Capítulo 16

Vestida con una peluca corta de color castaño y ropas conservadoras que parecían salidas del catálogo de Land’s End, Kimber entró en el hospital acompañada de Morgan. Jack y Deke las seguían, camuflados en las sombras, pero lo suficientemente cerca como para arrancar los brazos a quien se metiera con ellas.

Estaba segura de que se estaban pasando. No, estaban siendo paranoicos. ¿Quién querría hacerle daño y por qué? Sí, era extraño que alguien hubiera estado llamándola desde un teléfono imposible de localizar, negándose a dejar mensajes, pero ¿por qué tenía que ser un acosador? La verdad era que su padre tenía muchos más enemigos de los que ella pensaba. Y si alguien quería hacerle daño a ella, ¿por qué hacer explotar la casa de su padre? Aquellas llamadas tenían que ser de alguno de aquellos jodidos paparazzi deseosos de airear más trapos sucios de Jesse.

Pero por la tranquilidad de Deke y para ver a su padre, Kimber se había prestado a formar parte de aquella pantomima.

A Jack y a Deke no se les escapaba nada. «Nada en absoluto». Kimber estaba acostumbrada a tener hombres así a su alrededor, pero ellos… no le sorprendería el hecho de que tomaran nota del número de calzado del ordenanza o de la marca de los fluorescentes del techo.

Al parecer, habían consultado los planos del hospital por adelantado o algo por el estilo.

Tras entrar en el edificio, fueron directamente a la sala de maternidad, luego se metieron en una escalera de servicio y cogieron el único ascensor de personal. Momentos después, salieron a un pasillo sólo para personal autorizado donde esperaban un guarda de seguridad que estrechó la mano de Deke.

Luego accedieron a un corto pasillo que daba a la habitación de su padre.

Kimber casi se desmoronó ante la imagen.

Él parecía tan… frágil. Todavía conservaba los músculos y el bronceado del verano, pero parecía pequeño con todos los monitores, tubos y máquinas que rodeaban aquella cama estéril y cuyos pitidos ahogaban su respiración débil. Su pelo canoso había sido rapado por completo.

Parecía como si no fuera su padre, no había movido ni un músculo en los dos minutos que ella llevaba mirándolo.

—Venga, gatita —susurró Deke, desrizándole el brazo protectoramente alrededor de los hombros—. Lo haremos juntos.

La condujo a la única silla de la habitación. Kimber vio que Jack cerraba la puerta y se quedaba fuera, bien para hacer guardia o para darles privacidad. Morgan acompañó a su marido, dejando a Kimber y a Deke a solas con el coronel. Deke se sentó y la atrajo hacia su regazo.

Kimber no lloraba. Eso sólo disgustaría al coronel si estuviera consciente. Y no le haría ningún bien, no importaba lo mucho que deseara echarse a llorar. Así que extendió el brazo para tomar la mano laxa de su padre entre las suyas y la apretó.

—Hola, papá. Espero que puedas oírme. Quiero que te pongas bien, por favor. La vida no es igual sin ti soltando órdenes. —Intentó sonreír.

Kimber vaciló al no haber respuesta. No era que esperase una. Aun así, en el fondo de su corazón había esperado que se recobrase milagrosamente del coma al oír su voz, pero eso sólo ocurría en las películas.

Y, últimamente, su vida era todo menos eso.

De cualquier manera, se alegraba de verle. Era un alivio observar cómo su pecho subía y bajaba.

—Señor —Deke se dirigió a él con respeto—, estoy cuidando de su hija.

—¿Y qué más estás haciendo con ella? —dijo una voz con tono afilado desde la puerta.

Hunter.

El hermano mayor de Kimber era todo lo que ella no era. Frío y controlado. Serio y aparentemente carente de sentido del humor. Hunter siempre había sabido con exactitud qué quería de la vida, qué no quería, y cómo superar los obstáculos que se interponían en su camino.

No hacía amigos fácilmente, pero la gente siempre lo temía y lo respetaba.

Por lo general, la propia Kimber se contaba entre estos últimos. Pero no en ese momento cuando aquella pregunta mordaz había conseguido cabrearla.

—Bien, hola a ti también, hermanito. Me alegro de verte. Han sido cuantos… ¿cuatro meses? Y las primeras palabras que salen de tu boca ni siquiera son para mí.

Cualquier persona normal la habría mirado con el ceño fruncido. Hunter parecía muy sereno.

En secreto, Kimber había apodado a sus hermanos hielo y fuego. Logan era de los que se enfurecía hasta que su temperamento explotaba y perdía el control. Hunter, por el contrario, era demasiado controlado y tranquilo. Nadie podía ver qué se escondía bajo aquella fachada.

—Hola, hermanita. Habría sido un poco más amable si pudiera saber con exactitud por qué llevas una peluca y estás sentada sobre el regazo de ese depravado hijo de perra.

Bajo ella, Deke se tensó.

