Deke dejó el Hummer en una plaza del aparcamiento del hospital y corrió hacia la sala de urgencias. Sorprendido, se dio cuenta de que le sudaban las manos. ¿Habría recuperado Kimber el conocimiento? ¿Serían muy graves sus heridas? No tener ninguna respuesta a esas preguntas le formaba una enorme bola de frustración en el pecho. Y de miedo. No podía olvidarse de eso.
Incluso a distancia, pudo ver cómo los paramédicos sacaban a Kimber de la ambulancia.
Sus hermanos estaban allí esperando.
Los había llamado durante el trayecto. Logan vivía a unas manzanas del hospital por lo que no tardaron en llegar. Hunter observaba con una mirada sombría el avance de la camilla hacia las puertas automáticas y al interior de la sala. Logan parecía a punto de explotar cuando siguieron a la camilla.
Deke se acercó a ellos que lo saludaron con la cabeza.
—¿Son sus familiares? —les preguntó una enfermera entrada en años.
Hunter señaló a Logan y luego a sí mismo.
—¡Somos sus hermanos!
Ella hizo un gesto en dirección a Deke. «Oh, maldición». Aquel rollo de los familiares otra vez. Hunter dio la cara por él esta vez.
—Es quien le ha salvado la vida. Se queda.
Deke soltó un suspiro de alivio.
—¿Algo reseñable en su historial médico?
—No.
—¿Es alérgica a algo?
—A la penicilina.
La enfermera lo apuntó y luego dirigió sus amables ojos azules hacia Hunter.
—¿Está tomando otra medicación en este momento?
Hunter encogió los hombros con rigidez, al parecer molesto consigo mismo.
—No lo sé.
Deke se aclaró la garganta.
—No.
Ambos hermanos lo miraron. Nunca le habían tenido demasiado aprecio, pero ahora… parecían muy agradecidos.
Bueno, puede que estuvieran agradecidos en ese momento por haber salvado a su hermana de Cal, pero dudaba que aquel aprecio durara demasiado.
—Gracias —murmuró Hunter.
—¿Algún trauma o conmoción cerebral anterior? ¿Mareos? ¿Desmayos?
—No.
—¿Algo más que deba saber?
Deke tragó aire, esperando. Los dos hermanos negaron con la cabeza.
No lo sabían. «Oh, maldición… menuda putada».
La enfermera comenzó a darse la vuelta. Deke extendió la mano para sujetarla del brazo.
—Hay otra cosa. —Inspiró profundamente—. Está embarazada.
—¡Cabrón! —Logan se lanzó sobre él—. Voy a arrancarte los ojos y a metértelos por el culo, bastardo…
—No. Para. No es el momento ni el lugar. —Hunter agarró a su hermano y lo contuvo a duras penas.
—Nada de peleas en el hospital. Arreglen sus problemas fuera —dijo la enfermera con frialdad. Al parecer, ya había visto de todo.
Tras otra anotación en la hoja de registro, la mujer se marchó.
Con resuello, Logan retrocedió. Pero todavía parecía echar fuego por los ojos. Su mirada verde y llena de furia, prometía dolor. La de Hunter, a diferencia de la de su hermano, era fría y prometía venganza… a su debido tiempo y a su manera.
«Genial».
—¿El bebé es tuyo o de tu primo? —preguntó Hunter quedamente.
—¿O ni siquiera lo sabes? —se burló Logan.
—Es mío. Y no pienso disculparme por ello. Amo a vuestra hermana. Esta noche fui a su apartamento para hablar con ella. Lo que ocurra entre nosotros es cosa nuestra. Pero si os atrevéis a disgustarla mientras se recupera —«Si se recuperaba». Deke se giró hacia Logan—, os cortaré los huevos y os los meteré por la boca. ¿Ha quedado claro?
El menor de los hermanos pareció sulfurarse aún más y al parecer estaba dispuesto a continuar con la guerra verbal. Una helada mirada de advertencia de Hunter lo contuvo.
—Gracias a ti, tiene probabilidades de vivir lo suficiente para mantener esa conversación contigo. El resto ya lo aclararemos más tarde, en cuanto Kimber se haya recuperado y le den el alta a mi padre.
Con una tensa inclinación de cabeza, Deke se dio la vuelta y se dirigió a una de las mullidas sillas naranja con los brazos de acero de la sala de espera. Los hermanos de Kimber tomaron asiento en otras dos sillas más apartadas. Nadie abrió la boca durante horas.
