Capítulo 19

Kimber partió hacia Dallas a las ocho de la mañana en el coche de Luc con la misma maleta diminuta con la que había llegado.

Con la única diferencia de que ahora tenía el corazón roto.

Se había despertado alrededor de las cinco de la madrugada, sola. Había encontrado a Deke dormido en el sofá de la guarida, Kimber no pudo evitar leer entre líneas. Después de todo, ella se había pasado la noche en su cama, que era lo suficientemente grande para que los dos se acurrucaran juntos. Y, sin embargo, él había elegido el sofá de piel del otro extremo de la casa.

Kimber no necesitaba que se lo deletrearan; había captado el mensaje.

Sorbió por la nariz mientras tomaba el desvío a la autopista y encendió la radio, resuelta a pensar en el futuro… sin tener que deshacerse en lágrimas de nuevo.

Iba a tener un bebé. Iba a ser una buena madre, una buena enfermera y a vivir cerca de su familia. Sin duda, su padre y sus hermanos podrían el grito en el cielo cuando anunciara que iba a tener un hijo pero que no pensaba casarse. Eran muy anticuados. Pero lo superarían. Si insistían en que les revelara el nombre de quien le había dejado embarazada y no se había portado «bien con ella» para darle lo que se merecía, les diría que Luc le había propuesto matrimonio y que ella lo había rechazado. Tendrían que conformarse con eso. El que Deke fuera el padre del bebé no le incumbía a nadie.

Cuando estaba cerca de casa, llamó a Logan. No es que quisiera hablar con él, pero tenía que saber cómo estaba su padre y cuándo le darían el alta. Era mejor preguntarle a él que a Hunter que todavía se comportaba con la misma calidez de un glaciar.

Él respondió al primer timbrazo y le ladró:

—¿Kimber?

Dios, le había aparecido su nombre en pantalla.

—Buenos días.

—¿Dónde estás?

—Estoy llegando a mi apartamento.

—¿De veras? ¿Por fin has recuperado la cordura y has abandonado a la parejita de Tyler?

No, había perdido la cordura del todo y arruinado la vida de dos hombres maravillosos, que jamás recuperaría.

—Se acabó. Yo le he puesto fin. Dejémoslo así.

Ya le hablaría más tarde sobre el bebé. Cuando se sintiera más fuerte. Cuando su padre estuviera mejor. No por teléfono. Ni desde luego, antes de encontrarse en condiciones de enfrentarse a ellos.

—Me alegra oírlo.

Su tono insinuaba que ella finalmente había hecho lo correcto, pero Kimber no lo veía así.

No. Se sentía fatal, y la actitud de Logan acabó con el poco control que le quedaba.

—¿Por qué? ¿Qué tenías contra ellos?

—Me tomas el pelo, ¿no? Tú, entre todas las personas, deberías de saber con exactitud por qué no querría que esos pervertidos bastardos estuvieran cerca de mi hermana. Me dan ganas de vomitar cada vez que pienso en las cosas que han podido hacerte… a la vez, sin duda. Las mismas que habrán hecho a docenas de…

—¿Pervertidas? —Oh, Logan siempre conocía la manera perfecta de inflamar su temperamento. Sabía que no debería de entrar a trapo, pero…—: Mira quién fue a hablar. Tú, que tienes que darle latigazos a una mujer y provocarle dolor para sentirte lo suficientemente hombre como para tener sexo con ella.

—Maldita sea —gruñó él—. Eso ha sido un golpe bajo. ¡Maldición! Y no tiene nada que ver con la reali… —aspiró profundamente—. Nos estamos desviando del tema. Lo importante es que los has dejado y no piensas volver con ellos.

Kimber estaba más que dispuesta a seguir discutiendo, pero resolvió que aquel golpe a la vida sexual de su hermano había sido tan bajo como el de él. Y en ambos casos, innecesario. Su temperamento se aplacó. Tras el arrebato de cólera, se sentía cansada y desolada.

—Exacto.

Kimber aparcó el coche y recogió el correo del buzón.

