Antes de que la señora Serrocold pudiera contestar, entró su esposo en la habitación con algunas cartas abiertas en la mano.
Lewis Serrocold era un hombre de corta estatura, sin ningún rasgo sobresaliente; pero con una personalidad que le hacía destacar inmediatamente. Ruth había dicho una vez hablando de él que, más que un hombre, parecía una dinamo. Solía concentrarse en sus ideas, sin prestar atención a los objetos o personas que le rodeaban.
—Una mala noticia, querida —le dijo—. Ese muchacho, Jackie Flinta, ha vuelto a las andadas. Y yo creí realmente que tenía intención de enmendarse esta vez, si le daba una oportunidad. Parecía deseoso de hacerlo. Ya sabes que descubrimos su afición a los ferrocarriles… y Maverick y yo estuvimos de acuerdo en que si le conseguíamos un empleo en los ferrocarriles, lo desempeñaría bien. Pero la historia de siempre. Robos insignificantes en los paquetes de las oficinas. Ni siquiera cosas que pudiera vender o deseara para sí. Eso demuestra que debe ser cosa psicológica. Realmente, no hemos sabido dar con la raíz de su problema. Pero no me doy por vencido.
—Lewis…, ésta es mi antigua amiga Juana Marple.
—Oh, ¿cómo está usted? —dijo el señor Serrocold, distraído—. Tanto gusto… Le llevarán a juicio, claro —volvió a su idea—. Un muchacho agradable, no demasiado inteligente, pero realmente un chico simpático. Vino de una casa incalificable. Yo…
De pronto se interrumpió, y la dinamo se dirigió a la invitada.
—Vaya, señorita Marple, me alegro que haya venido a pasar una temporadita con nosotros. A Carolina le encantará tener una amiga de los viejos tiempos con quien intercambiar recuerdos. Esto es algo triste para ella… con esas historias tan deprimentes de esos pobres niños. Esperamos que esté usted mucho tiempo entre nosotros.
La señorita Marple pudo apreciar su magnetismo y comprendió lo atractivo que debía resultar para su amiga. No dudó ni por un momento que Lewis era de esos hombres que saben plantear los asuntos ante la gente. Pudo resultar irritante para algunas mujeres, pero no para Carrie Louise.
Lewis Serrocold agitó otra carta.
—De todas formas, también hay alguna buena noticia. Ésta es del Banco Somerset de Wilshire. Morris se está portando muy bien, listan muy satisfechos con él y van a ascenderle el mes que viene. Siempre dije que lo único que necesitaba era sentirse responsable…, eso, saber manejar dinero y lo que esto significa.
Se volvió a la señorita Marple.
—La mitad de esos muchachos no saben lo que es el dinero. Para ellos representa el poder ir al cine, o a la cárcel, y les parece excitante el saberlo escamotear. Bien, yo creo que…, ¿cómo diría…? Restregándoselo por las narices… enseñándoles contabilidad, aritmética…, enseñándoles toda la poesía del dinero, por así decir, se les puede curar. Darles habilidad y luego responsabilidad…, dejar que lo manejen oficialmente. Nuestros grandes éxitos los obtuvimos de este modo…, sólo dos casos nos fallaron entre treinta y ocho. Uno es el primer cajero de una sociedad de droguerías…, un cargo de auténtica responsabilidad…
Interrumpiéndose para decir a su esposa:
—Tomaremos el té dentro, querida.
—Creí que iba a ser aquí. Se lo dije a Jolly.
—No, en el vestíbulo. Los demás están allí.
—Creí que estarían todos fuera.
Carrie Louise tomó del brazo a la señorita Marple y entraron en el Gran Vestíbulo. Las tacitas estaban amontonadas en una bandeja, de cualquier manera…, unas blancas, mezcladas con otras de color, que debían ser restos de juegos de Rockingham y Spode. Había también una barra de pan, dos tarros de mermelada y algunos pasteles baratos y de mal aspecto.
Una mujer de mediana edad y cabellos grises estaba sentada junto a la mesita del té, y la señora Serrocold la presentó, diciendo:
—Ésta es Mildred. Juana. Mi hija Mildred. No la has visto desde que era una niña muy chiquitína.
Mildred Strete era la persona más en consonancia con aquella casa que la señorita Marple pudo imaginar, no vista hasta entonces. Daba la impresión de ser muy seria y desgraciada. Se había casado cerca de los cuarenta con un pastor de la Iglesia Anglicana del que ahora era viuda. Tenía todo el aspecto de esa clase de viudas, respetable pero ligeramente aburrida. Era una mujer fea, de rostro grande e inexpresivo y mirada triste. La señorita Marple recordó que había sido una niña muy poco atractiva.