Kimber se puso en pie.

—Alto. No voy a discutir contigo de esto ahora. Y no creo que lo vaya a hacer nunca. Ya he hablado con Logan sobre el tema, y le he dicho que mi vida sexual no es asunto de nadie. Si no has hablado con nuestro querido hermano…

—He llegado esta misma tarde.

—Cuando me vaya, puede ponerte al tanto. Hasta entonces, cierra el pico. Sólo tengo unos pocos minutos para estar con papá, y que me condenen si voy a pasarlos discutiendo contigo.

—¿Unos minutos? —Hunter se apoyó contra la pared, cruzando unos bíceps inmensos sobre el pecho—. ¿Ése es el tiempo que Trenton y su primo te dejan salir de la cama?

Kimber estuvo segura de que Deke se había mordido la lengua para evitar comenzar una pelea en el hospital. Gracias a Dios había un hombre en su vida con algo de sentido común en ese momento.

—Escucha, Edgington. Es muy posible que tu hermana corra peligro. Logan te lo contará todo. Él ha estado de acuerdo en que Kimber se quede conmigo, bien escondida. Es la mejor alternativa.

Hunter no se arredró.

—Ahora que estoy de vuelta, cuidaré de mi hermana. Tengo mi propio lugar seguro.

Deke deslizó un brazo alrededor de la cintura de Kimber.

—¿Y cómo sabes que es eso lo que ella quiere?

Un músculo palpitó en la mejilla de Hunter.

—¿Kimber?

—Deke me está protegiendo. Estoy aquí para ver a papá. No voy a discutir de ninguna otra cosa contigo en este momento.

—¿Sabes en qué te estás metiendo?

Kimber lo fulminó con una mirada que pretendía mostrar más confianza de la que en verdad sentía.

—Perfectamente, gracias.

—¿Quieres explicarme por qué, si he visto a Jesse McCall haciendo el ridículo en todos los medios de comunicación, diciendo que eres su prometida y la futura reina del pop, estás con el señor Ménage?

¿Jesse seguía insistiendo en que iba a casarse con ella? Al haber estado aislada en medio del pantano y muy «ocupada», no había prestado atención a las noticias. Dios, Jesse debía estar desesperado por cambiar de vida, pero aún no se había dado cuenta de que ella no podía hacerlo por él.

—¿Ha salido en las noticias del extranjero?

—Sale en todos lados.

Negando con la cabeza, le explicó:

—Rompí con él. Al parecer, aún no lo ha aceptado. No necesita una esposa; necesita un apoyo. Y no quiero discutir más sobre ello. Dime, ¿qué sabes sobre el estado de papá?

Hunter vaciló brevemente. Conociéndole como lo conocía, debía de estar manteniendo un debate consigo mismo sobre si dejar pasar o no el tema de la vida amorosa de Kimber. Al final, dijo:

—Logan me llamó esta mañana nada más llegar. Estuve hablando con el médico antes de venir. No ha habido cambios desde esta mañana.

Bueno, eso era de esperar. Un coma era un coma.

Kimber suspiró y se acercó a su padre, sentándose en el borde de la cama a su lado.

—Papá, tienes que ponerte bien. No podría soportar que…

No, no podía decirle eso, sería como aceptar que podía llegar a ocurrir. Así que lo besó en la mejilla y luego le susurró que le quería al oído.

Jack asomó la cabeza por la puerta.

—Kimber, es hora de irse. Se acerca el cambio de guardia y ya es completamente de noche.

Tenemos que irnos mientras podamos.

Ahora que había llegado el momento de partir, Kimber no quería irse.

—¿Son realmente necesarias tantas precauciones?

—Sí —dijeron Jack y Deke al unísono con un tono de voz que no daba pie a replicar.

Kimber suspiró. Odiaba comportarse como una niña mimada y esconderse, pero de esa manera Hunter y Logan podían velar por su padre, en vez de tener que vigilarla a ella… por si acaso.

—Bien. Vosotros ganáis.

Tras darle a su padre otro beso en la mejilla, y un rígido abrazo a Hunter, Kimber permitió que Deke la escoltara a la puerta.

Para salir del hospital, siguieron otra ruta diferente. Acabaron frente a la tienda de regalos de un hotel, llena de periódicos y revistas de actualidad. Y justo enfrente había una foto de Jesse y ella la noche que él había anunciado el compromiso en Houston. El titular rezaba «¿Habrá boda?».

Antes de que Deke la sacara a rastras de allí, ella se metió en la tienda, cogió la revista y comenzó a hojearla. Distintas fotos mostraban a Jesse sonriente —casi de manera frenética— y negando la ruptura del compromiso, insistiendo en que ella era la única mujer de su vida. Había una pequeña reseña sobre la explosión, pero poco más. La revista estaba mucho más interesada en saber si Jesse había dejado atrás sus desenfrenos, o si las ventas del próximo disco se verían perjudicadas ahora que parecía perturbado e inestable. Había una foto de Jesse en el programa de Jay Leño, con aspecto frenético y preocupado, lo que confirmaba el errático comportamiento de Jesse. Era como si hubiera perdido contacto con la realidad.