—Lo siento —masculló finalmente Logan—. Sé que ya eres adulta. Y todos cometemos errores. Intentaré dejar de ser un plasta.

—Gracias. Yo también lo siento. ¿Cómo está papá? ¿Cuándo le dan el alta? —Lo preguntó mientras entraba en el apartamento. Olía a cerrado. A pesar de que esa mañana hacía bochorno, abrió algunas ventanas para ventilar las habitaciones.

—Al parecer, mañana. Hoy conoceremos el resto de los resultados y sabremos con exactitud cuál es su estado. —Logan se interrumpió—. Papá querrá verte.

—Ahora que el psicópata que puso la bomba está entre rejas, podré ir a verle sin problemas.

—No sé hasta cuándo podrán retener a ese loco. Su nombre es Ronald Fusco Jr. Papá ayudó a encarcelarlo hace más de diez años. Ronny no hace más que decir que él no puso la bomba. No hay pruebas que lo relacionen con ella. Hay indicios de que amenazó a papá, pero nada más.

La alarma atravesó a Kimber.

—¿Y la policía qué piensa? ¿Aún cree que él puso la bomba?

—Depende de con quien hables. Además, no importa lo que piensen, sólo lo que puedan probar. Ahora mismo, no tienen suficientes pruebas para acusarlo, así que mucho menos para llevarlo a juicio. Acabarán dejándolo en libertad.

—Maldición… ¿y tú que opinas? ¿Fue él?

—Puede que sí, puede que no. Pero mi instinto me dice que no fue cosa suya.

—¿Así que aún puede haber un psicópata suelto por ahí detrás de papá?

—O de ti. Mientras estabas en el pantano recibimos un par de llamadas en la habitación de papá de un tipo que preguntaba dónde podía localizarte. Siempre utilizó números ocultos imposibles de rastrear y no hablaba demasiado tiempo. Nunca supe si se trataba de un periodista o de un criminal.

Kimber frunció el ceño. Lo más probable era que Logan estuviera reaccionando de manera exagerada. Tenía que ser alguien de la prensa intentando obtener una primicia sobre su relación con Jesse, que ahora mismo parecía como cosa de otra vida. Había asumido que las llamadas perdidas y los mensajes anónimos a su móvil eran también de gente de la prensa.

—No tengo enemigos.

—Que tú sepas.

Cierto. Kimber suspiró. Pero era algo improbable. Tenía que ser la maldita prensa que no sabía cuándo poner fin a una historia.

—¿Puedes acompañarme al hospital por si acaso?

—Sí. Dime a qué hora. Podría a las… —Logan vaciló—. ¿Te encuentras bien? Suenas como si estuvieras hecha una mierda.

Así era como se sentía.

—Estoy algo cansada. Los dos últimos días han sido muy difíciles. Necesito un poco de espacio y descansar. Me pondré bien. —O eso esperaba.

—De acuerdo. —Parecía como si Logan no la creyese en lo más mínimo, pero a Kimber no le importó.

—Llámame más tarde.

—Lo haré.

Después de cortar la llamada, Kimber hojeó el correo. Mucha publicidad, unas cuantas facturas sin pagar. Ese mismo día, llamaría al gerente del restaurante donde había trabajado de camarera durante el curso y le convencería de que le devolviera el empleo para poder pagar dichas facturas. Ahora mismo, no podía encarar el futuro.

Otro sobre llamó su atención. Era de la Universidad Estatal de Tejas. Los resultados de sus exámenes. Dios, ¿habría aprobado?

Temblando, abrió el sobre y leyó la carta. Se sintió inundada de alivio. Había aprobado con nota alta. Exhaló un suspiro de alivio. Todos sus esfuerzos habían merecido la pena, y había una cosa menos de la que preocuparse. Ahora, su bebé y ella tenían el porvenir asegurado. Sin duda Luc y su familia también querrían ayudarla. Pero ella preferiría no tener que depender de ellos, sobre todo después de la reacción de Deke, que suponía que haría como si ella no existiera.

Sólo de pensarlo, sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas, pero se negó a derramarlas.