—Y éste es Wally Hudd…, el esposo de Gina.
Wally era un mocetón robusto con el pelo cortado como un cepillo y expresión huraña. Hizo una ligera inclinación de cabeza y siguió mascando un pedazo de pastel.
Entonces entró Gina acompañada de Esteban Restarick. Parecían muy animados.
—Gina ha tenido una idea magnífica para resolver ese fondo —dijo Esteban—. ¿Sabes, Gina, que tienes vocación para diseñar decorados?
Gina rió, al parecer muy complacida. Edgar Lawson, que acababa de entrar, fue a sentarse junto a Lewis Serrocold. Cuando Gina le dirigió la palabra, ni siquiera se dignó contestarle.
La señorita Marple encontró todo aquello algo desconcertante y se alegró de poder ir a su cuarto para echarse un rato después del té.
A la hora de comer acudieron todavía más personas, un joven doctor llamado Maverick que era psiquiatra o psicólogo… La señorita Marple no sabía muy bien en qué consistía la diferencia… y cuya conversación, que se basaba casi enteramente en la jerga empleada en su profesión, le resultaba poco inteligible.
Había también dos jóvenes con lentes, encargados de la enseñanza y un tal señor Baumgarten, terapeuta, y tres tímidos jovenzuelos que eran los «huéspedes» de aquella semana. Uno de ellos rubio y con los ojos muy azules era, según le informó Gina en un susurro, el experto en «estafas».
La comida no fue precisamente muy apetitosa. Todo estaba guisado y servido de cualquier manera. Los comensales vestían de un modo muy diverso. La señorita Bellever llevaba un vestido negro de cuello alto; Mildred Strete uno de noche con una chaqueta de punto encima; Carrie Louise traje de lana gris… y Gina estaba resplandeciente con su atuendo campesino. Wally no se había mudado de ropa, ni tampoco Esteban Restarick. Edgar Lawson iba de azul oscuro, impecable. Lewis Serrocold de smoking. Comió muy poco y apenas parecía darse cuenta de lo que tenía en el plato.
Terminada la cena, Lewis Serrocold y el doctor Maverick fueron al despacho de este último. El terapeuta y los maestros se retiraron a la Residencia. Los tres «casos» volvieron al Colegio. Gina y Esteban al teatro para seguir discutiendo sobre la puesta en escena. Mildred se puso a tejer una labor interminable y la señorita Bellever a zurcir calcetines. Wally, sentado en una silla que inclinó hacia atrás, contemplaba el espacio. Carrie Louise y la señorita Marple charlaban de los viejos tiempos. La conversación parecía absurda e irreal.
Edgar Lawson daba la impresión de no saber qué hacer. Se sentaba y se levantaba inquieto.
—Me pregunto si no debiera ir a ver al señor Serrocold —dijo en tono bastante fuerte—. Es posible que me necesite.
Carrie Louise le dijo con amabilidad:
—Oh, no creo. Esta noche tiene que tratar una o dos cosas con el doctor Maverick.
—¡Entonces no iré, desde luego! Ni en sueños quisiera ir donde no me necesitan. Bastante tiempo he perdido yendo a la estación, cuando la señora Hudd tenía intención de hacerlo.
—Debió habérselo dicho —repuso Carrie Louise—. Pero creo que lo decidió a última hora.
—¿No comprende, señora Serrocold, que me ha hecho quedar en ridículo? ¡Como si yo fuera un tonto de remate!
—No, no —le sonrió Carrie Louise—. No debe tener esas ideas.
—Sé que no se me necesita, ni se desea mi presencia… Me doy perfecta cuenta. Si las cosas hubieran sido distintas…, si hubiese tenido un verdadero puesto en la vida, sería diferente. Muy distinto, desde luego. No es culpa mía el no haberlo tenido.
—Vamos, Edgar —insistió la anciana—; no se enfade por tan poca cosa. Juana le considera muy amable por haber ido a buscarla. Gina siempre tiene esos impulsos repentinos… No tuvo intención de molestarle.
—Oh, ya lo creo que sí. Lo hizo a propósito… para humillarme…
—Oh, Edgar…
—Usted no sabe la mitad de lo que ocurre, señora Serrocold. Bueno, por hoy no digo más que ¡buenas noches!
Edgar salió de la habitación, cerrando la puerta de golpe.
La señorita Bellever comentó:
—¡Qué modales!
—Es tan sensible —repuso Carrie Louise distraída.
—La verdad es que es un hombre odioso —dijo Mildred Strete haciendo tintinear las agujas de hacer punto—. No debías tolerar semejante comportamiento, madre.
—Lewis dice que no puede evitarlo.