Deke le arrancó la revista de la mano y la colocó en su sitio.

—No leas esa mierda. Tú, más que nadie, sabes que es mentira.

—¿Qué diablos está haciendo Jesse? Rompí el compromiso. Envié el comunicado a todos los periódicos que se me ocurrió.

Deke apretó los dientes mientras la guiaba fuera de la tienda hacia el coche. Jack los seguía con Morgan de la mano.

—Algunos periódicos han hecho caso omiso a tu correo. Han dicho que es un bulo.

—¡Maldición! También se lo envié a Jesse. Le dije que lo dejaba. Sabe que fui yo quien envió ese correo electrónico.

—Sí, bien, pues él no piensa lo mismo.

Kimber se mordió el interior de las mejillas cuando Deke la urgió a meterse en el coche, observando con atención cada centímetro del aparcamiento. Lo más probable era que viera hasta las hormigas en las grietas del pavimento. Jack palmeó el hombro de Deke y se fue con su bella esposa.

¿Qué demonios podía hacer ella? No podía detener toda aquella locura de Jesse con la prensa… Cuando dejara el pantano, no quería que aquellos buitres con cámara acamparan ante su puerta noche y día. Y aquello no podía hacerle ningún bien a Jesse.

—Lo que sea que estés pensando —le advirtió Deke mientras se sentaba en el asiento del conductor y cerraba la puerta—, la respuesta es no.

—Tengo que poner fin a todo esto.

—No.

—Pero…

—No.

—Maldita sea, ¿por qué no?

—Nos hemos esforzado mucho para protegerte. Jesse se ha hecho su propia cama. Ya tuve que ver una vez cómo te ibas con él, y luego no pudo hacer que lo vuestro funcionara. No vas a arriesgar tu vida para sacar a ese estúpido asno del lío en que se ha metido.

—Pero…

—¿Quieres volver con él?

Maldición. Sabía cómo acorralarla con sólo unas palabras.

—No.

Deke le lanzó una mirada con aquellos salvajes ojos azules que ella no pudo descifrar.

—¿Quieres estar con Luc y conmigo?

—No me gusta tener que ocultarme en medio de la nada y tener que estar lejos de mi padre.

—Responde a la pregunta.

¿Estaba el enorme y aparentemente invencible Deke preguntándole si era feliz y quería quedarse con su primo y con él? La respuesta parecía importante para él. Contuvo una sonrisa. La pregunta había sido casi… dulce. Había hecho que en el interior de Kimber creciera la esperanza.

Extendió el brazo hacia él y le puso una mano sobre el muslo.

—Sabes que sí.

Él asintió con la cabeza como si con eso diera por finalizada la conversación.

—Entonces no vuelvas a mencionar a ese gilipollas jamás.

La semana siguiente transcurrió lentamente, a caballo entre los eufóricos encuentros en los brazos de Deke y Luc y el abatimiento por la falta de mejoría en la salud de su padre. La desaprobación de Hunter resonaba a través del teléfono cada vez que hablaba con él, empeorando su conflicto emocional.

Esa mañana, como si detectara su confusión y tristeza, Deke la había despertado con unos tiernos besos en el cuello y sus exigentes dedos dentro de su sexo. Luc había añadido su talentosa lengua en sus pezones y aquellas pinzas a las que parecía haber cogido tanto cariño.

Al cabo de unos minutos habían eliminado de su cabeza cualquier pensamiento que no fuera la necesidad de sentirlos en su interior. Como era natural, la habían complacido, llevándola de nuevo a unas alturas que ella apenas podía comprender.

Ahora, después de que hubiera salido el sol, Luc le depositó un suave beso en la frente y salió de la cama en dirección a la ducha, dejándola sola con Deke. El enorme guerrero rubio la estrechó contra su cuerpo; sus pieles húmedas se pegaron mientras respiraban al unísono.

Kimber contuvo las ganas de llorar. No sabía si su padre mejoraría, ni si sus decisiones la distanciarían de su hermano mayor. Ni si alguna vez obtendría el amor de Deke. Allí en el pantano, parecía vivir en una burbuja. Nada era real. No existía ni el pasado ni el futuro, sólo el presente, hasta que algo ocurriera, hasta que su padre se recuperara o hasta que pillaran al gilipollas que había puesto la bomba.

—¿Kimber? —Deke la acarició la espalda con la ancha palma de su mano. Era su manera de preguntar si estaba bien.

Ella a su vez, quería preguntarle a su vez si la amaba. Pero sabía que no debía. No estaba segura de querer saber la respuesta. Deke la deseaba. Tenía que conformarse por el momento.