Ya había llorado bastante. Hoy se dedicaría a arreglar el apartamento y a ver a su familia… y a dejar el pasado atrás.

Kimber salió del apartamento a la húmeda mañana de julio. Mientras sacaba la maleta del coche de Luc e intentaba decidir cuál sería la mejor manera de devolver el vehículo, sonó el teléfono.

Miró el identificador de llamadas y soltó un gemido. Pero se suponía que ese día iba a dejar el pasado atrás, por lo que tendría que encargarse también de eso.

—Hola, Jesse —le saludó mientras hacía rodar su maleta por el asfalto caliente.

—¿Sólo hola? ¡Me has tenido muy preocupado! ¿Quién es el cavernícola que me amenazó y que te llamó «su mujer»? ¿Y qué quiso decir con eso?

No recordaba que ella había estado llorando histéricamente la noche anterior y estaba muy molesto por lo ocurrido. ¿Cómo había podido creerse enamorada de él alguna vez? Obviamente sólo habían sido estúpidas fantasías de jovencita sin experiencia con el otro sexo, embelleciendo sus recuerdos sobre él con pinceladas de color rosa.

Deke había tenido razón sobre eso.

—Sólo era alguien que no te molestará de nuevo.

—Sonó como un maldito bárbaro. Yo sólo intentaba hablar contigo, y parecía como si fuera a meterse por el teléfono para estrangularme.

Eso, probablemente, era cierto, pero no había necesidad de meterle miedo a Jesse.

—¿Querías algo?

—He estado en Oklahoma City y San Luis. Me invitaron a algunos programas de entrevistas…

—En las que seguiste afirmando que nos íbamos a casar. ¿En qué demonios estabas pensando?

—No te enfades, nena. Voy a estar en la ciudad unos días. ¿Podríamos quedar para almorzar? Es urgente. Tengo que hablar contigo. Por favor. Eres la única voz cuerda en mi alocada vida.

—Jesse, eres el único que tiene control sobre tu vida, yo no puedo hacer nada.

—Mira, no estoy tan seguro como tú de que eso sea cierto. Sólo quiero…, Kimber quiso negarse, y sabía que debería hacerlo, pero teniendo en cuenta la llamada de la noche anterior y la de ahora, no pensaba que fuera a conseguir nada hablando por teléfono.

Soltó un suspiro.

—A la una.

—Genial. ¡Gracias!

Quedaron en un pequeño restaurante con una enorme terraza. Haría calor, pero estarían a solas. Y podría, finalmente, cerrar ese capítulo de su vida.

Un Deke con resaca se sirvió una taza de café cuando Luc irrumpió en la cocina.

—¿Dónde está Kimber?

Deke tomó un sorbo de su taza, ingiriendo el amargo brebaje.

—Se ha ido. Se fue en tu coche.

—¡Maldita sea! Dijo que se iba a ir, pero pensé que por lo menos se despediría.

—¿Dime por qué se ha ido? ¿Y por qué pasó la noche en mi cama en vez de en la tuya?

Luc le dirigió una mirada incrédula.

—Eres un auténtico bastardo. ¿Crees que debería haber pasado la noche al lado o dentro de la mujer que amas?

«Oh Dios, no». Se había visto dividido entre la parte racional de él —que sabía que Kimber estaría mucho mejor con Luc— y la bestia emocional que llevaba dentro, y que mataría a cualquier otro hombre que le pusiera un dedo encima.

—Eso te lo dejo a ti —le respondió con una sonrisa cínica.

—No te molestes. Kimber no se va a casar conmigo.

Deke se sorprendió. Era obvio que Luc se había declarado. Y el dolor por no poder ejercer como padre del bebé se reflejaba en su cara:

Todo aquello era un jodido lío. Pero Deke no era capaz de decirle a Luc que lamentaba que Kimber lo hubiera rechazado. Sin embargo, estaba sorprendido. Kimber parecía demasiado práctica para no aceptar a un hombre como Luc y criar al bebé ella sola. Dios sabía que él no sería de mucha ayuda.

