Capítulo VIII

Pasaron uno o dos segundos antes de que la comprendieran: Carrie Louise dijo incrédula:

—¿Christian asesinado? ¿Muerto de un disparo? Oh, eso es imposible.

—Si no me creen —repuso la señorita Bellever dirigiéndose no sólo a Carrie Louise sino a toda la concurrencia—, vayan a convencerse.

Estaba furiosa, y su enfado se notaba en el tono crispado de su voz.

Despacio, como si no estuviera del todo convencida, Carrie Louise dio un paso en dirección a la puerta. Lewis Serrocold puso una mano sobre su hombro.

—No, querida; deja que vaya yo.

Y salió. El doctor Maverick, después de dirigir una mirada a Edgar, le siguió, y la señorita Bellever fue tras ellos. La señorita Marple hizo sentar a Carrie Louise, que la obedeció apesadumbrada.

—¿Christian… muerto? —volvió a decir con el propio asombro de una niña.

Walter Hudd permaneció junto a Edgar Lawson mirándola ceñudo mientras su mano sostenía el revólver que acababa de coger del suelo.

La señora Serrocold volvió a decir con extrañeza:

—¿Pero quién iba a querer matar a Christian?

Era indudable que aguardaba una respuesta.

—¡Bah! Cualquiera de ésos —murmuró Walter.

Esteban, con ademán protector, dio un paso hacia Gina, cuyo rostro pletórico de vida era lo más atrayente de la habitación.

De pronto abrióse la puerta principal y entró un hombre con un grueso abrigo acompañado de una ráfaga de aire frío.

Su caluroso saludo resultaba algo desconcertante.

—Hola a todo el mundo. ¿Cómo estáis esta noche? Hay muchísima niebla en la carretera. He tenido que venir muy despacio.

Por unos instantes, la señorita Marple pensó que estaba viendo doble. No era posible que el mismo hombre pudiera estar al lado de Gina y a la vez entrando en la habitación. Entonces pudo darse cuenta de que se trataba de un gran parecido, no tan grande cuando se les observaba de cerca. Estaba bien claro que aquellos dos hombres eran hermanos y muy semejantes, pero nada más.

Esteban Restarick era delgado hasta resultar demacrado. El recién llegado era un tipo normal. El enorme abrigo con cuello de astracán le sentaba perfectamente. Era un hombre atractivo, de ésos que dan la sensación de autoridad, buen humor y éxito.

Mas la señorita Marple pudo observar además otra cosa: Que sus ojos se fijaron en Gina en cuanto entró en el vestíbulo.

—¿Me esperabais? —preguntó—. ¿Recibisteis mi telegrama?

Se dirigía a Carrie Louise, y se acercó a ella.

Casi mecánicamente, ella le tendió la mano, que él besó respetuoso. Fue un homenaje afectuoso, no mera cortesía teatral.

—Claro, querido Alex, claro. Sólo que, ¿sabes?, han ocurrido cosas.

—¿Qué ha ocurrido?

Mildred le informó con cierta fruición, que la señorita Marple consideró de mal gusto.

—Mi hermano Christian Gulbrandsen ha sido encontrado muerto.

—¡Cielos! ¿Quieres decir que se ha suicidado?

—Oh, no —apresuróse a decir Carrie Louise—. No es posible. Christian, ¡no! Oh, no.

—Tío Christian no era capaz de suicidarse, estoy segura —dijo Gina.

Alex Restarick fue mirándolos a todos. Su hermano Esteban hizo una inclinación de cabeza, asintiendo. Walter Hudd le devolvió la mirada con cierto resentimiento Los ojos de Alex se fijaron en la señorita Marple y frunció el ceño. Era como si hubiera encontrado un adorno donde no deseaba verlo.

Se veía que le hubiese gustado que le aclararan su presencia en aquella casa, pero nadie lo hizo y la señorita Marple siguió dando la impresión de ser una anciana dulce y distraída.

—¿Cuándo? —preguntó Alex—. ¿Cuándo ha ocurrido, quiero decir?