Los dos hombres la acariciaban a todas horas, la sentaban en sus regazos, la besaban. Se acostaban con ella tres o cuatro veces al día. Era un milagro que no se hubiera vuelto loca a base de orgasmos. Pero no se quejaba, a pesar de no saber qué sentía Deke por ella. Jamás había dicho una palabra, y ella seguía sin conocer aquel pasado que pesaba sobre él como una losa.

—Estoy bien —mintió. ¿Qué otra cosa podía decir?

Él cambió de postura y rodó de lado para mirarla a la cara. Dios, era muy guapo. No era perfecto, pero se acercaba. La pequeña curva de la nariz le decía que se la había roto alguna vez.

Pero aquellos ojos tan azules, aquella piel dorada, el pelo con un corte a lo militar sólo acentuaba los duros rasgos germánicos que gritaban ¡macho! ¿Qué haría si ella no era más que un buen polvo para él?

—Estás demasiado tensa para estar bien. —Le deslizó una mano por el vientre, hacia su sexo—. ¿Necesitas correrte de nuevo, gatita?

Kimber le agarró de la muñeca para detenerla. Dios sabía que él podía llevarla el orgasmo de nuevo. Pero no hacía el amor con ella a solas. Y no le contaba nada sobre sus sentimientos, si es que tenía alguno. Luc insistía en que Deke la amaba, pero ¿quién podía asegurarlo?

—No sigas. —Se apartó de él y se dispuso a levantarse.

Deke le rodeó la cintura con uno de sus musculosos brazos y la atrajo hacia él de nuevo.

—¿Quieres volver a llamar a Logan para saber cómo está tu padre?

—Apenas son las seis de la mañana. Ni siquiera estarán aún en el hospital. Estoy preocupada por papá, pero no hay nada que pueda hacer por él en este momento.

—Entonces cuéntame por qué demonios pareces a punto de echarte a llorar.

«¿Es que no se daba cuenta?». Kimber se retorció bajo él, pero era difícil liberarse. Él era tan fuerte como el hierro.

Maldita sea, no estaba ocultando sus sentimientos demasiado bien. Y si no escapaba, iba a perder el control y hacer algo estúpido, como decirle a aquel hombre que lo amaba.

—¿No crees que tengo motivos para echarme a llorar?

—Sí. Pero no es lo habitual en ti. ¿Qué te pasa?

Desesperada, Kimber intentó liberarse. Él la sujetó como un campeón de pesos pesados.

Ella apenas pudo contener un grito de frustración.

—¿Qué demonios quieres de mí? ¿Que te abra mi corazón? No veo que tú estés ansioso de hacer lo mismo conmigo.

—Vayamos por partes, gatita. Habla conmigo.

—Bien, pues allá voy: no sé si esto significa algo para ti —dijo ella señalando la cama—. Y cada día, yo te abro mi corazón y mi cuerpo, esperando que te des cuenta de que ¡te amo!

En cuanto soltó las palabras, se puso las manos en la boca, deseando no haberlas dicho.

Encima de ella, él se puso rígido y entornó los ojos.

—Hace sólo unas semanas, amabas a Jesse McCall.

—Hace unas semanas pensaba que lo que sentía por él era amor, ahora conozco la diferencia. Pero no te preocupes, sé que tienes un horrible pasado que te mantiene alejado de mí.

Que me protegerás y…

—Yo también te amo.

La sorpresa atravesó su cuerpo como el voltaje de un cable eléctrico, seguida de un estallido de alegría. ¿Había oído bien?

—¿Qué?

Él suspiró, le retiró el pelo de la cara, se inclinó hacia delante y la besó suavemente. Kimber estaba a punto de echarse a llorar.

—Te amo. Ojalá fuera… un hombre mejor para ti. Pero mi vida personal y mi mente… están jodidas. Algunas veces —Deke hizo una pausa y tragó saliva—, odio tener que compartirte.

Guau, era la primera —y sorprendente— noticia que tenía al respecto. Kimber parpadeó.

Luego se lo quedó mirando. Él había deseado que Luc no estuviera en la cama con ellos. En secreto, ella había tenido el mismo deseo. Sentía muchísimo cariño por Luc, pero no amor.

—Entonces no lo hagas. Me encantaría estar sola contigo, sólo nosotros dos. Por favor.

Deke soltó un largo suspiro tembloroso.

—No puedo. Ésta es la única forma en que puedo estar contigo.

«Pero ¿por qué?». Kimber se mordió el interior de la mejilla. Quizá… si ella trataba el tema con cautela, él se decidiera a revelarle su secreto. Y por fin sabría qué era lo que le impedía estar a solas con ella.

—Si pudieras decirme por qué…

—Eso no cambiaría nada.