—Te ama a ti, hombre. Antes prefiere estar sola que con otro hombre —le dijo Luc.

¿De qué estaba hablando? Deke negó con la cabeza.

—Así que ¿qué piensas hacer?

Deke parpadeó y miró a su primo como si hubiera perdido el juicio.

—¿Hacer? Creo que ya he hecho demasiado, y nada bueno ha salido de ello. De seguir así, las cosas pasarán de estar jodidas a estar totalmente jodidas.

Luc dejó a un lado su taza de café y levantó a Deke bruscamente de su silla.

—¿Qué coño haces? —le preguntó Deke.

—Contenerme para no mandarte al infierno a golpes.

—Venga, adelante —le provocó Deke, listo para la lucha. Para cualquier cosa que le distrajera de aquella mierda.

—¿Y darte la satisfacción? No. Voy a meter algo de cordura en tu cabezota. No pienso permitir que dejes a Kimber sola con un bebé en camino cuando podrías…

—¿Podría qué? ¿Amarla? No sin ti o algún otro tío delante. Conozco mis limitaciones, y ella se merece más de lo que yo puedo darle. Recuperará la cordura y aceptará tu propuesta.

—Será mejor que reces para que no lo haga, porque si lo hace me la llevaré volando al juez de paz más cercano. —Frunció el ceño—. Así que si no quieres que eso ocurra, intenta arreglar las cosas.

En ese momento, Deke se preguntó si Luc se dedicaría a perseguir a Kimber hasta que ella se cansara y cediera. Lo conocía bastante bien y sabía que podía ser muy insistente.

—¿Qué demonios quieres decir?

Luc lo agarró por la camisa.

—Que lo superes. ¿Estoy siendo lo suficientemente claro?

—¿Qué lo supere? —Deke se soltó de un tirón—. ¿Quieres que me olvide de que provoqué la muerte de una chica de dieciséis años? Eres un maldito cabrón. ¿Acaso crees que puedo desterrar la culpa de mi mente como por arte de magia y hacer que todo vuelva a la normalidad? Y de paso ¿por qué no montamos una jodida fiesta para celebrarlo?

—Han pasado doce años…

—Y durante todo ese tiempo, Heather ha estado muerta, por mi culpa.

—¡Maldición! Deja de decir eso. No es cierto —gruñó Luc—. No voy a conseguir a Kimber, pero tú sí puedes hacerlo. Ella te ama. Puede curarte. Sólo tienes que aceptar la verdad sobre Heather y las circunstancias que rodearon su muerte.

—Conozco la maldita verdad —dijo Deke apretando los dientes.

—Conoces aquella locura que su familia fomentó. Y que tú aceptaste por completo. Pero piénsalo bien. Piensa en cómo era ella en realidad. Era un desastre. Haberse quedado embarazada sólo era uno de sus problemas.

Deke se encogió de hombros.

—Por supuesto que tenía más problemas. ¿Quién no los tiene? Pero haberse quedado embarazada era el mayor de todos.

—Claro. ¿Y qué pasa con las drogas que tomaba? ¿O con que sus padres se estuvieran divorciando? ¿Acaso no le iba mal el instituto? Dos días antes de tomárselas pastillas, había suspendido el examen de conducir, ¿cierto?

—No era una drogadicta. Sus padres al final no se separaron. Podría haber recuperado en el instituto, y repetido el examen de conducir.

—Y también podría haber interrumpido el embarazo. No es que no se lo hubiera dicho a sus padres. Incluso se ofrecieron a pagar el aborto. No se mató porque no quisiera que sus padres supieran que había mantenido relaciones sexuales contigo. Y tampoco lo hizo porque no tuviera otra elección.

—Tú no conocías a Heather.

—Claro que sí —gritó Luc—. Esa chica deseaba que le prestaran atención. Lamento que se haya muerto. Es una auténtica tragedia. Pero no quiso enfrentarse a la vida. Estaba resuelta a castigar a todos por no amarla como ella quería ser amada. Su hermana se portó fatal con ella. Su padre jamás tuvo tiempo para ella. Su madre tomaba tantos antidepresivos que ni siquiera sabía pronunciar su nombre. Si buscas en el diccionario el significado de familia disfuncional, verás la imagen de todos ellos debajo.