Logan se levantó y se paseó de un lado a otro de la sala. Hunter permaneció sentado sin moverse, pareciendo extrañamente tranquilo, salvo cuando lanzaba una mirada ansiosa a la puerta o a su reloj revelando su agitación interior. Deke lo comprendía. Quizá los hermanos de Kimber y él jamás se apreciarían, pero los respetaba. Si él estuviera en su pellejo, también le cabrearía que su hermana estuviera embarazada tras haber sido compartida por dos hombres. Hunter en particular era un hombre frío y tranquilo. De hecho, se estaba tomando las cosas mucho mejor de lo que se las tomaría el propio Deke.
Deke volvió a mirar su móvil para saber qué hora era. Habían pasado tres horas. ¿Por qué demonios no venía ningún médico a traer noticias?
Pasó bastante tiempo antes de que Luc apareciera tras coger el coche y arrastrar su trasero hasta allí. Deke observó cómo su primo recorría la sala de espera con la mirada tensa y ansiosa. Y aún seguía sin saberse nada. «¿Por qué demonios tardan tanto?».
A las nueve menos cinco de la mañana, Deke se subía por las paredes, estaba dispuesto a darse de cabezazos o cualquier otra cosa si con eso conseguía ver a Kimber.
A las cinco de la madrugada, los médicos les habían informado de que Kimber se había despertado. Le habían suturado el brazo y hecho innumerables pruebas y análisis, cuyos resultados todavía estaban esperando. Hasta ese momento todo parecía ir bien; además de la herida del brazo había sufrido una leve conmoción cerebral y magulladuras.
Logan y Hunter habían entrado a verla dos horas antes, luego salieron a recoger a su padre, que sería dado de alta ese mismo día. Se preguntó si los hermanos Edgington le habrían comentado algo a su hermana sobre su futuro sobrino. Si eran listos, no lo habrían mencionado.
A los que no eran familiares, no se les permitía la visita antes de las nueve. Una regla de mierda. Lanzó una mirada colérica al reloj. ¿Acaso esa jodida cosa iba más lenta de lo normal?
—Respira hondo —murmuró Luc—. Tranquilízate.
—¿Qué? —Deke se encogió de hombros, molesto. Apenas se había movido. Lo sabía porque había utilizado todo su autocontrol para mantenerse quieto.
—Puedo sentir las ondas de preocupación e impaciencia que emites. Está bien. Hunter nos lo dijo antes de marcharse. Hoy le darán el alta.
Pero él todavía no la había visto. No había visto con sus propios ojos cómo se encontraba.
Hasta ese momento, no dejaría de estar preocupado.
Dos minutos más tarde, una enfermera se acercó a ellos. Era una rubia joven y guapa, con una boca rosada y plena, pechos grandes y sonrisa acogedora. Pero a él no le interesaba. Luc la miró, se recreó en ella, luego apartó la vista.
—Pueden subir. Tercera planta, habitación 341. Si les pregunta alguien, díganle que Missy les ha dejado pasar. —Señaló los ascensores por encima del hombro, rozándose de paso el seno izquierdo.
«Muy sutil». Deke habría puesto los ojos en blanco si no fuera porque ya corría al ascensor.
Luc lo siguió.
El ascensor parecía tardar una eternidad. Si hubiera sabido que aquel artefacto era tan lento, habría utilizado las escaleras. Se agarró las manos delante de él; Luc no parecía nervioso. Pero sí preocupado.
Su primo lo miró a los ojos.
—Esto me resulta bastante embarazoso. Supongo que simplemente debería preguntártelo.
¿Me odias?
¿Que si le odiaba?
—Supongo que te refieres a lo de tu… hum… secreto.
—A mí esterilidad —le ayudó Luc.
—Me cogió por sorpresa. Dije algunas cosas que no debería haber dicho. Eres como un hermano para mí. Han pasado demasiadas cosas entre nosotros para que te odie.
Aliviado, Luc alargó el brazo para estrecharle la mano. Deke lo hizo como si fuera un gesto casual, pero sabía que significaba mucho para su primo. Y, en realidad, él sentía lo mismo.
—Gracias. Por si te sirve de algo, lo siento. Jamás tuve intención de engañar ni manipular a nadie. Te quiero y lamento haber jodido las cosas.
—Disculpa aceptada. Pero no hace falta ponerse sentimental.
Luc apenas pudo reprimir una sonrisa.
—Bueno. ¿Qué vas a hacer? Intentarás recuperar a Kimber, ¿no?
Deke se encogió de hombros, pero la incertidumbre le corroía las entrañas como una sierra eléctrica. Ojalá supiera la respuesta. Pero, maldita sea, ahora mismo, lo único que necesitaba era abrazarla, saber que estaba bien.