—Un momento antes de que tú llegaras —le dijo Gina—. Unos tres o cuatro minutos antes… porque, claro, oímos el disparo, sólo que no hicimos caso.

—¿Que no hicisteis caso? ¿Por qué?

—Pues, verás, estaban ocurriendo otras cosas… —dijo Gina sin respirar apenas.

—Desde luego —agregó Walter Hudd con remarcado énfasis.

Jolly Bellever entró en el vestíbulo por la puerta de la biblioteca.

—El señor Serrocold nos ruega que esperemos en la biblioteca. Será más conveniente para la policía. Menos la señora Serrocold. Ha sufrido un gran shock, Cara. He ordenado que le pongan una botella de agua caliente en la cama, La llevaré arriba y…

—Primero debo ver a Christian.

—Oh, no, querida.

Carrie Louise, poniéndose en pie, repuso:

—Querida Jolly…, tú no lo comprendes. —Miró a su alrededor—. ¿Juana?

La señorita Marple acercóse a ella.

—¿Quieres venir conmigo, Juana?

Se dirigieron juntas a la puerta. El doctor Maverick, que entraba en aquel momento, casi tropezó con ellas.

—Doctor Maverick —exclamó la señorita Bellever—. Deténgala. Es una imprudencia.

Carrie Louise miró con toda calma al joven doctor, incluso le sonrió un tanto.

—¿Quiere ir… a verle? —le preguntó éste.

—Debo hacerlo.

—Comprendo —se hizo a un lado—. Si usted cree que debe ir… señora Serrocold… vaya; pero acuéstese luego, y deje que la señorita Bellever cuide de usted. De momento es posible que no acuse el golpe, pero le aseguro que se resentirá después.

—Sí. Creo que tiene usted razón; seré razonable. Vamos, Juana.

Las dos ancianas pasaron ante el pie de la escalera al salir del vestíbulo, que tenía a la derecha del comedor y a la izquierda la doble puerta que daba a la cocina; hasta llegar a la habitación de los huéspedes, que había sido destinada a Christian Gulbrandsen. Era una estancia amueblada más como sala que como dormitorio. La cama estaba en una alcoba, y una puerta daba al cuarto de baño.

Carrie Louise se detuvo en el umbral de la puerta. Christian Gulbrandsen había estado sentado tras el gran escritorio de caoba, ante una máquina de escribir portátil. Y allí estaba, pero caído hacia atrás en el sillón.

Lewis Serrocold estaba de pie junto a la ventana. Había separado un poco la cortina y miraba al exterior.

Miró hacia atrás y frunció el ceño.

—Querida, no debieras haber venido.

Fue hacia Carrie Louise y ella le tendió una mano. La señorita Marple se apartó un poco.

—Oh, sí, Lewis. Tenía que… verle. Hay que saber exactamente cómo han ocurrido las cosas.

Acercóse despacio a la mesa escritorio.

Lewis le advirtió.

—No debes tocar nada. La policía debe ver las cosas tal como las encontramos.

—Claro, ¿entonces, fue asesinado?

—Oh, sí —Lewis Serrocold pareció sorprenderse de que se le hiciera aquella pregunta—. Creí que ya lo sabías.

—Lo sabía. Christian no era capaz de suicidarse y además era una persona tan sensata que no es posible que le haya ocurrido un accidente. Sólo queda la posibilidad de… —vaciló— un asesinato.

Acercóse a la mesa y se quedó mirando el cadáver con afecto y tristeza muy sinceros.

—El querido Christian. Siempre fue bueno conmigo.

Suavemente tocó su cabeza con la punta de los dedos.

—Dios te bendiga, y gracias, querido Christian —dijo.

Lewis Serrocold parecía más emocionado de lo que nunca le viera la señorita Marple.

—Quisiera haberte podido evitar esto, Carolina.

—Uno no puede evitar a los demás lo que quisiera —repuso ella—. Más pronto o más tarde hay que hacer frente a los hechos. Y es mejor que sea cuanto antes. Me figuro que te quedarás aquí hasta que llegue la policía.

—Sí.

Carrie Louise se volvió para marcharse y la señorita Marple la rodeó con su brazo.