—Sí —suspiró Deke—. Pero fue quedarse embarazada lo que la llevó al límite.

—O no. Eso es sólo una suposición tuya. Ella descubrió que estaba embarazada mucho antes de enterarse de que sus padres pensaban divorciarse, mucho antes de conocer el resultado de las notas en el instituto o de que había suspendido el examen de conducir. Cualquiera de esas cosas, o ninguna, puede ser la razón por la que se suicidara. Era una chica volátil e insegura. No puedes seguir siendo un mártir. Tú no la obligaste a tomarse el bote de pastillas.

Eso era cierto. Si él hubiera estado allí, la habría detenido. Como fuera. Pero según habían dicho todos, ella había estado muy perturbada por el embarazo y había decidido acabar con todo.

—Tus únicos errores fueron usar un condón roto y la manera en que te comportaste después de que Heather te diera la noticia. Aunque si lo comparamos a tu comportamiento con Kimber, tampoco fue tan grave. Ni mucho menos.

Deke se quedó paralizado.

—¿Qué estás diciendo?

—Has reaccionado con miedo y furia. La has rechazado. Ésa no es la manera en que una mujer quiere que se comporte un hombre cuando le dice que va a tener un hijo suyo. Si estás preocupado por Kimber, dejársela a otro hombre o permitir que se enfrente sola a todo esto no es la mejor manera de asegurarte su salud emocional.

Visto de esa manera… «¡Maldita sea!». Las palabras de Luc estaban cargadas de verdad.

—La pregunta aquí —continuó Luc— es si vas a alejar de ti a la mujer que amas y a tu hijo por una muerte, de la que no fuiste responsable, acaecida hace más de una década.

Dios, Luc lo hacía parecer todo muy sencillo, como si él sólo hubiera sido una diminuta parte de la enrevesada vida de Heather y no la principal. Deke se sentó ante la mesa de nuevo, cogió el café y clavó la mirada en el oscuro líquido que se agitaba en la taza. ¿Sería tan sencillo?

Habían pasado muchos años. ¿Quién podía saberlo? Él no desde luego, él había intentado no pensar demasiado en ello.

Deke jamás había visto la carta de despedida, simplemente había creído lo que había oído.

La madre de Heather era la clase de mujer que habría echado la culpa a otra persona con tal de no tener que sentir remordimientos al mirarse al espejo. La gemela de Heather, Haley, había sido igual que su madre. Puede que lo que Luc decía fuera cierto.

Desde luego las últimas doce horas habían probado lo diferente que era Kimber de Heather. Tras descubrir que estaba embarazada y ver lo mal que él había recibido la noticia, Heather se había ido de juerga toda la noche, se había emborrachado y acostado con su mejor amigo… algo de lo que se aseguró que él supiera sólo para castigarlo. Kimber había rechazado la propuesta de matrimonio de Luc, había llorado hasta quedarse dormida en su cama, y luego, en silencio, había hecho la maleta y se había ido. Kimber se había comportado de una manera mucho más racional y práctica. Sencillamente, había continuado con su vida y no se había recreado en su desgracia.

Pero saberlo no solucionaba el problema. Incluso aunque pudiera deshacerse de la sensación de culpa, no volvería a ser normal de la noche a la mañana. ¿Y si no pudiera hacer el amor con Kimber, solos los dos, como un hombre normal?

No obstante, le debía una aclaración. Asegurarle que sería un padre y un amigo, y que la ayudaría económicamente si así lo necesitaba. Con el tiempo, Kimber conocería a un buen hombre. Deke hizo una mueca ante ese pensamiento, pero lo ignoró. Ya lo afrontaría en su momento. Hasta entonces, lo más probable era que Deke siguiera pensando que ella era suya.

Deseaba ser el hombre que la mereciera.

