Un Deke muy afectado, cerró de golpe la puerta principal. Un minuto después, se escuchó el chirrido de las de ruedas del Hummer. Parecía que no podía alejarse de la casa con la suficiente rapidez. Kimber cerró los ojos mientras intentaba dejar de temblar.
En cuanto Deke se hubo marchado, la invadió un terrible temor. No había esperado que se alegrara por el embarazo, pero ni en sus peores pesadillas se hubiera imaginado una reacción así.
Luc se sentó a su lado y le rodeó la cintura con un brazo, ofreciéndole un hombro en que apoyarse.
—¿Estás bien?
Bueno, estaba embarazada de un hombre que temía que se fuera a suicidar por ello, y de paso la había ofrecido a otro hombre. No era precisamente la idea que tenía de un día redondo.
—Creo que hubiera preferido que me atropellara un camión. Hubiera resultado menos doloroso.
Luc la atrajo contra su pecho y le acarició la espalda.
—Lo siento. Sé que la manera de actuar de Deke te ha hecho mucho daño. No sé qué decir para explicar su reacción.
—No espero que me expliques nada. Deke ya es mayorcito para que se responsabilice de sus acciones. —Y ella ya estaría cabreada con él si el miedo de Deke no hubiera resultado tan real y tangible. Tan sumamente doloroso.
Por lo que sólo se sentía desesperada.
—Deke… jamás lo superó.
—Está claro que no.
—Después de la muerte de Heather, asumió la culpa. Y la familia de ella no ayudó. La hermana gemela de Heather extendió el rumor en el instituto de que Deke la había empujado al suicidio. Su madre trabajaba allí como profesora y se aseguró de que casi todos los profesores pensaran que Deke había sido el responsable de aquello, y lo trató como si fuera un asesino.
Vivían en un pueblo muy pequeño, así que mi primo no pudo cambiar de colegio. Apenas podía salir de casa sin la compañía de alguno de sus padres. Una de las veces que lo hizo, el padre de Heather lo detuvo y lo metió en la cárcel por exceso de velocidad. Lo llevó a la celda que ocupaba un peligroso delincuente adulto, a pesar de que Deke era menor de edad. El bastardo no pensaba dejarle llamar en seis horas. Si el padre de Deke no hubiera averiguado con rapidez dónde se encontraba su hijo y no se hubiera presentado en la cárcel con un abogado, estoy seguro de que aquel individuo hubiera violado a Deke.
A Kimber se le oprimió el corazón.
—Oh, Dios mío… es terrible.
—Pero lo peor de todo es que Deke aceptó toda la culpa. Creo que todavía lo hace. Y estoy seguro de que lleva años temiendo poder llegar a ser el causante de la muerte de otra mujer.
Aquello había sido terrible. Más que terrible. Una jovencita inmadura embarazada, sus inseguridades y la venganza de su familia habían destrozado la autoestima de un joven. Y nadie había hecho nada para evitarlo.
Y ahora, la propia Kimber introducía a otro bebé en la historia.
—Gracias por contármelo.
—¿No estás enfadada conmigo?
—¿Por no haber sido sincero sobre el pasado de Deke?
Él hizo una mueca.
—No. Por no haber sido sincero sobre mi… problema antes.
«¿Enfadarse con él? No». Kimber no tenía razones para sentirse traicionada. Su incapacidad para tener hijos era algo que avergonzaba a Luc. Incluso en medio del drama de Deke y su discusión con Luc, ella había visto la humillación y dolor reflejados en su rostro por no poder tener algo que quería con tanta desesperación.
—A mí no me debías ninguna explicación.
Él agachó la cabeza al captar la indirecta.
—Pero sí se la debía a Deke.
Aquello era imposible de negar.
—¿Por qué no le contaste la verdad? Eres su mejor amigo, el hombro en el que se apoya.
Le importas, confía en ti…
—Pensé… que los dos teníamos mucho que ganar con este acuerdo. Siempre he creído que, algún día, conoceríamos a la mujer que podía hacer de él un hombre completo. Y que luego él aceptaría que ella se quedara embarazada. Uno de los dos se casaría con ella, todos seríamos felices… Creí que de esa manera él volvería a ser el de antes y que yo obtendría la familia que tanto quería.
Luc se había equivocado.
—Supongo que el hecho de que yo fuera virgen fue un golpe de suerte.
—Para Deke, sí. Pensé que si él te poseía sería como una catarsis, que derribaría sus barreras mentales. Y cuando lo hizo, creí que lo había superado. Tú le importas mucho. La manera en que respondió a ti fue, desde el principio, totalmente diferente. Creo que ya estaba medio enamorado de ti cuando entraste por la puerta. Y no me cabe ninguna duda de que tú también estabas medio enamorada de él. La primera vez que te vi me pareciste dulce y maravillosa. —Sonrió tristemente—. Creí que todos saldríamos ganando.