—Puede que te equivoques. Los dos estamos aceptando esta situación por una razón que no entiendo. Es posible que si habláramos de ello…

—Es complicado, y jugar a los psiquiatras no va a cambiar las cosas. Por el momento… no tengo otra opción. —Él se encogió de hombros como si no tuviera importancia, pero la angustia que se reflejaba en su ceño, le decía que le importaba y mucho—. Tómalo o déjalo. Es elección tuya.

Así que ésas teníamos. O lo tomaba o lo dejaba. No iba abrirse a ella. Su pasado no era un tema a debatir.

Deke la dejaba fuera.

Kimber le dio la espalda, tras rodar sobre sí misma. Resistió el impulso de hacerse un ovillo y echarse a llorar. Tocar el cielo para luego bajar al infierno. Deke la amaba, pero no confiaba en ella. No podía —o no quería— dejar de compartirla con su primo.

Ninguno de los dos se movió, ella podía sentir la mirada de él clavada en su espalda. Fue un momento doloroso. Kimber no tenía ni idea de qué decir o qué hacer.

El sonido estridente del teléfono rompió el tenso silencio entre ellos. Sin embargo, siguieron sin moverse.

—¿Por qué no responde nadie? —Luc sonó molesto cuando cruzó el suelo de la cocina con los pies húmedos y una toalla alrededor de su cintura—. ¿Diga?

Hizo una pausa, escuchó y asintió. Mientras, Kimber observaba los húmedos mechones de su pelo negro pegados a la fuerte anchura de sus hombros. Finalmente Luc se giró. Kimber se incorporó y lo miró por encima de Deke.

—Es para ti, cariño. Es Logan.

Asintiendo con la cabeza, ella decidió levantarse de la cama completamente desnuda mientras ambos la miraban. Si Deke tenía intención de seguir compartiéndola, entonces ella no tenía nada que ocultar. Ya habían visto, acariciado y saboreado todo lo que había.

Por el rabillo del ojo, vio cómo Deke se inclinaba y recogía la corta bata blanca. Se la lanzó al vuelo. Con una mirada acusadora, Kimber dejó que se cayera a sus pies.

—¿Para qué molestarse?

Deke torció el gesto. Kimber no sintió ni el más leve triunfo.

No sentía más que desesperación cuando agarró el teléfono.

—Dime, Logan.

—Hola. Tengo buenas noticias, hermanita. ¡Papá está consciente! Y en perfecto estado.

Otra oleada de júbilo la recorrió. Pero ésta era mejor. La llevaba de vuelta al cielo.

Algo debió de reflejarse en su rostro porque Luc corrió a su lado y le cogió la mano. Deke se acercó lentamente, y se cernió sobre ella.

—¿Cuándo? —preguntó ella.

—Hace unos veinte minutos. Hoy van a hacerle más pruebas. Pero si todo va bien, pueden darle el alta en unos días.

—Oh, Dios mío… eso es genial. —Kimber apenas podía contener las lágrimas de alegría—. ¡Es asombroso! Estoy tan… Dios, gracias por llamarme. ¿Puedo hablar con él?

—Acaban de bajarlo para hacerle un TAC, pero en unas horas estará aquí. Te volveremos a llamar entonces.

—No puedo esperar. Me siento tan emocionada… —sollozó en el teléfono.

—Espera, hermanita. No llores. Hay más.

—¿Más? —Dios, ¿podría aguantar más sorpresas? Se sentía totalmente destrozada a nivel emocional. ¿Cómo iba a poder mantener la compostura?

—Estamos seguros de saber quién es el gilipollas que puso la bomba.

—¿Qué? ¿Lo han detenido?

—Sí. —La voz de Logan reflejaba una alegría que Kimber rara vez había oído—. Lo habíamos visto rondar por el hospital durante los diez últimos días. Esta mañana estaba husmeando por los pasillos. Entró con un arma en la habitación de papá. Hunter estaba en el rincón y lo desarmó antes de que pudiera vaciar el cargador de la treinta y ocho en la cabeza de papá.

El corazón de Kimber se detuvo.

—Oh, Dios mío. ¿Está ya bajo custodia?

—Por supuesto. Hunter está abajo con la policía. Por el momento, niega haber puesto la bomba, pero fijo que ha sido él. Creo que es cuestión de tiempo que lo confiese. ¿Qué otra cosa puede hacer?

—Genial —murmuró ella. Lo que aquello implicaba cruzó veloz por su mente.

Alguien había intentado matar a su padre que no sólo estaba vivo, sino consciente y fuera de peligro. Por lo tanto, ella estaba fuera de peligro también. Podrían abandonar el pantano. ¡En ese mismo momento! No tendría que andar escondiéndose ni…

Ni quedarse bajo el mismo techo que Deke las veinticuatro horas del día. Quien la amaba, la había reclamado, pero no estaba dispuesto a estar con ella. Sólo con ella. Kimber tenía que decidir si dejarle o quedarse y esperar que las cosas entre ellos —entre los tres— cambiaran.

Pero ahora no podía pensar en ello. Ahora tenía que pensar en su padre.

