Capítulo 17

Con unos envites largos y duros, Deke gimió jadeando ásperamente mientras penetraba profundamente a Kimber, que le ceñía el miembro mientras él se movía contra su cerviz. Bajo el cuerpo masculino, ella se retorcía, jadeaba, se ablandaba.

Pero para Deke eso no era suficiente, no era lo suficientemente profundo. Tenía que envolverla, llenarla. Rodeándola con los brazos, introduciéndolos entre la espalda femenina y el colchón, le alzó el pecho contra su torso y empujó con más fuerza. Jadeando con frenesí, consumido por un fuego interior, fusionó su boca con la de ella y la penetró de nuevo. Ella respondió con un estremecimiento y un gemido. Pero aun así, seguía sin ser suficiente.

Jamás lo sería.

Siguió moviéndose con dureza y rapidez, deslizando su carne resbaladiza dentro de la de ella de una manera que era a la vez el cielo y el infierno. Una exquisita tortura. Cada palpitación de la vagina de Kimber lo llevaba más cerca del olvido. Ella era todo lo que él había querido siempre y que nunca creyó que existiera o que se mereciera. Y no pensaba dejar aquella cama hasta que ella estallara en otro orgasmo y gritara roncamente su nombre.

—Deke —la voz de Luc interrumpió el ritmo salvaje con el que embestía en ella—. ¡Deke!

—¿Qué? —gruñó él.

—Sé más suave.

¿Más suave? «Maldita sea».

Deke bajó la mirada llena de deseo hacia Kimber. Los ojos color avellana estaban dilatados y un impulso eléctrico recorrió su miembro cuando ella gimió de necesidad y desasosiego.

—¿Te hago daño?

Sí, él sonaba como si se hubiera pasado un papel de lija por la garganta. «¿Y qué?».

Antes que ella pudiera contestarle, él la penetró con otro largo envite hasta el fondo de la vagina. El movimiento provocó en ella un estremecimiento y una ardiente sensación o al menos eso dedujo por la manera en que ella le arañó la espalda y se arqueó hacia él, mientras lo estrechaba con su sexo.

—¿Te lo hago? —exigió saber.

—No. Más. ¡Oh, Dios mío, quiero mucho más!

Las palabras de Kimber hicieron desaparecer cualquier barniz de civilización que le quedara. Embistiendo contra ella como un maníaco enloquecido de lujuria, Deke la estrechó contra su cuerpo, inmovilizándola y obligándola a aceptar la brutal necesidad de cada uno de sus envites mientras poseía su boca con un beso desesperado.

—Bueno, parece que no me necesitáis aquí después de todo. Así que… me voy. —Deke oyó a Luc por encima del rugido de su corazón.

Su primo se levantó y atravesó el dormitorio hacia la puerta.

El impacto de saber que Luc lo dejaría allí solo con Kimber, hizo que se detuviera. Se quedó paralizado. Como si alguien le hubiera arrebatado el placer y despojado del deseo. La sangre abandonó su erección, y el temor sustituyó el deseo.

«¿Qué demonios…?». Aquello no le había ocurrido nunca. El pánico se coló en sus venas como agujas punzantes. «¡No, no, no!». Eso no podía estar sucediendo. Quería hacer el amor con Kimber, quería que fuera sólo suya.

Pero su cuerpo no opinaba lo mismo.

«¡Maldición!». Su erección… estaba desapareciendo.

¿Cómo? ¿Por qué sucedía aquello de repente?

Deke cerró los ojos, intentando centrarse en el sexo, en cualquier cosa que devolviera la vida a su polla.

«Nada».

En ese instante, supo que no podría correrse si Luc se marchaba.

«¡Maldito hijo de la gran perra!». ¿Qué coño le pasaba? Quizá debería preguntárselo a Heather. Oh, espera… ella estaba muerta.

La mortificación lo invadió mientras se preguntaba con mareante frustración cómo podía fallarle su cuerpo de esa manera. Todo aquel tiempo había pensado que aquellos temores que lo reconcomían sólo le afectaban a nivel emocional, impidiéndole que se tirara a una mujer a solas, pero por lo visto también le afectaba a nivel físico. Ni siquiera podía mantener una erección sin tener a su primo al lado para que le cogiera de la mano. Se sintió menos hombre. Como si fuera un bicho raro.

—¡Detente! —le ordenó Deke con voz ahogada—. Detente, por el amor de Dios, ven aquí y háblale con suavidad. Yo no puedo.

Luc vaciló.

—Por favor. —Le dolió incluso físicamente escupir las palabras, pero Deke sabía que no podría reclamar a Kimber si Luc salía de la habitación.