—¿Por qué intentas arreglar las cosas entre Kimber y yo? —le preguntó Deke a su primo—. ¿Para seguir manipulándonos? ¿Para poder mantenerte cerca de ese bebé?

Luc cerró los ojos.

—Me lo merezco. He intentado influenciaros a ambos para obtener lo que quiero. Pensé que lo que hacía era lo mejor para todos, y no sólo para mí. Pero ahora sólo intento hacerte ver lo que es mejor para ti. Como dijiste hace unos días, eres como un hermano para mí. Deberías ser feliz. Te lo mereces después de toda esta jodida mierda.

Deke tragó saliva. Era probablemente la cosa más agradable que Luc le había dicho en ese momento. Quería creerlo. Y casi lo hizo…

—Gracias.

A la una, Kimber estaba sentada en la terraza de su restaurante favorito. El área estaba sombreada por los robles que bordeaban la tranquila bocacalle. Algo que ayudaría a mantener la privacidad. Kimber tiró de la camiseta que se le pegaba a la piel. Esperaba que el calor mantuviera a los mirones dentro del fresco interior del restaurante.

Diez minutos más tarde, Jesse se abría paso por la puerta que daba a la terraza. Se giró e hizo un gesto con la mano. Kimber frunció el ceño hasta que vio a un ceñudo Cal tras una de las ventanas.

—Insistió en estar presente por si me acosaban. Sin embargo, se quedará dentro. Esta comida es privada, sólo para nosotros. ¡Demonios, qué calor hace! —Se quitó la camisa de cuadros que llevaba puesta sobre una camiseta con brillantes y cegadoras letras azules que decía «La vida es una mierda», pero no se quitó las gafas de sol.

Kimber suspiró, luego observó que la camarera se acercaba con dos vasos de agua.

—Espero que todo sea de su agrado.

La joven con unos pantalones cortos fingió no reconocer a Jesse mientras tomaba el pedido, pero por la manera en que su cuerpo se tensaba de excitación y cómo lo miraba de reojo, estaba claro que no podía engañar a nadie.

—Un bocadillo de pavo con brotes y queso cheddar en pan de baguette y una cola. Marchando, señor McCall. —Su voz sonó aguda por la emoción.

Intentando no poner los ojos en blanco, Kimber pidió una ensalada de huevo con fruta.

Luego, a regañadientes, la camarera les dejó en paz.

Tras una larga pausa, Jesse tomó un sorbo de agua y después deslizó el dedo por el vaho del vaso.

—Gracias por reunirte conmigo.

—Será la última vez hasta que aceptes el hecho de que no nos vamos a casar. ¿Cómo se te ocurrió anunciar el compromiso sin preguntarme primero?

—Simplemente se me ocurrió. Ya lo habíamos hablado antes. Tú eres una buena influencia para mí, y no me gusta a dónde se dirige mi vida.

—Entonces cámbiala —le propuso Kimber—. Pero yo no puedo hacerlo por ti.

Él la miró por encima de las gafas de sol. Aquellos ojos inyectados en sangre la miraron suplicantes mientras tomaba las manos de ella entre las suyas.

—Puedes ayudarme. Contigo soy más fuerte. Consigues que quiera ser mejor persona.

—Tienes que querer ser mejor persona por ti mismo. No puedes ponerme como una excusa para cambiar o no tu vida. Si lo que quieres es liberarte, despide a Ryan. Él sólo quiere que lleves una vida tan decadente como la suya. Olvídate de esas fiestas. Hazle caso a Cal. Puede que sea brusco y serio, pero intenta evitar que te autodestruyas. —A la vez que mantenía la reputación de niño malo de Jesse, para vender montones de CD y descargas iTUNES, pero eso era otra historia.

—Eso haré —le prometió—. Ves, eres tan lista que contigo puedo enfrentarme a todo.

—Pero eso puedes hacerlo solo. Sólo tienes que proponértelo.

Jesse se quitó las gafas de sol para revelar una cara cansada y alicaída.