—Bueno, supongo que eso era lo que parecía a simple vista. —Pero todo se había ido al infierno, y Kimber no tenía ni idea de qué hacer ahora.
Colocándole el dedo bajo la barbilla, Luc la obligó a mirarlo.
—Oh, cariño. Lo siento tanto. Pareces tan perdida… como si te preguntaras qué diablos vas a hacer ahora. —Le dio un beso suave y persistente en la boca.
—A veces creo que eres adivino.
Él le dio un golpecito en la nariz con la punta del dedo.
—A veces es fácil saber qué piensas.
Ella puso los ojos, rojos por el llanto, en blanco y soltó una risita.
—Muy observador.
—Es una de las cosas que más me gustan de ti. Entre otras muchas. —Luc inspiró profundamente, luego le ahuecó la cara entre las manos—. Cásate conmigo.
«¿Qué?». Eso sí que la había pillado desprevenida. Aunque no debería de haberlo hecho.
Luc quería un bebé de Deke ya que no podía tener uno propio. Ella podía hacer realidad su sueño. Pero…
—Sería un buen arreglo. Tú tendrías un bebé. Yo tendría un marido. Pero tú y yo sabemos que es un error. Tú no me amas.
—Eso no es cierto.
Kimber lo miró a los ojos y vio el amor reflejado en aquellas profundidades oscuras… el mismo tipo de amor que ella sentía por él.
—Luc, no puedo negar que existe una atracción sexual entre nosotros…
—Una atracción muy fuerte. —Luc sonrió.
—Pero no me amas. Me quieres de la misma manera que yo te quiero a ti, como un amigo.
Con el paso del tiempo, esa atracción desaparecerá.
—Puede que sí, puede no. Hay mucha gente que comienza con menos y acaba muy enamorada. Formaríamos una familia. Por favor, piénsatelo antes de contestar —parecía a punto de implorar.
Maldición. Kimber no quería hacerle daño, pero si le decía que sí, sólo estaría postergando el daño que le haría más tarde, cuando vieran que lo suyo no resultaba.
—Deke siempre se interpondría entre nosotros. Siempre será el padre de este bebé, y yo siempre lo amaré. Según pasen los años, no creo que puedas soportarlo.
—Sí que podría…
—Entiendo cuánto quieres a este bebé y tener una familia propia. No tengo la menor duda de que serás un tío estupendo para él, pero no creo que sea buena idea que nos casemos.
—Por favor… eres mi última esperanza. Voy a cumplir treinta y cinco años. Deke jamás querrá volver a compartir a una mujer conmigo a partir de ahora… ni a ti, ni a nadie. Tener un hijo es lo único que no puedo hacer por mí mismo. He conseguido éxito en mi profesión. He conseguido comprar una casa. Tengo buenos amigos. Más dinero del que puedo gastar. Pero… este vacío es algo que no puedo llenar.
El corazón de Kimber sufrió por él.
—¿Has considerado adoptar un niño?
Él le cogió las manos.
—Quiero que tenga algo de mí, incluso aunque sea una parte ínfima. Tú llevas una pequeña parte de mí en ti. Deke no va a querer ejercer de padre, y este bebé necesitará uno. Seré un buen marido.
—No tengo la menor duda. —Para la mujer a quien amara de verdad, Luc sería un tesoro. Pero esa mujer no era ella—. Sé que Deke no va a cambiar de idea. Pero no creo que sea bueno añadir otro error más a la lista.
—Piénsalo detenidamente antes de decir que no.
—Ya lo he hecho. Serás parte de la vida del bebé. Pero si te casas conmigo, tu relación con Deke se destruirá. No creo que quieras eso. Y yo, desde luego, no quiero tener algo así sobre mi conciencia.
Luc hundió los hombros mientras se apartaba de ella con un largo suspiro.
—Sé que no lo harás, pero si cambias de idea…
—Ya sé dónde encontrarte.
Kimber se inclinó hacia delante y besó a Luc. Suavemente. Un roce de labios y un intercambio de suspiros. Un adiós sin palabras. Luc le metió los dedos en el pelo con desesperación mientras se apoderaba de sus labios en un beso suplicante, como si hubiera decidido que podría convencerla con sexo ya que había fracasado con las palabras.
Maldito fuera, aquel hombre la ponía a cien con solo besarla. Era tan delicado… La manera en que le rozó el paladar con la lengua le provocó un estremecimiento. Luego, Luc le mordisqueó eróticamente el labio e inclinó la cabeza hacia un lado para profundizar el beso, como si quisiera engullirla. La besaba ahora con toda la boca, y ella sintió un hormigueo, sintió… renacer el deseo.