¿Acaso no dejaba claro eso cuan jodida tenía la cabeza?

Con un suspiro de derrota, Luc regresó lentamente al lado de la cama y se subió a ella.

Mordiéndose el interior de la mejilla con tanta fuerza que sintió el sabor de la sangre, Deke rodó sobre su costado para que la espalda de Kimber reposara sobre el pecho de Luc.

Su primo le puso las manos en los hombros y la besó en la nuca húmeda.

—Eres tan hermosa cuando te mueres de placer.

Todo volvía a la normalidad… o a lo que él consideraba normalidad. Al ver que Kimber se relajaba contra Luc, y que su primo deslizaba la boca por aquella piel ruborizada, su miembro revivió.

Sujetándola de las caderas, Deke se impulsó en el interior de Kimber con toda la fuerza que pudo.

—Eres preciosa, gatita. Jamás he querido a nadie como te quiero a ti.

Nuevas lágrimas anegaron los ojos de Kimber mientras rodeaba el cuello de Deke con los brazos. Su sexo se contrajo en torno a él. Con otro duro envite, él empujó contra el punto G de Kimber, al mismo tiempo que se rozaba contra su clítoris.

Y Kimber explotó, soltando un torturado grito de satisfacción salvaje y diferente de cualquier otro que Deke le hubiera oído.

—¡Deke!

Ella se contrajo salvajemente alrededor de su miembro, y sus gritos de placer resonaron en las paredes, llenándole de tal éxtasis que a Deke se le encogió el corazón. Soltando un gruñido sollozante, las sensaciones se agolparon en su interior hasta que se convirtieron en una bola de fuego peligrosa y envolvente. Estremeciéndose violentamente, él derramó todo en ella. Todo su amor, su deseo, sus esperanzas, su alma.

Kimber lo aceptó en su interior con un largo grito. Sus miradas se encontraron y la conexión entre ellos les impidió apartarlas. Deke no hubiera podido apartar la vista de ella ni para salvar su jodida vida.

Tiempo después, el tumulto cesó. Kimber se relajó y rompió la conexión entre ellos, hundiéndose en el colchón, apartándose de él y girándose hacia los brazos de Luc con un sollozo desgarrador y lágrimas ardientes.

Luc la envolvió entre sus brazos, pero buscó a Deke con la mirada.

Estaba confundido. No había otra palabra para describirlo. Por la reacción física de Deke.

Por la reacción emocional de Kimber. Por la completa incapacidad de Deke de llegar al orgasmo solo. Por la acerada desesperación de su primo. Y ahora, Deke estaba agotado. Kimber sollozaba.

Luc no tenía ni idea de qué iba a pasar con todos ellos a partir de ahora. Deke no estaba seguro de sí mismo, pero, por el momento, centraba su atención en Kimber.

—¿Gatita? —se acercó a ella y se inclinó sobre la espalda femenina—. ¿Qué te pasa?

Durante unos interminables minutos, ella se negó a hablar. Él insistió. Luc también. Pero no les respondió. Sólo siguió vertiendo aquellas lágrimas histéricas que desgarraba dolorosamente el corazón de Deke.

Deke hizo lo único que podía hacer. Y Luc se unió a él.

La acariciaron, la tranquilizaron, le dijeron que todo estaba bien.

Pero Deke sabía que cada una de las palabras que salía de su boca era una sandez.

—Nunca más —sollozó ella. Luego cerró los ojos para no verlo.

Momentos después, se quedó inmóvil, como si las sensaciones de su cuerpo y las emociones hubieran sido demasiado abrumadoras. Se colocó en posición fetal y se hundió en el sopor. Deke bajó la mirada al darse cuenta de que en algún momento él la había tomado de la mano y que ella todavía lo agarraba con fuerza.

El rugiente clímax que había envuelto el cuerpo de Kimber, había satisfecho a Deke, pero todas aquellas lágrimas… No era una coincidencia que los dos se hubieran corrido después de que Kimber le hubiera dicho que ella lo amaba y él le hubiera confesado lo mismo. Y después, ella le había dicho que no deseaba ser compartida, pero había quedado claro que él no podía hacer el amor solo con ella.

—¿Nunca más qué? —preguntó Luc; parecía tenso. ¿Se refería a lo que creía que se estaba refiriendo?

«Maldición». Ahora llegaba la parte en la que tenía que ser honesto con Luc sobre algo que apenas podía aceptar él mismo.

Algo que lo cambiaría todo.

Deke suspiró.

—Sabes que te considero un hermano.