—Ya veremos. ¿Y tú? ¿Qué vas a hacer ahora?
—No lo sé.
—Sé que no es fácil para ti desear tener un hijo y ser incapaz de… En serio, eres un buen hombre, serías un padre fantástico. Lo siento por ti.
Luc soltó un largo suspiro.
—¿Sabes lo que es follar durante horas, hasta que estás cubierto de sudor y todos los músculos de tu cuerpo protestan, hasta que la mujer está al borde de la inconsciencia, sabiendo que jamás la dejarás embarazada?
Sí, podía ver adónde quería llegar Luc.
—Déjame darte un consejo, hermano. Creo que deberías de olvidarte de los bebés por una temporada y llamar a Alyssa Devereaux. Sospecho que sientes más por ella de lo que quieres admitir. Incluso aunque no concibáis un niño, lo pasaréis de vicio practicando.
—Me lo pensaré. Desde luego le debo una por aceptar ser compartida por nosotros.
Al fin, se abrieron las puertas del ascensor. Deke salió disparado hacia la habitación de Kimber. Corría como si no estuviera seguro de que lo fueran a dejar entrar. Aquellos pasillos tan enrevesados le irritaron.
Encontró la puerta y se detuvo en el umbral.
En la cama, Kimber dirigía una mirada perdida hacia la ventana, hacia el aparcamiento.
Como si de repente fuera consciente de que ya no estaba sola, volvió la mirada hacia él. Hacia los dos, comprendió al ver que Luc se había detenido detrás de él.
Tenía un moratón en la mejilla y un arañazo en la barbilla. Pero lo que impactó a Deke fueron sus ojos hinchados y la nariz roja. Sin duda, había estado llorando.
—Gatita. —Deke cruzó con rapidez la estancia—. ¿Te duele algo? ¿Quieres que busque a una enfermera para que te dé algo?
Rodeándose con los brazos, Kimber negó con la cabeza y lo miró con unos ojos llenos de dolor y vacío.
Sentándose en el borde de la cama, apartó los cables del suero y la atrajo contra su cuerpo.
—No pasa nada. Todo está bien. Cal está entre rejas. Nunca volverá a hacerte daño. No se lo permitiré.
—Lo sé. Gracias por rescatarme —murmuró—. Jesse ya ha llamado tres veces para disculparse.
«Oh, maldita estrella del pop». Era un tema que hacía que su temperamento se disparase.
—Espero que le dijeras a ese bastardo que no querías volver a verle —gruñó Deke.
—Sólo llamó para explicar por qué intentó matarme Cal.
—¿Ese gilipollas te ha llamado para explicarte que su pobre agente estaba hecho polvo?
—Me dijo que Cal había perdido a otra estrella hace más de una década, cuando ésta se casó. No podía decirme nombres, pero al parecer era alguien con una prometedora carrera que prefirió casarse.
—¿Acaso ese idiota te ha pedido perdón por su agente?
—No, sólo me explicó por qué actuó así.
Deke se relajó. O por lo menos lo intentó.
—O sea que Cal iba a deshacerse de ti para que Jesse no se distrajera y pudiera seguir vendiendo CDs mientras él seguía sacando tajada de todo eso.
—Cal se está haciendo viejo y al parecer no podía permitirse perder a la gallina de los huevos de oro. —Kimber se encogió de hombros—. Aunque yo había rechazado a Jesse, se sintió preocupado por las entrevistas y estaba convencido de que si yo no desaparecía del mapa, Jesse se autodestruiría. Así que pensó que sería mejor eliminarme antes.
—Vaya locura. —Luc negó con la cabeza mientras se dirigía al otro lado de la cama y le cogía la mano—. Hola, cariño.
Kimber miró a Luc y nuevas lágrimas se deslizaron por su cara. Clavó en él aquella mirada acuosa y comenzó a sollozar de nuevo.
—Eh, vamos. Cal va a pasar unos cuantos años entre rejas. Será muy viejo cuando lo suelten —intentó bromear Deke—. ¿No estarás llorando por él?
Ella negó con la cabeza.
—No es eso. Tengo que deciros algo… no estoy… no hay bebé.
Deke parpadeó aturdido. «¿No había bebé?». ¿Y qué había pasado entonces con todo aquel sexo sin protección cuando la píldora no estaba a pleno rendimiento? ¿Qué pasaba con aquellas malditas líneas azules del test de embarazo?
Luc contuvo el aliento; parecía como si le hubieran dado un puñetazo. Pero en aquel momento, Deke sabía con exactitud cómo se sentía.