—Todo el mundo puede evitar ser rudo —agregó Mildred con aspereza—. Claro que Gina tiene mucha culpa. Es tan atolondrada… No hace más que complicar las cosas. Un día anima al pobre chico y al siguiente le desaira. ¿Qué se puede esperar?
Wally Hudd habló por primera vez en toda la noche.
—Ese chico está chiflado. ¡Eso es lo que ocurre! ¡Completamente chiflado!
Aquella noche, en su dormitorio, la señorita Marple quiso revisar el estado de cosas de Stonygates, pero todavía se le presentaba demasiado confuso. Allí había diversas corrientes…, pero era imposible adivinar cuál de ellas causó inquietud a Ruth Van Rydock. No era de esperar que Carrie Louise se sintiera afectada por lo que ocurría a su alrededor. Esteban estaba enamorado de Gina, y Gina podía estarlo o no de Esteban. Walter Hudd era evidente que no estaba disfrutando. Eso son incidentes que pueden ocurrir y ocurren en todas partes y en todo momento. Por desgracia, no era nada excepcional. Suelen terminar en divorcio y todos vuelven a empezar de nuevo llenos de esperanza… hasta que vuelven a surgir complicaciones… Mildred Strete estaba celosa de Gina. Lo cual, según opinión de la señorita Marple, era muy natural.
Repasó en su mente lo que le dijera Ruth Van Rydock. Carrie Louise sintióse muy decepcionada al saber que no iba a tener hijos… Luego la adopción de Pippa… y más tarde el descubrir que después de todo iba a ser madre.
—Suele ocurrir —había dicho el médico—. Tal vez debido a que desaparece la tensión, y entonces la Naturaleza puede realizar su obra.
Pero ello no había perjudicado a la niña que habían adoptado. Gulbrandsen y su esposa adoraron a Pippa, ganándose ésta un firme puesto en sus corazones. Gulbrandsen era ya padre. La paternidad no era cosa nueva para él y los anhelos maternales de Carrie Louise se colmaron con Pippa.
Y así crecieron las dos niñas; una, bella y alegre; la otra, fea y tristona. Lo que era muy natural, volvió a pensar la señora Marple. Porque cuando se quiere adoptar una niña, se escoge la más bonita, y aunque Mildred pudo tener la suerte de parecerse a los Martin, de los que eran dignos ejemplares Ruth y Carrie Louise, la Naturaleza quiso que saliera a los Gulbrandsen, que eran grandotes, inexpresivos y decididamente feos.
A esto hay que agregar la determinación de Carrie Louise de que su hija adoptiva nunca se sintiera desplazada y para asegurarse en su propósito fue más que indulgente con Pippa y algunas veces poco justa con Mildred.
Una vez casada Pippa, marchó a Italia, y durante una temporada Mildred fue la única hija en aquella casa; fallecida Pippa, Carrie Louise llevó a su hijita a Stonygates, y una vez más Mildred se quedó a un lado. Luego su madre volvió a casarse… y entraron los hijos de Restarick. En 1934 Mildred contrajo matrimonio con el pastor Strete, que le llevaba quince años, yendo a vivir al sur de Inglaterra. Era de suponer que fueron felices…, pero eso, en realidad, se ignoraba. No tuvieron hijos. Y ahora estaba otra vez allí, en la casa en que se había criado. Y probablemente tampoco ahora era muy feliz.
Gina, Esteban, Wally, Mildred y la señorita Bellever, que deseaba poder llevar la casa con orden y era incapaz de lograrlo. Lewis Serrocold era completamente feliz; un soñador capaz de poner en práctica sus ideales. En ninguna de aquellas personas halló la señorita Marple lo que las palabras de Ruth hicieron creer que encontraría. Carrie Louise le parecía lejana a los acontecimientos terrenos… como lo estuvo toda la vida.
En aquel ambiente…, ¿qué fue lo que Ruth encontró extraño? ¿Y ella, Juana Marple, lo creía así también?
Había también otras personas en aquel torbellino… los terapeutas, los maestros, los jóvenes entusiastas e inofensivos, el doctor Maverick, los tres jóvenes delincuentes rubios de mirada inocente… y Edgar Lawson.
Y allí sus pensamientos se detuvieron y giraron alrededor de la figura de Edgar Lawson, antes de quedarse dormida. Aquel joven le recordaba algo… o alguien. Era un poco raro… tal vez más que un poco. Edgar Lawson estaba mal encajado…, ésa era la frase justa, ¿verdad? Pero seguramente no tenía relación con Carrie Louise.
Mentalmente, la señorita Marple meneó la cabeza.
Lo que la preocupaba era algo más que aquello.