Una expresión de cautela y enojo apareció en los ojos oscuros de Luc.

—¿Sí?

—Te das cuenta de lo que pasa, ¿verdad? No podemos continuar haciéndole esto. Kimber no quiere volver a ser compartida.

—¿Y qué… vas a follarla tú solo? —le desafió Luc—. ¿Igual que hace unos minutos?

«Bastardo observador». Deke no tenía ni idea de cómo sería el sexo entre ellos a partir de ahora. Hoy se había demostrado más allá de toda duda que no era un hombre completo, que no podía hacer el amor con una mujer si no había otro hombre con ellos. Incluso aunque, como aquella mañana, Luc no la follara también. Sólo necesitaba la seguridad de que había alguien más con ellos…, por si acaso.

Luc continuó.

—Le has dicho que ibas a reclamarla para ti. ¿Cómo piensas hacerlo?

—Ésas son palabras mayores, sabes que no puedo hacerlo solo. —Deke estaba avergonzado, sonaba tan tenso como Luc parecía—. Incluso así, esto de nosotros tres… tiene que parar.

—¡Maldita sea!

—Venga. Ella no vale para esto. ¿No te das cuenta?

—¡Yo lo necesito! Tú lo necesitas. ¿Qué diablos quieres que hagamos?

Deke estudió a su primo con el ceño fruncido.

—¿Por qué lo necesitas tú? ¿Qué obtienes con ello?

—Ya basta. Yo no voy a tirarlo todo por la borda. Hasta hoy, Kimber se ha portado maravillosamente con nosotros. Ha sido perfecta. Esto ha sido algo aislado…

—No lo es. ¿Acaso no has visto cómo lloraba a lágrima viva?

En lo más profundo de su corazón, Deke deseaba que Luc tuviera razón. Pero la realidad era que Kimber probablemente se sintiera despreciada, incluso sucia, sabiendo que él la amaba pero que, a pesar de ello, permitía que su primo la tocara. Y él apenas podía soportar ver cómo Luc le ponía las manos encima.

—¿Qué coño ha pasado?

«Oh, aquí viene otra dura verdad». Deke contuvo el impulso de hacer una mueca.

—Kimber me ha dicho que me ama.

—También me lo ha dicho a mí. —Luc no sonaba celoso en absoluto.

Deke estaba confundido.

—Yo también le he dicho que la amo.

—¿Acaso te ha dicho que sólo quiere estar contigo? —La tensa y amarga sonrisa de su primo le dijo a Deke que aquello podía ponerse feo.

Se encogió de hombros.

—Ambos sabemos que yo no puedo mantener una relación así. Me siento… —Deke apartó la mirada y enterró la cara entre las manos— destrozado. ¿Qué clase de hombre necesita que un amigo le eche una mano para poder hacer el amor con su mujer?

—¿Crees que ella lo entiende? ¿Que sabe por qué?

—No. —Luc abrió la boca, pero Deke lo interrumpió antes de que dijera nada—. Decírselo no cambiará las cosas.

—Ésas son chorradas que te dices a ti mismo para no tener que decirle la verdad.

«Quizá». Pero no estaba dispuesto a comprobar su teoría. Demonios, lo más probable es que ella lo dejara por lo que ya había pasado. ¿Para qué iba a contarle su pasado?

—Déjalo ya.

Luc se encogió de hombros, claramente enojado.

—¿Y ahora qué?

Con un suspiro, Deke bajó la mirada hacia Kimber. Buena pregunta.

—Ahora nos iremos a casa y le diremos a Kimber, después de la cena, que no la vamos a volver a compartir. Luego, supongo que la dejaremos decidir qué quiere hacer.

—¿Querrás decir a quién de los dos quiere?

«O a un hombre roto o uno al que no amaba. Menuda elección».

Deke se pasó la mano por el pelo.

—Sí.

No dejaba de tener su gracia. Cuando Kimber había acudido a él para pedirle que le enseñara todo sobre los ménages, le había preguntado cómo se las arreglaban con los celos. Su respuesta había consistido en una serie de estupideces y mentiras propias de un ignorante en la materia. Aunque también era cierto que nunca antes se había encontrado con una situación semejante. Ninguna de las mujeres con las que Luc y él habían mantenido relaciones le había importado. Ahora que había sentido el mordisco de los celos, no lo estaba llevando demasiado bien. Y lo más probable era que la perdiera en gran parte por culpa de eso.

Ambos hombres guardaron un inquietante silencio el resto del día, lo que le vino bien a Kimber.