—No te culpo por no querer ayudarme. Me comporté muy mal contigo cuando viniste a la gira. No debería haberme tirado a la rubia de Ryan. Y el video… Dios, fui un estúpido. Lo siento de veras. Pero es que me volvía loco de deseo cuando estaba cerca de ti, aunque no quería tocarte. Cada vez que lo pensaba o lo intentaba me sentía como un corruptor de menores o algo por estilo. ¿Cómo iba a corromperte? Eres demasiado inocente.

—No. Ya no.

Jesse se quedó paralizado.

—¿Le diste tu virginidad al gilipollas del teléfono?

—Jesse, me enamoré de él. Ya estaba enamorada de él antes de ir a la gira contigo. Él hizo todo lo que pudo para alejarme, pero…

—Más bien diría que encontró la manera de meterse entre tus piernas —gruñó—. ¿Dónde está ahora?

Kimber suspiró.

—Algunas veces las cosas no salen bien. Igual que con nosotros.

—No digas eso. Ven conmigo. Cuidaremos el uno del otro.

—No. Estarás bien sin mí. Sólo tienes que hacerte a la idea. Hacer lo que es correcto. Te has hecho famoso y rico muy joven. ¿Qué hubieran querido tus padres que hicieras? ¿Quieres tener que contarles a tus hijos esta parte de tu vida? Ciertamente no querrías contarles que durante tus giras la gente esnifaba cocaína y se montaban orgías en tu habitación. Ni que uno de los de la banda y tú manteníais sexo anal con una desconocida. Dedícate a hacer cosas de las que te sientas orgulloso.

—No vas a cambiar de idea, ¿verdad?

Ella negó con la cabeza.

—Siempre estaré disponible por teléfono o correo electrónico.

Cuando vengas a la ciudad, podemos quedar como hacen los viejos amigos. Siempre podrás contar conmigo.

Jesse parecía triste, como si se le hubiera muerto su perro. Se puso en pie, rodeó la mesa y la arrancó de su silla para tomarla entre sus brazos.

—Eres una mujer muy especial.

Kimber sonrió. Jesse le cubrió la boca suavemente con los labios. Un beso de amigos. De despedida.

De repente, un zumbido eléctrico rompió la quietud, seguido por el sonido de pasos, muchísimos pasos. Otro zumbido eléctrico. Un flash y luego chillidos femeninos.

Kimber parpadeó aturdida y se apartó para descubrir que los dos estaban rodeados. Había un montón de fotógrafos haciendo fotos sin parar. Y jóvenes quinceañeras que no dejaban de pegar saltos, algunas sometiendo a duras pruebas a sus sujetadores, mientras miraban fijamente a Jesse con adoración.

—¿Podrías darme un autógrafo? —preguntó una.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó la camarera horrorizada—. ¡Se supone que era un secreto!

—¡Tenía que verle! —protestó la admiradora que había pedido el autógrafo.

—¿Vas a casarte con ella? —preguntó otra de las admiradoras mirando a Kimber con desdén.

Ninguno de los dos respondió.

Los fotógrafos siguieron sacando fotos de Jesse mientras firmaba un autógrafo en el cuaderno de la chica y se lo devolvía con aquella sonrisa falsa que parecía colgar de sus orejas.

—¿Podríais dejarnos solos? —le dijo Jesse a la prensa—. Estamos intentando comer.

—Contesta a la pregunta —gritó un paparazzi—. ¿Vas a casarte con la señorita Edgington?

—Lo lamento mucho —balbuceó la camarera consternada.

Jesse la ignoró y miró a los fotógrafos con el ceño fruncido.

—Ya tenéis las fotos. No voy a responder a las preguntas. Dejadnos en paz.

—Eres un personaje público —se mofó uno de los periodistas, y luego captó con la cámara la mueca de disgusto de Jesse.

Como para puntualizar ese hecho, fueron apareciendo más personas por la bocacalle, que querían saber a qué se debía el creciente gentío. La muchedumbre era cada vez mayor. El sonido se convirtió en una cacofonía de voces y cámaras. Una furgoneta se detuvo a unos metros. Era de una de las cadenas de televisión locales. «Genial. ¿Cómo se habrían enterado con tanta rapidez?».