—¡Son tan buenas noticias! Es como si hubiera ocurrido un milagro. —Le tembló la voz, apenas podía controlarla.

—¿Estás bien, hermanita? —Sabía que Logan tenía el ceño fruncido por el tono de su voz—. No es propio de ti llorar.

—Es que me siento tan feliz. —«Y tan desgraciada a la vez»—. Cerró los ojos con fuerza, pero aun así no pudo contener las lágrimas.

—Bueno —pero no sonaba convencido—. Te llamaré más tarde y entonces podrás hablar con papá. ¿De acuerdo?

—Sí. Gracias.

—Cuídate, hermanita. —Luego colgó el teléfono.

Kimber continuó sin moverse, apoyada contra el mostrador, sin notar apenas el frío de la madera contra su piel desnuda.

—¿Ha salido tu padre del coma? —la apremió Luc.

—¿Han detenido al psicópata que te amenazaba? —exigió saber Deke.

—Sí. —Le tembló la voz mientras los miraba a los dos—. Sí.

Luc le pasó un brazo por la cintura y la atrajo contra la dura piel de su torso. Le cubrió la boca suavemente con la de él, recreándose en su sabor, y luego murmuró:

—Es genial, cariño. Me alegro mucho.

Deke permaneció inmóvil, observándolos sin pestañear. Siguió sin moverse mientras Luc la besaba de nuevo y la recostaba contra la alacena, cubriendo su cuerpo con el suyo. La erección contra su vientre era imposible de ignorar. Luc le rozó los labios, jugueteando con ellos, acariciándolos con la lengua… como si fuera una obra de arte. Kimber sintió resurgir el deseo.

Luc era asombroso, podía conseguir que lo deseara. Pero nada más.

¿Por qué, maldita sea? ¿Por qué no podía amar a un hombre que estaba preparado para estar con ella y sólo con ella?

Kimber interrumpió el beso intentando no llorar y Luc lo interpretó como una sacudida emocional.

—Venga, no llores. Todo está bien. Ya podemos abandonar este paraíso en el pantano, y regresar a casa y a nuestra vida. Tú, yo… y Deke. —Le ahuecó la cara con las manos y le brindó una sonrisa—. No puedo esperar.

Luego la besó de nuevo, más profundamente, casi con exigencia. Mientras lo hacía, Kimber abrió los ojos. Deke tenía la mirada clavada en ellos, una mirada dura y colérica, pero aun así excitada.

Dando un paso atrás, Luc la tomó de la mano para llevarla al dormitorio.

—Ven conmigo. Quiero celebrarlo amándote.

Dios, ¿tenía que hacerlo? Si Deke continuaba igual, ¿podría soportar ser compartida por ambos, sabiendo que las cosas jamás cambiarían? ¿Sería capaz de quedarse allí sentando y ver cómo su primo se la tiraba como si compartir no le supusiera ningún problema? De una manera u otra, tenía que hacerle ver que aquel trío no era una solución a largo plazo.

Kimber se puso de puntillas y plantó un largo y apasionado beso en la boca de Luc hasta que él la cogió por las caderas y la apretó contra la dura protuberancia de su pene. Cuando él gimió y dejó caer la toalla, quedándose completamente desnudo en la cocina, ella se apartó con una sonrisa de arpía.

—Ven conmigo.

Deke no dijo una sola palabra; la observó con ojos ardientes, con los puños cerrados. Así que aquello no le gustaba. «Bien». Había llegado el momento de follar con Luc a fondo. Quizás Deke no soportara mirar hasta el final. Sería mejor que se preparara para una buena función.

Kimber no miró en dirección a Deke ni una sola vez desde que Luc le había sugerido celebrar las buenas noticias en la cama y ella se había mostrado de acuerdo. Maldita sea, debería de alegrarse de que ella estuviera dispuesta a aceptar algo que él no iba a cambiar. Pero mirar cómo las grandes manos bronceadas de Luc recorrían el cuerpo femenino, se deslizaban sobre los erectos pezones, y las húmedas hendiduras… no era aceptable. No, cuando las noticias de que el coronel estaba consciente y de que el energúmeno que había puesto la bomba estaba entre rejas eran más que buenas razones para celebrarlo todos juntos.

Y, estando en medio del pantano, ¿qué mejor que una sesión maratoniana de sexo? Era una fantástica manera de deshacerse de la adrenalina que habían segregado las tres últimas semanas.

Pero era algo más profundo que todo eso. Deke tenía que tocarla antes de regresar a la civilización con su familia. Y no sólo su cuerpo. Eso lo había hecho en abundancia. Esta vez, su misión sería tocar su corazón. Meterse en él y capturarlo, si fuera posible. Tenía que ser uno con ella. Tenía que hacerle comprender eso, que incluso aunque Luc la tocara, ella era suya.