Se despertó a primera hora de la tarde, sola y agotada en la enorme cama de la cabaña del pantano. Luc le llevó el almuerzo, pero no pudo probar bocado. Deke le anunció que volvían a Tejas. Kimber supuso que aquello debería de hacerla feliz. Pero la felicidad no llegó.

Los ojos oscuros de Luc y los deslumbrantes ojos azules de Deke parecían ver a través de ella, y lo que vieron pareció dejarles muy preocupados. Tenía el presentimiento de que ambos tramaban algo.

Apática y extenuada por el llanto, hizo la maleta en silencio. Oyó que en la cocina, Luc recogía los enseres y suministros que había llevado. En cuanto a Deke, a saber dónde estaba.

Kimber había sentido el extraño impulso de buscarle —en ese mismo momento— y de preguntarle si todavía la amaba. Si excluir a Luc de su cama iba a poner fin a la relación. Tenía un mal presentimiento en cuanto a la respuesta, en especial después de ver su reacción cuando Luc intentó abandonar el dormitorio esa misma mañana. Parecía algo descabellado, casi increíble, que un hombre tan viril como Deke no pudiera hacer el amor sin otro hombre en la estancia, pero ¿y si era cierto?

Que se negara a decirle por qué era algo que le corroía las entrañas y que, francamente, la disgustaba mucho.

Y para colmo había surgido otra complicación que ella no había esperado…

En el tenso y silencioso viaje de regreso al Este de Tejas, ella se consoló pensando que pronto vería a su padre… y que entonces resolvería hacia dónde encauzar su vida.

Apenas habían puesto un pie en la casa de Luc y Deke, cuando este último anunció que tenía que resolver un asunto. Dios, ya comenzaba a distanciarse de ella. Puede que la amara, pero eso no era suficiente para vencer aquello que lo afectaba tanto. ¿Tendría algo que ver aquella repentina marcha con darle vía libre a Kimber para que se largara?

En el momento en que Deke desapareció por la puerta, Luc se acercó a ella, mirándola como si tuviera algo en mente.

—¿Necesitas algo, cariño? ¿Un café? ¿Algo de comer? Ya sabes que te prepararé cualquier cosa.

En aquel momento, ella sólo quería estar sola, en especial si él tenía intención de dejarse llevar por lo que le rondaba la cabeza y que se reflejaba en su oscura mirada color chocolate, que parecía derretirse por ella.

—Tengo que comprar algunas cosas, ¿puedes prestarme el coche?

Él asintió con el ceño fruncido.

—¿Podrías estar de vuelta a las seis? Tengo que hacer una presentación en un restaurante del centro.

Kimber asintió y suspiró de alivio cuando salió de la casa —demasiado llena de recuerdos para su tranquilidad— para dirigirse al coche.

No tenía que comprar demasiadas cosas. Escoger una tarjeta de «te echo de menos» para su padre fue sencillo. Comprar un nuevo móvil tampoco le llevó demasiado tiempo. Luego llamó a Logan y a Hunter para darles el número, y le dijeron que su padre sería dado de alta al cabo de dos días. Incluso pudo hablar con el coronel unos breves minutos.

Eufórica al ver que su padre se estaba recuperando con rapidez, Kimber compró el resto de los artículos que necesitaba, intentando no pensar en aquello que la preocupaba.

Estaba de vuelta en casa de Luc poco después de las cinco.

Lo encontró muy sexy y atractivo con el pelo suelto, los pantalones de pinzas y una camisa de lino blanca cuando se inclinó para darle un beso en la mejilla.

—No tardaré mucho. ¿Me esperarás? Debemos hablar…

Kimber no amaba a aquel hombre de la misma manera que amaba a Deke, pero la sensación de la mano de Luc ahuecándole la mejilla la tranquilizaba.

—¿Vas a decirme que ha terminado conmigo?

—Lo que suceda será por decisión tuya. —La besó de nuevo, esta vez fue una tierna presión de sus labios sobre los de ella, una caricia suave de su lengua… luego se fue.

Con un fuerte sollozo, Kimber se sentó en el sofá y comenzó a llorar de nuevo. Una lágrima tras otra se deslizaron por su rostro, cálidas y molestas, provocándole un gran dolor de cabeza. ¿Desde cuándo se había vuelto tan sensible? Aquel llanto continuo la dejaba exhausta. Y también el sexo. Varios enormes orgasmos por día habían convertido dormir en su nuevo pasatiempo.

Al menos esperaba que no hubiera otra razón oculta tras ese agotamiento…

Maldición, tenía que dejar de sentir compasión por sí misma. Tenía que obtener algunas respuestas, hablar con ellos y averiguar qué camino iba a tomar. Las cosas no podían seguir así.