—Lo siento… pensé… Jamás me había hecho una prueba de embarazo antes. Supongo que fue un falso positivo. Nunca hubo ningún bebé. Me lo dijeron los médicos esta mañana.
Más lágrimas, cálidas y saladas, resbalaron por sus mejillas. A Deke se le rompía el corazón.
—Shhh. No pasa nada. Todo va a salir bien. Ya lo verás.
—¡No, no es cierto! Quería tener ese bebé. Lo quería. No supe cuánto hasta que ya no lo tuve. —Miró a Luc de nuevo—. Lo siento. Tú querías a éste…
«Querer era decir poco».
Kimber se apartó de Deke y acercó las rodillas al pecho, rodeándolas con sus brazos, dejándolo fuera. La sorpresa aún le recorría el cuerpo. No había bebé. No… había nada. Frunció el ceño y miró a Luc.
Sorprendido, se percató de que su primo estaba conteniendo las lágrimas. Parecía a punto de romperse con un sólo toque.
—Está bien, cariño. No es culpa tuya. Ésta… es mi maldición, y no actué bien. Os he presionado a Deke y a ti, esperando… bueno, ya sabes qué esperaba. Si alguien debería sentirlo, soy yo. Apártame a mí y a mis problemas de tu mente. Céntrate en ponerte bien y ser feliz. —Luc depositó un beso en la cabeza de Kimber.
—Espero que tú también seas feliz. —Kimber le dirigió una mirada llena de disculpas.
La expresión de Luc decía que eso no era posible. Y, maldición, Deke no pudo más que sentirlo por su primo una vez más. ¿Qué podría hacer para que hiciera las paces consigo mismo?
Tras dirigirle a Kimber una última mirada, Luc le dio una palmadita en el hombro. Luego se fue. Deke no sabía qué decir para romper el silencio. «No había bebé. Vaya». Suspiró. Esperó sentirse aliviado. Y siguió esperando.
«Nada».
Y Kimber tampoco decía nada. De hecho, por la manera en que se le estremecían los hombros, sabía que estaba sollozando en silencio. Sintió que se le desgarraban las entrañas.
Quería golpear algo y llorar a la vez. Se dio cuenta de que para ella aquello era una dolorosa pérdida.
Maldita sea, sintió un doloroso vacío en su interior. Tristeza. Pena. Pesar. De alguna manera él sentía lo mismo que ella.
Le acarició la espalda con la mano.
—Gatita, no pasa nada.
—¿Que no pasa nada? —Su incredulidad fue como un bofetón—. Para ti es fácil. Como ya no hay bebé, no tienes de qué preocuparte. Vete y celébralo.
«Y una mierda». Comenzó a decirlo, pero se contuvo. Debía ser tierno, gentil. Ella estaba sufriendo.
—Mira, gatita. Anoche fui a tu casa a decirte lo que siento por ti. Lo mucho que te amo. Quiero estar contigo. Haya un bebé o no, eso no ha cambiado. He permitido que la muerte de Heather me afectara demasiado tiempo. Y dejé que afectara a mi relación contigo. No puedo decirte cuánto lo siento. Todavía pienso que te mereces a alguien mejor que yo, pero no voy a dejar que nada ni nadie se interponga entre nosotros. Si todavía me quieres, quiero intentarlo.
Ella levantó la cabeza de golpe y la necesidad que vio en sus ojos fue como una puñalada en el corazón. Dios, iba a hacerlo polvo con aquella mirada llena de dolor, esperanza y anhelo.
Luego, Kimber hundió los hombros con aire de derrota.
—¿Para qué? Te amo, pero no queremos las mismas cosas.
—¿Qué cosas?
—Yo quiero tener hijos algún día.
Deke esperó sentirse embargado por el pánico ante la idea. Pero sólo pudo imaginar una imagen de Kimber oronda y sonriente, resplandeciente de felicidad. Con ella, podría intentar tener hijos. Estaría encantado de tenerlos con ella.
—También yo. No puedo prometerte ser perfecto. En realidad, ni siquiera sé si puedo… —suspiró. Tenía que ser honesto. Y lo sería—. Aún no sé si seré capaz de hacer el amor contigo, yo solo. Pero lo intentaré. Y lo seguiré intentando hasta que funcione. Tú no quieres ser compartida. Yo no quiero compartirte. Sólo quiero amarte tanto tiempo como tú me lo permitas.
Kimber abrió la boca al tiempo que entraba el médico en la habitación con el historial en la mano. De repente se detuvo, como si se hubiera dado cuenta de que estaba interrumpiendo algo.