Una de las admiradoras extendió la mano para coger la camisa que Jesse había dejado en el respaldo de la silla. Soltó un grito de excitación mientras se llevaba la prenda a la nariz e inhalaba su olor. Kimber apenas podía contener el asombro cuando Jesse intentó acercarse a la chica para quitársela, pero ella se escabulló con facilidad entre el gentío. Otras chicas la siguieron intentando hacerse con la camisa.

«Santo cielo, ¿acaso Jesse tenía que lidiar con eso allá a donde iba?».

Cal apareció al lado de Jesse y le murmuró:

—Cada vez hay más gente. Creo que deberías irte.

—¿Cómo descubrieron que estaba aquí?

Cal se encogió de hombros.

—Lo más probable es que fuera la camarera. No importa. Esto acabará por descontrolarse si no te marchas ahora. Coge el coche y vuelve al hotel. Yo me aseguraré de que Kimber llegue bien a casa.

Jesse parecía enfadado, como si lo estuvieran forzando a hacer algo que no quería y se sintiera impotente por no poder impedirlo.

—Está bien. Es lo mejor. —Kimber le tocó el brazo para tranquilizarlo.

Sonaron un montón de clics para captar el momento.

—¿Vas a casarte con la señorita Edgington? —volvió a insistir el periodista de nuevo—. ¿Qué opinas de aquellos que dicen que un matrimonio arruinará tu carrera?

—Si se casa, no me compro ni un solo CD más —afirmó una admiradora maliciosa.

—Saber que pertenece a otra mujer destruye cualquier fantasía —oyó Kimber que le decía otra de las chicas al reportero.

Jesse ignoró a todo el mundo y miró a Kimber con pesar.

—¿Estarás bien?

—Ya has oído a Cal. Él me seguirá para asegurarse de que llego sana y salva a casa. Vete antes que todo esto se convierta en un circo. Llámame cuando estés libre y hablamos.

Él suspiró resignado y le susurró al oído:

—De verdad que te amo.

Kimber sabía que, a su manera, sí lo hacía. Pero había llegado el momento de que él se valiera por sí mismo, como tendría que hacerlo ella.

—Cuídate.

Jesse la besó en la mejilla, y Kimber intentó ignorar los flashes de las cámaras. Vaya, esa podía ser una foto de portada. Y si así era, ¿podría realmente perjudicar la imagen de Jesse, a su carrera? Ésa era otra razón más por la que él estaría mejor sin una esposa en ese momento.

Cuando Jesse se giró y se alejó, Kimber se lo quedó mirando. Él sorteó una pequeña valla y se dirigió con rapidez hacia su coche. La multitud lo siguió, las cámaras, las admiradoras.

Una extraña quietud cayó sobre Cal y ella.

—Vaya locura —dijo ella mientras el gentío desaparecía calle abajo.

—Así es el mundo del espectáculo.

—¿Le perjudicaría realmente que nos casásemos?

La simple idea le parecía inconcebible. En su opinión lo único que debería importar allí es si les gustaba o no su música.

—Ya lo has oído. La mayor parte de los admiradores son mujeres que ven a Jesse como un buen polvo. Si ven que lo ha cazado otra mujer, pierden el interés. ¿Estás preparada para ir a casa? —preguntó Cal.

—Claro.

—Te seguiré en mi coche, para asegurarme de que nadie te sigue.

Sin emoción. Sin expresión. Cal era un profesional en todo momento. Ahora mismo Jesse necesitaba a alguien así. Kimber sólo esperaba que lo escuchara.

Cuando se dirigían hacia el aparcamiento, un Maserati Spyder de color negro, pasó zumbando ante ellos, haciendo chirriar las ruedas al girar por la calle principal. Jesse. Se había ido.

Lo más seguro es que lo hubiera hecho para siempre, lo que estaba bien. Cada uno de ellos tenía una vida por delante. Y era asunto de Jesse elegir cómo quería vivir la suya.