocurrido. Su rostro se puso repentinamente tenso.
Con sumo cuidado, Lewis y el doctor fueron cogiendo los bombones uno por uno para examinarlos.
—Creo —dijo el doctor Maverick—, que éstos que he separado han sufrido alguna manipulación. ¿Ve usted la desigualdad de su parte inferior? Lo que hay que hacer ahora es analizarlos.
—Pero parece increíble —dijo la señorita Marple—. Pues todos los de esta casa podrían haber sido asesinados.
Lewis asintió, todavía con el rostro pálido y contraído.
—Sí. Hay una crueldad… —se interrumpió—. Me parece que, precisamente, estos bombones son de licor. Los favoritos de Carolina. Así que, ya ven, hay cierta intención tras todo esto.
La señorita Marple repuso tranquilamente, con calma:
—Si es como usted supone… si hay… veneno… en esos bombones, me temo que Carrie Louise debe saber lo que ocurre. Debe estar sobre aviso.
—Sí —contestó Lewis, con pesadumbre—. Tendrá que saber que alguien quiere asesinarla. Creo que le va a parecer realmente Imposible.