Pero adoptó una pose profesional, miró el historial de Kimber y les dirigió una sonrisa.
—Todo está en orden. Todas sus pruebas están bien. Tiene una leve conmoción. Le recetaré algo por si le duele la cabeza. Quiero que vuelva dentro de una semana. Aparte de eso, puede marcharse a casa. ¿Alguna pregunta?
Kimber negó con la cabeza.
—¿Quién la acompañará a casa? —preguntó el médico.
Kimber tragó aire mientras se le volvían a llenar los ojos de lágrimas. Aquella mirada…
Dios, jamás la había visto más hermosa.
Brindándole a Deke una sonrisa radiante, Kimber le murmuró al médico:
—Él.
Tres días más tarde, después de que su padre se hubiera instalado en casa de Logan y después de que se apaciguara un poco el fervor desatado por los medios de comunicación sobre el intento de asesinato de Cal, Deke llamó a la puerta de Kimber a las siete en punto de la tarde, tal y como ella le había pedido. Llevaba un ramo de flotes en una mano y con la otra intentaba aflojarse el nudo de la corbata que parecía estrangularle. Pero quería presentar su mejor aspecto.
Tratarla como era debido. Hacerlo lo mejor posible.
Aquella noche iba a ser la prueba de fuego. Cuando se arreglarían o romperían las cosas entre ellos.
Kimber abrió la puerta vestida con una blusa vaporosa de color rojo que parecía diseñada para que a él se le salieran los ojos de las órbitas. El escote llegaba casi hasta el ombligo. Además, llevaba una falda negra y corta. Maldición, si tenía que mirarla durante toda la cena llevando eso puesto, iba a sufrir una auténtica tortura.
—Hola. —Kimber cogió las flores que le tendía, dio un paso atrás y lo invitó a entrar.
Intentando disimular lo mejor que pudo el estremecimiento que le provocaron esos pensamientos, Deke subió los escalones de la entrada y cerró la puerta. La mesa estaba dispuesta con velas, y en la sala sonaba una música sutilmente erótica. Olía muy bien. A comida italiana.
Pero cuando Kimber se dio la vuelta para buscar un jarrón donde poner las flores, él vio que la blusa dejaba la espalda al aire y aquella necesidad de tocarla lo golpeó de lleno.
Incluso así, se sintió muy nervioso. ¿Y si no podía hacerlo con ella, él solo? Quería hacerlo, Dios lo sabía, pero…
Antes de que Deke pudiera continuar con aquellos destructivos pensamientos, agarró a Kimber por los brazos y la estrechó contra su pecho, acariciándole las caderas. Sin duda, ella notaría al instante lo duro que le ponía.
—¿Te has puesto eso para volverme loco? Pues funciona.
Ella le brindó una mirada descarada por encima del hombro casi desnudo. Deke había pensado que no podría llegar a estar más duro. Kimber le hizo darse cuenta de que no era así.
—Mmm, tengo que pedirte un favor.
—¿Un favor? ¿Cuál? —La expresión femenina no revelaba nada.
Kimber dejó las flores sobre el aparador y alzó los brazos hasta su cuello, subiéndole la temperatura unos cuantos grados más. Oh, sí, el deseo de hacer el amor con ella, estaba allí. De eso no cabía duda. Sólo tenía que… seguir con ese pensamiento.
—Quiero saber de qué manera te gusta mantener relaciones sexuales —le acarició con la mano el abdomen, el pecho y el hombro— al estar solos tú y yo.
Deke tragó aire. Unas semanas atrás, cuando había acudido a casa de Luc buscando su ayuda, le había dicho unas palabras muy parecidas. Él había pensado que era una locura, y ella había hablado como si su vida sexual fuera algo del otro mundo. Ahora lo era… por lo menos para él.
No había hecho el amor con una mujer él solo desde Heather.
Esa noche, tenía que intentarlo. Por el bien de ella. Por el bien de los dos.
—No estoy seguro de eso. —Aquella honestidad resultaba dolorosa, pero tenía que ser sincero.
—Lo resolveremos juntos. Primero cenamos o… —Kimber dirigió la mirada al pasillo en penumbra.
La luz de las velas iluminaba la salita con un resplandor dorado. Y, demonios, Kimber olía a algo categóricamente comestible. Pero aun así, vaciló. No tenía prisa en quedar~en evidencia si al final fracasaba aquella noche. Pero cenar primero tampoco le iba a ayudar a mantener el miembro duro como una piedra si resurgían sus miedos.
Deke respiró hondo, intentado tranquilizarse.
—O. Definitivamente o.