No podía vivir de esa manera.

Se levantó del sofá, se hizo una sopa y se puso a ver la tele, intentando no pensar en nada.

Los programas de risa no surtieron efecto y volvió a quedarse dormida.

La despertó un coche aparcando frente a la puerta. Deke estaba de vuelta. Ya había anochecido. Kimber no se sentía preparada para hablar con él, ni para soltar ultimátums ni para tomar decisiones drásticas. Agarró las bolsas con sus compras, el móvil recién comprado y se dirigió al cuarto de baño.

Qué jodida pesadilla, pensó Deke, mientras entraba en la casa. Había pasado la tarde hablando con Jack sobre negocios y problemas personales. Los negocios iban bien. De hecho, iban genial. Jack había hecho un gran trabajo ocupándose de todo mientras él había estado protegiendo a Kimber del psicópata de la bomba. Eran las cuestiones personales las que no parecían tener solución.

Ahora tenía que esperar a que Luc regresara a casa para poder discutirlas a fondo. Y esperaba no terminar peleándose a puñetazos con él.

Llamó a Luc para decirle que ya estaba en casa. Su primo estaría de vuelta a las nueve. Aún faltaba un rato para poner fin a toda aquella mierda. «Estupendo». Lo estaba deseando… tanto como deseaba que lo castraran con la tapa mellada de una lata.

Intentando controlar los nervios, Deke fue en busca de Kimber. Antes de que llegara Luc, tenía que decirle algunas cosas. Era una chica lista, así que no dudaba que ya habría comprendido que él necesitaba a una tercera persona para poder hacer el amor con ella. Kimber tenía que saber además, antes de que tomara una decisión sobre su futuro, que eso era algo que no cambiaría. Y que además había otra cosa que él nunca podría darle. Y por qué.

Había llegado el momento de sacar a la luz las heridas del pasado. Oh, Dios.

Estaba en el pasillo cuando la oyó hablar y siguió el sonido de su voz. ¿Con quién estaba hablando? ¿Con alguno de sus hermanos? ¿Con su padre? ¿Con una amiga?

—Yo también me alegro de hablar contigo. —Una pausa—. Sí, tenemos que aclarar algunas cosas.

Frunciendo el ceño, Deke se apoyó contra la pared exterior del cuarto de baño y escuchó el suspiro de Kimber al otro lado de la habitación. Deke sabía que no debería escuchar a escondidas, pero siguió haciéndolo.

—Lo sé. He tenido que ocultarme, es por eso que no estaba disponible. Por el hombre que puso la bomba en casa de mi padre. —Kimber se interrumpió para volver a comenzar de nuevo—. Se encuentra bien. Yo también estoy bien. Sólo estoy un poco cansada. Quizá podríamos hablar mañana.

Deke se pasó una mano por la cara. Una ligera sospecha hizo que se le encogiera el estómago.

—No, no estoy tratando de darte largas. Es que he tenido un día infernal. —Otra pausa. Luego un fuerte sollozo—. Por favor, déjame en paz. No me amas, Jesse. Tú quieres alcanzar la redención o la salvación o algo por el estilo, y yo no puedo conseguirlo por ti. Ni siquiera puedo resolver mis propios problemas.

Así que sus sospechas eran ciertas. «Jesse». ¿Aquella jodida estrella del pop seguía dándole la lata? ¿Y qué coño quería? Le rechinaron los dientes. Aquel gilipollas estaba haciéndola llorar.

Deke se dispuso a entrar en el dormitorio, arrebatar el teléfono de la mano de Kimber y decirle al señor estrella del pop que le dieran por el culo.

Antes de que pudiera hacer nada de eso, Kimber comenzó a gritar.

—¡Maldita sea, ahora no! ¡Para de una vez!

Deke nunca la había oído perder el control de esa manera. Kimber jamás se ponía tan histérica como se había puesto ese día. Ya había oído suficiente.

Irrumpió en el cuarto de baño hecho una furia. De nuevo volvía a ver rojo cuando le quitó el teléfono y dijo entre gruñidos:

—Si vuelves a llamar y a molestar a mi mujer, te romperé todos los huesos del cuerpo, cabrón.

Resistiendo el impulso de arrojar el teléfono contra la pared, apretó el botón rojo con el pulgar para finalizar la llamada. Luego bajó el brazo y lanzó el teléfono sobre el aparador. Acto seguido, agarró a Kimber y la estrechó entre sus brazos.

Ella estaba temblando. Y no se trataba de un simple temblor. Todo su cuerpo se estremecía violentamente; hasta su respiración era temblorosa.