Bueno, ella le había dicho que le amaba. Rezaba para que fuera verdad. Había bajado sus defensas al admitir en voz alta que él también la amaba. Pero una mujer como Kimber se merecía un hombre entero. Él no lo era. Pero también era un bastardo egoísta que no estaba dispuesto a renunciar a ella.

—Quiero abrazarte, cariño —dijo Luc—. Quiero…

—Los dos —Deke se aproximó a ellos— queremos abrazarte.

—Por supuesto —Luc le acarició la mejilla—. Estamos igual de aliviados que tú.

Emocionados. No podemos esperar para celebrarlo contigo.

En parte era verdad. Lo cierto era que Deke sólo quería tumbar a Kimber para que ella pudiera sentirlo, saborearlo y olerlo. Deke quería penetrar por cada uno de sus poros de manera que ella no pudiera volver a pensar en un trío, de manera que le diera la espalda a todo aquello y se marchara.

Pero ¿cómo de grande sería el agujero que le quedaría en el pecho si ella se marchaba? Sería tan grande que haría que el Gran Cañón pareciera diminuto.

Tenía que recordarle, de la manera más gráfica posible, que lo mejor era que se quedara con él. Y si bien Kimber prefería tener una sola pareja, Deke sabía de hecho que Luc y él eran una tentación para su libido.

Luc se aproximó a la cama y se dejó caer en ella desgarbadamente, con los brazos abiertos.

Kimber vaciló sólo un momento. Deke imaginaba que una parte de ella no quería seguir, pero a pesar de pensar que dejar que su primo se acercara a ella —la penetrara— era como pasarse por los testículos una navaja oxidada, la empujó hacia él.

Lanzándole una mirada furiosa por encima del hombro, ella se subió a la cama, encima de su primo. Con su temperamento inflamado por la cólera, le brindó a Luc todo su fulgor flamígero. Sin malgastar un segundo más, curvó su cuerpo sobre el de él y amoldó sus labios a los suyos para buscar su respuesta, hambrienta y desesperada. Kimber penetró la boca de Luc con la lengua, emitiendo unos ronroneantes gemidos que fueron directos al pene de Deke y que le partieron el corazón.

Kimber se montó a horcajadas sobre su primo. El pelo oscuro de Luc se agitó cuando ella profundizó aún más aquel beso duro y alocado. «¡Santo cielo!».

La sorpresa se reflejó en la cara de Luc, pero no por mucho tiempo. El deseo prendió en su primo como un tornado, haciéndolo arder con el sexo salvaje que prometía aquel beso. Luc respondió a ese beso con cada gramo de delicadeza que poseía y agarró con firmeza las curvas del cuerpo femenino —pechos, cintura, caderas— mientras se arqueaba para responder a la cruda demanda de Kimber.

Gimiendo, ella se ubicó sobre la longitud del miembro de su primo, que ya estaba duro para ella. Contoneando las caderas, onduló y restregó su sexo suave y mojado sobre el pene de Luc y dejó escapar un largo gemido con el que le pedía que fuera todavía mejor. Que la hiciera correrse.

Aquellos sonidos, el hecho de ver a su mujer rozando su clítoris sobre el glande de otro hombre… hizo que Deke tragara saliva. No era una visión fácil de contemplar.

«¡Sandeces!». Apretó la mandíbula. Ver con sus propios ojos cómo Kimber le daba la espalda y transmitía a Luc su cruda y rugiente necesidad, ver cómo lo besaba, cómo le exigía que aplacara su deseo… le provocaba un dolor desgarrador. Como si alguien le arrancara las entrañas con las manos. Dios, no podía mirar.

Pero se obligó a hacerlo.

Observó cómo el roce del sexo de Kimber sobre el miembro de Luc se convertía con rapidez en un tormento húmedo y sedoso. Ella interrumpió el beso con una boqueada y echó la cabeza hacia atrás.

—No te pares. Frótate sobre mí —gruñó Luc cuando ella bajó hacia él—. ¿No sientes lo duro que estoy para ti?

Kimber gimió, y el sonido atravesó a Deke como un cuchillo ardiente en los testículos.

—Sí —lloriqueó ella, mientras se estremecía de placer—. Estoy mojada, muy mojada.

Luc…

—¿Quieres correrte?

Echando la cabeza, bruscamente hacia atrás, Kimber hizo ondular sus cabellos castaño rojizo sobre la pálida piel de su espalda, arqueando sus pechos. Maldita sea, estaba tan jodidamente hermosa… tan jodidamente excitada por otro hombre.

Eran una imagen perfecta. Y era él quien la había empujado a los brazos de Luc. De repente, Deke quiso separarla de esos brazos.

No por primera vez, se preguntó por qué Luc quería mantener aquellas relaciones a tres bandas cuando no tenía problemas en llevarse a una mujer a la cama él solo. Pero ahora que veía a Kimber y a su primo juntos, temió saber la respuesta.