—Buena elección. Deja que apague el horno…
Kimber desapareció unos momentos. La oyó en la cocina, ajustando los botones, abriendo el horno, cerrándolo de nuevo. Cuando volvió a aparecer, le ofreció una cerveza fría mientras sostenía una copa de vino en la otra mano.
Tomando la botella que le ofrecía, se tomó media de golpe. Kimber se mordisqueó el labio inferior mientras lo observaba.
—Podríamos hablar antes.
—Nada que digamos va a cambiar el resultado de esta noche. —Él sólo tenía que meterse en la cabeza que Kimber era exclusivamente suya y que tenía que actuar en consecuencia.
Decidido a que su primera vez juntos y solos resultara tan bien como fuera posible, Deke dejó la cerveza a un lado e hizo lo mismo con la copa de ella. Luego cogió a Kimber en brazos y se encaminó al dormitorio.
Había velas por todas partes, iluminando la estancia con suaves tonos crema, verde salvia y canela. Era muy hermoso. Como ella.
Y estaban solos.
Deke apartó de sus pensamientos todo excepto a Kimber, mientras la dejaba sobre la cama.
Las manos femeninas revolotearon con nerviosismo, aterrizando en el estómago de ella, atrayendo la atención hacia los puntos del antebrazo. Al verlos se le ensombreció el ánimo.
Kimber había pasado por muchas cosas: había sido compartida cuando no era lo que ella deseaba, por un atentado contra su vida, un embarazo que había resultado falso y que había dado lugar a sus revelaciones sobre Heather y aquella terrible discusión. Pero, a pesar de todo eso, seguía siendo asombrosamente fuerte. Lo que podría haber ocurrido con Cal sirvió para recordarle que la vida era demasiado corta y que debía aferrarse a la mujer que deseaba y amaba.
Todo lo que tenía que hacer era acariciarla, tomarla y nunca dejarla ir.
En cuestión de segundos, la desnudó, dejándola sólo con las medias puestas y una sonrisa.
Las ropas de Deke desaparecieron a continuación.
Pero en cuanto colocó las manos sobre la piel desnuda de Kimber, comenzó a pensar de nuevo. ¿Y si al final todo resultaba un absoluto fracaso?
Soltando un suspiro de preocupación, Deke le cubrió el cuerpo con el suyo y la besó febrilmente, hundiéndose con dureza en su boca, reclamándola. Fracasar no era una opción. La verdad era que no quería estar en ningún otro lugar. Jamás querría que hubiera nadie con ellos o cerca de ella. Iba a tener que conseguir que aquello funcionara. Kimber era suya.
Aquella tentadora piel cremosa, era de él.
Los hermosos pezones duros como bayas, también.
El adictivo sabor del néctar de Kimber en su lengua o los gritos de deleite cuando ella se aferraba a las sábanas mientras él la saboreaba con placer, sólo podían ser suyos.
Kimber era suya. Sólo suya.
Volviendo a subir por el cuerpo femenino, Deke suspiró sobre las curvas delicadas, luego gimió cuando la mano de Kimber se cerró sobre su erección. Demonios, no necesitaba excitarle más. Se sentía lo suficientemente duro como para taladrar el cemento.
Pero quería acariciarla, celebrar que la tenía entre sus brazos. Protegerla, abrazarla. Amarla.
También quería follarla… de todas las maneras posibles. Aquello era una buena señal. El temor luchaba contra el deseo… pero no era el temor habitual. No era pánico a un embarazo inesperado. Era miedo a defraudarla. Aunque cada célula de su cuerpo estaba centrada en la hirviente necesidad de estar dentro de ella y en la ardiente determinación de hacerlo realidad.
Acomodándose entre los muslos de Kimber, rozó sus labios sobre los de ella, luego se hundió en su boca, saboreando el deseo y la esperanza en su lengua. Se recreó en la boca femenina una y otra vez. Y otra más. Maldición, no parecía tener suficiente. No podía creer la suerte que tenía tras una década de no considerarse digno de una mujer, y mucho menos de una tan maravillosa como ella.
Todo lo que tenía que hacer ahora era reclamarla…
—Quiero… quiero hacer el amor contigo esta noche. Todas las noches, gatita. Me alegro de que seas mía. Me siento muy afortunado.
—Yo soy la afortunada. Cuando me miras así, me siento amada.
—Lo eres. —Deke le besó tiernamente la boca—. Lo eres.
—¿Y no quieres demostrármelo? —arqueó las caderas hacia él en una descarada invitación.
—Dios mío, sí.