—Gatita. Cariño…

Le acarició el pelo con toda la suavidad que pudo. Aunque todo lo que quería era ir a buscar a Jesse McCall y aplastarle la cara de un golpe. Deke era mucho mejor peleando que tranquilizando. Pero Kimber necesitaba ternura en ese momento.

A lo lejos, oyó que Luc aparcaba frente a la casa. Por primera vez ese día, le dio gracias a Dios por la presencia de su primo. Luc sabría cómo tratar con las emociones de Kimber. Su primo la tranquilizaría.

—Déjame llamar a Luc.

—No. —Ella se aferró a él con fuerza—. Deke, tengo miedo.

Deke se sintió a la vez aliviado y preocupado de que ella siguiera queriéndole. Si le quería a él en vez de a Luc si todavía seguía interesada en él, a pesar de la dura realidad a la que todavía no se había enfrentado…

—No tengas miedo de Jesse. Si es necesario lo haré entrar en razón personalmente…

—No es por eso.

Kimber comenzó a sollozar de una manera tan incontrolable que él sintió miedo. Si no paraba de hacerlo, ella se desmayaría, vomitaría o algo por el estilo. Deke se sentó en el borde de la bañera y la colocó en su regazo, pensando a toda velocidad.

—Entonces, ¿qué ocurre? Si es por lo de esta mañana, lo siento, gatita. De verdad que lo siento. Respira profundamente y…

Ella levantó sus ojos color avellana llenos de lágrimas y lo miró. Aquella mirada lo dejó paralizado.

—Estoy embarazada.

Aquellas palabras fueron como un mazazo en sus entrañas. Él la soltó bruscamente a un lado y se puso en pie de un salto, mirándola fijamente. La sangre abandonó su cabeza a una velocidad alarmante. ¿Acababa de oír que…?

«Por el amor de Dios. ¡No…!».

—¿Embarazada?

Lentamente, Kimber se puso en pie y metió la mano en el bolsillo de los pantalones cortos para sacar una varilla de plástico blanco. Tenía dos líneas azules en la ventanita central.

Deke retrocedió mientras tragaba saliva. Aquello no podía estar ocurriendo. No era posible.

Estaba a punto de vomitar.

—¿Cómo coño ha pasado? ¿No estabas tomando la píldora…?

—En el hospital me dieron antibiótico para que no se infectaran los puntos. Se me olvidó que reducen el efecto de la píldora… Oh, Dios. Tienes mala cara.

Deke se sentía mareado. Más que mareado. Aquello era la peor pesadilla de su vida.

Volvía a revivir el pasado.

—No puede ser. —Negó con la cabeza—. Jamás debería de haber tomado tu virginidad.

Sabía que no debería haberlo hecho.

Deke se dio la vuelta y salió disparado del cuarto de baño. Oyó el llanto de Kimber a sus espaldas, cada vez más lejos. Antes de que pudiera salir por la puerta, vio que Luc ya había llegado.

Una mirada a su primo y supo que lo había escuchado todo.

Luc lo agarró por los hombros.

—Inspira profundamente.

—La has oído. ¡Está embarazada!

De todas las personas del mundo, Luc era quien mejor debía entenderlo. ¿Por qué parecía tan calmado?

Deke volvió a sentir el deseo de vomitar. «Embarazada». ¿Por qué coño no había utilizado un condón? Porque sabía que una vez que experimentara lo bueno, no soportaría volver a usarlos. ¿Qué iba a hacer ahora? ¿Vigilarla día y noche? ¿Cómo podía estar seguro de que todo iba a ir bien cuando no estaba seguro ni de sí mismo?

—Lo sé. —Luc le habló en un tono tranquilizador—. Deke, sé que estás molesto. Pero es una bendición…

—Bueno, no fue una maldita bendición para Heather.

—¿Quién es Heather? —preguntó Kimber desde el umbral, rodeándose el estómago con los brazos.

Deke se giró con rapidez hacia ella. Sus ojos estaban tan rojos como su cara, pálida y fantasmal. Aquella expresión atormentada le retorció las entrañas. Santo Dios, parecía como si… la hubiera golpeado.

Luc suspiró.

—Heather es…

—Es la razón por la que no valgo ni para ti… ni para ninguna otra mujer —lo interrumpió Deke—. Es la razón por la que no puedo follar con ninguna si no hay otro hombre conmigo. Y yo soy la razón de que ella esté muerta.

A ciegas, Deke avanzó a tientas y tropezó con el sofá. Se hundió en él y se sujetó la cabeza con las manos.

