—Yo creo que abuelita estará perfectamente bien con tía Mildred —dijo Gina—. Ahora tía Mildred es mucho más agradable… menos retraída…, ¿sabe lo que quiero decir?
—Sí —repuso la señorita Marple.
—Por eso, Wally y yo regresaremos a los Estados Unidos dentro de quince días.
Gina miró a su esposo y agregó:
—Me olvidaré de Stonygates, de Italia, de toda mi infancia y me volveré cien por cien americana. A nuestro hijo le llamaremos Junior, como se suele hacer en América. No puede ser más razonable, ¿verdad, Wally?
—Desde luego que no, Catalina —dijo la señorita Marple.
Wally sonrió indulgentemente ante aquella anciana que equivocaba los nombres, y quiso corregirla con amabilidad.
—Gina, no Catalina.
Pero Gina echóse a reír.
—¡Sabe muy bien lo que dice! Y a ti te llamará Petruchio en cualquier momento.
—Sólo pensaba —dijo la señorita Marple dirigiéndose a Walter— en que se ha comportado usted muy sabiamente, muchacho.
—Cree que eres el marido más adecuado para mí —dijo Gina.
La señorita Marple contempló a la pareja. Era muy agradable ver a dos jóvenes tan enamorados… Y Walter Hudd estaba completamente transformado. Ya no era aquel joven malhumorado de su primer encuentro… sino un gigante alegre y sonriente.
—Ustedes dos me recuerdan… —comenzó a decir.
Gina corrió a poner su mano sobre los labios de la señorita Marple.
—No —exclamó—. No lo diga. No me gustan esas comparaciones con personas de su pueblo. En el fondo, encierran mala intención. ¿Sabe que, en realidad, es usted una mujer muy mala?
Sus ojos se empañaron.
—Cuando pienso en usted, tía Ruth y abuelita cuando las tres eran jóvenes… ¡No sé qué daría por saber cómo eran! No puedo imaginármelas de ninguna manera…
—Y no creo que lo consiga —repuso la señorita Marple—. Fue hace tanto tiempo.
FIN