Permaneció allí de pie, paralizado. Era como cuando uno se detenía a observar un accidente de tráfico: sabe que no debe mirar, pero aun así lo hace.

Apoyada sobre sus manos y rodillas sobre el cuerpo de Luc, ella frotaba su clítoris sobre el glande de su primo. Sudorosa y temblorosa, miró a Luc a los ojos.

—Dime que quieres correrte —susurró Luc, agarrándola por las caderas para detener sus movimientos hasta que contestara.

Su grito de protesta y el deseo que rugía en su interior, hicieron que Deke se moviera. Dio un paso adelante para darle a Kimber lo que necesitaba, para darle él mismo aquel orgasmo edificante, para arrancarla de los brazos de Luc…

—Sí —gritó ella—. Sí, ¡quiero correrme!

Entonces, ella se liberó de las manos de Luc, arqueándose, retorciéndose y gritando hasta que todo su cuerpo tembló por la liberación. Kimber se agarró a él con firmeza, frotando su dulce sexo —ése que pertenecía a Deke— por la polla de Luc, intentando encontrar el clímax salvaje que Deke sabía que necesitaba.

«Ni hablar». Deke no podía permitirlo. Ella era suya. Ese orgasmo tendría que dárselo él.

Quiso arrancar a Kimber de Luc, tirarla encima de la cama y montarla. Quería ser él quien la liberara, proporcionarle las explosivas sensaciones del orgasmo. Antes de que pudiera tocar a Kimber, todo el cuerpo femenino se sacudió, como si hubiera sido atravesado por un rayo.

Kimber soltó un largo y rudo grito gutural de satisfacción. Y la palabra que soltó, amenazó con destruirle:

—¡Luc!

Las entrañas de Deke se desgarraron cuando ella se corrió gritando con una fiera necesidad el nombre… de otro hombre.

Sus vísceras burbujearon como si las hubieran rociado con ácido. La necesidad de follar a Kimber y reclamarla como suya una vez más luchaba contra el violento deseo de dejar a su primo hecho un guiñapo. Estaba en un estado volátil. Inestable. Cerca del jodido límite de algo que no podía predecir. Jamás había experimentado aquella sensación tan salvaje y violenta.

Deke intentó respirar profundamente mientras Kimber se dejaba caer sobre el pecho de su primo, una masa jadeante de piernas y brazos totalmente envuelta en sudor. Kimber estrechó a Luc entre sus brazos y enterró la cara en su cuello.

De repente, ella soltó un gemido de angustia que surcó el aire. Parecía muy triste.

Derrotada.

Aquello hizo salir a Deke de su ensimismamiento.

Cuando ella soltó un sollozo entrecortado, cálidas lágrimas se deslizaron por su cara mientras lo miraba a él con furia e impotencia. Deke la arrancó bruscamente del abrazo de Luc y la estrechó contra su cuerpo.

—No quiero que la toques sin mí —le gruñó a Luc—. Es mía. ¡Mía!

De inmediato, ella comenzó a forcejear contra él, a luchar y a contorsionarse para liberarse.

Los sollozos arreciaron, pero Deke comprendió lo que Kimber no preguntaba, ¿cómo había podido dejar que otro hombre tocara su cuerpo?

Oh, Dios, ¿qué le había hecho a Kimber?

La vergüenza inundó a Deke, lo aplastó y desoló. La furia —sobre todo hacia sí mismo— llegó a continuación.

Deke supo entonces el significado de la expresión «ver rojo». Un rojo intenso y brillante, como el de la sangre, inundó su mirada, saturando su lógica. Cualquier pensamiento racional… desapareció. El instinto lo empujó cuando tumbó a Kimber en la cama, le agarró los muslos y se los separó.

Brillante, dulcemente pegajosa, y muy mojada, así se mostraba ante él. Los pétalos rosados de su sexo se habían puesto rojos e hinchados por el deseo. Esos pliegues que todavía parecían palpitar y desear más. Aquella visión lo dejaban condenadamente hambriento de ella.

—No soy sólo tuya. También lo soy de él —le respondió ella.

Él levantó la vista de entre sus muslos y clavó su penetrante mirada en aquellos ojos empapados de lágrimas. Bravuconería. Cólera. Un callado «que te jodan».

Oh, y él la jodería, a base de bien. Se aseguraría de que ella comprendiera que tocara quien la tocara, ella le pertenecía a él.

De un brinco, Deke la cubrió con su cuerpo, se envolvió las piernas de Kimber en torno a las caderas y deslizó la dolorida longitud de su miembro profundamente en su sexo. Hasta el fondo.

Ella jadeó. Él no supo si de sorpresa, placer o dolor. Posiblemente por las tres cosas a la vez. La sensación de su vaina succionándolo como una boquita hambrienta, destruyó cualquier rastro de conciencia.

Deke le mostró los dientes en algo parecido a una sonrisa.

—Vas a aprender algo muy distinto, gatita. Ahora mismo.