Sería fácil derretirse contra él.
Pero si lo hacía, le daría falsas esperanzas.
Kimber se apartó.
—Me iré por la mañana.
Luc tensó los dedos en sus cabellos y la miró como si estuviese a punto de discutir con ella.
Pero al final, apretó los dientes y la soltó.
—¿Adónde irás?
—Tengo que ponerme en contacto con mis hermanos. Mi padre saldrá pronto del hospital e irá a casa de Logan en cuanto le den el alta. Necesitarán mi ayuda. Mi apartamento no queda muy lejos del de Logan, aunque me imagino que estará hecho un desastre… Me apuesto lo que quieras a que mis plantas ya se habrán marchitado.
—¿Me darás tu nuevo número de teléfono? Quiero estar en contacto contigo. Quiero estar tan involucrado en la vida del bebé como me dejes.
Ella sonrió.
—Claro. Necesitaré que me echen una mano, y ni Logan ni Hunter sabrán cómo manejar esto. Me alegraré de que estés conmigo. Incluso aunque no nos casemos, llevo una pequeña parte de ti conmigo. Nunca podría alejar este bebé de ti. Nunca.
Maldición. Ya eran las tres de la madrugada.
Tras cinco horas fuera y media docena de whiskies acompañados de un puñado de cervezas, Deke seguía sin poder dejar atrás la oleada de emociones que le corroía las entrañas.
Entró en la casa sin hacer ruido, preparándose mentalmente para la visión de Kimber en los brazos de Luc, en su cama. Pues ya podía ir haciéndose a la idea. En cuanto se casaran, tendría que lidiar con ello —tendría que aceptar lo que se estaba perdiendo— durante el resto de su jodida vida.
A menos que todas las discusiones y revelaciones que había tenido lugar después del descubrimiento del embarazo de Kimber, la hubieran conducido al borde de la locura. El pánico fue como una puñalada fría en el corazón de Deke.
No, Luc no permitiría que eso ocurriera. Luc la salvaría. Aunque no pudiera tener hijos, de los dos, Luc era el único hombre de verdad.
Incluso así, saber que se casarían, que Luc tendría derecho a tocarla, a acariciarla, a follarla… Dios, eso iba a matarle.
«Es lo mejor. Acéptalo de una vez».
Deke tragó aire y, tras dejar las llaves del coche en el aparador del vestíbulo, cerró la puerta y se dirigió al pasillo que llevaba a los dormitorios. Sentía como si cada paso lo condujera a la horca. Se le retorcían las entrañas, oprimiéndole el estómago hasta el punto de sentir dolor. Le comenzaron a sudar las palmas de las manos.
Oh, demonios. La casa parecía silenciosa, pero ¿y si aún estaban manteniendo relaciones sexuales? ¿Y si estaban desnudos y enmarañados tras haber disfrutado de un buen polvo?
«Será mejor que te acostumbres…».
Llegó hasta la puerta abierta de la habitación de Luc, inspiró profundamente y se preparó para lo peor. Pero sólo vio a su primo tumbado en su enorme cama y sumido en un sueño inquiero. «Solo».
El alivio y el miedo lo inundaron a la vez. ¿Dónde estaba Kimber? Con las rodillas temblorosas continuó por el pasillo hacia su habitación.
«Por favor, que esté aquí. Por favor, que esté bien».
Deke dobló la esquina, irrumpió en su dormitorio y se detuvo en seco.
Con una camiseta enorme de color blanco que le dejaba al descubierto la grácil curva de los hombros, Kimber estaba durmiendo en su cama. Con la cabeza apoyada en su almohada y sujetando firmemente entre sus manos una de sus camisetas.
Se apoyó en el marco de la puerta y miró fijamente el movimiento ascendente y descendente de sus pechos, visibles por la luz de las farolas de la calle que entraba por la ventana del dormitorio. Un millón de pensamientos lo asaltó a la vez.
¿Acaso no habría aceptado la propuesta de matrimonio de Luc? A Deke no le cabía ninguna duda de que su primo se la habría hecho. Quizá no le había respondido aún. O quizá Luc no se la había hecho y esperaba hacerlo esa mañana. Sí, era lo más probable. Puede que Kimber estuviera allí para patearle el trasero tal y como se merecía; primero por dejarla embarazada, y luego por haberlo manejado todo tan mal.
Fuera cual fuese la razón, Deke sabía que no merecía a Kimber.
¿Por qué la vida lo había jodido tanto? No, no había sido la vida; había sido él. Y eso no iba a cambiar. Él era lo que era, y Kimber estaba mejor con Luc. Incluso aunque verlos juntos lo matara.