—Y ahora la historia vuelve a repetirse, y volverá a ser culpa mía.

—¿De qué estás hablando? —murmuró ella.

Deke levantó la cabeza de repente y clavó una mirada afilada en ella.

—De todas maneras iba a contártelo todo esta noche. Pero no de esta manera.

Kimber retrocedió para sentarse en una silla con una expresión vacilante. Ahora dudaba de él. Era una pena que no se hubiera dado cuenta del peligro antes.

Deke respiró hondo, luchando contra el dolor que le provocaba sumergirse en el pasado.

—Heather era mi novia del instituto. Comenzamos a salir cuando ella tenía quince años. Yo tenía dieciséis. Salimos un año antes de comenzar… —«Maldición, era duro hablar de ello. Muy duro»— a mantener relaciones sexuales. Ella acababa de cumplir los dieciséis. Era virgen.

—Supongo que se quedó embarazada —adivinó Kimber.

—Sí. Estábamos muy asustados. Aún no había cumplido los dieciocho. Su padre era el sheriff del pueblo. Jamás le caí bien.

—Imagino que murió. ¿Fue en el parto? —El horrorizado susurro de Kimber apenas se oyó en la habitación.

—No. —Él cerró los puños, luego los abrió. Se obligó a mirarla—. Se suicidó.

Con un jadeo horrorizado, Kimber se cubrió la boca. Pero él todavía podía ver la sorpresa en aquellos ojos color avellana. ¿Estaba Kimber condenándole por ello? Probablemente. Se lo merecía por haberla dejado embarazada y luego no saber qué decir. Por no ser un hombre completo.

—Se tomó un bote entero de somníferos. En la carta de despedida, le decía a su familia que me odiaba y que había sido una estúpida por dejar que la tocara. Les decía que sería un padre horrible —dijo con voz ahogada.

—Deke, no. Sólo eras un crío.

—Pero ella tenía razón. Yo y mi estúpida polla hicimos que se tomara ese bote de pastillas.

—Ella fue la que tomó esa decisión —insistió Kimber.

—Sí, pero después de que yo la dejara embarazada. Me juré a mí mismo que jamás permitiría que volviera a ocurrir algo así. Y ahora mira. —Levantó las manos al cielo.

Demonios, su vida se iba al garete más rápido de lo que había creído posible y no sabía qué hacer.

—¿Nunca? ¿Pretendías no tener hijos nunca? —Kimber parecía consternada—. Deke, no es posible que creas que todas las mujeres sean capaces de reaccionar igual que Heather. Yo, por ejemplo… ¿acaso has pensado que podría hacer lo mismo que ella ahora que estoy embarazada?

«Sí». El pensamiento se le había pasado por la cabeza. Más que pasado, se había hecho un hueco en su mente y le había retorcido el alma.

—Kimber, sólo hace unos minutos que sabes que estás embarazada. Pero ¿cómo te sentirás dentro de unas semanas cuando tengas náuseas sin parar? ¿O dentro de unos meses, cuando tu cuerpo haya cambiado y no te parezca tuyo?

Ella parecía… traicionada. No había otra palabra para describirlo. Y Deke se sentía completamente confundido.

—Un embarazo no es el fin del mundo. Lo llevaré bien. Si piensas por un momento que haría algo que pudiera ponerme en peligro a mí o al bebé para intentar llamar la atención, es que no me conoces. En absoluto. —Las lágrimas anegaron sus ojos y le resbalaron por las mejillas.

—Eso dices ahora…

—Y lo diré siempre —juró Kimber.

Dios, cómo quería creerla. Pero después del ataque de histeria en el cuarto de baño, del drama acaecido esa noche… ¿qué ocurriría si no era así? ¿Y si al final Kimber decidía que no quería al bebé, a él, o a su propia vida?

La culpa por la muerte de Heather lo había dejado destrozado. Había vivido como un zombi durante, al menos, dos años. A duras penas pudo acabar el instituto. Si no hubiera sido por Luc, el ejército y los ménages, se hubiera sentido tentado a seguir el destino de Heather.

—Eso al menos deja las cosas claras. Comenzaste a participar en los ménages después de la muerte de Heather, ¿verdad? Así, si la chica se quedaba embarazada, podías echarle la culpa a otro hombre.

Qué rápido lo había calado. Exacto. Había dado en el clav… ¡Un momento!

Clavó la mirada en Luc.

—Quizá tú seas el padre del bebé. Quizá…

—Ojalá fuera así. —Luc se arrodilló delante de Kimber, le levantó la camiseta y le dio un beso en el vientre aún plano.