Kimber le mordisqueó el hombro y trazó un sendero de besos por su cuello.
—Todavía estoy tomando la píldora, pero por si acaso, los condones están en la mesilla de noche. Iban a hacerlo realmente, sólo ellos dos. Deke vaciló, esperando la involuntaria reacción de pánico. Pero no llegó.
—Pase lo que pase, lo resolveremos juntos, ¿de acuerdo?
—Sí.
El tono tranquilo de Kimber reverberó en su corazón, lo único jodidamente blando. El resto de su cuerpo estaba… tenso, rígido. Desde los hombros a las puntas de los dedos. Por los nervios, por la anticipación. Jamás había necesitado ni temido tanto algo.
—Durante tres días, no he podido pensar en otra cosa que no fuera en sentirte dentro de mí.
Luego, Kimber le rodeó las caderas con las piernas. Maldición, su sexo se apretaba contra su polla. Y estaba mojado. «Oh, demonios». Deke comenzó a sudar. Su corazón latía a la misma velocidad que un avión supersónico. También él había pensado en ella. De forma obsesiva.
¿Cómo sería finalmente poseerla a solas? ¿Reclamarla como suya?
Kimber le mordisqueó el lóbulo de la oreja, provocándole un nuevo estremecimiento.
—Va a ser genial. Te he echado de menos. Te miro y me duele.
Bueno, él sabía exactamente a qué se refería. Deke se sentía igual.
Reaccionaba de la misma manera. Estaba tan condenadamente duro y rígido que hubiera jurado que toda la sangre de su cuerpo se había concentrado en los veinticinco centímetros de su erección. Hizo una mueca, luego tanteó hasta que el glande se alojó contra la entrada de la vagina.
«Maldición». Ahora estaba cubierto de sudor. Deke tragó aire. Kimber tenía que sentir el pesado resonar de su corazón contra los pechos, y el rudo agarre de sus dedos en las caderas.
Tenía intención de ser tierno, gentil. Pero cada músculo de su cuerpo estaba tenso.
—No puedo esperar a tener todo tu duro miembro dentro de mí, poseyéndome, llevándome a la locura.
¿Acaso Kimber no sabía que aquellas palabras sólo lo excitaban más? Iba a perder las últimas briznas de control si seguía hablando de esa manera.
—Necesito sentirte dentro de mí —gimió ella—. Lo necesito.
Y todo lo que él pudo hacer fue gemir con ella. Sí, lo recordaba. ¿Cómo podría haberse olvidado de lo perfecta que se sentía en torno a él? «No en esta vida».
Ella se arqueó hacia él de nuevo, y el glande penetró en ella.
«Oh, Dios. ¡Oh, maldición!».
—Penétrame hasta el fondo, o gritaré. Siempre me vuelves loca.
Como si aquellas palabras de Kimber no lo estuvieran volviendo loco, destruyendo sus reservas, sus vacilaciones, estremeciéndolo de deseo.
Con la mente invadida por su esencia, por sus susurrantes insinuaciones y la sensación de su sexo intentando tragarse su miembro, él no podía retrasarlo más. Dios, no podía contenerse.
No podía esperar.
Deke la agarró de las caderas y se deslizó en ella con un envite delicioso e interminable, sellando su unión. Hasta el fondo, apretándose contra su cerviz tanto como pudo.
Inspiró trémulamente ante la salvaje sensación que lo embargó. Apretada, mojada, caliente, sedosa, perfecta; Kimber era todo eso y más. Y él ya no sentía pánico o preocupación por todo lo que podía ocurrir después. Cuando ella gritó debajo de él, Deke se dio cuenta de que quería ser el único responsable de ella. Más que cualquier otra cosa en el mundo.
Ese pensamiento lo hizo sentir casi tan bien como hacer el amor con ella.
Se retiró y luego se hundió en ella otra vez con dureza. Kimber gimió de nuevo. Se cerró en torno a él.
«Estaba en casa. Era suya».
—Cállate, y haré que te corras ya —le murmuró, ahuecándole las nalgas con las manos y alzándola más contra su cuerpo.
Luego asaltó su boca, besándola en el mismo momento que la llenaba con su sexo.
Lentamente. Con largos y profundos envites. «¡Oh, demonios, sí!». Le encantaba aquel tipo de fricción. Era lo mejor del mundo, de hecho. Cada roce de su carne contra la de ella era como una descarga eléctrica a través de su cuerpo. Todas aquellas sensaciones estallaron dentro de él, haciendo desaparecer cualquier pensamiento que pudiera haber tenido. Sólo podía sentir. La presión de la vagina de Kimber a su alrededor, sus uñas en la espalda, sus caderas arqueadas bajo las de él, sus gemidos suplicantes en el oído. La manera en que su propio corazón palpitaba. La emoción de saber que la amaba.