Ella gimió en sueños. Dejando a un lado todas las razones por las que debía olvidarla y dejar que Luc se hiciera cargo de ella, Deke cruzó la habitación a trompicones hasta el borde de la cama.
Una mirada a su nariz enrojecida y a los regueros plateados de sus mejillas le dijo que ella había estado llorando.
Maldita sea, prefería ser golpeado en el estómago durante una semana por un campeón de pesos pesados que ver eso.
Y a pesar de todo, no quería más que meterse en la cama a su lado, acurrucarla entre sus brazos y dormir. Luego se despertaría lentamente junto a ella, se desperezarían juntos, se besarían, y tal vez…
«No». Eso no iba a ocurrir. A menos que Luc estuviera con ellos no había manera de que Deke pudiera hacer el amor con Kimber. ¿Sería diferente esta vez sabiendo que estaba embarazada? Tal vez. Pero no estaba seguro. Quizá la seguridad mental que suponía compartir a las mujeres se había incrustado demasiado en su psique. Incluso aunque pudiera hacer el amor con Kimber él solo mientras estaba embarazada, ¿qué ocurriría cuando el bebé naciera? Kimber no quería volver a ser compartida, y Deke no podía imaginarse volviendo a invitar a Luc a unirse a la fiesta.
Tras la noche anterior, no habría más juegos entre Luc, él y esa mujer tan apetitosa; ni con ella ni con ninguna otra. Kimber había sido la última mujer que compartirían. Había llegado a esa conclusión tras la cuarta cerveza. Tendría que encontrar a otro hombre y asegurarse de que la mujer que compartieran no significaba nada para ellos. Pero después de Kimber, tenía otro problema. Aquel absoluto desinterés por el sexo que había experimentado con Alyssa, ¿sería permanente o se le pasaría?
Además, tenía que dejar de ser un maldito cobarde y practicarse una vasectomía. Así no habría más líos. Se aseguraría de que no le jodía la vida a ninguna mujer más.
E iba a tener que mudarse. Dejaría Tyler, Tejas. No podría ver a Luc y a Kimber juntos día tras día, año tras año, pero antes tenía que asegurarse de que ella no se tragaba un bote de pastillas para acabar con su vida. Irse sería la única manera de poder seguir adelante.
No podría hacerlo si les veía comenzar una vida juntos.
Incluso ahora, sabiendo que lo mejor sería marcharse, no podía obligarse a alejarse de ella.
Así que se arrodilló junto a la cama. La mano laxa por el sueño de Kimber estaba justo delante de él, y Deke se la sujetó con suavidad para no despertarla. Pero incluso él sentía la desesperación de su caricia cuando llevó los dedos cerrados de Kimber a sus labios y depositó un beso agridulce en el dorso de su mano, intentando no apretarla.
Dios, cómo la amaba. De alguna manera, incluso cuando trabajaba para el coronel y ella tenía diecisiete años, alguna parte de Deke había sospechado que ella sería su debilidad. Ahora, no sólo iba a tener que vivir sin ella, sino que tendría que aceptar que pertenecía al hombre que consideraba un hermano.
Y la triste verdad era que ella estaría mejor sin él.
Con ese duro convencimiento, las emociones atravesaron su pecho y explotaron en su interior. Maldición, odiaba aquello, pero no tenía otra elección. El aguijón de las lágrimas atacó sus ojos con la sutileza de un punzón helado. Comenzaron a caer una tras otra sin poder detenerlas. Deke tragó una gran bocanada de aire, intentando contenerlas. Pero su aliento se entrecortó al intentar inspirar. Cerró los ojos mientras aquel calor líquido se deslizaba por su rostro y apretó la mano de Kimber en la suya.
¿Qué iba a hacer sin ella? Si volvía la vista atrás, podía ver que ella le había ofrecido toda su confianza y su ácido sentido del humor. Sabía cuándo ser ruda o tierna con él. Amaba aquella manera femenina en que se imponía a él, y en cómo podía conseguir que aumentase de tamaño su miembro con sólo una sonrisa.
Deke enterró la cara en las sábanas al lado del muslo de Kimber y dejó escapar los sollozos.
En silencio. No quería despertarla. No quería que nadie lo supiera. Pero, oh, maldición, estaba llorando como un maldito bebé y no podía detenerse. Su vida había sido un gigantesco error.
Durante años, Heather había ocupado el primer puesto en su lista de pesares. Ahora además tenía que añadir a Kimber. Ella iba a sufrir durante los años venideros y no sabía qué hacer para mejorar la situación.
Excepto hablar con ella de la forma más civilizada posible sobre el bebé que crecía en su vientre. Luego la dejaría en paz.