Deke se mantuvo a la espera. Pero al observar la reverencia con la que Luc acariciaba suavemente el vientre de Kimber, se mareó ante la posibilidad de que su primo creara una vida dentro de su mujer. Sintió nauseas y deseos de romper algo a la vez.

Luego Luc se puso en pie y lo miró, pero no era tristeza lo que asomaba a sus ojos oscuro, sino algo parecido a la fatalidad.

—Pero no puedo ser el responsable, Deke. Ese bebé no puede ser mío.

—Tú también te acostaste con ella. Lo hicimos los dos.

—Cierto. —Luc cruzó la habitación, se sentó a su lado y le dio una palmadita en la espalda—. Pero yo no puedo tener hijos. Soy estéril.

Kimber soltó un jadeo ahogado, pero Deke apenas la oyó.

Clavó los ojos en su primo, incapaz de procesar las palabras. Era la segunda bomba de la noche. La primera habían sido las noticias de Kimber: Hiroshima; la segunda, la confesión de Luc: Nagasaki. Una auténtica devastación nuclear.

—¿No puedes?

—No. —Luc clavó la mirada en la ventana—. Cuando tenía catorce años o así, pillé algún tipo de virus. Tuve muchísima fiebre durante días. —Se encogió de hombros—. Al parecer se cargó todos mis espermatozoides.

¿Estaba hablando en serio? Deke no podía comprenderlo.

—¿¡Qué!?

—¿Estás seguro, Luc? —preguntó Kimber.

—Hace unos años hice que me repitieran las pruebas una y otra vez. Visité a varios especialistas. Me dijeron que mi recuento de espermatozoides era tan bajo que era prácticamente imposible que pudiera dejar embarazada a una mujer.

—¿Por qué nunca me lo dijiste?

Luc volvió a encogerse de hombros.

—Les pedí a mis padres que no se lo contaran a nadie de la familia.

—¿Ni siquiera a mi? ¿Por qué?

—Ya sabes cómo somos las personas, siempre queremos lo único que no podemos tener. —Su sonrisa era tensa y contrita—. Quería tener un bebé que al menos compartiera un poco de mi sangre. Un bebé que quizás se pareciera a mí. Quería conocer a su madre. Ser parte de la familia. Sentirme conectado a ella durante la concepción, embarazo, parto y crecimiento del niño.

Te habría pedido que fueras el donante, de veras, pero sabía que tú no querías aceptar la responsabilidad de un hijo.

Con repentina claridad, Deke comprendió que ésa había sido la intención de Luc desde el principio.

—¿Llevas doce años esperando que dejemos embarazada a una tía? —Deke se había quedado boquiabierto—. ¿Por eso siempre hablabas de esposas y de casitas con una cerca? ¿Por eso me presionaste para que tomara la virginidad de Kimber?

Deke había considerado a Luc un hermano, su mejor amigo, su familiar más cercano. ¿Y todo ese tiempo él sólo lo había visto como un donante de esperma?

—La habrías tomado de todas maneras. Reconócelo.

Rechinando los dientes, Deke admitió para sus adentros que Luc tenía razón. Pero en ese momento, no pensaba darle a su manipulador primo esa satisfacción.

Luc suspiró.

—Deke, hay muchas razones por las que he estado contigo durante todos estos años. Pero tengo que admitir que esperaba que, finalmente, encontráramos a una mujer con la que tener hijos. Jamás te lo oculté.

—¡Sabías que lo último que quería era dejar embarazada a otra mujer!

—Pero también sabía que algún día volverías a sentirte un hombre completo y que querrías tener hijos. Algo que tú también creías en lo más profundo de tu ser. Si no, te habrías hecho una vasectomía hace ya tiempo. Te conozco.

Deke no había querido pensar demasiado en ello. Había considerado la posibilidad de practicarse una vasectomía. Incluso había llegado a concertar una cita. Pero luego… algo lo había detenido. Jamás había sabido qué. Le había parecido demasiado drástico; los condones y los ménages, eran suficiente.

—Pero como no lo hiciste, me aseguré de que encontrabas a la mujer perfecta…

—¿Para que la follara, la preñara y formara una familia para ti?

—No. Jamás tuve la intención de dejarte fuera. Pensaba que…

—Puedo imaginar lo que pensaste —gruñó Deke—. Felicidades, ya has conseguido tu jodido deseo. Ahora ya tienes a una mujer encinta bajo tu techo que te dará un bebé. Y tú —clavó una acerada mirada en Kimber—, tienes un hombre completo que desea casarse contigo y formar una familia. Podéis consideraros el uno al otro como mi regalo de bodas perfecto.