Unos momentos más tarde ella gritó su… nombre. Comparándolo con Dios. Sus palabras eran una letanía, una súplica. Y él sintió las palpitaciones de Kimber bajo él, ordeñándole, envolviéndole. Deke perdió el control, y se sintió propulsado a las alturas.
Deke se aferró a ella, la rodeó estrechamente con sus brazos, como si fuera un salvavidas.
De hecho, Kimber era su salvavidas.
Maldición, se sentía como un volcán. La presión que notaba en los testículos lo dejó sin aliento. Aquel increíble placer lo aturdió. Tras años de sexo compartido, tener a Kimber para él solo era como una revelación asombrosa. Casi esperaba que los cielos se abrieran y comenzara a sonar la música o algo así.
Pero sólo sintió el éxtasis, que lo atravesó con tal fuerza que llegó a pensar que su cuerpo estallaría en un millón de pedazos. La abrazó con fuerza, la poseyó, se vació en su interior en una serie de espasmos que lo dejaron devastado. Que lo cambiaron. Para siempre.
Bajo la dura protección del cuerpo de Deke, Kimber lo estrechó con fuerza. Él ya había poseído su cuerpo esa noche.
No cabía duda de que también poseía su corazón.
Las lágrimas le anegaron los ojos.
Jadeando, él alzó la cabeza. El sudor le resbalaba por las sienes, por el cuello. Las venas sobresalían en sus músculos tensos. Deke parecía enorme e invencible. Salvo cuando abrió los ojos y bajó la mirada hacia ella. Cada una de sus vulnerabilidades quedaba al descubierto en aquellos ojos profundamente azules, y el corazón de Kimber se derritió aún más por él.
—Hola —murmuró ella.
—Hola.
—Ha sido… hermoso. Me has conmovido.
Deke soltó un gruñido.
—Bueno, lo cierto es que yo estoy intentando no echarme a llorar como un bebé.
Kimber no pudo evitar reírse mientras su corazón se iluminaba. ¿Había sido alguna vez más feliz?
—Y sólo nosotros dos. ¿Ha sido difícil?
—No tanto como pensé que sería. En cuanto me convencí de que eras tú y me centré en cómo me sentía contigo, todo fue bien.
—Fue perfecto —le corrigió ella mientras le acariciaba la mejilla con la punta de los dedos.
—Sin duda alguna.
—Sabes, cuando acudí a ti para que me ayudaras, era una chica estúpida persiguiendo un sueño tonto que no existía. Tú me diste algo real. Me trataste como una mujer, me enseñarse todo sobre el sexo, me enseñaste lo que era el amor. Gracias.
—Gracias a ti. Te hice pasar por un infierno y me odio por eso. Pero aun así me curaste y te preocupaste por mí. No perdiste las esperanzas conmigo. Te amo, gatita. Siempre lo haré. ¿Te casarás conmigo algún día?
Fue obvio que la pregunta la sorprendió… de una manera muy agradable.
—¿Me lo pedirás algún día?
—Sí. —Le apartó un rizo castaño rojizo de las ruborizadas mejillas.
Kimber le dio un beso suave en los labios y bromeó:
—No sé. La primera vez que te pedí que me enseñaras lo que era el sexo, me dijiste que no habría lazos afectivos.
Deke bufó.
—Fui un idiota. Necesito ese vínculo entre nosotros. Es tan vital como respirar, nena. —Le dio un beso en los labios—. Espero… que todavía quieras tener bebés conmigo algún día.
Ella asintió con la cabeza.
—Me alegro de que podamos. De que jamás llegaras a… hum.
—¿A hacerme una vasectomía? Lo pensé varias veces, pero me resultaba difícil. Luc tenía razón; no lo hice porque en el fondo tenía la esperanza de llegar a convertirme en padre algún día. En alguna parte de mi mente, no quería que el pasado tuviera poder sobre mí durante el resto de mi vida.
—Has dado un paso enorme esta noche para dejar atrás el pasado. ¿Te extrañaría si te dijera que me siento orgullosa de ti?
Un destello de lágrimas iluminó aquellos ojos azul cobalto. Deke parpadeó para hacerlas desaparecer.
—No. Demonios, yo también me siento orgulloso de mí mismo —bromeó—. Y ahora eres mía. Toda mía. Sólo mía.
Bajo él, Kimber sonrió.
—Soy tuya. Para siempre.